Angustias se despertó en casa de su hermana, Leticia, una
mañana soleada del noviembre que pondría el broche de oro a la trayectoria
laboral de la señora Callejas. Así es como llamaban a Leticia en el instituto
en el que trabajaba y así se reconocía ella: como una señora aunque no se había casado; entendía la
profesora que una vez certificada vía DNI su mayoría de edad, era un
anacronismo ser nombrada como señorita .Inteligente y con sentido de humor
había aprendido a disimular el profundo desprecio que le producían los comentarios en esta
dirección, que décadas tras décadas escuchaba in crescendo, cuando se dirigían a ella, en un
intento, por parte del interlocutor de turno (de eso sí era consciente) de
hacer gala de educación y delicadeza
.Eran comentarios que, involuntariamente, la encerraban en el país de nunca
crecerás, en el reino de las señoras a medio hacer y donde Leticia no encontró jamás su lugar. No era mujer de
diminutivos porque `si tenía que elegir, optaba por todo lo que ella
consideraba que la hacía creer y por tanto mayor, lo cual no era un daño
colateral sino la consecuencia lógica del paso del tiempo. A base de ensayo y
error (reconocía que mas de errores que de ensayos) descubrió que aunque compartía el planeta con
objetos inanimados y otros seres vivos (vegetables o animales) ella, al ser
persona, se diferenciaba de aquellos porque su vida se revestía con
los ropajes de la valoración, el compromiso, la creatividad y la libertad, es
decir, con las telas de la dignidad. Por eso cuando hablaba con su hermana
Angustias no dejaba pasar ocasión para comentarle que, por ejemplo, le encantaría disfrazarse
en carnavales del personaje popularizado
por Tyrone Power y después por Antonio Banderas y Catherine Z Jones, pero que
seguramente si le preguntaran por su
disfraz y ella dijera que le divertía ir vestida de zorra tendría que aguantar miradas,
gestos, palabras y desgraciadamente alguna agresión porque supuestamente habría
dado vía libre al atentado contra su integridad física o mental.
Angustias la
escuchaba, la quería y casi la entendía pero le parecía que tenía una mente
demasiada rebuscada. Ella utilizaba el arte para transitar los caminos secundarios
que permiten contemplar el paisaje desde otra óptica, con una distancia que
posibilita el control. Aun así la admiraba y pensaba Angustias que su hermana
Leticia solo unos años menor, no dejaba de sorprenderla; así recordó
cómo apuntaba maneras, cuando siendo una prometedora estudiante de matemáticas, utilizaba un lema
que durante años repitió y que por alguna razón le vino a la cabeza esa mañana
de noviembre con el sol como invitado a desayunar. La consigna decía “A la
lucha, a la lucha, no somos machos pero somos muchas”. Angustias dio gracias a
la persona anónima que tuvo la feliz idea de juntar una preposición, dos
nombres, un verbo, un adverbio, un
artículo y una conjunción adversativa para construir un coselete protector que
impida que cualquier persona (por ahora
en un 95% de los casos mujer) sea
considerada un objeto al que se le puede infligir cualquier maltrato físico,
psicológico, económico, sexual o social tal como si de una cosa se tratara.