Angustias escuchaba con atención la receta que le explicaba
Marcelo, heredada de su madre, para preparar un plato de papas bravas; según
él, lo importante era el orden en el que incorporar los ingredientes y que se
hicieran a fuego lento. Para que los tubérculos adquirieran su condición de
guerreros era necesario que se construyera una salsa a partir de las
cebollas y ajos laminados, puestos en
aceite de oliva; una vez bien pochados
se les añadía el pimentón y la sal, concluyendo con el tomate triturado; tras
cortar las papas en cuadrados y dejar que se doraran, también en aceite de
oliva, solo restaba añadirle el sabroso aderezo. Una cervecita bien fría haría
del aperitivo un momento de disfrute en consonancia con el cielo azul que,
generoso, brindaba el escenario perfecto para ese día festivo.
Angustias se preparó para salir a comprar las bebidas mientras Marcelo
trajinaba en la cocina; pensaba dirigirse a un establecimiento cercano al
hogar, que no entendía de cierres en el horario diurno, siete días a la semana.
Buscó dinero suelto y encontró un billete que quintuplicaba el precio del
apetecible líquido de cebada. Rebuscó en la gaveta del mueble polivalente,
situado a la entrada de la casa, depositario provisional de accesorios de los que
propios y extraños, estimaran oportuno despojarse. Sintió alivio al juntar la
cantidad ajustada al coste de la compra
pues la incomodidad se apoderaba de ella cuando el mero trámite de pasar por
caja se demoraba a causa de algún imprevisto, producto de lo que consideraba su
imprevisión.
Angustias conocía de la responsabilidad que le caía encima a
la cajera, cuando, al final de la jornada, había que cuadrar las cifras. En su
juventud, durante una primavera, trabajó como dependienta en una tienda de ropa
y complementos femeninos. En cierta ocasión, debido a la inexperiencia en la
práctica del cambio, cuando una clienta, a fin de facilitar la operación,
propuso sucesivas alternativas de pago (en billetes cuya cuantía fue variando)
Angustias se encontró con que la señora se había ido sin pagar. Tardó poco en
desplazarse a una tienda cercana donde recordaba que dicha dama había entrado
tras salir de su establecimiento y localizó el número de teléfono que la mujer
había dejado en dicho local a fin de que le avisaran en cuanto llegara el
pedido solicitado.
Angustias telefoneó a la presunta fugitiva a lo largo de la
tarde en aquella jornada de infausto recuerdo con resultado negativo. La
situación se agravaba porque llevaba trabajando solo dos semanas, encontrándose
en el periodo de prueba y no estaba en disposición de reponer la cantidad no
cobrada. Por esto pasó toda la noche en un estado febril, con pesadillas que le
anticipaban un final dramático a su situación laboral. Amaneció mas tarde que
temprano el día posterior al entuerto y Angustias rellamó reiteradamente a un
número que, a velocidad galopante iba dejando de ser el teléfono de la
esperanza. Ya bordeaba el acantilado del
desaliento, cuando sonó su móvil y una voz cantarina interrogaba por la
cantidad ingente de llamadas recibidas cuya procedencia desconocía.
Angustias, previa identificación, temerosa y atropelladamente relató el periplo
aciago recorrido no hacía 24 horas. La clienta, consciente de su despiste, hiló
varias frases tranquilizadoras que para Angustias supieron como agua de mayo;
tras acordar el momento en el que saldaría la deuda, ambas mujeres se
despidieron y continuaron con sus vidas: una, registraría el suceso en su anecdotario particular; Angustias
aprendería que había que prestar atención en el trabajo, fijarse en los
detalles y, una vez pasado el sofoco, que era una mujer hábil para la
resolución de conflictos.
Angustias regresó con las botellas y unos frutos secos que
la sedujeron en la llamada zona de impulso, esa junto a la caja de salida y que
a poco que se prolongue la espera, terminaba conquistándola.
Angustias saboreó el picor del entremés y al contarle a
Marcelo la causa de su aversión al manejo de grandes cantidades a la hora de
adquirir artículos de bajo coste, él hizo suyas
aquellas palabras de Isabel Allende perteneciente a “El cuaderno de Maya”
donde la joven protagonista en proceso de rehabilitación recordaba las
enseñanzas de su abuela, su Nini, que afirmaba “Venimos al mundo con ciertos
naipes en la mano y hacemos nuestro juego; con naipes similares una persona
puede hundirse y otra superarse….Si tu destino es ser ciega, no estás obligada
a sentarte en el metro a tocar la flauta; puedes desarrollar el olfato y
convertirte en catadora de vino”. Refrescándose con un buche de cerveza,
Marcelo comentó que para algunas personas comprar con un billete grande algo de
escaso valor no suscita desazón alguna; para otras, inclusive, es alimento
potente para un ego de similar voltaje; de igual forma, en la historia narrada
por su mujer se podría haber dado el caso de que la dependienta quedara
paralizada y terminara engrosando las listas del paro; o que la morosa, en
principio, inocente e ignorante de su condición al ser localizada, padeciera
una súbita y selectiva amnesia y colgara el teléfono finiquitando el tema.
Angustias compartió, una vez mas, con Marcelo, el enyesque
ligeramente picante, una de las muchas cosas que compartían, independientemente
de cuáles fueran los naipes de la genética y la partida a jugar. Buena semana.