Sol, a pesar de su semejanza con la nota
musical, no cantaba a menudo; en realidad no recordaba la última vez que,
venida arriba, entonó alguna melodía. Sol era el diminutivo de Soledad; así se
llamaba la abuela materna cuya impronta de resignación y eficacia dejara una
estela tan brillante como pegajosa que heredó Sol al ser nombrada al nacer;
pero para ella semejante legado era más una joroba que una bendición y con
frecuencia pensaba que no estaba a la altura de su ilustre antepasada.
Sol era alta, robusta, de
manos alargadas. Precisamente entre sus dedos de pianista sostenía un rotulador
recargable, incomodada por el fastidio que suponía ir a buscar el recambio,
reponer la tinta y continuar con el trabajo que le hacía empatar tarea con tarea
sin que ningún producto le satisficiera. De pie ante la pizarra blanca con
pequeños trazos que perdían vigor paulatinamente, decidía el color de la letra
que en breve le permitiría avanzar en su faena: dudaba si seguir con el azul utilizado
hasta el momento pero que, por muy de sangre real que fuera no garantizaba un
resultado aristocrático entendido como la realización de lo sublime, lo mejor.
También se acercaba al negro por la rotundidad de su linear pero la oscuridad
en marcado contraste con el fondo albo la echaban para atrás pues no era mujer
de extremos. Ponderó la posibilidad de poner algo de pasión y diseñar en modo
rojo pero se agotaba solo de pensar en el esfuerzo continuado que requeriría
tal empeño. Finalmente se dijo que el verde sería una buena apuesta porque ya
se sabe que es el vestido de gala de la esperanza; aunque también es verdad que no suele ser visible de muy lejos.
Sol tendría que exponer en breve un proyecto que
esperaba fuera acogido con entusiasmo por un público desconocido. Por esta
razón buscaba cuidar al máximo los detalles.
Sol era joven pero la “edad”
cercenada de su nombre originario por
sus íntimos y allegados, se le caía encima como si de Matusalén se tratara. Respiró
concentrada, tomando conciencia de lo adictivo que resultaba para ella envolver
la vida con el celofán del drama. Y si pensar, cediendo el cetro de la decisión
a las entrañas, resolvió utilizar los cuatros colores según el momento de la
exposición. Con esta certeza visceral se dispuso a conseguir los otros tres
rotuladores y los cuatro recambios con
los que los rellenaría a fin de que a su debido tiempo, y tras concluir su
aportación, se vaciaran.
Sol escribió, desde la
consciencia, su proyecto a cuatro bandas
cromáticas mientras comprendía que en la vida hay mucho de vaciarse y volverse
a llenar en ese constante dar y recibir que pone los cimientos en la edificación
humana. Y sintió que con estos pasos se
podría ardilar una bella danza. Sol tarareó y después, cantó ..... eligiendo la clave
de ja. Buena semana.