.Virginia tenía una
habitación propia; también una casa y un trabajo que le proporcionaba grandes
satisfacciones, a nivel personal había formado una familia de la que se sentía
orgullosa. En este día disponía de unas horas de asueto y decidió entregarse a uno
de sus pasatiempos favoritos.
Virginia intentaba poner
orden en el vestuario, colocando en los percheros la ropa que se amontonaba en
una coqueta butaca..El establecimiento emitía una música alegre que predisponía
a la compra compulsiva; pero Virginia, consciente de dicha estratagema, se
divertía ante la perspectiva de verse de forma diferente, a pesar de saber de
antemano que no compraría nada. Al menos ese día.
Desde años atrás uno de sus
divertimentos alimentado dos veces al mes consistía en lanzarse a la búsqueda,
a través de los laberintos de perchas y estanterías, de ropa que ni de lejos se
ajustaba a su imagen habitual. A veces sacaba fotos y una vez saciado el deseo
de contemplarse distinta devolvía las prendas a su lugar de origen con una
sensación de serenidad que equilibraba los altibajos cotidianos.
Virginia se estaba probando
un vestido ceñido, de lentejuelas doradas que bamboleaban al ritmo de sus
caderas cuando, traspasando el hilo musical ambiental, le llegó una conversación
como si un imaginario dial hubiese sintonizado con la emisión de un serial. Una
voz femenina, adulta, en tono aparentemente neutro explicaba que no era
necesario compararse con los demás. Que cada cual era como era .
La sonrisa de Virginia
brilló a juego con el traje de fiesta que admiraba desde la altura de unos
zapatos de tacón estiletto Incluso se atrevió a dar una vuelta sobre sí misma
en un gesto histriónico, de puro placer.
El diálogo, mezclado con la vivacidad de la música
veraniega, pronto viró hacia aguas más procelosas y anclándose en el monólogo,
arribó a las costas del inútil reproche y de la estúpida desvalorización; sin
elevar el tono, por supuesto; sin ánimo de molestar, claro está; pero
fastidiando, un rato largo.
-Tienes que aceptarte como
eres. No pretenderás ser como Lucía; a ella le queda todo bien..pero tú con lo
rellena que eres…..-concluyó la voz en la que se incrustaban las piedras de la
rigidez y del torpe desapego.
Virginia se desvistió,
incrédula, ante tal despiste humano mientras flotaba en el aire una pregunta
retórica - ¿Por qué no te gusta nada de lo que hay en la tienda?- ante la que Virginia estuvo a punto de
contestar, a voz en cuello, argumentando por activa y por pasiva.
Virginia se imaginó como
interlocutora de la voz de inteligencia distraída, a una pequeña atónita ante
la dificultad de acoplar con belleza los vestidos a su cuerpo, con el placer de ataviarse
desterrado y con la incomprensión por el mal reparto de dones en la vida que le
otorgara en demasía a Lucía lo que bien podría haberse compartido con ella.
Suponía que la niña pensaría que si la ropa era la misma para las dos, el
problema debería ser ella, con un aplastante aunque errónea lógica infantil.
Virginia paró en su cavilar
y cayendo en el asiento se sintió afortunada por haber aprendido que las tallas
son medidas cuya realidad mora en la frontera de la ficción, que la belleza
está en quién contempla más que en lo contemplado y sobre todo, se sintió
agradecida por haber tenido una madre que ante cualquier conato de creatividad en el vestir haciendo
gala de una prudencia sin límites la animaba con frases como ¡Sí que estás
espectacular! ¡No cabe duda de que este traje es digno de una princesa!.
Virginia de mayor se preguntaba
si el significado de espectacular aludía a algo muy positivo o a lo propio del
espectáculo, sin otro tipo de valoración; o si el que el vestido fuera digno de
una princesa suponía su inclusión directa en la realeza. Agradecía asimismo la
discreción materna al plantearle sutilmente una alternativa que realzara su
figura infantil, mostrando su propuesta acompañada de un –Fíjate cuántos
modelos tan bonitos hacen juego con tus ojos!- Ella recordaba que entonces le
invadía una excitación difícil de dominar y respondía con una retórica, esta
vez, feliz –¿Verdad que sí, mami”?
Virginia reconocía que aun
hoy cuando se mira en el espejo y ve reflejada la armonía entre su ser y su
mostrar, retorna la interrogante que otrora afirmaba y la afirmaba y que le
hacía sentir guapa y fantástica. Vamos como si se tratara de aquella Lucía a la
que todo le queda bien, Buena semana.