Fotografía: Mercy Suárez Falcón
CUANDO EL ORDEN EQUILIBRA EL CAOS
En nuestro centro desde algunos espacios se observa el cielo, generalmente azul, de forma directa. Desde otros espacios nos llega, filtrado por techos geométricamente estructurados, traslúcidos u opacos, sugerentes heraldos de la claridad sureña.
Es como la vida misma que a veces enseña su rostro más deliciosamente cómplice, con una amplia sonrisa y otras hemos de utilizar el más diestro escalpelo para traspasar las máscaras de la dolorosa oscuridad y sentir su faz más cálida.
En nuestro centro hay escaleras y pasillos con barandillas de hierro, con pasamanos de madera que nos indican cuál es el medio más acertado para ascender o descender de nivel. Una minoría se orienta con el ascensor que, sin madera pero con hierro, cumple idéntica función.
En la vida existen, asimismo, guías que elevan o declinan nuestro andar, peldaños que jalonan nuestro estar. Unos nos orientan, previsiblemente sobre seguros raíles desde donde nos sentimos protagonistas ;y otros nos deslizan timoneados por la voluntad azarosa en la elección de la parada de bajada, o subida, de la ruta afectiva, profesional, vital.
En nuestro centro los espacios y los tiempos heredados por las actuales generaciones nos acompañan cinco días a la semana, son nuestro patrimonio vivencial. En nuestro centro el aire se llena de conversaciones juveniles y maduras que etiquetan las relaciones humanas. En nuestro centro somos muchas las personas que habitamos: todas con una historia única, irrepetible, valiosa, imprescindible.
En nuestro centro la vida sigue abriéndose paso.
Texto: Pilar Arteaga Fuentes
Fotografía: Ignacio Sánchez Alemán.
LO QUE LA NIEBLA ESCONDE
Figuras fantasmagóricas que arropan con el manto de la bruma a un ejército de vidas
atrapadas en el florecer de otro tiempo.
Telón de luz blanquecina que cae parejo anunciando el
final de la representación estival.
Es solo cuestión de instantes que el abrazo nebuloso
envuelva lo que aun se pinta de verdor.
Lenta e inexorablemente el bosque se puebla de enormes
capullos, otrora orugas humanas, ahora emigrantes que esperan crear el momento
crisálida, pasando el invierno al abrigo del agua que se evapora y teje un
vestido traslúcido.
Aunque dentro hay latidos, es hora de entregarse al cobijo
sereno, sin estridencias de la grisura; guardar el arco iris en el armario,
cual ropa de otra temporada y ajustarse a los cánones de la moda invernal.
El suelo se riega con las lágrimas paridas en las
estaciones de la tristeza y la alegría ;
lo seco, se ablanda, se vuelve lodo. La tierra se mezcla formando un unguento
poderoso que busca algo a lo que adherirse; y en este revolverse, se deshace,
se rompe, y se vuelve color melancolía. Parece que el mundo se ha exiliado temporalmente al nostálgico amparo
de la dama duende.
Texto: Pilar Arteaga Fuentes
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