Aganeye recibe la noticia
con satisfacción. La fecha en la que podrá disponer de su brazo ortopédico
queda fijada en el mensaje que recibiera minutos antes. Inauguraría, pues, la
primavera con un estreno anatómico.
Aganeye siente miedo ante el
horizonte que la ciencia le brinda. Está contento aunque un, ligero pero
constante, reflujo de congoja le acompaña en su respirar desde que su sueño
tomó trazas de realidad
Aganeye tiene una mirada
donde el miedo anida. Y no sabe qué hacer para impedir que las crías del temor
crezcan. Entiende como vital conocer lo que es real y lo que no; lo verdadero y lo que no; lo
bueno y lo que no; lo bello y lo que no.
Aganeye se sorprende porque a
diario no necesita apegarse a certezas. Así lo había decidido en la infancia, a
modo de coselete intelectual, para defenderse del interrogante que, desde que
tuviera uso de razón, zumbara en su mente como enjambre de abejas “¿Por qué a
mí?.
Aganeye nació con un brazo
incompleto. Ahora es un adolescente que no quiere que su juventud quede también
cortada. Es valiente y a pesar de los buitres carroñeros del pánico que habitan
en sus pupilas, se muestra contenido aunque huye de mirarse en los ojos de otro
ser humano. Sólo su perro, Bola de nieve, tiene visado para arribar a las
costas de su paisaje interior.
Aganeye es muy activo en el
ciberespacio. Ha creado un personaje en el que mora cada vez que se conecta a
un mundo anónimo y donde logra ser
popular. Tiene muchos seguidores, anónimos también, y toma rigurosamente , como si de una
medicina imprescindible se tratara, su dosis diaria de ”ME GUSTA” que acompaña a cuanta imagen o
comentario hubiera subido al espacio digital.
Aganeye ha crecido en el
mundo de las nuevas tecnologías. Tiene dificultad para comprender que sus
progenitores rechacen frontalmente explorar las apasionantes rutas alcanzables
a golpe de un clic.; le resulta todo un
enigma la desazón que observa en sus mayores cuando teclean o han de
interpretar las instrucciones que muestran la pantalla para llegar a la página
deseada. Le asombra la necesidad de encontrar la unidad en el tiempo, en el
espacio, en la verdad…Bueno, le asombraba porque ahora ya no.
Aganeye va enfilando hacia
la mayoría de edad .Pero le cuesta reconocerse en tiempo y espacio concreto: siente
el vértigo al cabalgar en un mismo momento a través de parajes contrapuestos: tan pronto
se ve reflejado como un híbrido entre antiguo y medieval, como peregrino que
abandona el feudo y arriba a las costas del heliocentrismo, o como el artesano
que se atrinchera en las barricadas marginales ante el ejército implacable de
la industrialización. Así está; a medio camino entre dos mundos, siendo el
jueves de la semana, las seis en punto en la esfera del reloj.
Aganeye intuye que pasado,
presente y futuro desdibujan sus límites, otrora tan precisos.; intuye que el
aquí y el allí de sus antecesores han de ser reubicados; intuye, en fin, que la
llamada realidad ya no se viste con los ropajes de la sólida presencia y lento
ambular trocando en atuendos más
efímeros y raudos; intuye que la publicidad y la privacidad ha decidido
replantearse su relación, para escándalo de los peritos en acotar umbrales.
Aganeye valora como obsoleto la cantidad ingente de papel que reproduce
conocimientos, recuerdos, rostros, lugares…. Y que ocupan tanto espacio. Y qué
decir del correo postal, evocación de la eterna espera, propias de otras épocas. Ininteligible en el
ahora ,cuando la comunicación vive en el
ya mismo.
Aganeye habita el cosmos de
la relatividad, la incertidumbre, lo cuántico, la fusión espacio-temporal que
diseñan fronteras vitales en continuo movimiento, que sostienen redes de
cuerdas cuya urdimbre está aún por descifrar. Para sus mayores este mundo es un
caos. Para el joven es un aleteo de creatividad que con cada batir de alas hace
brotar infinitas posibilidades.
Aganeye experimenta ese
fluir de oportunidades cuando surca el espacio digital; pero sutilmente, poco
ha, se ha despertado en él una curiosa
necesidad de pertrecharse con élitros eficaces para mantenerse en el aire que
le indiquen por qué y para qué volar o navegar. Buena semana.