Ricardo mondaba una jugosa naranja. Apenas
tenía cáscara y generosa sus gajos
desprendían un dulzor color flan. Cada vez que tomaba esta fruta,
Ricardo evocaba un patio habitado por árboles frutales entre los que destacaban
los naranjeros. Recordaba que solía calcular el peso de una persona
comparándolo con los quince kilos propios de la caja de tal sabroso postre.
Empezó de jovencito y todavía se sorprendía en cualquier situación cotidiana
estableciendo equivalencias matemáticas entre
humanos y frutos.
Era una de sus particulares
formas de comprender la vida. Pero no era la única.
Seguidor sin consciencia del
filósofo que afirmaba que cuanto más conocía al ser humano, más quería a
su perro, pasaron por su vida un desfile de canes de diverso tamaño y condición. No podía explicar por qué se
sentía más cómodo ante la mirada atenta y cómplice de los chuchos, que ante la
presencia humana. Incluso entre la gente amada a quien su corazón profesaba una
lealtad propia de unicornio. Tal vez fuera porque con sus queridos animales no
necesitaba explicar lo que para su corazón era evidente y que era captado al
instante generando el más eficaz de los acompañamientos. Quizás tuviera que ver
con que las emociones de sus mascotas no requerían de interpretación: si había
alegría, la cola, las orejas y todo el cuerpo bailaban; si tocaba la tristeza,
el hacerse un ocho, la búsqueda del espacio más oscuro, la caída de ojos en el
abismo no dejaban dudas. La belleza de la sencillez.
Ricardo se reconocía en esa
claridad, oasis ante tanto desierto de palabra, explicación y teoría. Compartía
su preferencia por la intuición que
establecía otras rutas en su andar ordinario. Para él resultaba imprescindible
mezclar su paso con la huella del gozque de turno al que llamaba del mismo
nombre que el primero, Totó, aquel que le enseñó la ternura de la
mirada.
Ricardo ralentizaba el disfrute de la pieza fresca, saludable,
colorista, jugosa, mientras el Totó de última generación asistía circunspecto
al ritual cuya fragancia le trasladaba a lomos del sentir nostálgico de
Ricardo, a un patio donde la vida,
generosa, brindaba su más refrescante cosecha. Guau, guau. Buena semana.