Angustias aguardaba junto a su
maleta, la llegada de la guagua que le llevaría desde el sur de aquella isla
alargada hasta el aeropuerto. Le acompañaba Guacimara con quien había pasado
unos días entrañables; su amistad se
había forjado a base de compartir años de luz (con sus alegrías) y de
sal (con sus tristezas) y esa relación se había convertido en un tesoro valioso por el que sentía agradecida.
Angustias había hablado con
Marcelo para que, a su regreso, fueran a pasear a la playa de arena negra que
cuando llegaba la bajamar lucía impresionante. Anticipaba ese momento cuando
miró el reloj y sintió un pinchazo de inquietud pues el tiempo avanzaba raudo y
no había viso del ansiado transporte público. Tras comentar la situación con su
anfitriona, optaron por tomar un taxi experimentando el alivio que supone
resolver un imprevisto que deja de serlo gracias al todopoderoso don dinero. Por
eso hay una pequeña parte de la
población mundial que si bien no es feliz, sí se encuentra calmada. Llegó el
servicio solicitado y en menos de cinco minutos se encontraban Angustias en el
asiento del copiloto, Guacimara acomodándose en el de atrás izquierdo y firme al volante la mujer madura de jovial conducir que tenía a gala ser la primera fémina
taxista de la ínsula cuyo nombre auguraba una gran ventura.
Angustias escuchaba fascinada las
historias que salían de una Sherezade
timonel que borraba con su narración los kilómetros que le separaban del
aeródromo y le sumían en una suerte de encantamiento
en el que se contemplaba a sí misma duplicaba, al estilo del Millás de acá y el Millás de allá en la sorprendente “La mujer
loca” de Juan José Millás (¿el de acá o el de allá?). Pero a diferencia de la
tormentosa copia del célebre escritor, la de ella era serena.
Angustias atesoró las palabras
que la profesional del volante desgranaba con naturalidad. Así nacieron
personajes variopintos como el moroso huidizo que se introdujo subrepticiamente
en la parte de atrás del vehículo, el sicario confeso que le perdonó la vida a
la mujer chofer porque le había caído simpática o el pasajero que tras dar una
dirección remota, salió del coche, pegó dos tiros al aire y retornó con
absoluta tranquilidad tras ejercer de verdugo del aire.
Angustias pensaba en la gran
cantidad de cuerpos que habían ocupado el lugar en el que ella ahora estaba;
intuía que serían personas catalogadas como normales,
con sus alegrías y sus pesares y que los protagonistas de las historias
recién escuchadas eran la minoría que posibilita el anecdotario y la reflexión
(solitaria o compartida) por su coqueteo y algo mas con el lado cóncavo del
andar humano que es el que tiene la superficie mas deprimida en el centro que
por las orillas.
Angustias al tiempo que llegaba a
su destino, tras despedirse de tan animada compañía corría hacia la puerta de
embarque, mientras Guacimara pagaba el importe del trayecto ; tras despedirse
de su amiga, se dijo que hay personas que permanecen de forma paralela a nuestro devenir creciendo
y haciéndonos crecer, sin grandes algarabías mientras que hay otras personas con quienes coincidimos de forma tangencial y a pesar de lo espectacular de su presencia, solo quedan en el remoto
desván de las hablillas.
Angustias, segura en el interior
del avión, sospechaba que en el viaje vital a veces toca el papel de pasajera
(recta u obtusa) y otras el de conductora (llana o aguda). Buena semana.