Angustias apenas podía hablar. Su
garganta se había transformado en un foso ardiente del que las palabras no
lograban escapar. Imperaba el silencio con su manto de dolor. Subía la fiebre y
Angustias se encontró practicando la involuntaria caída de párpados que la
sumergía en un inquietante duermevelas.
Marcelo había colocado una cebolla partida en trozos, en un plato, en la
mesilla de noche, para que el aire de la estancia se aliara con ella a la
hora de ganar la batalla a la gripe. Angustias intentaba equilibrar la cascada
que se desbordaba por su nariz y la fragua al rojo vivo que atenazaba su
cuello.
Fue en una tregua que le dio la
enfermedad que vino a recordar un pequeño libro que recogía las palabras de
Marco Aurelio (aunque en cuestión de estilo ella era mas de Adriano). Escribía el emperador romano que “la mejor
venganza consiste en no parecerse nunca al enemigo”. Pensó Angustias que en muchas ocasiones en
las que la vida nos empuja a la lidia no deseada, quizás esta sentencia
sirviera para encontrar la explicación convincente. Y sin saber muy bien por
qué ahí estaba Angustias hilando
pensamientos dispersos que las variaciones térmicas, por momentos, avivaban o eclipsaban. Elucubraba Angustias
que a veces el devenir humano era una especie de enigma que se resolvía
encontrando una clave. Una vez que se hallaba, el arco era sostenido con firmeza por la clave arquitéctonica, la dovela; la
nota dejaba de vagar solitaria, acogida por la clave de fa, sol, do; la tristeza se trocaba en calve de ja; y el suceso
se empalabraba en clave humana.
Otro cantar era la catarata de emociones que
el hallazgo de la solución hiciera fluir
libremente cual esclusa abierta. Opinaba que, aunque con mas o menos pericia, se podría acceder a un
cajero, al correo electrónico o al manejo de todo artilugio de las nuevas
tecnologías, pero que la cosa pintaba diferente cuando se trataba de desentrañar el quid
de la vida; la respuesta ante los interrogantes que conforman el único menú posible en la degustación del pensar y del sentir: nacer, morir, amar, odiar, orden, desorden y la incansable voluntad de alzarse cada vez
que un virus u otras especies del malaje se empeñan en tumbarnos. Aspirando el aroma agrio, semáforo verde para
la respiración, Angustias comprobaba que la clave era siempre volverse a levantar. Buena semana.