domingo, 23 de julio de 2017

Nº 210 UNA JARCA DE RECUERDOS, ROSTROS, PAISAJES

La ventana lucía, orgullosa,  el colorado de la madera proveniente de la acacia que era material habitual para la construcción en aquel lugar. El sol recorría cada uno de los cuatro cristales que se despertaban diariamente con la calidez del astro monarca. Con independencia de la estación, aquella cristalera se despabilaba arropada por  reflejos tornasolados.
Él solía mirar a su través, agarrando una taza de café y escrutando los andurriales vividos. Cada inicio de jornada su mente ofrecía un recuerdo, un rostro, un paisaje que sería su fiel acompañante del día. No entendía qué mecanismo seleccionaba y descartaba experiencias trocadas en pasado. Pero aceptaba ese ritual con el que principiando la mañana, accedía a una segunda oportunidad para transitar por lo ya andado. Generalmente bastaba un amanecer con su crepúsculo adosado para revivir y enterrar "segundas partes". No obstante, en contadas ocasiones, el recuerdo, el rostro, el paisaje, se cosía a su pupila y demoraba un poco más la partida, pero solo un poco más.
El tiempo pasó. La silueta varonil continuó, al rayar el alba, tallando, puliendo y despidiendo una jarca de recuerdos, rostros, paisajes diamantinos que atesoraban su nacer, su sentir y su pensar.
Y llegó el día.
El hombre delante de una tibia ventana se aprestaba a dar la bienvenida, esta vez, al recuerdo de un hombre que miraba tras el vidrio pintado de aurora, esperando la visita de lo que una vez fue. Ese día el hombre se hizo pretérito. Buena semana.




domingo, 16 de julio de 2017

Nº 209. PULSACIÓN


Nº 209. PULSACIÓN
Bajo el cielo azul, pasa la vida. No busca asiento. Serena o turbulenta, discurre por las amplias estancias del pensar y por los recovecos del sentir.
Bajo el cielo gris, pasa la vida. Errante y perseguidora, no toma respiro pariendo el futuro de las huellas.
Bajo el cielo veraniego, pasa la vida. En un aparente desperezo interminable, se adereza con sal y arena.
Bajo el cielo invernal, pasa la vida. En el calor del hogar, crepita como troncos generosos y ardientes.
Bajo el cielo, uniforme o policromado, la vida alumbra latidos: sístole a sístole, diástole a diástole. La existencia palpita.
Abrazar esta pulsasión es el buen hacer del arte. De ahí su necesidad. Buena semana.


domingo, 9 de julio de 2017

Nº 208 EL CUARTO DE ATRÁS


El cuarto de atrás, en el comienzo del invierno, se vio invadido por goteras que hicieron imposible su habitabilidad. Sin calor humano más allá del que desprendiera como efímero lugar de paso entre la cocina y el patio, se volvió húmedo y frío. Los muebles fueron sustituidos por palanganas y cubos donde quedó recluida la lluvia filtrada. Las paredes lucían desconchados tristes y amorfos. El cuarto de atrás olía a derrumbe.
El cuarto de atrás en el comienzo de la primavera se vio invadido por la llegada de un mobiliario, acogedor rolando a austero. Reparados los destrozos ocasionados por la pasadas tormentas, la pintura apacible que lo envolvió , contemplaba respetuosa, la entrada, el recorrido y la salida del laberinto vital o la gymkhna de turno a la búsqueda de un orden que remodelara el barro del acierto y del desacierto. Cada noche, se acumulaban en los rincones, como peces en la pecera, pensamientos y sentires de quienes deseaban la reconfortante compañía de la hermandad. El cuarto de atrás olía a complicidad.
El cuarto de atrás, en el comienzo del verano, se vio invadido por la cercanía de las vacaciones. El aire acondicionado esparcía por la habitación un frescor que la estación desmentía. Llegó el momento de echar el cierre temporal y quedó, entonces, habitado por el silencio y la penumbra, en una hibernación atípica. El cuarto de atrás olía a viraje.
El cuarto de atrás, en el comienzo del otoño, se vio invadido por la expansión de sus fronteras. Una escalera de caracol, eficaz y de diseño, comunicaba las estancias en las que se había duplicado el lugar. La luz del día menguante buscaba la inmortalidad en artificiales lámparas brillantes. Las alfombras trocaban en surcos, testigos mudo del andar que atesoraban huellas tatuadas. El cuarto de atrás olía a comienzo.
El cuarto de atrás, ese espacio imprescindible que se recorre, de vez en vez. Buena semana.



domingo, 2 de julio de 2017

ANº 207 CERRAR LA HERIDA…NO CERRAR LOS OJOS



Aurora concentró su atención en la respiración. No resultaba sencillo pues el calor que exhalaba la luz de las lámparas del techo iluminando el quirófano, distraía su intento de fijar la mente en la inspiración prolongada que la cirujana le aconsejara, a fin de que el pinchazo de anestesia fuera lo menos doloroso posible.
Aurora recurrió a la disciplina interiorizada en la práctica deportiva y sincronizó la entrada del aire con la del líquido adormecedor. Se iniciaba la operación de párpados. Mantuvo en las dos horas siguientes, la posición decúbito supino, agudizados el oído y el olfato, para descifrar cuanto acontecía en aquel espacio transformador.
Aurora comprendía las indicaciones del personal sanitario mientras el dedo corazón quedaba atrapado en una pinza, el brazo derecho era engullido y regurgitado por una especie de oruga acolchada de respiración compulsiva y la pierna izquierda alojaba una banda gélida y gelatinosa. Así eran controladas sus constantes y sus variables.
Aurora se repuso de la intervención quirúrgica según el plazo previsto y, semanas después, se encontraba en un entorno rural, plácido, rodeado de montañas, disfrutando de unos días de asueto.
Aurora parpadeó regocijándose de que la reciente operación no dejara huella externa. Sonrió al recordar la letra de una canción, popular décadas atrás, en la que el lúcido autor proponía “ cerrar la herida y no cerrar los ojos”. Jugó con la ortografía y trocando la consonante inicial del verbo, abrazó la creatividad diciéndose que en la vida hay experiencias que, al devenir en heridas, era saludable cerrar y otras, serrar (fueran o no, maderitas de san Juan) y confeccionó una improvisada lista de ambas. Tenía constancia de que en caso contrario, el desenlace no guardaría misterio alguno: infección y extensión de la misma.
Aurora respiraba el aire fresco de la tarde que junto al cielo azul anunciaban un crepúsculo remolón y maquillado con tonalidades púrpura y anaranjada. Se dijo que, herida más o herida menos, lo importante era no cerrar los ojos, los del rostro y los de la comprensión, que permiten reconocer tanto en la cicatriz casi imperceptible como en la visible a simple vista, el vestigio de un aprendizaje importante; algo así como la certificación rigurosa de la competencia esencial.
Aurora se experimentó como microscopio potente y se empeñó en descifrar muescas y costurones otrora momentos dolorosos que con el tiempo, alumbraron momentos gozosos. Y lo hizo de cerca y con los ojos abiertos. Satisfecha, sonrió. Buena semana.

AGGNNN