domingo, 24 de abril de 2016

ATENCIÓN, SOLEDAD……VACÍA Y RELLENA

 Sol, a pesar de su semejanza con la nota musical, no cantaba a menudo; en realidad no recordaba la última vez que, venida arriba, entonó alguna melodía. Sol era el diminutivo de Soledad; así se llamaba la abuela materna cuya impronta de resignación y eficacia dejara una estela tan brillante como pegajosa que heredó Sol al ser nombrada al nacer; pero para ella semejante legado era más una joroba que una bendición y con frecuencia pensaba que no estaba a la altura de su ilustre antepasada.
Sol era alta, robusta, de manos alargadas. Precisamente entre sus dedos de pianista sostenía un rotulador recargable, incomodada por el fastidio que suponía ir a buscar el recambio, reponer la tinta y continuar con el trabajo que le hacía empatar tarea con tarea sin que ningún producto le satisficiera. De pie ante la pizarra blanca con pequeños trazos que perdían vigor paulatinamente, decidía el color de la letra que en breve le permitiría avanzar en su faena: dudaba si seguir con el azul utilizado hasta el momento pero que, por muy de sangre real que fuera no garantizaba un resultado aristocrático entendido como la realización de lo sublime, lo mejor. También se acercaba al negro por la rotundidad de su linear pero la oscuridad en marcado contraste con el fondo albo la echaban para atrás pues no era mujer de extremos. Ponderó la posibilidad de poner algo de pasión y diseñar en modo rojo pero se agotaba solo de pensar en el esfuerzo continuado que requeriría tal empeño. Finalmente se dijo que el verde sería una buena apuesta porque ya se sabe que es el vestido de gala de la esperanza; aunque también es verdad  que no suele ser visible de muy lejos.
Sol  tendría que exponer en breve un proyecto que esperaba fuera acogido con entusiasmo por un público desconocido. Por esta razón buscaba cuidar al máximo los detalles.
Sol era joven pero la “edad” cercenada de su nombre originario  por sus íntimos y allegados, se le caía encima como si de Matusalén se tratara. Respiró concentrada, tomando conciencia de lo adictivo que resultaba para ella envolver la vida con el celofán del drama. Y si pensar, cediendo el cetro de la decisión a las entrañas, resolvió utilizar los cuatros colores según el momento de la exposición. Con esta certeza visceral se dispuso a conseguir los otros tres rotuladores y los cuatro recambios  con los que los  rellenaría a fin de que a su debido tiempo, y tras concluir su aportación, se vaciaran.

Sol escribió, desde la consciencia,  su proyecto a cuatro bandas cromáticas mientras comprendía que en la vida hay mucho de vaciarse y volverse a llenar en ese constante dar y recibir que pone los cimientos en la edificación  humana. Y sintió que con estos pasos se podría ardilar una bella danza. Sol tarareó y después, cantó ..... eligiendo la clave de ja. Buena semana.

sábado, 16 de abril de 2016

GREGORIO, INSECTO HEMIMETÁBOLO

  Gregorio no era viajante de comercio; regentaba un hostal en una ciudad con mar. Tampoco se apellidaba Samsa; su apellido, de origen español, se remontaba al siglo XV y podría traducirse como “hijo de Hernán o de Hernando.
 Gregorio era una persona pulcra; daba igual la hora del día o de la noche que fuera porque nunca lucía despeinado, con la ropa arrugada o el gesto descuidado. Para él, la imagen era tan importante que con el andar del tiempo llegó a confundirse con ella. Siempre que  se le ponía a tiro un espejo, escaparate o azogue generoso, el rabillo del ojo ansiaba encontrar el reflejo de lo perfecto en el otro lado del mirar.
Gregorio siempre estaba ocupado. Hombre de grandes responsabilidades iniciaba el día con una concienzuda puesta a punto higiénica, estética y algo tétrica. Mantenía una distancia con el mundo que consideraba saludable para evitar contaminarse con la maldad que atisbaba en cada guiño, en toda mueca cazada al vuelo (alto o rasante) o  en el semblante que mudaba de color o expresión en consonancia con los acontecimientos cotidianos.
Gregorio estimaba que era de mal gusto mostrarse con sus luces y sus sombras  y a base de ocultarse llegó un momento en el que se perdió. De pronto se encontró ante una pared blanca, ligeramente desconchada y con una intensa necesidad de escalarla. Paulatinamente, se encerró en sí mismo y las fragancias apetecibles se convirtieron en aquellas que olían a putrefacción y rancia nostalgia. Incluso  su amor a la rutina devino en una suerte de azar donde primaba la aventura, el andar errante por un empinado y agrietado tabique. El lenguaje perdió su formalismo y se hermanó con lo gutural. No precisaba de fonemas ordenados para expresarse.
Gregorio no volvió a la trinchera desde la que la vida parecía tener sentido mientras recibía huéspedes, ávidos de dormir en una cama ajena y de respirar un aire foráneo. Simplemente cierto día no acudió a su puesto de trabajo y a partir de entonces, se retiró  a su habitación de por vida.
Gregorio tenía familia. Su mujer e hijos en un principio se preocuparon por el cambio tan imprevisto como incomprensible que experimentaba el hasta entonces llamado cabeza de familia. Meses más tarde quedó integrada la nueva situación con el refrendo de un diagnóstico médico.

Gregorio tuvo entonces la coartada para formar parte de la ingente población de 4500 especies de  insectos hemimetábolos ,de alas cortas y corto vuelo, solo aspiraba a recorrer una y otra vez los límites de esa estancia interior en  la que voluntariamente había decidido recluirse. ¡Quién sabe si con el paso del tiempo se metamorfosearía en libre, efímera y bella mariposa aunque para ello hubiera de ejercer durante una temporada de capullo!. Buena semana.

domingo, 10 de abril de 2016

EN LA CARA OCULTA DE LA LUNA…..EXTRAYENDO DIAMANTES

Escarlata no había puesto a Dios por testigo ante  histriónicos  juramentos . Prefería que en caso necesario el declarante fuera mortal. Pero nunca se había visto en tal tesitura por lo que el recurso a la divinidad quedó relegado a una excedencia que devino en crónica. Llevaba veinte minutos concentrada en la pantalla del ordenador, tan absorta en su trabajo que no percibía el traqueteo con sabor ligeramente metálico del tren. Aún restaba otra media hora de trayecto cuando un señor oblongo se sentó a su lado y con el mayor de los descaro fijó la vista en la pantalla del portátil de Escarlata que mostraba hermosas imágenes de cielos pintados con la aurora boreal.
Escarlata, al percatarse de la intromisión visual , experimentó una ligera incomodidad que hizo que recolocara las escápulas, las crestas ilíacas y hasta los isquiones. Era una reacción que había automatizado tras años de práctica de Pilates ante la necesidad de revisar una postura física o mental.
El señor no se dio por aludido y, como era de esperar, prendió la mecha de la conversación. Escarlata ya se imaginaba las palabras envueltas en la gelatina de la pesadez adherida a los treinta minutos del viaje hasta que llegara a su fin. Pero sorprendentemente el hombre demostró un conocimiento algo más que el de nivel de usuario sobre el qué, el cómo y el porqué de este fenómeno natural que acontece cuando los vientos solares afectan al campo magnético de la Tierra.
Escarlata, animada por la charla erudita, dejó de prestar atención a las cifras y letras por memorizar, desapareciendo el sístole y al diástole del cercanías al quedar prendada de la catarata de información que, generoso, aquel desconocido ponía a su disposición aderezada con entretenidas anécdotas.
Anochecía sin prisas y sin tanta vistosidad como en las regiones cercanas al polo, cuando la charla derivó hacia otros derroteros celestiales. Escarlata , astrónoma de profesión y vocación, se maravillaba ante los enigmas que guardaba celosa la Luna y casualmente terminó su planteamiento con una retórica en apariencia, inocente, ¿”A fin de cuenta quién vive en La luna para descifrar tanto misterio?.” A lo que el varón, con la misma naturalidad con la que había desplegado todo su saber contestó
“Yo .Vivo en la cara oculta de la Luna extrayendo diamantes”.
Acto seguido se levantó y desapareció tras las puertas que no tardaron en volver a cerrarse.

Escarlata constató que en dos paradas llegaría a su destino y masticando los momentos vividos con aquel desconocido  lamentó que el científico minero no se hubiera bajado del tren minutos antes de lo que lo hiciera, ahorrándole la tarea de desentrañar otro misterio aún mayor que los que acompañan al tamaño, órbita, estructura, composición interna y origen de la Luna. Buena semana.

domingo, 3 de abril de 2016

CALIBRANDO ….

Enma estaba satisfecha con su vida conyugal y además no era francesa. Llevaba casada con Carlos veinte años e intuía que bien podrían pasar juntos otros veinte. De todas formas, no era un tema que le ocupara mucho tiempo. Enma era una mujer práctica que entendía que el futuro  era demasiado abstracto para dedicarle más pensamientos de los estrictamente necesarios.
Enma era comadrona y estaba razonablemente feliz con su trabajo. A base de ayudar a traer tantas vidas al mundo, desarrolló una relación con la ternura que la manifestaba en la delicadeza con lo pequeño, lo diminuto,
Enma acudía a su cita semanal para la manicura  y la pedicura pues consideraba que los dedos eran el contacto con el que se asía la realidad y con el que se fijaba a la tierra. Nunca le gustó lo barroco. Ella experimentaba, más bien, el horror a lo lleno. Y Carlos compartía su fobia. La decoración del hogar era renovada cada cuatro estaciones. Dado lo austero de su gusto, la pareja no empleaba mucho dinero en cambiar la tonalidad de cortinas, alfombras, colchas y forros que armonizarían durante un año envueltos en la fragancia de canela que si bien era un poco dulzona, recordaba las natillas caseras de una infancia que cada vez con mayor rapidez, se alejaba.
Enma, en general, relegaba para el final la tarea que tuviera que ver con la burocracia, que su forma de pensar, consideraba, en gran medida, inútil. Para ella, lo importante era la acción, no la anotación, escrita o virtual de la misma. Barruntaba que de seguir ampliando sus dominios el papel material o digital, las personas trocarían en archivos encriptados.
Enma había salido del paritorio, feliz y se disponía a realizar la tarea menos gratificante de las que tenía encomendadas. A los pocos minutos de iniciarla bufó ante el parón de la impresora que se negaba a mostrar el certificado del último nacimiento hospitalario, acaecido hacía apenas una hora . Miró una pequeña pantalla grisácea y leyó la palabra CALIBRANDO. Por experiencia sabía que  esto suponía estar pendiente del monitor hasta que indicara que había medido lo que había de valorar. Ante la demora que imponía la máquina le dio por pensar en qué estaría ajustando el artefacto para que volviera a la realización de su tarea habitual con la eficacia que se esperaba.
Enma sintió algo parecido a la empatía con aquel aparato rectangular y se preguntó qué era lo que ella calibraba, equilibraba, cuando en su vida había algún desajuste. Repasó situaciones diversas de desasosiego, terremotos emocionales o tsunamis mentales que en más de una ocasión la habían vuelto del revés y sin saber cómo se le vino a la cabeza y al corazón el cuerpo vivaracho envuelto en la gelatina de la vida del último recién nacido. En un instante se contempló animando a la esforzada madre a empujar, a respirar y acogiendo al esperado pequeñito al que acompañó en su llanto inicial segura de que cesaría a su debido  tiempo. Un pitido anunció que la tarea de ajuste había acabado y a continuación el rutinario sonido de la impresión de documentos dotaba de identidad a neonato que segundos antes poblara la mente de la partera.
Enma tomó el papel y se preguntó si en el artilugio tecnológico había lugar para el ánimo, el empuje, el afecto, el acompañar la manifestación del dolor ajeno , a la hora de calibrar su sistema. Y práctica, como era se contestó que por ahora, en eso la humanidad, seguía teniendo ventaja, quedara o no, registro de entrada. Buena semana.