domingo, 29 de marzo de 2015

LA PALABRA AGUA NO QUITA LA SED


Angustias tomó su cuaderno, regalo entrañable y artesano, y escribió:
Ambrosio recordaba aquella noche en el monasterio a donde le llevara su colegio a fin de celebrar unos días de convivencia.
El mobiliario austero de su cuarto contrastaba con la exuberancia del paisaje que se desplegaba ante sus ojos cuando se deslizaban lateralmente las pesadas persianas correderas.
Exhausto por el trajín de la mañana, Ambrosio había llegado al espartano dormitorio que incluía la cama de noventa centímtetros, un espejo rectangular con lavabo a sus pies, una pequeña mesa con una minúscula gaveta, tres baldas a modo de estantería y un ropero empotrado.
Ambrosio colocó sus pertenencias y se sentó en el escritorio con el propósito de indagar en el cajón, cuyo tirador semejaba una hoja de trébol. Abarcó el rectángulo de madera de un solo vistazo, deteniéndose en los bordes, donde nombres y fechas eran  presencias de personas y tiempo ausentes. Su sonrisa devino en mueca de perplejidad, primero y susto después, al leer una inscripción que con letra gótica sentenciaba: " Porrucho murió ahorcado aquí y te mira. Ten cuidado".
Ambrosio cerró de  golpe el cajón reconvertido en ataúd dialéctico y de un brinco salió del lugar con la firme intención de pedir un cambio de ubicación.
Tras una intensa tarde de encuentros y desencuentros, Ambrosio cayó rendido en la cama, durmiendo hasta que en la madrugada, un adormecimiento del brazo derecho le despertó. En ese momento, su mente recuperó la sentencia amenazadoramente informativa por lo que con los ojos abieros en la oscuridad buscó un cuerpo inerte, unos ojos saltones y una cuerda inhiesta. Ante lo infructuoso de la pesquisa se dijo que habría de haber algún error en el mensaje pues no se avistaba cable o mísero colgajo del que pudiera pender el tal Porrucho en modo Newton sostenido. Fuera por el implacable cansancio por el que fue abrazado la oblonga figura de Ambrosio o porque ya despuntaba ese sentido práctico que cuajaría años mas tardes como eficaz gestor financiero, el caso es que Ambrosio dijo en voz alta ."La palabra agua no quita la sed" y colocándose en su postura favorita, aquella que le permitía escuchar a su corazón, descansó, en solitario, el restó de la noche. Buena semana.




domingo, 22 de marzo de 2015

EL ECLIPSE DEL EQUINOCCIO DE AQUELLA INOLVIDABLE PRIMAVERA

Angustias tomó su cuaderno, regalo entrañable y artesano, y escribió:

Serapio y Emilia se despertaron mas pronto de lo habitual para contemplar el eclipse. Se asomaron  a la azotea, con sus gafas negras como si de guardianes mafiosos se tratara o de vigías medievales apostados en las almenas en espera de inquietantes noticias. Sonreían con el gesto que da la sabiduría de los años cuando se rescata la ilusión de la niñez. Saludaban a los vecinos que salían a sus trabajos o llevaban a sus hijos al cole. Charlaban desde las alturas con dueños fieles y responsables  que  paseaban a sus canes envueltos en la brisa matutina. Era ese tipo de personas que se divertía con las cosas sencillas; tras haber llorado y reído en tantas jornadas, habían optado por “alargar el chicle” como decía Serapio. En ellos se cumplía aquello de que “la evolución les ha dado una capacidad de resiliencia natural” .  Nada hacía sospechar el sufrimiento que soportaron a sus espaldas, ahora mitigado por el barniz del recuerdo. Como botón de muestra, inimaginable sería pensar que Emilia hubo de acarrear a su bebé  sin vida desde un ambulatorio por una mala decisión médica, sola, en silencio, ahogada en llanto; eran otros tiempos y las lágrimas se bebían con la desgracia que parecía ser “el pan nuestro de cada día”. Sin embargo, llegaron otros momentos, nacieron otros hijos que a su vez convirtieron a la pareja,  ocasionales astrónomos aficionados, en abuelos. Serapio se jubiló pero continuaba cuidando de una pequeña finca. Emilia dejó atrás el tobogán de la menopausia y se dedicó a cultivar las semillas de sus deseos que mantuvo a buen recaudo mientras estuvo las veinticuatro horas al servicio de su familia., década tras década. Ahora que no tenían nada que hacer , era cuando mas hacían. Cada jornada disfrutaban de un nuevo e irrepetible día,  habían llegado una vez mas a otra estación y  había tanto que aprender………. Por la tarde subirían a las redes sociales  una foto que perpetuaría el momento en que, cual simpáticos sicilianos de la Cosa Nostra, se atrevieron a contemplar el sol en el eclipse del equinoccio de aquella  inolvidable primavera. Buena semana.




domingo, 15 de marzo de 2015

EL AMOR LLEVÓ A JUAN A BUEN PUERTO.

Angustias tomó su cuaderno, regalo entrañable y artesano, y escribió:
Juan tomaba el sol y sentía bienestar. Desde su terraza disfrutaba de una privilegiada vista panorámica de la ciudad a la que el amor le había llevado años atrás. Le gustaba estar enamorado pero mas aun amar.  Nunca tuvo excesivos problemas para acercarse al  objeto oscuro del deseo de turno pero hubo de pasar décadas y décadas para disfrutar con la vulnerabilidad que supone la entrega íntima que no gusta de publicidad, el gesto que eriza en lo mas hondo, el touché  que acelera la sangre en la carrera del placer.
No tenía claro si era la causa o el azar quien ostentara la responsabilidad de la felicidad en la que se había instalado su vida, pero sí estaba dispuesto  a prorrogar indefinidamente el permiso de residencia. A veces le gustaba pensar que cada uno de sus pasos no tenía mas finalidad que llegar a este buen puerto: el del amor correspondido. Otras, se interrogaba sobre lo que finalmente le llevó a aquel concierto después de que su amigo Alejandro le cediera su entrada al no poder asistir por un imprevisto de última hora y que en la butaca contigua navegara una mirada que le invitara a una dulce travesía para la que de inmediato sacó  tarjeta de embarque;  desde entonces surcaba mares, a veces serenos, otras encabritados; no sentía miedo o desaliento pues contaba con un buen timón, el construido a base de sus muchas experiencias; con la mejor tecnología, que le facilitaba  delegar lo que solo era urgente, no importante y un buen equipo con el que compartía orgasmos y valores.
Siempre supo que la vida era complicada y se identificaba con Irving al afirmar que los escritores tienen que describir lo terrible. Y una manera de describirlo, por supuesto, es hacerlo de forma cómica. Por eso cultivaba la alegría, la ironía , fabricando limonadas de cuanto limón agrio apareciera en su andar y para tal acción, nada mejor que el amor.
El amor había enseñado a Juan a mirar a los ojos, a ser generoso, a desear la eternidad del momento, a no necesitar ir dejando cadáveres a su paso, a comprender que quien ama, se cuida y cuida , a no calcular beneficios egoístas, a abandonar el país de nunca jamás, a cultivar la humildad, abonar el deseo y recolectar excitantes y jugosos frutos; el amor lllevó a Juan a buen puerto.
Buena semana.






domingo, 8 de marzo de 2015

AGUAS ESTANCADAS, AGUAS QUE FLUYEN

Angustias tomó su cuaderno, regalo entrañable y artesano, y escribió:
Simona intentaba ordenar el conjunto de piezas que en teoría debía encajar y permitir la libre circulación del agua por las cañerías. Colocaba cada pedazo pero al final de la operación sobraba alguno. Aquello no tenía sentido. El fregadero se había atascado a base de amontonar pequeños restos de comida, residuos gelatinosos que se ensombrecían y acababan en el pardo o en el verde musgo.
La cosa había empezado poco a poco, con despistes en apariencia insustanciales;  dejando escapar por el desagüe, una cáscara de manzana, un guisante poco apetecible o  el remanente de la limpieza de unas brochas de pintura; así, con el paso del tiempo, se formó esa ciénaga en los recodos de las tuberías que  devino, paulatinamente, en sólido pantano.
Como el fallo en el funcionamiento se produjo sin estridencias, Simona no se percató de que las cosas no iban bien hasta que se vio delante de tubos, codos, sifones, gomas y arandelas color gris magenta como si estuviera contemplando un cuadro cubista y buscara destacar el orden de los elementos.
Recordaba haber parcheado la situación a base de un desatascador manual que ante el lago formado por el exceso de agua, y tras una rápida subida del nivel del mismo, hacía discurrir el líquido acompañado de un sonido quejumbroso. En vista de la mas que evidente ineficacia de la ventosa optó por adquirir cuanto producto encontrara en supermercado y ferretería, que prometía la solución instantánea a la oclusión. En un momento incluso, se aficionó a verter regularmente el archifamoso refresco de cola cuyas propiedades corrosivas parecían estas testadas. Nada de esto ofrecía resultados eternos. En las ocasiones mas extremas acudió a los servicios municipales que invadieron su hogar provistos de un artilugio que denominaban ratón y que arrasaba, con la agilidad propia de un feroz roedor, cuanta muralla encontrara a su paso. Recordaba que el olor a putrefacción se mezclaba con el sabor del alivio en aquellos días en que su casa era tomada por extraños profesionales uniformados.
Y una vez mas, Simona estaba sentada en el suelo, delante del espacio vacío a la búsqueda de la figura ausente que debía recomponer. Usaba la lógica pero esta parecía huérfana de validez por lo que recurrió a la creatividad y con mas temor que certeza, fue ardilando encajes y ajustes hasta que el tiempo , el pensar y el hacer hicieron su trabajo y Simona pudo abrir el grifo del fregadero de la cocina sin miedo al goteo o a la inundación.

Satisfecha se acordó de Henry Miller que afirmaba “Si tú llamas experiencias a tus dificultades y recuerdas que cada experiencia te hace madurar, vas a crecer vigoroso y feliz, no importa cuán adversas parezcan las circunstancias”. Sonrió. Pero por si acaso, se dispuso a sacar una fotografía de la conducción recién establecida, diciéndose que si las aguas se volvían a estancar el recuerdo gráfico ayudaría a que todo volviera a fluir. Buena semana.


domingo, 1 de marzo de 2015

LA HOMBRIA DE MODESTO: PRESENCIA,CUIDADO Y TERNURA

Angustias tomó su cuaderno, regalo entrañable y artesano, y escribió:
Modesto salió de la ducha con una sensación de frescor que le hizo esbozar una alegre sonrisa. Se iniciaba uno de los fines de semana alternos en lo que la  puerta del baño se encontraba entreabierta y al otro lado del pequeño pasillo se escuchaba el ronquido grave, coronado por un efervescente soplido  de su madre. Ella no sabía quién le hablaba desde ese  rostro que le resultaba vagamente familiar; tampoco comprendía el torrente de palabras que aquel hombre maduro regaba a su alrededor acompañado de tiernas caricias. Pero Modesto sí sabía quién era ella: su madre.
En la mesa de la cocina, el servicio de desayuno incluía un pequeño plato rebosante de cápsulas y pastillas blancas, azules y salmón. Un pequeño dosificador contenía  10 ml de  una bebida que activaría la circulación de la viejita en las próximas horas. Era el chupito diario que la anciana necesitaba para ponerse a funcionar. Aquel bodegón  mezclaba alimentos y medicamentos en un armonioso y triste equilibrio.
Modesto, a menudo, se detenía en los objetos cotidianos que habían pertenecido a su madre y que ahora habitaban, huérfanos, a la espera de una palabra que les dotara de identidad, de un recuerdo que les otorgara sentido. Modesto, en estos momentos, se entristecía porque entendía el inexorable paso del tiempo; sentía que en cada persona está presente  lo que tiene y lo que no tiene  y  que  esa nivelación entre carencia y abundancia es la que va marcando el paso por la vida. No se refería exclusivamente al patrimonio material sino especialmente al intangible, aquel que se muestra en el decir y en el hacer.
Era la hora de iniciar el ritual diario de acompañamiento y cuidado con la banda sonora del silbido de la cafetera marcando la obertura. Modesto se sentía profundamente satisfecho al ser testigo  del adiós de su madre. Aunque  triste, estaba en paz  y recordó el pensamiento crítico que recogía la cita de  Stendhal en Rojo y Negro cuando el escritor reflexionaba que un aspecto triste no resulta de buen tono, lo que hay que tener es, un aspecto aburrido. Si se está triste es que algo le falta, que algo no le ha salido bien. Es como mostrarse inferior. Si usted está aburrido, al contrario, lo inferior es precisamente aquello que ha tratado de distraerlo a usted en vano.Modesto reivindicaba el buen tono de su tristeza parida por el amor.

Comenzaba una nueva jornada senil donde el tiempo oficial, se transformaba, tal como ocurre en el universo infantil, para instalarse en un presente continuo. Modesto, triste sin sentirse fracasado, despertó a su madre con una broma cuyo único objeto era pintar la sonrisa en aquel rostro arrugado y continuó ejerciendo de oficiante en aquella ceremonia del adiós que incluía,  retirada de pañales, baño, desayuno, escucha atenta ante la insistencia, repetición del mantra que  ese día anclara a su madre en el hoy, todos aquellos achuchones y los piropos que hicieran que los labios maternos se convirtieran, al menos, en un boceto de alegría. Al pensar esto se sentía arropado por la calidez del afecto; no experimentaba el frío de la desesperación ni  el aburrimiento de la apatía pues no había horas suficientes para ardilar momentos de serenidad y bienestar para aquel ser que estaba dejando de serlo. En un flash back emocional se vio como protagonista de una lejana película en la que él era el bebé que requería y obtenía cuidados constantes. Y visionó el final feliz de aquella historia. Por eso, se  empeñaba en que esta segunda parte, con los mismos intérpretes  pero en distintos papeles, estuviera a la altura de la primera. Modesto, hijo, padre y abuelo, era hombre de romper mitos, de tirar por tierra tópicos, sin estridencias; por eso entendía que la hombría se definía también con los adjetivos de la ternura, la presencia y el estar. Por eso, aunque estaba triste, era feliz. Buena semana.