domingo, 27 de diciembre de 2015

CADA VEZ QUE TOMABA ESTA FRUTA

 Ricardo mondaba una jugosa naranja. Apenas tenía cáscara y generosa sus gajos  desprendían un dulzor color flan. Cada vez que tomaba esta fruta, Ricardo evocaba un patio habitado por árboles frutales entre los que destacaban los naranjeros. Recordaba que solía calcular el peso de una persona comparándolo con los quince kilos propios de la caja de tal sabroso postre. Empezó de jovencito y todavía se sorprendía en cualquier situación cotidiana estableciendo equivalencias matemáticas entre  humanos y frutos.
Era una de sus particulares formas de comprender la vida. Pero no era la única.
Seguidor sin consciencia del filósofo  que afirmaba que cuanto más conocía al ser humano, más quería a su perro, pasaron por su vida un desfile de canes de diverso tamaño  y condición. No podía explicar por qué se sentía más cómodo ante la mirada atenta y cómplice de los chuchos, que ante la presencia humana. Incluso entre la gente amada a quien su corazón profesaba una lealtad propia de unicornio. Tal vez fuera porque con sus queridos animales no necesitaba explicar lo que para su corazón era evidente y que era captado al instante generando el más eficaz de los acompañamientos. Quizás tuviera que ver con que las emociones de sus mascotas no requerían de interpretación: si había alegría, la cola, las orejas y todo el cuerpo bailaban; si tocaba la tristeza, el hacerse un ocho, la búsqueda del espacio más oscuro, la caída de ojos en el abismo no dejaban dudas. La belleza de la sencillez.
Ricardo se reconocía en esa claridad, oasis ante tanto desierto de palabra, explicación y teoría. Compartía su preferencia  por la intuición que establecía otras rutas en su andar ordinario. Para él resultaba imprescindible mezclar su paso con la huella del gozque de turno al que llamaba del mismo nombre que el primero, Totó, aquel que le enseñó la ternura  de  la mirada.

Ricardo ralentizaba  el disfrute de la pieza fresca, saludable, colorista, jugosa, mientras el Totó de última generación asistía circunspecto al ritual cuya fragancia le trasladaba a lomos del sentir nostálgico de Ricardo,  a un patio donde la vida, generosa, brindaba su más refrescante cosecha. Guau, guau. Buena semana.


domingo, 20 de diciembre de 2015

UN CONCEPTO MÁS EXTENSO DE LA CREACIÓN ARTÍSTICA

Celedonia y Graciela, enfundadas en sus trajes negros, se acercaron a la puerta para dar la bienvenida a los más pequeños de la familia que, con cierta periodicidad, acudían a su casa en aquel recóndito pueblo.
Los ojos infantiles reflejaban el desconcierto ante la apariencia siniestra de las dos mujeres que contrastaba con la calidez de su hospitalidad. Un  olor a natilla con canela flotaba en el ambiente de aquella casa que se asomaba al mar desde una suave loma. En los alrededores  crecía una variedad insospechada de flores alojadas en los más insólitos objetos: latas, botes, cacharos, garrafas eran reconvertidos en ingeniosos maceteros. Las encargadas de velar por este paraíso vegetal eran las dos rudas mujeres, de manos encallecidas, de gesto adusto, fieles a un luto que se perdía en los anales de la historia (con mayúscula y con minúscula).
Cuando llegaba el momento de la visita de los pequeños cuya mirada  situaba a las adorables damas  en la vejez eterna como si de una foto fija se tratara, estas dueñas de negro, paradójicamente,  desplegaban su anverso, ese poder luminoso y creativo que se convertía en dulces postres y sabrosos platos.

En el robusto mueble que presidía la pared principal del salón junto al reguero de fotos familiares en blanco y negro, sepia y color, varios pequeños tarros de cristal, otrora depositarios de conservas, con un lazo hecho a base de ganchillo al cuello, acogían  ramilletes de flores de mundo donde quedaba expresada toda la delicadeza de aquellas grandes mujeres para quienes la creación artística era un concepto más extenso que el habitual. Nutrían el estómago y el corazón, aunaban alimento y belleza. En sus manos machucadas latía la vida.   Buena semana.



domingo, 13 de diciembre de 2015

AVIÓN, NOCHE, SOL

Emiliana sentía que se eternizarían los días hasta que estuviera acomodada  en el  asiento del primer avión que habría de tomar en los próximos días. Quedaba menos de una semana para el inicio de la travesía y decidió tomar una manzanilla en la cafetería conocida popularmente, por su ambiente acogedor,  como La Quitapenas. La banda sonora del local reproducía Life vest under your seat , (Chaleco salvavidas bajo el asiento) cantada por un Pedro Guerra que instaba a reflexionar sobre la naturaleza humana. La canción se adhirió a la piel de Emiliana y de ahí buscó camino hacia su corazón. Mientras sonaba el eco bilingüe y machacón del estribillo, ella se decía que una parte importante de su vida, por motivos laborales, la había pasado utilizando el transporte aéreo y que, paradójicamente, cuando estaba a miles de metros de altura  aspiraba , con deleite, el dulce aroma de la seguridad.
Emiliana recordaba su primer vuelo de larga duración y cómo había decidido que a partir de ese momento haría una puesta a punto de enfados, miedos y tristezas, tanto antiguos como recién paridos. En aquel aparato oblongo donde el control no estaba en su mano optó por pilotar a través de las corrientes que se movían en su interior, borrascas y alguna que otra ciclogénesis explosiva incluidas.
Rememoraba que inició este ritual en su primer viaje a Miami, veinte años atrás. Por aquel entonces, no había adoptado como tarjeta de presentación el nombre de Emily , más en sintonía, al parecer de propios y extraños, con la empresaria de futuro prometedor en la que se había convertido gracias a un espíritu de superación y a una férrea disciplina. No era especialmente afecta a la corriente anglófila tan de moda en su entorno; en parte gracias a la gestión más que mediocre de cierto profesor de inglés que le legó una lista interminable de palabras descontextualizadas y un anecdotario personal insulso que sirvió para alargar las soporíferas clases de un sistema educativo obsoleto. Pero guiada por un sentido práctico, herencia de la abuela paterna, según las historias familiares y que la genética se encargó de hacer presente, realizó  la cirugía fonética de su nombre original que , paso a paso, quedó reducido, en su uso a los círculos más íntimos hasta que a día de hoy solo tenía presencia como interlocutora en sus mudos y aéreos diálogos internos.
En esos momentos de introspección, Emiliana sin el maquillaje Emily, agasajaba a sus temidos monstruos, caminaba por las brasas ardientes de temores y rabietas, acechada por las bestias de la tristeza, la melancolía y el dolor. Su vida cotidiana reubicó toda oscuridad en el ático de gran altura que visitaba de vez en vez, como si de un ardiente amante se tratara.
Envuelta por la altitud, respiraba todo su sentir. Comprendía y se comprendía. Se sentía eterna observando cómo iban envejeciendo viejos temores y se alumbraban otros llorones  pero cada vez más frágiles.
Vivía feliz en ese sol y sombra en los que se bebía cada día y cada noche, deleitándose con cada sorbo. Era su reino privado al que no tenía acceso nadie más que ella. Y así, con cada vuelo, actualizaba las versiones dramáticas en formato  visión sostenible de su cada vez más, por decisión propia, alegre existencia.
Emiliana de puertas adentro, Emily de puertas afuera, aprendía a saborear la vida y a disfrutar lo que brinda cada acierto o cada tropiezo; y así acompañó la tisana de una contundente tarta de queso que la solícita pero contradictoriamente  distraída camarera le sirviera aunque ella le hubiera  pedido un casero flan de coco. Emiliana versus Emily  pensaba, en ocasiones similares que la torpeza solo era consecuencia, del cansancio que produce  la falta de atención. Buena semana.


domingo, 6 de diciembre de 2015

¡BICHOS, BICHOS, ESTA NOCHE VAIS A MORIR!

Guillermo contempló desolado el paisaje que se intuía  en aquella fantasmagórica y gélida noche. Tras varias horas de carretera, sentado en la parte trasera de un camión militar, había llegado al que sería su lugar de residencia durante una larga temporada. Al inicio del viaje la mezcla de acentos devenía en una Babel caqui y en miniatura que revoloteaba persistente en el aire enrarecido de aquel asfixiante espacio rectangular. A Guillermo le zumbaban los oídos pues al continuo murmullo de intensidad variable según baches u otros accidentes de la orografía se le sumaba el viaje de cuatro horas que le había llevado hasta la capital desde su tierra natal, una lejana isla de clima templado.Una vez en el aeropuerto de la metrópolis junto a sus nuevos compañeros de ruta había sido conducidos hasta los vehículos que alineados semejaban una gigantesca y aguerrida oruga.
Guillermo llevaba una existencia apacible en su lugar de origen. Tenía muchos motivos para ser feliz y uno de los mas importantes era la amistad con Leandro, cultivada entre confidencias sobre mal de amores, acrobacias y complicidades que databan de la niñez. La causalidad disfrazada de casualidad quiso que Leandro hubiera de cumplir el servicio militar precisamente en la misma, lejana y helada tierra peninsular a la que Guillermo acababa de arribar. Pero en un destino que estaba  a unos cinco kilómetros del suyo.
Y así Guillermo llegó, tras una agotadora jornada ,al Polvorín cuya custodia pasaría a ser su principal ocupación en las próximas estaciones.
Tras descender del camión, anduvo en fila al lado de otros  iguales que en el transcurrir de los meses venideros conformarían el único paisaje humano estable. No las tenía todas consigo y a cada paso que daba, se situaba, producto de  su mente atenazada por el miedo, en un macabro campo de concentración ideado por la humanidad en su mejor versión siniestra. Se imaginaba cual prisionero en la tristemente célebre segunda gran guerra, camino a su disolución en medio de la nada. El pelo rapado, el frío que no desaparecía con la ropa de invierno que aprisionaba su piel y la angustia como epidermis contribuían espectacularmente a esta sensación de final no deseado.
No parecía haber luz esperanzadora en aquel ambular grisáceo. Solo unos focos potentes a cuyo través se visibilizaba una cortina de fina aunque persistente lluvia que por momentos se transformaba en agua nieve.
Según se acercaban hacia el cuartel, la película que Guillermo iba visionando en solitario  incorporó una banda sonora de letra macabra donde resaltaba el estribillo”¡Bichos, bichos, vais a morir esta noche!”. Bocas anónimas y veteranas aullaban "¡De esta noche no pasaréis!" con groseras risotadas como epílogo.
Guillermo una vez dentro del cuartel observó rostros que le observaban y siguiendo las instrucciones recibidas, se situó al lado de  una metálica e impersonal silla junto a la litera que sería su metálico e impersonal lecho. La cabeza le daba vueltas y a pesar de la baja temperatura, ardía de dolor.
Unos minutos mas tarde, en el umbral del barracón surgió una figura diligente enfundada en la pesada ropa militar. Solo eran visibles unos ojos intensos, almendrados y oscuros que se dirigieron raudos hacia la figura de un Guillermo extenuado. Con un tono desangelado y autoritario el mando castrense increpó a Guillermo de tal forma que el recién estrenado soldado se perdió en un laberinto de explicaciones a medio cocer totalmente  ininteligibles. El mundo era una fuerza altisonante, oscura y pesada que caía sobre Guillermo.
No pasaron dos minutos hasta que el cabo se bajara el pasamontañas y una sonrisa de dientes entrañables y desiguales trajera el rostro de Leandro, quien por necesidades de servicio, había ido a parar al lugar en el que se encontró con su mejor amigo. La estancia, otrora glacial y amenazadora trocó en cálida y reconfortante. El abrazo, la compañía, la seguridad de ser sostenido desde el afecto se abrieron camino en aquella lejana tierra, perdida en los mapas en una estación invernal. Guillermo y Leandro compartieron  complicidades, esas que crean vínculos que, por mucho tiempo que pase,  nos se deshacen. Buena semana.






domingo, 29 de noviembre de 2015

EXTRAVAGANTE HERENCIA

Claudia constató   que la luz de ese día llegaba envuelta, una vez más, en el chal de la fatalidad. Notaba pesado, pétreo, plomizo, el aire que  respiraba. Claro que se guardó de expresar sus pensamientos por la misma razón que lo venía haciendo desde años atrás: pura pereza. Paulatinamente dejó de comunicarse con el resto de la humanidad; no hablaba con nadie; llegó hasta el punto de  no necesitar palabra alguna ni ser humano que la acompañara. Para eso tenía su espléndido terrario con cuatro serpientes magníficas.  Construyó un muro en su corazón y se hizo amante de la imaginación. A veces la sensibilidad a flor de piel le hacía percibir el más mínimo  aleteo de una mariposa en las antípodas , metida a persistente monitora de aerobic; otras, por el contrario,  encontraba serias dificultades para distinguir la línea que separa el sueño de la vigilia y deambulaba ajena a todo lo que respirara cotidianeidad. Y así día tras día.
Como cada jornada se deslizó cabizbaja y anónima por la calle mayor de la ciudad, en puro centro histórico, flanqueada por el constante fluir de la gente que, ajena, iba y venía.
No supo muy bien cómo fue que reparó en aquella figura; y aunque desvió, precavida y rauda, la vista cuando la mirada masculina apenas rozó su silueta, una vez más llegó tarde. El joven terminó convertido en una hermosa y esbelta estatua de piedra.

-¡Otra más para la colección!- suspiraba una resignada Claudia mientras increpaba por enésima vez a su abuela Medusa por tan extravagante herencia. Y así le iba, sin hacer nada echándole la culpa a la genética.Buena semana.


domingo, 22 de noviembre de 2015

DESMENUZO UNAS SÍLABAS PARA EL SOL EN MI BOCA

Raquel cerró la puerta y se vio envuelta en el inconfundible abrazo del hogar. El día llevaba un par de horas despierto y , a pesar de ser otoño, se vestía con el modelo cielo azul verano.
Raquel preparó café y pintó en el almanaque un punto verde en el día que se correspondía con la jornada recién estrenada. Sonrió y tomó un sorbo del sabroso y humeante café negro. Sonrió como lo hacía cada vez que lograba vencer un miedo o cuando reconocía un temor o espantaba un sufrimiento. En estas ocasiones sonreía con el corazón. Como ahora.
Raquel le planteó a su hijo Esteban de 12 años, quince días atrás si quería ir solo al instituto que distaba ocho calles de la casa familiar. Había estado hablando con otras madres y estas la animaron a tomar tal decisión. Hasta ese momento, ella le dejaba en la puerta del centro, cada mañana, ejerciendo de abnegada guardiana de la integridad física de su descendiente. Pero Esteban había empezado en el instituto y los temores de Raquel, lejos de disolverse se expandieron como mancha de aceite. El chico le contestó que claro que sí, que se lo llevaba pidiendo desde que empezaron las clases.
Raquel, ese día, sacando fuerzas de flaquezas dejó que Esteban fuese solo, por primera vez el trayecto en el que se encontraría con sus iguales, camino del centro escolar. Recuerda ella que esa mañana no hubo café sabroso y humeante sino infusión de valeriana amarga y gélida. No hubo labios que sonrieran sino estómago que encogiera y corazón que galopara; y así esperando hasta que un mensaje del hijo notificaba que había arribado a costas seguras.
Raquel llevaba anotados los días transcurridos desde aquel primer intento de vencer al férreo coselete del miedo. Paradójicamente, dos días atrás, esteban, que era adolescente pero inteligente, le planteó a su madre que si le podía alcanzar al instituto dado que se había acostado muy tarde la noche anterior y estaba muerto de cansancio. La buena mujer contuvo los deseo de situarse en modo chófer y se inventó con una naturalidad pasmosa una excusa de tal creatividad que ella misma  no salía de su asombro.
Raquel, ahora contemplaba el día que se desplegaba ante su vista reparando en el periódico que le dejaba cada mañana el panadero; estaba abierto por la página en la que había una reseña literaria, con motivo de la presentación de su último libro, Un sudario del poeta Rafael José Díaz. Las palabras ardiladas con un sentido lirismo por el orfebre de la palabra llegaron a lo mas profundo de Raquel quien de forma emocionada e inconsciente leyó en voz alta:
“Desmenuzo unas sílabas
Para el sol en mi boca”
Sonrió, una vez más y salió a la calle de un pueblo en la volcánica, de casas blancas, azules y verdes isla de Lanzarote. Buena semana


 

domingo, 15 de noviembre de 2015

ADENTRO, BAJO LA DIVERSIDAD CROMÁTICA, NACE LA DULZURA.



Estefanía se aproximaba a la puerta de su casa en aquel atardece otoñal que tras el cambio horario anticipaba la llegada de la oscuridad. Vislumbró la figura de su vecino en amena charla con dos niños de poco más de diez años. En la acera de enfrente, la madre de los peques, observaba atenta la marcha de la conversación, junto al coche con el maletero abierto en el que se acomodaban dulces, prendas deportivas, toallas y otros envoltorios de formas insospechadas.
Estefanía anduvo el trecho que le separaba de su hogar; tras saludar se integró en la conversación en la que los chiquillos explicaban que estaban vendiendo diversos productos para financiarse en parte o en su totalidad el viaje de fin de curso que marcaría la despedida del colegio y la tarjeta de embarque al instituto.
Estefanía conocía este ritual que se iniciaba en noviembre, año a año y solía colaborar encargando un elemento lo más original y caprichoso posible. Para ella era el disfrute de la solidaridad. Así pues solicitó el catálogo a unos muchachos con mas buena intención que organización y alumbrada con la intermitencia de una farola dubitativa rebuscó entre páginas alegres.
El mayor de los vendedores, en un impulso acompañado de gestos nerviosos y circulares de las manos soltó un consejo no pedido con tal  vehemencia que  Estefanía se vio abocada a seguirlo a pie juntillas.
-“El que más me ha gustado es una bola del mundo que tiene dentro unos chocolates pequeños con lakasitos por fuera. ¡Están tan buenos! ”- masticó las palabras mientras se relamía.
Estefanía preguntó detalles sobre el precio y el tamaño del producto mientras el chico, ajeno al interrogante, hablaba desde su paraíso edulcorado hasta que cambió el rictus de su boca al concluir “¡La pena es que se hayan acabado! “. Como despedida tiró de recuerdos placenteros y se desparramó en un  “¡Pero los lakasitos….,mi madre, cómo estaban los lakasitos!.
No había mejor argumento que convenciera a Estefanía a inclinarse en la decisión final por un planeta Tierra habitado por confites del país de los lakasitos . Sonrió ante la pasión con la que aquel muchachote regordete hizo visible el volcán del deseo en un torrente dialéctico dulzón.
Acordaron la fecha de entrega del pedido y aun después de que el coche se alejara con los satisfechos vendedores, flotó  durante unos minutos, la estela de tiernos queques bañados en un mar de colores en el magma de un globo terráqueo. Y es que adentro, bajo la diversidad cromática, nace la dulzura. Buena semana.





domingo, 8 de noviembre de 2015

ABSURDO Y ASTIGMATISMO

El paseo marítimo era dominado por una construcción resultado del sueño del arquitecto que la diseñó; anhelaba convertir el monumento cultural en el faro de la playa, de la ciudad costera, de la isla con nombre de grandeza; llevaba el nombre de un ilustre nativo,de fama mundial, que había destacado en el delicado y entrañable campo de la ópera.
En la acera que se desplegaba a su pies, una pareja daba vueltas en torno a la taquilla herméticamente cerrada y completamente a oscuras.
El fluir habitual de transeúntes  mantenía su ritmo ajeno a la desorientación del matrimonio entrado en años.
Él sujetaba un papel en la mano al que giraba con tal expresión de confusión como si una repentina amnesia le hubiera borrado cualquier vestigio de su lengua materna. Ella hablaba en modo eco, repitiendo la última sílaba dicha por él; a lo sumo su creatividad se expresaba en alguna que otra muletilla desgastada que en ocasiones quedaba a medio nacer.
El espectáculo cómico al que esperaban asistir amenazaba con convertirse en un drama absurdo; o bien ellos estaban en el lugar equivocado, o bien la representación se había fugado de la cita prevista.
Desde una vista panorámica parecían dos trompos girando sobre sí mismos sin orden ni concierto.
Volvieron a la taquilla y confirmaron en un cartel que se produciría la apertura dos horas antes del inicio de toda representación. Pero solo quedaban diez minutos para que se alzara el telón y no había ningún indicio, por leve que fuera, de que esto fuera a tener lugar.
Perplejos, se sentaron en un banco frente a la imponente construcción mientras la noche brillaba, indiferente a su situación.
Más que tristeza era desconcierto lo que se pintaba e su rostro; la incomprensión les maquillaba agrandando sus ojos, perfilando sus cejas alzadas y marcando un apretado trazo descendente en la línea de sus bocas.
Él seguía  a su papel pegado; ella seguía a su lado, en su decir y en su callar.
Se levantaron y se fueron, llevándose con ellos los plomíferos pasos de la decepción para, sin norte ni cualquier otro punto cardinal como guía,ser engullidos por la multitud de paseantes.
Él sentía que algo se le había pasado por alto y en un último intento por reconquistar la cordura desanduvo las huellas de sus zapatos acompañado por el deshacer del andar de ella.
Retornaron al espectacular teatro y contemplaron casi con reverencia la ventanilla abierta de la taquilla como si de una luz salvadora se tratara.
Raudos, fueron a dar con la empleada que, tras leer el papel casi devenido en papiro, les aclaró, diligente, que la fecha  impresa era para el día siguiente.
Ni él ni ella habían revisado la reserva digital porque no veían de cerca y habían dejado las gafas en casa.
Se fueron carcajeándose a modo de aperitivo de lo que anticipaban sería las risas de la representación futura. Con alivio y alegría pensaron que con frecuencia la comprensión del absurdo cotidiano suele pasar por la ATENCIÓN a lo que se tiene delante. Buena semana.




domingo, 1 de noviembre de 2015

MARIQUILLA MARILYN

Mariquilla, con el pelo sujeto con un coletero, tenía los ojos bañados por la rabia apunto de rebosar. Sabía que era cuestión de minutos que empezara a moquear; y, aunque se resistía no conocía otra forma de dar rienda suelta al enfado que día sí y noche también, había sembrado pequeños surcos en su frente. Pronto cumpliría los veinte pero lejos de celebrar la juventud se sentía una anciana.
Mariquilla durante años dejó de soñar  con ser popular o destacar por encima de las demás chicas. Se limitaba a cultivar la semilla del árbol de la amargura plantada tiempo ha cuyas desabridas flores daban paso a los frutos agrios, único plato de su triste dieta emocional.
Mariquilla no tenía el dedo anular de la mano derecha. Un desgraciado accidente hizo que se lo amputaran cuando estaba a punto de cumplir doce años. Tras el impacto inicial, familiares y amistades se volcaron en agasajar a la pobre niña que, abrumada por tantas atenciones, tardó en tomar consciencia de las consecuencias de la pérdida. Al ser diestra hubo de entrenarse en el nuevo manejo de su mano para escribir. A veces se le cae algún objeto pues no calculaba su capacidad de sujeción porque no estaba familiarizada con la vacuidad. Aun así Mariquilla había ido llenando los distintos huecos físicos y emocionales que la ausencia del miembro le suponía con mas o menos fortuna. Hasta ayer.
Mariquilla palideció  cuando su mejor amiga le enseñó su anillo de compromiso. Entonces surgió en su corazón un agujero negro que se tragó su esperanza. Ella nunca podría lucir un anillo en ese dedo. Otra cosa es que quisiese o no. Porque lo que a ella le importaba era que poder, no podía.
Mariquilla margulló durante varias estaciones por los profundos parajes del dolor: a veces se hacía la triste, a veces se hacía la loba. Y tras su paso quedaba flotando el aroma de la asfixiante desazón.
Mariquilla contaba entre sus aficiones con el seguimiento televisivo de cualquier competición ciclista de renombre : la Vuelta, el Tour o el Giro quedaban registrados en el calendario como fechas en rojo en las que en la franja horaria del mediodía no estaba disponible. Y fue precisamente en la competición cuyo recorrido incluía la subida a los lagos de Covadonga, cuando un primer plano, en apariencia insustancial, se le quedó grabado en la retina: un corredor asía el manillar de la bicicleta con unas manos protegidas por unos extraños guantes con tachuelas.
Mariquilla no supo qué pasó por su cabeza pero lo cierto es que dos meses mas tarde lucía en su mano derecha una suerte capucha sólida en el lugar en el que debía morar el dedo segado, graciosamente ajustada a la muñeca con pequeñas cadenitas que formaban la labra Marilyn. Anillos, alguno que otro de compromiso, se ajustaron, de forma temporal a lo largo de los  tiempos venideros,  en torno a aquel dedo reconstruido.
Mariquilla, ahora en su taller de joyas, recuerda la primera vez que le preguntaron por el significado de su diseño con tan cinematográfico nombre. Ante la expectante mirada del periodista se limitó a explicar desde la mas absoluta neutralidad:
"Pensé que si Mary se podría traducir en español por María, Marilyn podría significar Mariquilla."
 Y así era cómo se sentía cada vez que contemplaba su creación, como Mariquilla Marilyn. Buena semana.





domingo, 25 de octubre de 2015

HASTA UN ÁTOMO HACE SOMBRA

Mario descansaba en el dormitorio. Revuelto  como el tiempo otoñal hubiese dado lo que fuera porque su cabeza parara en su constante girar.
La noche anterior había bebido y su garganta parecía una gruta áspera, reseca, envuelta en un perfume acre. En su cara se dibujaba el gesto adolorido que al despertarse se topa de bruces con los excesos del alcohol. No quedaba otra que esperar a que el tiempo hiciera su labor. El problema era que calculó mal y se había pasado; para mas inri en dos horas se habría de incorporar a una reunión de trabajo donde, a pesar de ser el que menos peso tenía, se esperaba su total entrega.
¡Me cago en la atención plena! – dijo, al tiempo que intentaba fijar su vista en un punto del cuarto convertido en noria. Por un momento deseó que todo desapareciera, él incluido en los anales del olvido humano.
Recordaba, ahora con inútil pesar, como repitió un mantra cazado al vuelo en la barra del bar donde había recalado con compañeros de la oficina tras la cena de negocios en el restaurante japonés de moda. Y ahora el sabor salado amenazaba con convertirlo en cherne para sancocho. La frase decía “Beber por haber bebido, no hay nada perdido” y lo que empezó como un ingeniosos y alentador juego se convertía ahora en lavanda sonora de una película terror.
Empezaron las náuseas y el sudor frío. Mario optó por no modificar la posición horizontal y conteniendo la respiración se entretuvo en el repetitivo y absurdo deporte de machaque obsesivo.
“Si es que no aprendo, si es que soy un crápula- repetía cansino.
Pasaban lentos los minutos por la estancia en penumbra y Mario seguía visitando su particular e intenso parque de atracciones sujeto a una eterna montaña rusa.
Haciendo un esfuerzo titánico logró llegar hasta la cocina, abrir la nevera, tomar la bolsa de hielo y volcarla en el fregadero para, acto seguido, emulando a Paul Newman en El golpe, sumergir su rostro en una helada e irregular piscina.
El impacto fue impactante. Repitió la operación una y otra vez hasta que dejó de sentir las punzadas en la frente, el ardor de las mejillas; en suma, hasta que dejó de sentir y su cara pareciera haberse sometido a un lifting de urgencia.
Gesticulando de modo grotesco fue recuperando la movilidad facial; solo  cierto tiempo después cayó en la cuenta de la anastasia, su flor preferida, depositada junto a una nota en la que con caligrafía gótica y cómplice se indicaba que la cafetera estaba preparada. Además había un añadido en el que le comunicaba que la reunión había sido suspendida por indisposición de su jefe, para el que también la fiesta nocturna parecía haberle pasado factura.
Mario nunca se había sentido importante; por el contrario se identificaba con el último de la fila y así vivía desde en la aceptación resignada; sin embargo, esa mañana sentía que la suerte le guiñaba  un ojo y le vino a la mente el rostro ajado y risueño de su tía Emilia, con el paisaje montañoso de fondo, diciéndole” Ten confianza en ti; especialmente en los momentos mas desastrosos pues recuerda que incluso un átomo hace sombra”.

Mario sonrió  al enigma nunca resuelto, a pesar de su empeño,  de cómo su tía Emilia, mujer rural y sin estudios, conocía  las palabras de Pitágoras. Buena semana.





domingo, 18 de octubre de 2015

¡QUÉ DOLOR, QUÉ DOLOR!

Dolores sintió el pinchazo en la sien derecha y a continuación la explosión de un volcán  que esparcía una estela de lava dolorosa; poco después brotaban otros cráteres a lo largo de la orografía craneal. Dolores tenía dolor de cabeza.
Los niños, el trabajo, la casa, las necesidades de los demás, las obligaciones voluntarias e involuntarias se habían juntado en el magma que afloraba con una estridencia paralizante.
Dolores tenía en ese momento dos opciones: la caída forzada de párpados, la mirada oriental, encogida y el hocico refeñegado; o por el contrario, el descanso a oscuras, el masaje con una crema de menta, la bebida de una tisana relajante y el sueño reparador.
Dolores pensaba que si ella no estaba a cargo de todo, nada saldría, Por esto una y otra vez lidiaba los días en los que era presa del dolor de cabeza con su espíritu de sacrificio como escudo y arma.
Y así con una periodicidad no deseaba tenía su particular descenso a los infiernos del que salía tocada y hundida.
Pero un día, Dolores sentada en medio del caos de necesidades y obligaciones ajenas se paró y bramó un NO interno tan intenso que los cimientos de la casa se removieron.

Dolores escuchó a su corazón que le dijo: TÓMATE TU TIEMPO. Y así lo hizo. Y el mundo siguió girando. Y Dolores rompió la tarjeta de embarque al  Averno.Buena semana.

domingo, 11 de octubre de 2015

LO QUE LA SÁBANA ESCONDÍA …..

Mercedes miró el móvil comprobando que faltaba alrededor de una hora para que acabara su jornada laboral. Estaba cansada y el calor pegajoso acrecentaba el monótono desasosiego que a pesar de la estación otoñal se había instalado por aquel paraje. Repasaba el orden de la ropa de cama de la planta cuando escuchó el pisar acelerado de Basilia que, mas blanca que la pared, llegó con hablar ininteligible, hasta donde estaba Mercedes. En menos que canta un gallo, las dos mujeres salieron de la estancia atravesando el pasillo del hotel siguiendo las instrucciones de una joven Basilia a quien un color se le iba y otro se le venía. Se pararon ante la puerta de la habitación 214 y Mercedes, intentando poner un poco de cordura en el guirigay  montado por su compañera, recapituló la información de la que disponía: al ir a hacer el cuarto, Basilia se encontró con el cliente tapado con una ´sabana sobre el sofá. Le llamó en voz alta en varias ocasiones pero no hubo la mas mínima respuesta por parte del bulto inerte. Bloqueada  primero y aterrorizada después, huyó despavorida en busca de ayuda. Y fue a dar con Mercedes.
Ambas mujeres se acercaron con cautela al sillón morado convertido en tálamo de tan extraño durmiente. Repitieron el ritual de las llamadas de atención y observaron con algo mas que preocupación que  permanecía tal cual. Finalmente, aguzaron el oído para identificar una respiración, por débil que fuera, con resultado negativo.
Llámale miedo, llámale precaución pero el caso es que  tras comprobar que la ficha de entrada de la habitación estaba a nombre de un alemán sexagenario, optaron por llamar a Dámaso el segurita que, a lo Hombres de Harrelson , sin tejado alguno para TJ-, inspeccionó el entorno; y con una concentración extrema se dispuso a desvelar el misterio retirando el lienzo que, temía, se hubiera convertido en sudario. Y lo que encontró Dámaso,  fue un cocodrilo hinchable de los que se podría comprar en la tienda del hotel.
-¡Vaya con el guiri pureta!. ¡Nos salió gracioso! – comentó un socarrón y aliviado Dámaso que no sabía qué hacer con el exceso de adrenalina que anegaba su  cuerpo.
Mercedes y Basilia como si de las máscaras del teatro se tratara pasaron del drama a la comedia en un santiamén agarrando al reptil y bailando con él una canción inventada a base de insultos concatenados.
Acabó el día de trabajo y Mercedes reproducía con palabras  y risas  la escena mientras le lavaban el pelo en la peluquería del barrio que refrescaba, una vez mas, su vida en los momentos en que el tiempo se empeñaba en negar la estación vigente. Buena semana.




domingo, 4 de octubre de 2015

LO QUE VES NO SIEMPRE ES LO QUE ES

Lucía sintió ganas de pasar un día tranquilo, en soledad que no aislamiento, pues su corazón andaba revuelto y las cosas del querer la tenían extenuada. Necesitaba posar su sentir en el muelle cojín del desapego para, contemplándole desde la distancia, tomar la decisión que le haría crecer.
Lucía condujo hasta la casa de campo de su abuela, fallecida dos años atrás. La viejilla Mara mantuvo con su nieta una comunicación muy especial que proporcionaba a la joven paz y confianza. Por eso, cuando debía enfrentarse a los avatares de la vida (azules o de cualquier otro color) Lucía buscaba el refugio físico de la casa de Mara donde se sentía amparada, de alguna forma, por la anciana difunta.
Lucía llegó a la zona boscosa y se encontró con la cesta de la leña vacía por lo que sin pensarlo dos veces, antes de que se hiciera de noche, se dispuso a recoger el combustible de madera para que la chimenea ardiera. Estimaba que estaría de vuelta en una hora y con tal disposición, se adentró, sonriente en el conocido bosque.
Norberto descargó el saco de troncos y mientras los apilaba recordaba los buenos momentos vividos en el lugar que fue el hogar de su infancia. Encendió la chimenea, removiendo el atizador y sintiendo el cálido arrope de la nostalgia. Pensaba encontrar a  Lucía, su hermana y al ver la maleta en el salón se dijo que no tardaría mucho en regresar. La notaba preocupada y conocía su ritual de buscar apoyo entre las cuatro paredes de la niñez compartida. Tomaba un café, oscuro, como le gustaba a su abuela Mara, cuando recibió una llamada del trabajo que requería su presencia. Dejó la taza en la encimera  de la cocina y sin dejar nota alguna, regresó a  la ciudad a hacer de apagafuegos laboral. Ya hablaría con Lucía en otro momento- pensó.
Lucía regresó veinte minutos mas tarde de la partida de su hermano. Con la leña a cuestas, quedó maravillada ante la visión de las llamas, escuchando el cadencioso crepitar de la madera y arropándose con la calidez del inconfundible aroma del  café natural de la marca Tirma con el que su abuela Mara acompañaba entrañables momentos. Para ella su abuelita estaba allí acompañándola y aconsejándola.
Lucía comprobó que no había nadie mas en la casa, que la cerradura no había sido forzada y que todo estaba en su sitio para a continuación cerrar con fechillo y pasar llave de la puerta de seguridad.
Acercándose a la cafetera notó que aun estaba caliente y con una emoción envuelta en lágrimas, dulcemente saladas, se sirvió un café que volvió a calentar e instintivamente miró hacia arriba esperando que su abuela no se lo tuviera en cuenta pues para Mara “el café recalentado no era café”. Se sentó en el sofá del salón, envuelta en una manta verde musgo, en la tarde fría que se despedía y así habló con su corazón.
Lucía y Norberto coincidieron dos días después en un almuerzo familiar; ella le contó la reciente y mágica estancia en la casa de la abuela Mara y cómo esta le había enviado una clara señal de lo que tenía que hacer en la encrucijada en la que se encontraba. Norberto despidió el conato de explicación racional pues la determinación plácida que se había adueñado del rostro de Lucía bien valía un silencio. ¡Y qué mas da si ella piensa que es la magia de la vida! –se dijo. A fin de cuentas lo que ves, no siempre es lo que es. ¿O sí?. Buena semana.







domingo, 27 de septiembre de 2015

SEPARADOS POR UN METRO DE CREPÚSCULO

Isabel terminó el segundo plato y, disciplinada, colocó los cubiertos de la forma protocolariamente establecida para que el camarero retirara el servicio. Un gusto sabroso y amarillo se alojó en su paladar hasta que fue a mezclarse con el sabor ligeramente afrutado del frío vino blanco que abandonaba la copa en la que morara desde hacía medía hora.
Isabel contemplaba el atardecer desde su terraza preferida, aquella que se desplegaba en un recodo de la avenida, justo en la zona que llamaban la Peña de la Vieja, o La Peña. El origen de tal denominación era confuso y tan pronto hacía relación al supuesto y lejano ahogamiento de una anciana, como a la vejez del accidente orográfico o a la abundancia de peces conocidos como viejas , famosos por su feliz maridaje con el aceite, la sal o la plancha.
Isabel se despedía de  ese día que suponía el adiós a su situación laboral tras cinco años de entrega casi absoluta. Dejaba la seguridad de un empleo fijo para abrazar una propuesta llovida del cielo, literal y metafóricamente. Semanas atrás se encontraba paseando por la playa de su ciudad cuando una ráfaga de viento le trajo, volando un panfleto en el que se solicitaba profesionales del sector audiovisual. Escéptica, guardó el papel con la intención de tirarlo en la primera papelera que encontrara. Pero no fue así .Dos días después, en medio de una discusión laboral, donde pudo más el hartazgo que el deseo de seguridad, se sorprendió, al buscar en su bolso un paquete de cigarros, ante la presencia del pequeño y ahora tentador rectángulo impreso. Con mas rabia que cabeza llamó y a partir de ahí se inició una ceremonia del adiós que concluía en este paisaje gualdo tirando a violeta.
Raúl chasqueó la lengua, levantando ligeramente el labio superior izquierdo. Era la mueca que se pintaba en su rostro cuando algún elemento de su entorno desentonaba. No solo le ocurría con el aspecto físico, que supervisaba una y otra vez sino también con el mental. Necesitaba controlar todo vestigio de pensamiento y encajarlo en un molde hecho a base de hacerse a sí mismo y de cultivar una independencia de postureo. Chasqueó porque su mesa preferida estaba ocupada.Empresario cotizado en el mundo de la comunicación, arrastraba tras de sí una estela de sinsabores emocionales cuya baba borraba con dramáticos y esporádicos encuentros. Buscaba los lugares concurridos donde poder pasar desapercibido y la profundidad del trato rayara la superficialidad de la nata sobre la leche.
Raúl había llegado a la cita con su última conquista diez minutos después de lo acordado, seguro de su victoria. Entendía las relaciones entre los sexos como una lucha en la que por ahora contaba con el título de vencedor. Conocedor de la técnica, en un primer momento del acoso y derribo, después del acercamiento y distanciamiento al estilo fijo discontinuo, sus relaciones siempre estaban encuadradas en un paréntesis que derivaba en un corchete donde mandaba el cálculo. Pero eso no lo sabía nadie, ni si quiera el propio Raúl que a base de repetir la misma acción había terminado por olvidar que escondía miedo y tristeza.
Raúl transitó por la velada que se deshacía de los trazos pajizos absorbidos por el violáceo nocturno como otras tantas veces en ese carrusel en el que se había convertido su vida y donde giraba y giraba sin avanzar hacia delante. Se trataba de no pensar mucho mientras se bajaba en la noria emocional esperando la cima que a su tiempo, aunque efímera, dotaría de sentido su tener que él confundía con su ser. Al llegar a la cafetería playera le esperaba la actual chica de sus sueños,  en una mesa cercana al cantante que, con su teclado, mezclaba notas, palabras, poesía con la sal y el aire marinos. El lugar estaba lleno de mesas separadas. Cada una sostenía  una comedia o tragedia que duraban  lo que una performance. Eran mudos  escenarios  de un elenco itinerante prestos a surtir  del atrezzo adecuado para cada representación.

Isabel solicitó al camarero la carta de postres mientras escuchó un sonido masculino , ligeramente nasal , que brindaba por los ojos negros femeninos  que, nublados por la juventud, le sonreían. Isabel miró la extraña pareja y el dorado de la tarde solo fue un recuerdo. Desconocía que pronto aquella voz besaría su cuello. Pero en ese momento su propietario y ella estaban separados por un metro de crepúsculo. Buena semana.




domingo, 20 de septiembre de 2015

EL TRES EN UNO QUE NO ES UN TRES POR UNO

Eustaquia llegó al aula en la que treinta pares de ojitos, a punto de salirse de sus órbitas, la miraban expectante.
Se presentó con el nombre de Eusti y se ofreció al acompañamiento en el viaje académico que aquellos rostros infantiles acababan de iniciar.
Con la complicidad del tutor del grupo, Eusti se despachó a gusto, orgullosa de contagiar la seguridad que – ella entendía- necesitaban los recién iniciados en la Enseñanza Secundaria. Les habló de esto y de aquello, encantada consigo misma de lo bien que lo hacía. Y a base de ejemplos que se envolvían en un silencio salpicado de risas espontáneas, explicaba lo que se entiende que es la madurez. Decía Eusti que de grandes, nuestros miedos  (en la mayoría de las veces) son fantasmas que tienen pesadas cadenas a las que aplicamos de vez en vez 3 en 1 para que no hagan ruido. Por eso- continuaba- aunque las personas mayores tenemos miedos, vivimos con ellos en una coexistencia pacífica que nos permite disfrutar de la vida y continuar creciendo.
Era la tercera vez , a lo largo de la mañana, que Eusti hacía esta presentación. Y se sentía plena.
Pero fue el caso que en medio de su discurso se le ocurrió preguntar al auditorio de infantes si sabían qué era 3 en 1 y como respuesta encontró un coro de voces que se expresaban a destiempo en una oleada de murmullos, hasta que sobresalió una rotunda que afirmó “Son las ofertas del supermercado”. Y otra respondió “ Es lo de algunos champús”. A lo que otra voz rectificó “Qué va, eso es 2 en 1”.
Eusti enderezó el entuerto previa humilde carcajada y tras salir del aula se dijo que no es lo mismo saber que saber comunicar .Y que en cada acto comunicativo, en el fondo, somos punto de partida y llegada. Tal vez habrá que escuchar el doble de lo que se habla, preguntar en vez de responder y estar atenta a la mirada que nos oye para que también aprendamos a escuchar. Buena semana.








domingo, 13 de septiembre de 2015

AL CALOR DE LA LLUVIA CRECEN TANTO LA BUENA COMO LA MALA HIERBA

Gervasia se plantó frente al pequeño huerto pertrechada con tijeras de podar, pala, rastrillo, bolsas y otros atarecos. Dispuesta a habitar el terreno familiar en las próximas dos horas  iba vestida con la ropa que facilitara la posición cuerpo a tierra. Y en realidad,  algo tenía de trinchera aquel espacio rectangular patrimonio de su estirpe pues allí no quedaba otra que, en cuclillas o  boca abajo, contactar directamente con el suelo y tragar el polvo.
Gervasia regresaba de unas cortas vacaciones en un paraje del interior donde el término medio había sido exiliado: cuando hacía frío, tocaba abrigarse hasta la coronilla. Cuando hacía calor, cada inspiración era lava candente que con la espiración trocaba en brasas ardientes. En su lugar de residencia, ahora, era otoño pero Gervasia disfrutaba de una primavera interior de cuyo mantenimiento se ocupaba con gozo.
Llevaba lloviendo varios días en modo  chispi chispi cuando Gervasia hundió sus botas en una foundé terrosa que recubría semillas, hojas y pequeños bichillos con una masa canela y compacta.
Gervasia revisó amorosamente el estado de ramas, hojas, troncos y raíces y tras esta concienzuda ITV se dispuso a recorrer y, si era menester, sanar el entorno de cada vegetal.
Gervasia  pensaba que a la llamada de la vida hecha agua , no solo crecía lo plantado desde la consciencia sino todo aquel hierbajo que al encontrar espacio y lugar, colonizaba mundos ajenos, adornando aunque fuera efímeramente, pues lo que no se cultiva, no da frutos.
Gervasia se dijo que tendría que emplearse a fondo para discernir qué dejar y qué arrancar en aquel lugar donde la vida se desplegaba en toda su paradoja. Y a ella le tocaba desempeñar el noble oficio de jardinería. Así que no quedaba otra que, con atención, sumergirse en el fango. Buena semana.






domingo, 6 de septiembre de 2015

MANOS FORNIDAS, SÓLIDA BARANDILLA Y BRAZOS SOLIDARIOS

Nazaria subía lentamente los peldaños de la escalera apoyada en el barandal y en Camila, la persona que la cuidaba desde hacía años.
Tenía Nazaria las piernas hinchadas por la retención de líquidos, aunque ella era abstemia; cada paso que daba era una medalla de oro pues los doce escalones que la separaban del dormitorio necesitaban de un cuarto de hora para ser recorridos.
Nazaria tenía fuertes manos con las que asirse a un sólido pasamanos y además le acompañaban unos brazos solidarios que le hacían habitar en la confianza mas genuina.
Nazaria, ya en su cama, recuerda las noticias del día entre las que se fija en su mente la imagen de una marea humana huyendo de la guerra que jalona las fronteras de la paz. Paradójicamente son  los afortunados porque miles quedaron en el camino o en el mar.
Nazaria se acurruca, arropada por unas sábanas de franela que calientan su corazón. Piensa en las personas que, como ella, dependen de otra para vivir. No en sentido metafórico sino literal. Y vuelve a visionar, como si de una película de terror se tratara, la mirada inerte de quienes no tienen unas manos fornidas, un suelo que pisar, una baranda que abrazar o unos brazos que hablan el idioma del amor.

Piensa que aunque  esta puede ser su última noche , sería una despedida envuelta en el sudario de la dignidad. Se siente tristemente privilegiada en un mundo en el que millones de seres forman una amalgama difusa, sin rostro, sin voz, sin cuerpo y  que solo pretende ejercer el derecho de vivir en paz. Buena semana





domingo, 30 de agosto de 2015

EL CORAZÓN EN LA PARED DE LA DUCHA

Isolda entró en los vestuarios femeninos dejando una estela de pequeñas gotas de agua .Había nadado el tiempo previsto y sentía esa euforia que hace disfrutar de  la ligereza que no da margarina light  alguna por mucho que se apropie de tal título. Se dirigió a la ducha con las chanclas puestas para quitarse el cloro de la piscina. Prefería bañarse en casa donde su baño no tenía nada que envidiar al de Cleopatra: geles, champús, cremas y aceites atrapaban al que se aventuraba por esa estancia de líquido placer. Y a ella le encantaba ese encierro.
Isolda se disponía a abrir el grifo cuando se percató de un cabello largo y negro que adherido a la pared ponía una nota, digamos cutre al momento. Así que una vez que empezó a correr el agua, impulsada por la repugnancia a la suciedad desvío la trayectoria del elemento que, generoso caía en torrente sobre el cabello desubicado. Se movió este sinuoso adoptando requiebros hasta que fijo su forma en la de la silueta de un corazón que quedaba justo a la altura del pecho de  Isolda.
¡Qué mágico momento!- pensó Isolda que dejando a un lado su fundamentalismo higienista, envolvió su cuerpo con el agua fresca que barría todo resto del  potente desinfectante,  en compañía del bien perfilado corazón al que solo le faltaba latir.

Solo después de salir del recinto deportivo, cayó en la cuenta de que hubiera podido sacar una foto a tan peculiar imagen; pasaron solo breves segundos para que se dijera que no era necesaria instantánea  alguna para recordar que la magia de la vida, si utiliza el amor como antiséptico troca cualquier desecho, por asqueroso que nos resulte, en la mas bella estampa. Y desde entonces practica este reciclaje. Buena semana.


domingo, 23 de agosto de 2015

SE ELEVABA EL SONIDO POR ENCIMA DE ……

Sonaba Guantanamera en la cafetería de aquel parque amplio aunque acogedor de público variopinto.
Se elevaba el sonido por encima de los gritos infantiles, reclamando la atenta presencia de sus familiares, para que fueran testigos de sus proezas en el tobogán.
Se elevaba el sonido por encima de los chillidos que escoltaban a cada uno de los pedazos de pan, lanzados por manos infantiles y adultas, al lago donde patos, peces y tortugas pugnaban por hacerse con las migas del tesoro.
Se elevaba el sonido por encima de los pensamientos de quienes paseando o en quietud se interrogaban por el sentido de la vida, huidizo como la nieve que se deshace al asirla dejando helados los corazones.
Se elevaba el sonido por encima de los brindis de un grupo de amigos que celebraban no recordaban qué, pues la cita que les convocaba cada domingo extravió su origen en el transitar de las semanas que de pronto fueron años.
Se elevaba el sonido por encima de la intensidad con la que dos pares de ojos se encontraban, anticipando el placer con el que cerrarían el día.
Se elevaba el sonido por encima de los sueños que se despertaban en quienes reposaban sobre una ligera manta, en horizontal contacto con el césped,  cuidado, suave y del color de la esperanza.
Se elevaba el sonido hacia el cielo celeste con alguna hilacha blanquecina que despedía la tarde.
El aire se hacía a un lado, gustoso, para dejar espacio a la melodía brasileña que endulzaba el final de la semana en aquel parque amplio aunque acogedor de público variopinto. Buena semana.







domingo, 16 de agosto de 2015

LA HORA DIARIA DE MIRARSE MIRAR

Don Casimiro paró delante de la terraza dudando si hacer un alto en su paseo, saborear un cortado oscuro y asomarse al mundo mientras leía el periódico local. La  cultivada inercia le hizo escoger una mesa esquinada que le permitía una visión privilegiada del paseo marítimo.
Sorbo a sorbo, lentamente, sentía el negro aroma aposentarse en su boca y con la fragancia llegaba el placer.
Es nuestro hombre un señor de unos sesenta años que tras muchos tumbos, habitando numerosos lugares, recaló en el pueblo costero por el que a diario dejaba su estela como si de un caracol diletante se tratara. Una hora diaria había sido suprimida de su horario y la empleaba en pasear y contemplar la vida; cada día, pues, constaba para él de veintitrés horas; con los sesenta minutos desaparecidos construía don Casimiro un espacio de consciencia en el que la única consigna era el no juicio.
Empezó con esta práctica siete años atrás en una ciudad norteña en la que la humedad asfixiaba en vez de refrescar, cinco de los doce meses del año. Don Casimiro había sido contratado como comercial en una multinacional y dado su falta de arraigo era el candidato perfecto para rotar según las necesidades de la empresa. Así había recorrido gran parte de la geografía continental hasta que arribara a aquella tierra hecha de sol y viento. Una tarde extrañamente tormentosa de verano, fenómeno achacable al cambio climático le dio por pensar que la repetición mas o menos constante de sucesos unida a la necesidad de orden del ser humano daba como resultado la creación de la llamada normalidad. Pasado un tiempo, olvidada este ejercicio de creación divina, la explicación certera pasaba a ser reflejo de lo acontecido olvidándose que de ser espejo de algo, lo sería del ardilar humano. Y le dio por continuar en su investigar, en los instantes de la tempestad estival, que sería mas lógico, a la hora de preguntar la edad, asociar la respuesta con los años probables de vida mas que con lo yas vivido. No era una idea estrictamente suya  pues su amiga Luisa  se la había sugerido en una de las muchas charlas que compartían regularmente.

Este planteamiento fue el que le hizo enfocar su mirada hacia la tierra que podía arar mas que hacia las pasadas cosechas, abundantes o escasa, pero en cualquier caso ya enterradas en el abismo temporal. Por esto, cada día se reservaba una hora de sus estimados veinticinco años por vivir. Este había sido su hallazgo mas valioso. Por esto cada día, don Casimiro, una hora, cada día se dedica simplemente a mirarse mirar la vida. Buena semana.

domingo, 9 de agosto de 2015

TORMENTA DE ARENA

Cayó una tormenta de tierra en pleno verano; desde la visión panorámica del satélite, se observaba cómo la masa compacta se apoderaba del espacio a modo de un polvoriento telón que se adueña del escenario, tras concluir la representación.
El aire sudaba un calor desconocido por aquellas latitudes; la población sentía que su piel se cubría por otra, pegajosa y transparente que la sumía en una lenta opresión.
Para quien debía trabajar, aquella sensación era un añadido a la condena laboral; para los que no tenían trabajo, el agobio que se respiraba con el aire, retroalimentaba el desaliento; pues a la inactividad forzosa se le sumaba el malestar que nacía de las entrañas físicas y metafísicas; para los que estaban de vacaciones, la ausencia del cielo azul y el mar en calma constituían el pliego de descargo para la reclamación vital a la que se consideraban con derecho tras un año de duro y precario laborar. Y así pasaron los días de tormenta de arena en aquel pueblo que no podía  hacer nada, no entendía qué pasaba y no daba valor a lo que vivía.
La Naturaleza, sin embargo, se adaptaba a aquella situación y tanto plantas como animales aprovecharon esos días de polvo violento en suspensión para mirarse hacia adentro, recorrer los vericuetos internos del sentir y descansar de la rutina cotidiana. Instalados en un traslúcido presente continuo, miraban, respiraban, traspasaban y finalmente soltaban. Y a su tiempo, después de la tormenta, llegó la calma. Buena semana.