domingo, 27 de noviembre de 2016

Nº 177. CIERTO DÍA….CAMBIÓ.

De joven había prisa en su decir, en su hacer, en su pensar. Sentía pánico ante la ausencia de sonido cuando la abrasaba el silencio.
Su modo de estar era “oreja fuera”; no contemplaba , ni siquiera como remota posibilidad, practicar “ oreja dentro”.
En su paisaje humano brotaban la calamidad emocional, la precariedad económica y esporádicas patologías que amenazaban con hacerse crónicas; todas, malas hierbas que no lograba arrancar de cuajo.
Paradójicamente, su exterior lucía pulcramente cuidado hasta límites insospechados. Un impulso incontrolado generaba la confusión entre su Imagen expuesta y su ser preservado cuyo devenir maquillado con habilidad se inmortalizaba en instantáneas  de virtual presencia en el universo digital. Entre fotogramas estridentes y en  color su día a día era una película muda y en blanco y negro.
¿qué ocurrió para que el predecible destino abisal trocara en fructífero cruce de caminos conducentes a la autorrealización?
 Pues…..
Cierto día se cansó de estar cansada y de su andar cansino.
Cierto día cambió de gafas tras ajustar la graduación que le permitiera contemplar nuevos perfiles del paisaje.
Cierto día aprendió otra sintaxis del corazón, se instruyó en una nueva semántica del verbo amar, conocer y sentir  y a base de práctica se convirtió en perita (no necesariamente dulce).
Cierto día dijo basta.
Cierto día comprendió que tenía derecho a vivir en paz.
Cierto día el pasado se desintegró como el sueño al despertar.
Cierto día renació envuelta en la placenta de la comprensión, llorando al atreverse a respirar, abriendo los ojos a lo que quería ver y cerrando la mirada a lo que no.
Cierto día …..  cambió: se reinventó.
Ahora sabe que es posible; que es deseable; que es suficiente y necesario; que es la más válida de las premisas para partir rumbo al futuro.
Adelante y mucha suerte.

Buena   semana.

domingo, 20 de noviembre de 2016

nº 176. EDAD SIGUIENTE


Aganeye recibe la noticia con satisfacción. La fecha en la que podrá disponer de su brazo ortopédico queda fijada en el mensaje que recibiera minutos antes. Inauguraría, pues, la primavera con un estreno anatómico.
Aganeye siente miedo ante el horizonte que la ciencia le brinda. Está contento aunque un, ligero pero constante, reflujo de congoja le acompaña en su respirar desde que su sueño tomó trazas de realidad
Aganeye tiene una mirada donde el miedo anida. Y no sabe qué hacer para impedir que las crías del temor crezcan. Entiende como vital conocer lo que es real  y lo que no; lo verdadero y lo que no; lo bueno y lo que no; lo bello y lo que no.
Aganeye se sorprende porque a diario no necesita apegarse a certezas. Así lo había decidido en la infancia, a modo de coselete intelectual, para defenderse del interrogante que, desde que tuviera uso de razón, zumbara en su mente como enjambre de abejas “¿Por qué a mí?.
Aganeye nació con un brazo incompleto. Ahora es un adolescente que no quiere que su juventud quede también cortada. Es valiente y a pesar de los buitres carroñeros del pánico que habitan en sus pupilas, se muestra contenido aunque huye de mirarse en los ojos de otro ser humano. Sólo su perro, Bola de nieve, tiene visado para arribar a las costas de su paisaje interior.
Aganeye es muy activo en el ciberespacio. Ha creado un personaje en el que mora cada vez que se conecta a un mundo anónimo y donde  logra ser popular. Tiene muchos seguidores, anónimos también,   y toma rigurosamente , como si de una medicina imprescindible se tratara, su dosis diaria  de ”ME GUSTA” que acompaña a cuanta imagen o comentario hubiera subido al espacio digital.
Aganeye ha crecido en el mundo de las nuevas tecnologías. Tiene dificultad para comprender que sus progenitores rechacen frontalmente explorar las apasionantes rutas alcanzables a golpe de un  clic.; le resulta todo un enigma la desazón que observa en sus mayores cuando teclean o han de interpretar las instrucciones que muestran la pantalla para llegar a la página deseada. Le asombra la necesidad de encontrar la unidad en el tiempo, en el espacio, en la verdad…Bueno, le asombraba porque ahora ya no.
Aganeye va enfilando hacia la mayoría de edad .Pero le cuesta reconocerse en tiempo y espacio concreto: siente el vértigo al cabalgar en un mismo momento a   través de parajes contrapuestos: tan pronto se ve reflejado como un híbrido entre antiguo y medieval, como peregrino que abandona el feudo y arriba a las costas del heliocentrismo, o como el artesano que se atrinchera en las barricadas marginales ante el ejército implacable de la industrialización. Así está; a medio camino entre dos mundos, siendo el jueves de la semana, las seis en punto en la esfera del reloj.
Aganeye intuye que pasado, presente y futuro desdibujan sus límites, otrora tan precisos.; intuye que el aquí y el allí de sus antecesores han de ser reubicados; intuye, en fin, que la llamada realidad ya no se viste con los ropajes de la sólida presencia y lento ambular trocando en atuendos más  efímeros y raudos; intuye que la publicidad y la privacidad ha decidido replantearse su relación, para escándalo de los peritos en acotar umbrales.
Aganeye valora como obsoleto  la cantidad ingente de papel que reproduce conocimientos, recuerdos, rostros, lugares…. Y que ocupan tanto espacio. Y qué decir del correo postal, evocación de la eterna espera,  propias de otras épocas. Ininteligible en el ahora ,cuando la comunicación  vive en el ya mismo.
Aganeye habita el cosmos de la relatividad, la incertidumbre, lo cuántico, la fusión espacio-temporal que diseñan fronteras vitales en continuo movimiento, que sostienen redes de cuerdas cuya urdimbre está aún por descifrar. Para sus mayores este mundo es un caos. Para el joven es un aleteo de creatividad que con cada batir de alas hace brotar infinitas posibilidades.

Aganeye experimenta ese fluir de oportunidades cuando surca el espacio digital; pero sutilmente, poco ha,  se ha despertado en él una curiosa necesidad de pertrecharse con élitros eficaces para mantenerse en el aire que le indiquen  por qué y para qué volar o navegar. Buena   semana.



domingo, 13 de noviembre de 2016

nº 175. EL CHEEK BONE

Andamana vivía al final de una empinada cuesta en un populoso barrio portuario. Tenía una casa terrera que en sus orígenes  fue un solar y con el paso del tiempo devino en una suerte de mini urbanización donde cada descendiente fue levantando las paredes de pequeñas pero acogedoras viviendas.
Andamana era una mujer familiar, una auténtica matriarca. Había tenido nueve hijos, dos hembras y  siete machos, amén de dos abortos que se produjeron en los primeros meses de embarazo cuando ya pasaba los cuarenta.
Andamana era una auténtica madre coraje si bien su valentía y poder se reservaba para el ámbito privado. Era algo así como el pegamento que unía los trozos rotos del vínculo familiar cuando, según ella decía, la pasión venía antes que la razón.
Andamana era muy guapa; tanto que de joven en el barrio decían de ella que mandaba las coles a la plaza. Casó casi adolescente con un marino que le llevaba diez años y creció deprisa. Floreció pronto y fijos los pies en el suelo, la cabeza se dirigía hacia las estrellas que contemplaba primero, sentada en una silla cuando el piso era el polvoriento descampado y después, desde una cómoda terraza, arrullada por el balanceo de la mecedora que sus primeros nietos decidieron regalarle, en una de su numerosas onomásticas celebradas.
Andamana era coqueta pero no gastaba dinero en cosméticos ni pinturas. Tenía la habilidad de atusarse el pelo de tal forma que encuadraba su rostro de forma armoniosa confiriéndole un ligero aire de heroína romántica.
Andamana sentía especial predilección por los descendientes  que tanto hijos como hijas le habían dado a lo largo de varias décadas. Le gustaba especialmente hablar con quien, a su juicio,  tenía la llave del futuro, la juventud. Fue, precisamente,  en una conversación con dos de sus nietas en medio de la cual,  las chicas se empeñaron en maquillar a la anciana, cuya vitalidad desmentía su edad , que al escuchar a una de ellas explicarle con total naturalidad que la clave para realzar la belleza del rostro estaba en marcar bien el cheek bone ( o chicboun como ella escuchó) cuando la venerada dama  soltó una carcajada, dejando en shock a las chicas, al no entender el motivo de esa reacción sospechando que la viejilla empezaba a descontrolarse.
Andamana paró de reír, cuando pudo y tras comprender que los términos anglosajones se referían a lo que se llamaba pómulo, miró a las mujeres en ciernes que aún atónitas tenía delante,y les dijo

-“Ni chicboun ni porra…el mejor realce del rostro es entrenarse en extender los polvos de la felicidad, ser consciente de la sombra que reflejarán tus ojos y optar por el carmín de los que dejan  huellas hermosas en el cuerpo que besan.Da igual chicboun más o menos marcado. La cuestión es siempre contar con una buena mascarilla de alegría, aceptación y delicadeza para acariciar el órgano más extenso que posee el ser humano, la piel, tanto propia como ajena.”-  Buena semana.

domingo, 6 de noviembre de 2016

nº 174. EL PRESENTE ES EL DESTINO.

Zebenzui se dispuso a iniciar los trámites necesarios para solicitar el traslado de su lugar de trabajo. Cada dos años podía  optar a cambiar de municipio ciudad e incluso, en determinadas situaciones, de país.
Zebenzui, con un cortado largo, calentando su mano izquierda, inició el ordenador pertrechado de la documentación y paciencia necesarios para  navegar por las procelosas aguas de la burocracia digital.
Zebenzui fue siguiendo los pasos requeridos por la sucesión de pantallas que contenían enjambres de celdas por rellenar con datos personales y laborales. Así concluyó con éxito la diligencia administrativa en un tiempo record para lo que solía emplear en semejantes menesteres. Pero antes de clicar en la palabra enviar se detuvo pensativo.
Zebenzui estaba contento con su vida. En apariencia no era para tirar cohetes pero contaba con personas valiosas y cosas que él consideraba también de gran valor. En varias ocasiones había tenido que tomar decisiones que le habían hecho cambiar de ocupación. Algunas, voluntarias; otras por necesidad. A veces por amor; otras por los vaivenes de la economía.
Zebenzui sabía que tras un tiempo, otro viene. Por eso no era persona especialmente apegada a casas, montañas, cielos o mares. Otra cosa era la mochila en la que guardaba la ternura hecha miradas, la complicidad del amor, las manos pequeñas de sus retoños y un desayuno bien surtido. Entre sus preferencias estaba empezar el día con mucha fruta y un sabroso aguacate con sal que comía cucharadita a cucharadita o con  dos o tres aceitunas grandes y ligeramente amargas acompañadas con el  pan de leña recién hecho;y por supuesto…un buen café con leche.
Zebenzui daba vueltas al ratón informático con el dedo y se dijo que ojalá siempre estuviera a golpe de un clic crear el propio destino. Aunque bien mirado – se corregía en su argumentación- había más de creación propia de lo que se imaginaba. En última instancia se hace lo que se tiene que hacer porque, por paradójico que parezca, lo que se tiene que hacer,  es lo que se puede, realmente, no  de manera virtual. Esta reflexión  le aportaba tranquilidad aunque no consuelo. Comprendía que todo llega en su momento y se va cuando le llega la hora. Lo había vivido en carne propia y lo aceptaba .Sabía que era inútil bucear en las aguas de los “ y si….”.Aún así, a veces, el espejo le devolvía su rostro convertido en interrogante.

Zebenzui respiró hondo y con calculada lentitud pulsó el botón, tarjeta de embarque a una nueva vida, a un nuevo destino. Lo hizo con la convicción de que todo destino se gesta en el presente. De ahí la importancia de mantener la atención en el  aquí y ahora. Buena semana.