domingo, 30 de abril de 2017

nº 198 MINUTEROS

Simón paseaba por la calle peatonal en el casco histórico de su ciudad. El asfalto brillaba por su ausencia; en su lugar, unos adoquines resultones pero que no dejaban de ser una barrera arquitectónica más para personas con necesidades motóricas especiales, contribuían al baño de nostalgia que todo centro urbano que se precie ha de ofertar en su propuesta de turismo cultural. Afortunadamente, él caminaba con normalidad.
Simón deambulaba por callejuelas que a modo de laberinto rotaban alrededor de un tiempo pasado, mejor o peor según opiniones varias, pero que impregnaba el aire con un inquietante aroma a cilantro, comino y ajo.
Simón no era hombre de añoranzas. Para él, el pasado, pasado estaba .No albergaba rencor alguno por los sucesos pretéritos que poblaban su biografía pero tampoco hubiera deseado revivir lo que una vez fue pero que ya había finiquitado.
Simón se encontraba en el momento vital que denominaba zona cero. Leyó en cierta ocasión que así se llamaba a “la zona de mayor alcance o máxima devastación en tragedias, accidentes y ataques de casi cualquier tipo como podrían ser el epicentro de un terremoto, la zona de impacto de un maremoto en la costa, etc”. Recordaba que le gustó encontrar una expresión que reflejara tan acertadamente su pensar y su sentir de entonces.
Simón ha ido experimentado en varias épocas de su vida el derrumbe de su mundo. También la reconstrucción que levantó otro universo como si de una sucesión de imperios se tratara. Una mañana escuchó en una tertulia radiofónica que la media de traumas devastadores que acontece a cada persona es de dos. En esto, como en otras cosas, él estaba por encima de la media. Aunque de haber podido elegir, hubiese optado por diluirse en el discreto término medio estadístico.
Simón detuvo su andar ante lo que, a primera vista, parecía una representación teatral. Se paró junto a un nutrido grupo que alegre, comentaba y negociaba el precio de una compra.
Simón prestó atención y se dio cuenta de que los protagonistas de aquella escena eran unos minuteros que parecían haber traspasado el umbral del tiempo .Aprendió que “los fotógrafos minuteros se han caracterizado por revelar y entregar imágenes en apenas diez minutos. Las instantáneas recuerdan a la época de abuelos y bisabuelos. La peculiar cámara es una caja hermética de madera que contiene en su interior un objetivo, papeles de impresión y líquidos químicos para revelados”. Disciplinado como era ocupó su lugar en la dicharachera cola, aguardando el turno para inmortalizar el pasado futuro. La imagen sería el testimonio gráfico de cómo una vez más, haciendo trizas  los pronósticos, había descendido a los infiernos.
Simón se aprestó a calarse el gorro que a modo de atrezzo le proporcionó el  minutero mientras introducía la mano en una misteriosa  manga negra.
Simón, de pronto, sintió que en ese momento empezaba la reconstrucción. Y sonrió  … en blanco y negro. Buena semana.




domingo, 23 de abril de 2017

nº 197 ALHARACA

nº 197 ALHARACA
Susana sumergió el cuchillo en la salsa a la pimienta que cubría un filete de ternera. Desde la templanza, como abordaba cada una de las cosas. Y hacía mucho cada día.
Susana engulló un pequeño bocado y se entretuvo masticando. Pronto el picante cobró protagonismo enrojeciendo ligeramente sus ojos.
Susana tomó un trozo de pan para contrarrestar el ardor ignorando  la tentación inicial de beber un sorbo de agua; pulso ante el impulso.
Susana contempló el local donde se daban cita informal , en mesas separadas, hombres y mujeres que, tras la pausa del almuerzo, retornaban a su quehacer laboral o de otra índole. El espacio era acogedor.
Susana era una mujer de poca alharaca; se incluía en el grupo de quienes interpretan de mal gusto " la extraordinaria demostración o expresión con que por ligero motivo se manifiesta la vehemencia de algún afecto, como de ira, queja, admiración, alegría".
Susana era más bien para dentro: se identificaba con gavetas y armarios más que con puertas y ventanas. Si no fuera porque su tez morena lo contradecía sería una perfecta japonesa en cuanto al distanciamiento físico se refiere. Dar la mano era suficiente, y a veces estimaba que excesivo, cuando le presentaban a alguien. No encontraba placer en besar la mejilla desconocida. Al contrario, se le antojaba como un peligroso ataque cercano a la yugular.
Susana, tras almorzar, entró en la oficina municipal a fin de realizar una gestión rutinaria cuando se paró ante una pintada abandonada en la penúltima letra
 LUCHA POR TUS SUEÑOS
TRANSFORMA TU VI
Susana reanudó su paso mientras el graffiti se mezclaba con el regusto sabroso de la comida que el dentífrico mentolado no logró desterrar. Hacía mucho tiempo que no construía sueños y no recordaba cuándo fue la última vez que su ropa, interior o exterior, se adornara con los encajes del entusiasmo. La vida que ella transitaba se había convertido en un uniforme gris, aún en verano. Y en ese instante fue consciente de que necesitaba color.
Susana se sorprendió repitiendo en voz baja primero y luego entre risas, una locución latina aprendida años ha y hasta ese momento, olvidada. "Carpe diem" resonaba en su cabeza y en cada poro de su piel. Nueve letras que a modo de callejero eficaz le orientarían en su andar.
Susana ahora no solo camina; corre, salta, vuela, se sumerge, se cae, se levanta …. continúa. Y combina la seducción de la sabrosa pimienta con la dulce fragancia de la canela. Buena semana.







domingo, 16 de abril de 2017

nº 196 BUEN OLFATO


Pablo sale a la calle una mañana de abril. Hace bueno. El sol tibio besa su rostro con dulzura. La plaza por la que pasea está recién limpia. En el aire trota y después cabalga un penetrante y sabroso  olor a café.
Pablo persigue el aroma que le hace salivar como si de un perro de laboratorio se tratara, anticipando el alimento placentero.
Pablo pide un café expreso  y continúa la lectura que le acompaña desde ayer. Lee sobre la imposibilidad  de ocultar por mucho tiempo lo que te roza el alma. Saborea las palabras con la boca húmeda  y fiel al metodismo caótico, como llamaría en cierta ocasión su mujer a esa manera suya  tan peculiar de coser palabra a recuerdo, inicia el recuento de las muescas que le legaron los últimos roces de su alma.
Pablo no necesita batiscafo para ser consciente de la profundidad de sus abismos. Se percibe trajinado por la vida; por momentos, enroscado en alguna caricia prudente o temeraria; por momentos, margullando en el mar del sinsentido que le ha llevado a descubrir la belleza oculta en tantas grutas profundas; por momentos, rebozado en la eficacia, el éxito, el reconocimiento, que en más de una ocasión le han dejado crudo por dentro.
Pablo  recuerda la mirada agonizante del moribundo al que asistió en la última noche de guardia. Sintió, una vez más,  en la pupila que se despedía ,el proyectil que se clavaría en un hueco de su ser donde hallaría asilo temporal o eterno, a saber.
Pablo recibe con deleite el café humeante que tomará como si participara del más sagrado de los rituales. Y lo hará solo, que no en soledad. Es la ocasión para la  que  reserva  su silencio, la sabiduría ajena en forma de escritura y la mirada clarificadora de la introspección más intuitiva. En estos momentos es todo nariz. El mundo, externo e interno, troca en fragancias que, pasado el instante, encajarán en palabras de manera más o menos ajustada. Pero ahora, al rozar su lengua ese amargo y oscuro deleite, la vida es efluvio intenso.
Pablo  avanza por  ”El cáliz de Corinto” de  Domingo Fernández Agis y el vaho se va vistiendo con vocablos que serán los cimientos de recuerdos  futuros. El café deja paso al agua fresca con una rodaja de limón en la que lo agrio mengua. Hace rato que la vista ha recuperado su pedestal y desde la atalaya observa en la lejanía cómo el olfato  principia la hibernación.

Pablo en apariencia, claudica, pero solo es una rendición temporal. Reproduce en voz alta las líneas que en el libro que le acompaña concluyen un diálogo de lúcidos  amantes y donde se otorga  categoría de identidad a la palabra. No puede evitar cerrar los ojos, y mudo,  inspirar profundamente. Buena semana.



domingo, 9 de abril de 2017

nº 195 PAVISOSO

Encarnación entreabrió los ojos, dudando si empezar el día o prolongar, aunque fuera cinco minutos más, el tiempo del sueño. Sin esforzarse en la decisión permaneció en un duermevela que para ella duró segundos pero que, según atestiguó el reloj de la mesilla de noche, se extendió por dos horas.
Encarnación con el cuerpo a su favor y la mente en la barrera se desperezó deshaciéndose como si de piezas de puzzle en modo diáspora se tratara. Vuelta a sí misma  en el posterior movimiento de reconstrucción anatómica se sintió, ahora sí, en condiciones favorables para bajarse al mundo.
Encarnación se encontraría al abrigo del atardecer con  Antonio, su amor.
Encarnación tenía un carácter alegre que minimizaba todo lo que  podía abocarla al menoscabo y realzaba aquello que, pese a las apariencias, la reconciliaba con el mundo zanjando derrotas pretéritas. Como le decía su abuela :“La sal no la dejaste en la pila, chiquilla”. El recuerdo de la anciana intentando poner límites a alguna travesura suya con seriedad histriónica que, más temprano que tarde, terminaba por desembocar en catarata de risa, la envolvía cada día y a su amparo se sentía un brillante granito de sal.
Encarnación amaba a Antonio. Se había enamorado de él y después aprendió a amarlo. Hablaban el mismo lenguaje aunque utilizaran lenguas diferentes. Ocurrió que  con el tiempo construyeron una gramática y una semántica común.
Encarnación agradecía a Antonio que no tuviera la necesidad de hacerse el gracioso en su presencia, cuando su natural era pavisoso. Ambos habían comprendido que la gracia o desgracia que aporta cada cual a este mundo no era una cuestión de objetividad sino que nadaba en la trocantes aguas de la subjetividad más cristalina.
Encarnación aceptaba que Antonio era patoso. Pero no tenía intención de instruirle en  destreza alguna. Se limitaba a no dejar a su alcance un objeto de valor  cuya manipulación supusiera  peligro .Y cuando no había tenido en cuenta esta precaución  y el resultado final había sido un conglomerado de cristales, pedacitos, otrora figura con identidad, se decía  que tal vez era el momento de aceptar que todo tiene un fin. Porque Antonio no era descuidado; era patoso. Como cadena de una condena arrastró los sambenitos de bobo, tonto, ñoño, desangelado en su infancia y a base de escucharlo de forma tan insistente, las palabras le golpearon en el cerebro y en el corazón y  de ser solo vocablos, para él,pasaron a ser él.
Encarnación recuerda que Antonio le contó el calvario padecido en su juventud; el fracaso había sido su segunda piel .Adherido a esta epidermis necesitó años de desuelle consciente que empezaron  por desoír los mensajes que enjuiciaban su ubicación creativa en el mundo. Y así, soltando, soltando, mudó de piel.
Encarnación y Antonio se conocieron un día de primavera con el cielo pintado de celeste. Y como era de esperar, el encuentro fue un tropiezo; Antonio andaba mientras  tarareaba la letra de una canción que tenía algo de pegajoso pues volvía una y otra vez a su mente .Encarnación andaba en dirección contraria tomando un café capuchino en un envase de plástico. Tres calles después se produjo el choque resultado del cuál  su camisa blanca quedó decorada con vetas marrón y beige así como el impacto sobre su pecho de un libro , hermoso y contundente ,Las mujeres que leen son peligrosas que Antonio había adquirido minutos antes en una librería cercana.
Encarnación aún disfrutaba de los efectos colaterales de aquella colisión : no solo la camisa blanca había abandonado su armario sino que había accedido a un tesoro del que no sabía, siquiera que existiera. La presencia de Antonio en su vida fue una de sus mejores coartadas vitales.

Encarnación y Antonio, a  su juicio, desde el comienzo de los tiempos,  se buscan  para perderse por las sendas del placer en su más variado espectro Y cuando no logran hallar el sendero, tranquilos, esperan con deleite el momento en el  que tanto una pero sobre todo otro, escenificarán, una vez más,  que en el dar y recibir placer nunca meten……la pata. Buena semana.




domingo, 2 de abril de 2017

nº 194 VETE DE PASEO

Gilberto regresa renqueando de la partida diaria en el bar.  La edad parece  pasarle factura con generosa propina. El trayecto que anda y desanda, al tumbar la sombrita, no parece compensar las tres horas que pasa sentado en la mesa sin más movimiento que el de la lengua para comentar ,sarcástico y a gritos, la jugada de algún compañero.
Gilberto apenas oye. Hace años que chilla, a él y al mundo. Y tanto uno como otro están acostumbrados a relacionarse con un volumen alto debido a la intensidad de sus decibelios.
Gilberto, una noche, le da vueltas al tema de mejorar su caminar hasta que llega a una satisfactoria solución que pondrá en marcha la tarde siguiente. Y así entusiasmado, descansa sintiéndose Arquímedes en momento Eureka.
Gilberto termina la primera ronda de las cinco que suele jugar; está alegre por haber ganado y esta contentura le impulsa para salir del local e iniciar un pequeño paseo alrededor de un parque cercano. Lo recorre con parsimonia deteniéndose en detalles de la flora y la diminuta fauna que pueblan el lugar.
Gilberto regresa con las extremidades inferiores ágiles y el rostro pintado con el color del bienestar. Sus amigos le interrogan por su ausencia y él contesta que ha decidido que tras cada partida, se va a dar un paseo para estirar las piernas. El plan se ejecuta tal como estaba previsto y caminatas y asientos se persiguen como el sol y la luna.
Gilberto ha mejorado su tono vital con el cambio que estaba en sus manos – mejor dicho en sus pies – y una semana después, se encuentra a punto de entrar en el parque cuando se percata de que detrás de él, se ha formado una fila india cuyos miembros son los compañeros de la timba.
Gilberto se ríe mientras piensa que hasta ese momento nunca se había sentido líder y menos sin ordenar o adoctrinar a  rebeldes o crédulos acólitos. Avanza la marcha serpenteante de ancianos por aquel reducto verde urbano, sin comentar nada, pendiente cada uno de continuar el paso del que le precede, atento a sí mismo y contemplando lo que le rodea con otro sentido si bien los sentidos siguen siendo los mismos.

Gilberto se siente  ligero. Gilberto se sienta. La siguiente partida está por empezar. Buena semana..