domingo, 30 de agosto de 2015

EL CORAZÓN EN LA PARED DE LA DUCHA

Isolda entró en los vestuarios femeninos dejando una estela de pequeñas gotas de agua .Había nadado el tiempo previsto y sentía esa euforia que hace disfrutar de  la ligereza que no da margarina light  alguna por mucho que se apropie de tal título. Se dirigió a la ducha con las chanclas puestas para quitarse el cloro de la piscina. Prefería bañarse en casa donde su baño no tenía nada que envidiar al de Cleopatra: geles, champús, cremas y aceites atrapaban al que se aventuraba por esa estancia de líquido placer. Y a ella le encantaba ese encierro.
Isolda se disponía a abrir el grifo cuando se percató de un cabello largo y negro que adherido a la pared ponía una nota, digamos cutre al momento. Así que una vez que empezó a correr el agua, impulsada por la repugnancia a la suciedad desvío la trayectoria del elemento que, generoso caía en torrente sobre el cabello desubicado. Se movió este sinuoso adoptando requiebros hasta que fijo su forma en la de la silueta de un corazón que quedaba justo a la altura del pecho de  Isolda.
¡Qué mágico momento!- pensó Isolda que dejando a un lado su fundamentalismo higienista, envolvió su cuerpo con el agua fresca que barría todo resto del  potente desinfectante,  en compañía del bien perfilado corazón al que solo le faltaba latir.

Solo después de salir del recinto deportivo, cayó en la cuenta de que hubiera podido sacar una foto a tan peculiar imagen; pasaron solo breves segundos para que se dijera que no era necesaria instantánea  alguna para recordar que la magia de la vida, si utiliza el amor como antiséptico troca cualquier desecho, por asqueroso que nos resulte, en la mas bella estampa. Y desde entonces practica este reciclaje. Buena semana.


domingo, 23 de agosto de 2015

SE ELEVABA EL SONIDO POR ENCIMA DE ……

Sonaba Guantanamera en la cafetería de aquel parque amplio aunque acogedor de público variopinto.
Se elevaba el sonido por encima de los gritos infantiles, reclamando la atenta presencia de sus familiares, para que fueran testigos de sus proezas en el tobogán.
Se elevaba el sonido por encima de los chillidos que escoltaban a cada uno de los pedazos de pan, lanzados por manos infantiles y adultas, al lago donde patos, peces y tortugas pugnaban por hacerse con las migas del tesoro.
Se elevaba el sonido por encima de los pensamientos de quienes paseando o en quietud se interrogaban por el sentido de la vida, huidizo como la nieve que se deshace al asirla dejando helados los corazones.
Se elevaba el sonido por encima de los brindis de un grupo de amigos que celebraban no recordaban qué, pues la cita que les convocaba cada domingo extravió su origen en el transitar de las semanas que de pronto fueron años.
Se elevaba el sonido por encima de la intensidad con la que dos pares de ojos se encontraban, anticipando el placer con el que cerrarían el día.
Se elevaba el sonido por encima de los sueños que se despertaban en quienes reposaban sobre una ligera manta, en horizontal contacto con el césped,  cuidado, suave y del color de la esperanza.
Se elevaba el sonido hacia el cielo celeste con alguna hilacha blanquecina que despedía la tarde.
El aire se hacía a un lado, gustoso, para dejar espacio a la melodía brasileña que endulzaba el final de la semana en aquel parque amplio aunque acogedor de público variopinto. Buena semana.







domingo, 16 de agosto de 2015

LA HORA DIARIA DE MIRARSE MIRAR

Don Casimiro paró delante de la terraza dudando si hacer un alto en su paseo, saborear un cortado oscuro y asomarse al mundo mientras leía el periódico local. La  cultivada inercia le hizo escoger una mesa esquinada que le permitía una visión privilegiada del paseo marítimo.
Sorbo a sorbo, lentamente, sentía el negro aroma aposentarse en su boca y con la fragancia llegaba el placer.
Es nuestro hombre un señor de unos sesenta años que tras muchos tumbos, habitando numerosos lugares, recaló en el pueblo costero por el que a diario dejaba su estela como si de un caracol diletante se tratara. Una hora diaria había sido suprimida de su horario y la empleaba en pasear y contemplar la vida; cada día, pues, constaba para él de veintitrés horas; con los sesenta minutos desaparecidos construía don Casimiro un espacio de consciencia en el que la única consigna era el no juicio.
Empezó con esta práctica siete años atrás en una ciudad norteña en la que la humedad asfixiaba en vez de refrescar, cinco de los doce meses del año. Don Casimiro había sido contratado como comercial en una multinacional y dado su falta de arraigo era el candidato perfecto para rotar según las necesidades de la empresa. Así había recorrido gran parte de la geografía continental hasta que arribara a aquella tierra hecha de sol y viento. Una tarde extrañamente tormentosa de verano, fenómeno achacable al cambio climático le dio por pensar que la repetición mas o menos constante de sucesos unida a la necesidad de orden del ser humano daba como resultado la creación de la llamada normalidad. Pasado un tiempo, olvidada este ejercicio de creación divina, la explicación certera pasaba a ser reflejo de lo acontecido olvidándose que de ser espejo de algo, lo sería del ardilar humano. Y le dio por continuar en su investigar, en los instantes de la tempestad estival, que sería mas lógico, a la hora de preguntar la edad, asociar la respuesta con los años probables de vida mas que con lo yas vivido. No era una idea estrictamente suya  pues su amiga Luisa  se la había sugerido en una de las muchas charlas que compartían regularmente.

Este planteamiento fue el que le hizo enfocar su mirada hacia la tierra que podía arar mas que hacia las pasadas cosechas, abundantes o escasa, pero en cualquier caso ya enterradas en el abismo temporal. Por esto, cada día se reservaba una hora de sus estimados veinticinco años por vivir. Este había sido su hallazgo mas valioso. Por esto cada día, don Casimiro, una hora, cada día se dedica simplemente a mirarse mirar la vida. Buena semana.

domingo, 9 de agosto de 2015

TORMENTA DE ARENA

Cayó una tormenta de tierra en pleno verano; desde la visión panorámica del satélite, se observaba cómo la masa compacta se apoderaba del espacio a modo de un polvoriento telón que se adueña del escenario, tras concluir la representación.
El aire sudaba un calor desconocido por aquellas latitudes; la población sentía que su piel se cubría por otra, pegajosa y transparente que la sumía en una lenta opresión.
Para quien debía trabajar, aquella sensación era un añadido a la condena laboral; para los que no tenían trabajo, el agobio que se respiraba con el aire, retroalimentaba el desaliento; pues a la inactividad forzosa se le sumaba el malestar que nacía de las entrañas físicas y metafísicas; para los que estaban de vacaciones, la ausencia del cielo azul y el mar en calma constituían el pliego de descargo para la reclamación vital a la que se consideraban con derecho tras un año de duro y precario laborar. Y así pasaron los días de tormenta de arena en aquel pueblo que no podía  hacer nada, no entendía qué pasaba y no daba valor a lo que vivía.
La Naturaleza, sin embargo, se adaptaba a aquella situación y tanto plantas como animales aprovecharon esos días de polvo violento en suspensión para mirarse hacia adentro, recorrer los vericuetos internos del sentir y descansar de la rutina cotidiana. Instalados en un traslúcido presente continuo, miraban, respiraban, traspasaban y finalmente soltaban. Y a su tiempo, después de la tormenta, llegó la calma. Buena semana.





domingo, 2 de agosto de 2015

VENIRSE ARRIBA

Ismael no quería comer. Tiraba la papilla de verduras una y otra vez para desquicie de su madre que, rozando el límite de la tolerancia, estaba a punto de estrellar el puré contra la pared.
La mujer había probado una variedad de estrategias que abarcaba desde el archiconocido avioncito, la cuchara por mamá, por papa, el cerrarle la nariz … pero nada. A lo sumo conseguía una sonora carcajada infantil que expandía una masa verdosa por el babero y aledaños.
En estas estaban madre e hijo cuando sonó el teléfono; Arminda descolgó y tras reconocer la metalizada y foránea voz que proponía una oferta irresistible de telefonía, lejos de despedir a la operadora con una frase protocolaria y por ende educada y aprovechando que el barranco Guayadeque pasa por Ingenio, inició un monólogo sobre las supuestas virtudes de la maternidad en las que iba desgranando renuncias y frustraciones amén de noches sin dormir que resumían lo que sentía en ese momento. Contó el tiempo que había tardado en preparar el potaje que pasó por un chino hasta quedar una crema de suave textura, la media hora que llevaba intentando que el pequeño tomara  una  cuchara, las dos noches en las que apenas había dormido pues al peque le estaba saliendo un diente y tenía mal dormir….. en fin, solo tras comprobar que había estado hablando durante quince minutos, gracias al reloj de cocina que tenía en frente, fue consciente de que al otro lado del teléfono sonaba algo parecido a un monitor de encefalograma plano; el pitido constante contrastaba con la expresión circunspecta de Ismael que mantenía la boca abierta, asombrado ante la vehemencia oratoria de su progenitora.
Arminda aprovechó la coyuntura y con la misma expresión feroz tomó la cuchara de comida y le fue dando a Ismael,  el alimento denostado hacía un cuarto de hora y ahora ingerido sumisamente.
Cuando terminó el momento alimentación, Arminda se quedó cavilando en lo que pensaría su muda interlocutora; observó los ojitos de lulú de su hijo a punto de caer en el mas reconfortante de los sueños  y se dijo que esta vez la inoportuna llamada  para venderte vete tú a saber qué, había resultado ser de lo mas conveniente. Y es que a veces no hay mas remedio que venirse  arriba. Buena semana.