Isolda entró en los vestuarios femeninos dejando una estela
de pequeñas gotas de agua .Había nadado el tiempo previsto y sentía esa euforia
que hace disfrutar de la ligereza que no
da margarina light alguna por mucho que se
apropie de tal título. Se dirigió a la ducha con las chanclas puestas para
quitarse el cloro de la piscina. Prefería bañarse en casa donde su baño no
tenía nada que envidiar al de Cleopatra: geles, champús, cremas y aceites
atrapaban al que se aventuraba por esa estancia de líquido placer. Y a ella le
encantaba ese encierro.
Isolda se disponía a abrir el grifo cuando se percató de un cabello largo y negro que adherido a la pared ponía una nota, digamos cutre al
momento. Así que una vez que empezó a correr el agua, impulsada por la
repugnancia a la suciedad desvío la trayectoria del elemento que, generoso caía
en torrente sobre el cabello desubicado. Se movió este sinuoso adoptando
requiebros hasta que fijo su forma en la de la silueta de un corazón que
quedaba justo a la altura del pecho de Isolda.
¡Qué mágico momento!- pensó Isolda que dejando a un lado su
fundamentalismo higienista, envolvió su cuerpo con el agua fresca que barría
todo resto del potente desinfectante, en compañía del bien perfilado corazón al que
solo le faltaba latir.
Solo después de salir del recinto deportivo, cayó en la
cuenta de que hubiera podido sacar una foto a tan peculiar imagen; pasaron solo
breves segundos para que se dijera que no era necesaria instantánea alguna para recordar que la magia de la vida,
si utiliza el amor como antiséptico troca cualquier desecho, por asqueroso que
nos resulte, en la mas bella estampa. Y desde entonces practica este reciclaje.
Buena semana.