domingo, 29 de junio de 2014

¿LAS SILLAS Y LAS MESAS PERTENECEN A ESTA CAFETERÍA?

Angustias caminó en dirección a la cafetería con nombre de marca de coches o de acción bienintencionada: Mercedes; presentaba el local, a esa hora de la mañana, un paisaje humano recién despierto, con el gesto del sueño, apenas abandonado, visible en la caída repetida de párpado o en el bostezo,  intercalados en el desayuno o en la charla.
Angustias se fijó en las sillas y mesas  situadas en la acera del establecimiento y decidió que era el lugar adecuado para desplegar, su portátil y el maletín con folios que contenían múltiple información a la espera de su embarque hacia el dispositivo digital. Restaba una hora para el inicio de su jornada laboral y había salido de casa porque necesitaba un espacio anónimo al aire libre donde concentrarse en una tarea que le resultaba gratificante por lo que deseaba disfrutarla con tranquilidad.
Angustias se disponía a tomar posesión del lugar cuando un señor maduro, con bigote bien perfilado se le acercó para tomar nota del pedido. Ya fuera por la prestancia de la figura femenina, accesorios incluidos, ya fuera por el tono de voz empleado, el caso es que ante un interrogante-“¿Las sillas y mesas pertenecen a la cafetería?”-  emitido por Angustias, el hombre se ausentó momentáneamente y de regreso le mostró un archivo con papeles que justificaban la legalidad de la propiedad.
Angustias aclaró, sonriente, la situación con el dueño de mirada alerta; pero tardó en dejar de reír pues años atrás ella había trabajado para Hacienda y uno de sus cometidos era precisamente el de verificar el orden burocrático de negocios hosteleros. El señor, cuya mirada se tornó aliviada, compartió carcajada y tras anotar el pedido de la mujer ejecutiva desapareció dejándola en su pequeño paraíso.
Angustias inició su ordenador y mientras el sistema operativo recuperaba el archivo deseado, se decía que, a menudo,  cada vivencia pasada aflora cuando el escenario presente es semejante sin que se dé una predisposición consciente; opinaba que las personas tendemos a reconocer aquel modus vivendi que nos resulta familiar, sea saludable o no, y por tanto a responder de  manera automatizada; esa respuesta inmediata, esa pericia en el saber hacer, casi involuntario, explica, en cierta medida, la dificultad para elegir otros caminos, otros roles, otros papeles a interpretar a menos que cambiemos el guión; parece que los años fijan rutas conocidas que a veces se reviven como postales o fotos de otro tiempo, ahora  tan lejano en la memoria que parece que pertenecieran a otra existencia.

Angustias se preguntó desde cuántos ángulos, la vida, la paciencia y el tiempo le brindarían las mas diversas posibilidades de actuación mientras saboreaba una refrescante naranjada que una figura campechana y de andar atlético acababa de depositar en su mesa. Buena semana.

domingo, 22 de junio de 2014

QUÉ SERENA ES USTED PARA BAILAR / SI PARA TODO ES TAN SERENA / ¡VAYA UNA SERENIDAD!

Angustias repasaba la lista de la compra que había elaborado Marcelo; la pareja se turnaba el registro de lo que se necesitaba y su reposición en el hogar; esta semana, ella era la encargada y por esto, estaba  en la tienda   sopesando la posibilidad de llevarse una nueva marca de remolacha roja; Angustias la  consideraba un producto exótico dotado de un mágico poder: teñir cualquier plato como si de un pigmento divino sobre tela nívea se tratara; se había acercado a este potente revitalizador en una lejana época, en la que Angustias echó mano de sus reservas energéticas, olvidando renovarlas; rozó peligrosamente el nivel mínimo de hierro por lo que hubo de cambiar hábitos alimenticios además de ingerir unas pequeñas botellitas de un líquido férreo que dejaba un rastro de esperanza verdosa y sanadora.
Angustias en ese momento en que la salud se volvió frágil, se aficionó a la remolacha roja que, a partir de entonces, fijó residencia en un estante de su despensa; y con el recuerdo granate del alimento le vino el del placer de la amistad concretándose en la invitación a cenar de Nataliya, con quien coincidiera en el trabajo durante una temporada; también les unía el deleite que produce la  gastronomía.
Angustias probó una fría noche de diciembre  una sopa a base de la hortaliza energética y repollo , que su anfitriona llamaba borsch, acompañada de las pampuschcas, esos panecillos calentitos, sin relleno y cubiertos con la salsa de ajo. Angustias recordaba que la sapidez del repollo y el regusto del ajo impregnaron intensamente su paladar y que al preguntar a su amiga  la fórmula  para resistir tan extraño regustillo, su discreta colega, con la mirada marrón donde la calma hizo hogar, le respondió que era una cuestión de” querer querer  “otra cultura, de voluntad de aprender, de inventar nuevas rutinas hasta que  termine por convertirse casi en una predisposición biológica.
Angustias no era de las de coquetear con lo agrio pero tomó nota de la receta que le instaba al cultivo de la tranquilidad, a la gradación en el cambio, al baile pausado con el que acompañar las distintas bandas sonoras de su vida; recuperando el viejo refrán de su niñez que proclamaba:
“Señorita,  qué serena es usted para bailar,
 si para todo es tan serena
¡vaya una serenidad!”

Angustias se dijo que realmente todo lo valioso que poseía había sido consecuencia de bañar en el almíbar de la placidez los bocados – especialmente los amargos – ofrecidos por la vida en las, solo en apariencia gratuitas, degustaciones cotidianas. Buena semana.


domingo, 15 de junio de 2014

PUZZLES: ROMPECABEZAS QUE TAMBIÉN SON ARREGLACORAZONES

Angustias se entretuvo mas de lo necesario en poner la última pieza de las 1500 que componían el puzzle que ella y Marcelo habían reconstruido; era un momento casi sagrado pues significaba el término de una tarea larga, aunque placentera; acostumbraba la pareja a implicarse en el empeño de sentarse delante de una mesa ex profeso, dispuesta a invertir espacio y tiempo, soledad y colaboración, silencio y palabra, impotencia y poder, mientras unas pequeñas fichas irregulares iban encontrando su acomodo guiadas por cuatro manos de hábiles dedos.
Angustias tenía un método: empezaba por buscar las figuras que conformaban los límites dentro de los cuales se ubicarían los detalles que, de forma aislada, no tenían sentido; pero que gracias a los bordes establecidos contribuirían a la creación de la imagen buscada con tenacidad. La tarea empezaba en marzo, con la primavera y dependía del devenir vital que abarcara verano, otoño e invierno: no le importaba, pues la obra en construcción debía ser sólida, para dar albergue a las enseñanzas que las emociones le proporcionaban; y sostenible, para que aprovechando el viento de los cambios, soplara a su favor.
Angustias observó el comecocos tridimensional que mostraba una playa al amanecer, con la marea baja, la huella del salitre como bigote canoso sobre la arena aun empapada y los amarillos y naranjas pintando el cielo casi oscuro, con trazos caprichosos y esperanzadores. Había sido un regalo de Nataliya, su amiga ucraniana a la que tanto apreciaba por la alegría con la que vencía los avatares cotidianos.
Angustias y Marcelo edificaban un puzzle al año;  después lo enmarcaban y durante cuatro estaciones pasaba a formar parte de la decoración del hogar; transcurrido este plazo, lo regalaban a familiares, amistades o gente desconocida para que acompañara, cual mudo testigo, el andar de otras existencias.
Angustias pensó que el valor de lo armado con tantas figurillas desiguales era que todas terminaban por encajar; cada pedazo con sus salientes y entrantes se conectaba de forma armoniosa con su alrededor; no solo  ninguno sobraba sino que, todos eran imprescindibles para el éxito final.

Angustias acarició la postrera ficha, esbozó una sonrisa y anticipándose a la secuencia enmarcado-exposición-cambio de domicilio, agradeció una vez mas tener una vida en la que ella también era parte de múltiples entramados, variando su posición; a veces ocupaba un puesto lateral, otras, esquinada, central, inferior o superior; estaba segura de que mientras hubiera oportunidad para la congelación del instante en el que habitaría temporalmente, se adiestraría en el arte de  la flexibilidad de la caña ante los embates del tiempo; reconocer que todos tenemos objetos que se esconden bajo el sofá (como hábilmente escribe Eloy Moreno) es aceptar que integramos múltiples realidades donde mentiras y verdades, secretos y evidencias, fracasos y triunfos, diseñan los mas variopintos rompecabezas que también son,  arreglacorazones. Buena semana.


domingo, 8 de junio de 2014

LA TORTUGA QUE LLEGÓ PARA 15 DÍAS Y YA LLEVA 20 AÑOS

Angustias recorría el mercadillo de los sábados que además de los habituales puestos alimenticios, ofrecía un catálogo variopinto comercial que incluía, entre otros, ropas, herramientas e incluso pequeños animalillos; precisamente Angustias se detuvo ante una pecera mediana y rectangular donde un grupo de tortugas diminutas alternaban la natación con estancias en un solarium con forma de isla (palmera incluida).Centrando la atención en dichos ejemplares, un señor comentaba con su esposa que estaría bien regalarle a su hijo uno de esos animalillos acuático-terrestres pues estaba convencido de que no aguantaría mas de una quincena; parecía  ser que el niño se puso muy pesado a la hora de exigir una mascota y entre todas las posibles, se había decantado por una tortuga; por supuesto el pequeño prometía cuidarla en todo momento; los padres, eran conscientes de que era una promesa infantil ( a lo sumo adolescente) por lo que el transcurrir del tiempo despojaría de ilusión y consistencia lo que solo había sido un capricho, un encandilamiento; y  serían ellos, finalmente, quiénes como adultos responsables habrían de hacerse cargo del nuevo miembro de la familia; de ahí la opción por esta adquisición que estimaban de corto recorrido.
Angustias se sonrió ante este razonamiento pues se asemejaba al que Luis (su primer marido) y ella habían realizado cuando su hijo Javier se empeñó en la compra de un quelonio, entusiasmado tras un documental visionado en el cole. La pareja accedió al deseo del retoño, convencida de su efímera existencia. Así se incorporó Truchona a la vida de la familia y así llevaba como miembro honorífico veinte años. Entre tanto, Javier se había casado y cambiado de residencia mientras Truchona permanecía en el hogar de su infancia.
Angustias se dijo que a veces  pensamos que una persona o una situación nos acompañará para el resto de nuestra vida y en un segundo se convierte en eterna ausencia; y que en otras ocasiones, lo que en principio aventuramos como pasajero, termina por acompañarnos como una segunda piel  durante un largo trayecto; en ambas circunstancia decisión y azar equilibraban sus poderes.

Angustias compró cinco anastasias, flores elegantes y discretas y cavilaba sobre las palabras de Harry Quebert al aconsejar  a su discípulo y algo mas, Marcus Goodman, que la sorpresa tendría que ser la figura estrella  en toda trama literaria; se preguntaba Angustias si también lo debería sería en toda trama humana y quedose intrigada ante cuál sería el próximo tapete vital donde casualidades y causalidades jugaran su siguiente partida. Buena semana.


domingo, 1 de junio de 2014

NO SOY UNA PERSONA CHISMOSA; SOLO ANALIZO CON PROFUNDIDAD LOS ERRORES ..... DE LOS DEMÁS.


Angustias se dispuso a comprar en el supermercado las costillas saladas de cerdo que, junto con las papas sancochadas, las piñas guisadas y el mojo de cilantro conformarían el menú del día siguiente, no laborable por ser fiesta local. Tardó cerca de dos horas porque había olvidado que principiaba el mes y por esto afluía  al establecimiento  alimenticio, el reguero de familias en busca del mensual avituallamiento.
Angustias esperaba con calma, delante del mostrador de la carnicería  pues restaban 30 números hasta llegar al 88, cifra que marcaba el momento de su turno; desarrollando la paciencia que es la madre (biológica o adoptiva) de la ciencia, paseó su vista por las piezas de carne expuestas tras una vitrina transparente; había mucha gente expectante y  cada cual pasaba el rato  como podía, a solas o en compañía, haciendo fuerzas para el avance de  la ronda del reloj; ella aguardaba al lado de una pareja de jóvenes que preparaba un asadero para celebrar el cumpleaños del chico.
Angustias se enteró – como el resto de la concurrencia reunida en torno al expositor reconvertido en objeto de veneración por parte de  la alta y baja cocina – de las palabras que intercambiaban los amigos; pronto  se encontró inmersa en las peripecias vitales de aquellos jóvenes que, tras repasar el listado de los que acudirían a la chuletada, dieron en enjuiciar apariencia, carácter y comportamiento de cada uno de los invitados al festín; el caso es que no quedó títere con cabeza: a quien no le sobraba desparpajo, le faltaba sentido del humor; quien no se pasaba con el maquillaje, necesitaba con urgencia asesoramiento estético; tales eran las sentencias de estos letrados de  tres al cuarto; mientras escuchaba, Angustias se fijó que la chica parlante estrujaba el número de espera, ejecutando con los dedos una coreografía mareante que terminó por reducir los dígitos anhelados  a un amasijo de papel, tinta y sudor.
Angustias se encontraba incómoda ante su involuntaria intromisión en el universo amistoso de los muchachos; le producía especial desagrado la quema pública dialéctica de personas ausentes, a la que asistía como obligada espectadora; se maravillaba del volumen de voz sin complejos que, por encima del hilo musical que sonaba  con ritmo de salsa, catalizaba lo que ella consideraba parte de la naturaleza humana: el lado “bicho” que dificultaba exilar las palabras paridas desde la mediocridad, la ignorancia o la crueldad; recordó “Las cenizas de Bagdad” del escritor Antonio Lozano y el empeño constante del protagonista,  Walid, por mantener la fe en la bondad humana (sea natural o adoptada) a pesar de los avatares fatídicos que hubo de padecer.

Angustias, al tiempo que los adolescentes continuaban su charla, recibía su pedido de manos de un exhausto carnicero; al alejarse hacia la caja de salida, aun le acompañaron retazos del diálogo juvenil en el que la chica diciendo que se conocía a sí misma  pero en realidad mostrando su gran pericia para racionalizar, que no  razonar, expresaba: “mira, yo no soy chismosa, solo  soy observadora en profundidad de los defectos …. de los demás”. Angustias se dijo que cada cual entretiene el tiempo como puede y que a falta de una vida propia interesante, siempre quedará el repaso destructivo de la vida ajena. Buena semana.