Angustias se
descalzó y a continuación sintió cómo el
agua tibia bañaba sus pies. Se encontraba en uno de los paisajes que ella
reconocía como el Paraíso: la peluquería. Tras desayunar medio aguacate,
cremoso, con un toque de sal, un par de aceitunas grandes, carnosas con un
regusto ligeramente amargo, ambos
acompañados de un pan de leña calentito del que reservaba la tetilla para la
mermelada de arándanos, un zumo de naranja y un café, Angustias se regaló una
sesión de “chapa y pintura” para celebrar que simplemente estaba, era, pensaba
y sentía.
Cabeza con el tinte
tornando el pelo negro en un veteado rojizo, sintiendo el placentero
bienestar que le producía el masaje de
la manicura, la pedicura, y todas las curas que ofertaba el lugar, Angustias pensaba
que cada cual tiene sus pequeños oasis
donde refrescarse del asfixia vital, reponer fuerzas para continuar transitando por los páramos y eriales que el
andar cotidiano incluía y disfrutar del desconecte de las viejas y nuevas tecnologías para
permitirse…. vivir. En estas estaba cuando sonó el archiconocido tono del
móvil indicándole la presencia de un mensaje; echar un vistazo al aparato,
contestar un escueto “Estoy en peluquería. Te llamo cuando salgo” y apagar
el cachivache electrónico fue la secuencia de acciones que, una vez finiquitada, devolvió
a Angustias a su particular Edén.
Dos horas mas tarde, feliz por dentro y por fuera, Angustias
se dispuso a continuar el trasiego de obligaciones y ocupaciones sintiendo que
sus pies se balanceaban ligeros, mostrando un rojo carmesí en las uñas, como insignia de la sangre
renovada.
Activó su teléfono y se inició una cascada de mensajes
aterrorizados, signos interrogantes, preguntas ininteligibles que la situaron
en medio de un escenario siniestro, tan desesperanzado y funesto como el texto teatral “Los peces rojos”, en el que se describe lo peor de la condición humana, obra que se
representaba por esos días en un entrañable cine reconvertido en
teatro puntero de su ciudad natal.
El caso es que debido a la priorización de su placer sobre
las demandas del exterior, Angustias erró en el mensaje y donde quería poner “peluquería” se coló un inquietante “peligro” que en nada concordaba con la prometedora
frase “Te llamo cuando salga”.
A pesar de que puso todo su empeño en deshacer el entuerto, tranquilizando al receptor de aquel galimatías, Angustias no pudo dejar de reír por dentro y por fuera constatando cómo la inconsciencia, el descuido y el cansancio pueden producir tanta zozobra en el otro ; pesar por completo ajeno al placer propio, aunque este fuera su causa. Y reconoció que su parte brujilla, en ese momento, se decidió a salir luciendo sus mejores galas por dentro y por fuera. Buena semana.
A pesar de que puso todo su empeño en deshacer el entuerto, tranquilizando al receptor de aquel galimatías, Angustias no pudo dejar de reír por dentro y por fuera constatando cómo la inconsciencia, el descuido y el cansancio pueden producir tanta zozobra en el otro ; pesar por completo ajeno al placer propio, aunque este fuera su causa. Y reconoció que su parte brujilla, en ese momento, se decidió a salir luciendo sus mejores galas por dentro y por fuera. Buena semana.