domingo, 9 de julio de 2017

Nº 208 EL CUARTO DE ATRÁS


El cuarto de atrás, en el comienzo del invierno, se vio invadido por goteras que hicieron imposible su habitabilidad. Sin calor humano más allá del que desprendiera como efímero lugar de paso entre la cocina y el patio, se volvió húmedo y frío. Los muebles fueron sustituidos por palanganas y cubos donde quedó recluida la lluvia filtrada. Las paredes lucían desconchados tristes y amorfos. El cuarto de atrás olía a derrumbe.
El cuarto de atrás en el comienzo de la primavera se vio invadido por la llegada de un mobiliario, acogedor rolando a austero. Reparados los destrozos ocasionados por la pasadas tormentas, la pintura apacible que lo envolvió , contemplaba respetuosa, la entrada, el recorrido y la salida del laberinto vital o la gymkhna de turno a la búsqueda de un orden que remodelara el barro del acierto y del desacierto. Cada noche, se acumulaban en los rincones, como peces en la pecera, pensamientos y sentires de quienes deseaban la reconfortante compañía de la hermandad. El cuarto de atrás olía a complicidad.
El cuarto de atrás, en el comienzo del verano, se vio invadido por la cercanía de las vacaciones. El aire acondicionado esparcía por la habitación un frescor que la estación desmentía. Llegó el momento de echar el cierre temporal y quedó, entonces, habitado por el silencio y la penumbra, en una hibernación atípica. El cuarto de atrás olía a viraje.
El cuarto de atrás, en el comienzo del otoño, se vio invadido por la expansión de sus fronteras. Una escalera de caracol, eficaz y de diseño, comunicaba las estancias en las que se había duplicado el lugar. La luz del día menguante buscaba la inmortalidad en artificiales lámparas brillantes. Las alfombras trocaban en surcos, testigos mudo del andar que atesoraban huellas tatuadas. El cuarto de atrás olía a comienzo.
El cuarto de atrás, ese espacio imprescindible que se recorre, de vez en vez. Buena semana.



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