Pablo entró en la cafetería que tenía el clásico nombre de un
lugar de encuentro, ÁGORA; bien es verdad que para una parte de la clientela,
el local era un quitapenas, sin pretensión intelectual o literaria más allá de
la que inspirara el exceso de alcohol.
Pablo se reunía allí, una vez a la semana, con tres colegas que el tiempo y el compromiso trocaron en amigos.
Pablo disfrutaba de la charla inteligente e ingeniosa semanal. Hablaban de los temas más variados, serios o baladíes, según soplara el viento de la inspiración.
Pablo se acercó al lugar justo cuando en la barra un cliente se quejaba “¡Esto es un atraco!” Por lo visto le habían cobrado un recibo de la luz desorbitado. Con los ojos como platos continuaba “¡Así, sin más!” para concluir ahogando la rabia en un buen trago de ron Arehucas.
Pablo saludó a los tertulianos y se sentó al lado del más joven de los participantes que, al tiempo que murmuraba “pues no sé si te valdrá”, pasaba el cargador a un conocido cuyo móvil se había quedado sin batería. Incorporado a la charla escuchó con atención al que llamaban pinturero; le pusieron este mote porque alardeaba afectada y ridículamente de ser bien parecido, fino y elegante.”Creo que condiciona mucho” sentenciaba, refiriéndose a la importancia del interés privado en la gestión pública.
Pablo pidió al camarero el cortado de siempre. Este tranquilizaba como podía al desdichado usuario de la empresa eléctrica. Le consolaba como podía” Me refiero a lo de la anestesia y el atraco” le decía, explicándole que por igual con aviso o sin él, la estafa era la misma. Respondía el otro “Podría ser” con la convicción mermada por los efectos de la bebida.
Pablo vio al empleado guiñarle un ojo que parecía querer decir “era para ver si colaba” Acto seguido se dispuso a ejecutar el pedido. En la barra, el hombre que había entrado como vendaval murmuraba palabras, frases, sonidos, apenas ininteligibles “Bueno, déjame pensar” “uff” “el azar y yo no congeniamos demasiado” “ a ver..”
Pablo saboreó el café y leche, versión miniatura. El mayor de la mesa preguntaba “Qué juego es?” pues el pinturero le habló de lo que se llamaba la pirámide y que consistía en invertir y lograr inversores en cascada, augurando pingües beneficios. Prudente, con la sabiduría que otorga la edad, se mantuvo escéptico y socarrón, se desmarcó del tema apuntando “en la quiniela del instituto me van a echar” con lo que dejaba claro su poca fortuna y que no tenía intención alguna de participar en aquel embrollo."Qué sí", susurraba la tentación, perdiendo fuelle.
Pablo dijo en voz alta “A ver que me centre”. Le parecía que no era de fiar el juego que ofrecía mucho con poca inversión. El pinturero, empeñado en convencer chocó con la oposición frontal del grupo. El más joven musitó “Ummmm, el azar y la ciencia no son compatibles” y pasó a pedir la segunda ronda que modificaría la anterior con la incorporación del coñac .Llegaba el momento carajillo. Quedaron las palabras flotando como si fueran puntos suspensivos.
Pablo, después de los puntos suspensivos se dirigió al pinturero, sabedor de que lo que no podía resistir su engreído, aunque apreciado amigo, era un reto. Ante su “¿A ver cómo tejes esta historia? el aludido iba a contestar cuando se oyó un estruendo junto a la caja registradora. Un hombre yacía en el suelo. Tenía en su mano una servilleta en la que había garabateada una ecuación Azar= Dios.
Los tertulianos se apresuraron a socorrerle pero el beodo insistía “no hace falta”. El propietario del establecimiento, amigo del borracho, con la calma que da la experiencia, le agarró por un sobaco mientras concluía “Creo que ya lo tienes todo pensado”. Sabía que no quedaba otra para el perjudicado que se fuera a dormir la mona. También tenía claro que tal como era, le costaría un triunfo conciliar el sueño. Y en un arrebato de ternura inusual en él, proclamó “Esa cabecita no para”. Habló por teléfono con un familiar del accidentado y continuó su tarea tras dejar a buen recaudo al hombre maltrecho en una discreta mesa.
Pablo y compañía iniciaban la ceremonia del adiós con el pedido final, el coñac de la arrancadilla. Ya hacía rato que había anochecido fuera. Dentro la luz alumbraba y se cobraba de manera desigual. Buena semana.
Pablo se reunía allí, una vez a la semana, con tres colegas que el tiempo y el compromiso trocaron en amigos.
Pablo disfrutaba de la charla inteligente e ingeniosa semanal. Hablaban de los temas más variados, serios o baladíes, según soplara el viento de la inspiración.
Pablo se acercó al lugar justo cuando en la barra un cliente se quejaba “¡Esto es un atraco!” Por lo visto le habían cobrado un recibo de la luz desorbitado. Con los ojos como platos continuaba “¡Así, sin más!” para concluir ahogando la rabia en un buen trago de ron Arehucas.
Pablo saludó a los tertulianos y se sentó al lado del más joven de los participantes que, al tiempo que murmuraba “pues no sé si te valdrá”, pasaba el cargador a un conocido cuyo móvil se había quedado sin batería. Incorporado a la charla escuchó con atención al que llamaban pinturero; le pusieron este mote porque alardeaba afectada y ridículamente de ser bien parecido, fino y elegante.”Creo que condiciona mucho” sentenciaba, refiriéndose a la importancia del interés privado en la gestión pública.
Pablo pidió al camarero el cortado de siempre. Este tranquilizaba como podía al desdichado usuario de la empresa eléctrica. Le consolaba como podía” Me refiero a lo de la anestesia y el atraco” le decía, explicándole que por igual con aviso o sin él, la estafa era la misma. Respondía el otro “Podría ser” con la convicción mermada por los efectos de la bebida.
Pablo vio al empleado guiñarle un ojo que parecía querer decir “era para ver si colaba” Acto seguido se dispuso a ejecutar el pedido. En la barra, el hombre que había entrado como vendaval murmuraba palabras, frases, sonidos, apenas ininteligibles “Bueno, déjame pensar” “uff” “el azar y yo no congeniamos demasiado” “ a ver..”
Pablo saboreó el café y leche, versión miniatura. El mayor de la mesa preguntaba “Qué juego es?” pues el pinturero le habló de lo que se llamaba la pirámide y que consistía en invertir y lograr inversores en cascada, augurando pingües beneficios. Prudente, con la sabiduría que otorga la edad, se mantuvo escéptico y socarrón, se desmarcó del tema apuntando “en la quiniela del instituto me van a echar” con lo que dejaba claro su poca fortuna y que no tenía intención alguna de participar en aquel embrollo."Qué sí", susurraba la tentación, perdiendo fuelle.
Pablo dijo en voz alta “A ver que me centre”. Le parecía que no era de fiar el juego que ofrecía mucho con poca inversión. El pinturero, empeñado en convencer chocó con la oposición frontal del grupo. El más joven musitó “Ummmm, el azar y la ciencia no son compatibles” y pasó a pedir la segunda ronda que modificaría la anterior con la incorporación del coñac .Llegaba el momento carajillo. Quedaron las palabras flotando como si fueran puntos suspensivos.
Pablo, después de los puntos suspensivos se dirigió al pinturero, sabedor de que lo que no podía resistir su engreído, aunque apreciado amigo, era un reto. Ante su “¿A ver cómo tejes esta historia? el aludido iba a contestar cuando se oyó un estruendo junto a la caja registradora. Un hombre yacía en el suelo. Tenía en su mano una servilleta en la que había garabateada una ecuación Azar= Dios.
Los tertulianos se apresuraron a socorrerle pero el beodo insistía “no hace falta”. El propietario del establecimiento, amigo del borracho, con la calma que da la experiencia, le agarró por un sobaco mientras concluía “Creo que ya lo tienes todo pensado”. Sabía que no quedaba otra para el perjudicado que se fuera a dormir la mona. También tenía claro que tal como era, le costaría un triunfo conciliar el sueño. Y en un arrebato de ternura inusual en él, proclamó “Esa cabecita no para”. Habló por teléfono con un familiar del accidentado y continuó su tarea tras dejar a buen recaudo al hombre maltrecho en una discreta mesa.
Pablo y compañía iniciaban la ceremonia del adiós con el pedido final, el coñac de la arrancadilla. Ya hacía rato que había anochecido fuera. Dentro la luz alumbraba y se cobraba de manera desigual. Buena semana.