domingo, 27 de julio de 2014

TENER CLARO EL JUEGO CON INDEPENDENCIA DE LOS NAIPES QUE SE REPARTAN EN LA PARTIDA

Angustias escuchaba con atención la receta que le explicaba Marcelo, heredada de su madre, para preparar un plato de papas bravas; según él, lo importante era el orden en el que incorporar los ingredientes y   que se hicieran a fuego lento. Para que los tubérculos adquirieran su condición de guerreros era necesario que se construyera una salsa a partir de las cebollas  y ajos laminados, puestos en aceite de oliva; una vez  bien pochados se les añadía el pimentón y la sal, concluyendo con el tomate triturado; tras cortar las papas en cuadrados y dejar que se doraran, también en aceite de oliva, solo restaba añadirle el sabroso aderezo. Una cervecita bien fría haría del aperitivo un momento de disfrute en consonancia con el cielo azul que, generoso, brindaba el escenario perfecto para ese día festivo.
Angustias se preparó para salir  a comprar las bebidas mientras Marcelo trajinaba en la cocina; pensaba dirigirse a un establecimiento cercano al hogar, que no entendía de cierres en el horario diurno, siete días a la semana. Buscó dinero suelto y  encontró  un billete que quintuplicaba el precio del apetecible líquido de cebada. Rebuscó en la gaveta del mueble polivalente, situado a la entrada de la casa, depositario provisional de accesorios de los que propios y extraños, estimaran oportuno despojarse. Sintió alivio al juntar la cantidad ajustada al coste  de la compra pues la incomodidad se apoderaba de ella cuando el mero trámite de pasar por caja se demoraba a causa de algún imprevisto, producto de lo que consideraba su imprevisión.
Angustias conocía de la responsabilidad que le caía encima a la cajera, cuando, al final de la jornada, había que cuadrar las cifras. En su juventud, durante una primavera, trabajó como dependienta en una tienda de ropa y complementos femeninos. En cierta ocasión, debido a la inexperiencia en la práctica del cambio, cuando una clienta, a fin de facilitar la operación, propuso sucesivas alternativas de pago (en billetes cuya cuantía fue variando) Angustias se encontró con que la señora se había ido sin pagar. Tardó poco en desplazarse a una tienda cercana donde recordaba que dicha dama había entrado tras salir de su establecimiento y localizó el número de teléfono que la mujer había dejado en dicho local a fin de que le avisaran en cuanto llegara el pedido solicitado.
Angustias telefoneó a la presunta fugitiva a lo largo de la tarde en aquella jornada de infausto recuerdo con resultado negativo. La situación se agravaba porque llevaba trabajando solo dos semanas, encontrándose en el periodo de prueba y no estaba en disposición de reponer la cantidad no cobrada. Por esto pasó toda la noche en un estado febril, con pesadillas que le anticipaban un final dramático a su situación laboral. Amaneció mas tarde que temprano el día posterior al entuerto y Angustias rellamó reiteradamente a un número que, a velocidad galopante iba dejando de ser el teléfono de la esperanza. Ya bordeaba  el acantilado del desaliento, cuando sonó su móvil y una voz cantarina interrogaba por la cantidad ingente de llamadas recibidas cuya procedencia desconocía.
Angustias, previa identificación,  temerosa y atropelladamente relató el periplo aciago recorrido no hacía 24 horas. La clienta, consciente de su despiste, hiló varias frases tranquilizadoras que para Angustias supieron como agua de mayo; tras acordar el momento en el que saldaría la deuda, ambas mujeres se despidieron y continuaron con sus vidas: una, registraría el suceso en  su anecdotario particular; Angustias aprendería que había que prestar atención en el trabajo, fijarse en los detalles y, una vez pasado el sofoco, que era una mujer hábil para la resolución de conflictos.
Angustias regresó con las botellas y unos frutos secos que la sedujeron en la llamada zona de impulso, esa junto a la caja de salida y que a poco que se prolongue la espera, terminaba conquistándola.
Angustias saboreó el picor del entremés y al contarle a Marcelo la causa de su aversión al manejo de grandes cantidades a la hora de adquirir artículos de bajo coste, él hizo suyas  aquellas palabras de Isabel Allende perteneciente a “El cuaderno de Maya” donde la joven protagonista en proceso de rehabilitación recordaba las enseñanzas de su abuela, su Nini, que afirmaba “Venimos al mundo con ciertos naipes en la mano y hacemos nuestro juego; con naipes similares una persona puede hundirse y otra superarse….Si tu destino es ser ciega, no estás obligada a sentarte en el metro a tocar la flauta; puedes desarrollar el olfato y convertirte en catadora de vino”. Refrescándose con un buche de cerveza, Marcelo comentó que para algunas personas comprar con un billete grande algo de escaso valor no suscita desazón alguna; para otras, inclusive, es alimento potente para un ego de similar voltaje; de igual forma, en la historia narrada por su mujer se podría haber dado el caso de que la dependienta quedara paralizada y terminara engrosando las listas del paro; o que la morosa, en principio, inocente e ignorante de su condición al ser localizada, padeciera una súbita y selectiva amnesia y colgara el teléfono finiquitando el tema.
Angustias compartió, una vez mas, con Marcelo, el enyesque ligeramente picante, una de las muchas cosas que compartían, independientemente de cuáles fueran los naipes de la genética y la partida a jugar. Buena semana.








domingo, 20 de julio de 2014

“SEMBRAMOS AUN DESPUÉS DE UNA MALA COSECHA”

Angustias removía la tierra del parterre cuadrado; a su lado reposaba un envoltorio de papel, hecho con creatividad y acierto, que contenía las minúsculas y oscuras semillas que, en el futuro cercano, trocarían en flores azules, anglosajonas, llegadas a sus manos gracias al afecto de un querido amigo.
Angustias liberó estas diminutas homeomerías vegetales, de un refugio forzoso de meses, cuando Febrero se hizo presente y con ello llegó el momento idóneo para la siembra; en semanas su jardín vería aumentado su censo  con aquella pequeña comunidad irlandesa; habría pues que hacer un seguimiento de su integración en el país donde habían echado raíces un laurel de Indias, una yuca, dos plantas de aloe, un exótico verode, varias matas de hierbahuerto, caña limón, perejil, cilantro y albahaca, así como una hilera de vincas rosadas.
Angustias, años atrás, plantó papas con mas ilusión que pericia;  cuando , a base de agua, abono, cuidado y paciencia, logró recoger la cosecha, saboreó aquel manjar guisado con el mismo deleite con el que se recibe una mención especial ante una creación hecha con pasión.
Angustias, tras la faena agrícola, preparó una tila- naranjo y recordó el espacio que le rodeaba, en otro tiempo yermo, ahora florido con tendencia al alza; pensó en el paisaje después de una batalla en el Oriente Próximo o en el cielo que, a modo de siniestro triángulo de las Bermudas trasladado a las lindes euroasiáticas, engulle vidas sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición”.
Angustias sintió el pesar por el penar anónimo , lejano, sepultado en la losa fría de la cifra con tres dígitos y una vez mas, recuperó el archivo “Tirar pa’lante” y se dijo que, al igual que ahora contemplaba un pequeño vergel fruto de su empeño constante y  aunque la sal no fuera el aroma agradable con que  el mar perfumara, generoso,  sus días sino una Punta vestida de un venenoso, vomitivo y  vil vertido ennegrecido, habría que ponerse mano a la obra y codo con codo, recordar la frase del lúcido  pensador del siglo I “ sembramos aun después de una mala cosecha”. Buena semana.





domingo, 13 de julio de 2014

PROCURAR EL BIENESTAR PROPIO Y AJENO ES EL GPS QUE ORIENTA SU RUTA

Angustias entró en el pequeño recinto rectangular cuyo corazón era un mostrador con compartimentos de diferentes medidas a través de los que realizar  los trueques económicos; mientras era verano fuera, en el interior el aire acondicionado racheado trasladaba la estancia a  un otoño tirando a invierno; un dispensador  de números rojo le ofreció el 49 como indicador del momento en el que acercarse a una de las ranuras gigantes y realizar la transacción.
Angustias esperaba custodiando en sus manos  un jarrón, mediano, decorado con motivos orientales; estaba sentada junto a otras personas que, con envoltorios opacos en mano o aferradas a sus bolsos, aguardaban y calculaban.
Angustias se fijó en que el protocolo era el siguiente: una vez que  tocaba la vez, mostrabas lo que ibas a vender y el precio que estimabas oportuno; el empleado, amable, informaba que tal objeto tenía un público muy restringido y ofrecía el cuarto de su valor en el mercado de primera mano; si había regateo con final feliz se podía llegar hasta el doble del precio inicial que aun así, sería la mitad de su valía original; en última instancia el acuerdo habría de  llevarse a cabo por unanimidad; tras esta peculiar operación financiera,  al abrirse la puerta, salían rostros basculando entre la tristeza y el alivio, gestos que negaban la justicia del valor de cambio del objeto cuyo propietario no había accedido al trato y alguna que otra expresión de asombro divertido pues la casualidad había guiado sus pasos en una parada previa al destino final, el contenedor de reciclaje.
Angustias celebró el ritual comercial, requisito legal incluido y abandonó el local con un billete encarnado y sin el jarrón japonés que, por catorce años habitó en un ángulo, no oscuro,  de su salón; tocaba mudanza y era la oportunidad ideal para dejar atrás lo que no tenía lugar en el nuevo hábitat.
Angustias anduvo hasta la cafetería que hacía esquina y que ostentaba un nombre tan delicioso como el de las exquisiteces expuestas en sus sugerentes vitrinas; eligió una mesa junto a la ventana mientras esperaba a Marcelo para compartir ese sin sin, cortado vespertino que, sin cafeína y sin azúcar, evocaba un coctel mas alegre que su contenido real; eufonía juguetona como ella lo llamaba; abrió el libro que le acompañaba por la página 118 y leyó “Te lo dije, joven. Que el amor es el soldado que sobrevive a cualquier batalla”; y aunque la historia escrita terminaba ocho páginas mas adelante, se demoró en descubrir la resolución de la trama ideada por la escritora Elizabeth López Caballero, bajo el inquietante título “En tierra de demonios”.

Angustias se dijo que por mal que vinieran las cosas, afortunadamente cuando se trata del  amor (en todo su despliegue de matices) no hay acuerdo crematístico que pueda calcular su valor; ni requiere  de la casualidad ni de la necesidad para su alumbramiento; porque procurar el bienestar propio y ajeno es el GPS que orienta su ruta; y en esta empresa siempre todo el mundo sale ganando. Buena semana.


domingo, 6 de julio de 2014

¿POR QUÉ ME LLAMARON PARA QUE VINIERA A LAS 12’30 SI YO TENÍA LA CITA PARA LAS TRES Y YA LLEVO 2 HORAS ESPERANDO?

Angustias entabló la conversación con el administrativo del  centro sanitario; necesitaba pedir hora para el dentista pues una muela del juicio parecía haber perdido el tino  y se empeñaba en mortificarla día y gran parte de la noche; justo el tiempo en el que el analgésico había dejado de hacer efecto; estaba ella con su dolor a cuestas cuando una señora oblonga, esto es, mas larga que ancha, se abalanzó sobre el mostrador quedando en paralelo con la figura doliente de Angustias, ya convertida en un molar sufriente.
Angustias escrutó su pelo encrespado, las órbitas de los ojos salientes y el rictus de la rabia recorriendo los carnosos labios; la señora tenía hora para una cita médica a las 3 de la tarde pero le habían llamado esa misma mañana para que acudiera a las 12’30; así lo hizo la feliz dama pues adelantaría su compromiso médico y dispondría del sosiego tras el almuerzo que, de mantenerse la hora inicial, sería imposible.
Angustias dejó de sentir el pinchazo en su boca; intentaba comprender el entuerto que se desarrollaba a su lado, pero por mas vueltas que le daba no lograba entender lo que ocurría; la señora enervada, con quien compartía vecindad temporal en el mostrador, miraba alrededor, al tiempo que continuaba su queja; explicaba que ella estaba en la puerta de la consulta a las 12’15 y que ya había pasado dos horas y no había viso de que fuera a ser atendida; la historia se complicaba porque era hipertensa y se avistaba las nubes de un fuerte dolor de cabeza; lo que la paciente con paciencia demandaba era conocer el  porqué le habían llamado para acudir antes, si no iba a ser atendida; el celador que intentaba tranquilizarla no pudo responder, la señora que, al otro lado del mostrador, hablaba por teléfono, simultáneamente  desviaba la responsabilidad hacia el médico especialista que sería el que habría conformado  la agenda…….
Angustias obtuvo su fecha para despedirse de la pieza dental causa de su aflicción; con el papel en mano que certificaba el principio del fin del suplicio, contempló a la mujer desesperada, víctima de  la ineptitud burocrática, que lejos de asumir errores y enmendarlos, en la medida de lo posible, mira para otro lado, ajeno al padecer que ha ocasionado; echó en falta la ternura y la amabilidad en el trato del que era objeto  aquella persona vestida con el igualador traje del dolor ; comportamientos que , como bien decía Gibran Kalil Gibran, lejos de ser signos de debilidad y desesperación son manifestaciones de fuerza y decisión.

Angustias entendió que esa no era su batalla pero salió del centro de especialidades con un daño añadido, de difícil localización, cercano a la zona donde aurículas y ventrículos danzan constantemente; y es que en cuanto a padecer toca, la humillación del indefenso es un virus que nos contagia a poco que visitemos los yermos páramos de la injusticia. Buena semana.