domingo, 31 de julio de 2016

CUANDO LO NEGRO BRILLABA

Magec era brillante. Tenía una mirada que desprendía inteligencia rebozada en ternura. También tenía una pasión: la música.
Magec era nocturno en clara contradicción con las  connotaciones de su nombre de origen guanche que significaba sol. Y cuando caía el astro rey él lucía en todo su esplendor.
Magec sabía por sus padres que había nacido cerca de la medianoche. Quizás esto explicaría el despliegue de energía que brotaba en él con el fin del día. O quizás, no.
Magec conducía una ambulancia de traslado en el turno de la noche. Desde que se incorporara a la empresa que gestionaba el transporte para personas dependientes solicitó el horario que se iniciaba con el crepúsculo. No tuvo inconveniente  pues no tenía compromisos familiares como ocurría con otros colegas; y su proyecto personal de vida no incluía, de momento, la paternidad.
Magec recorría la oscuridad guiado por el alumbrado público que menguaba hasta la extinción cuando se alejaba del entorno urbano; en tal caso, los faros de su vehículo alumbraban espacios de claridad a corta o larga distancia según la orografía del lugar.
Magec se acostumbró a la complicidad de su compañero de trabajo, hombre discreto y de ánimo sereno; se acostumbró a las historias que contaban los usuarios del servicio; se acostumbró a sus quejas por la tardanza que agriaba la vuelta a casa de enfermos y acompañantes, en algunos casos, hasta de diez horas; se acostumbró a repetir el mantra “nosotros solo seguimos el protocolo y contamos con dos unidades para cubrir todo el territorio”.
Magec pisaba embrague, freno o acelerador mientras escuchaba jazz, su música preferida. Era la banda sonora de aquellas jornadas que acababan al alba.
Magec aprendió a distinguir el lenguaje mudo del dolor,  sufrimiento,  alivio y cansancio en los gestos de quienes utilizaban la camilla y los asientos durante el involuntario aunque necesario trayecto compartido.
Magec aprendió a leer entre líneas en las pupilas, a escuchar los silencios aderezados con suspiros, a acompañar tanto a acompañado como a acompañante.
Magec  comprendió, en fin, que el momento más oscuro de la noche es justo antes del amanecer; por eso cuando lo negro brillaba, seleccionaba un solo de saxo cuyas notas trocaban en comadronas de un nuevo amanecer. Buena semana.






domingo, 24 de julio de 2016

MOMENTO FALÁRICA, MOMENTO ESCORPIÓN

Abenchara desenredaba su melena rubia. El cabello estaba encrespado. Ella también. Tenía ganas de gritar pero en su garganta reinaba el silencio. No podía estarse quieta. Andaba y volvía sobre sus pasos. No paraba de ordenar cosas.
Abenchara sabía que cuando se sentía tensa tendía a colocar lo que estuviera más cerca de ella. Se lo hizo notar su madre, Tenesedra, cierta tarde que ante un té rojo, lo que empezó siendo una afable conversación derivó hacia las costas de la discusión. En seguida, Abenchara hizo un barrido por el mantel de hule y no dejó objeto o resto de comida fuera de lo que ella creía que era el orden. Su progenitora, rompiendo a reír comentó que su tía paterna también  hacía lo mismo en momentos en los que se alteraba.
Abenchara no llegó a conocer a su  tía abuela pero desde entonces, cada vez que la geometría enmarcaba su desasosiego, su corazón guiñaba una aurícula a su antepasada.
Abenchara se sentía catapulta de jabalina con punta de hierro al rojo vivo. ¡Vamos,  qué estaba encendida!. Se defendía de la vida como si de una saguntina se tratase ante el asedio de Aníbal. La realidad la situaba en el disparadero avisando que acababa un ciclo y empezaba otro. En esos días comprendía los sucesos que anunciaban que el orden – ese que tanto necesitaba cuando no lograba cogerle el puntito al caos - habría de ser reinventado.
Abenchara se sentía oruga a punto de convertirse en mariposa. Una vez más, pese a la confianza en el porvenir, no podía dejar de experimentar la horas con sus pensamientos y emociones como rocas que hacían diana en su cabeza y en su corazón; lanzadas por una eficaz maquinaria cual escorpión cartaginés que, hábil, daba en el blanco.
Abenchara comprendía que se cierra y se abre ciclos constantemente en el devenir humano. Pero también era consciente de que en algunas ocasiones el motor de la clausura y apertura es una ventolera que deja sin resuello. Y en eso andaba cuando sentada en el avión cambiaba su residencia habitual por la de un país lejano. Mientras almorzaba una ensalada generosa en verde, situó vaso, servilleta y cubierto como si la imaginación, la creatividad, y la atracción por la simetría de Maruja Mallo guiara sus manos. Y es que la geometría aquí era el coselete contra el momento falárica del que sabía saldría fortalecida. Buena semana.




domingo, 17 de julio de 2016

APENAS VEINTE PÁGINAS

Artemi miró desolado la pantalla del ordenador. Hombre de gran nobleza empatizó pronto con el dolor ajeno  que una voz en off transmitía poniendo calificativos a la desolación. Tomó un vaso de agua fresca, con gas y las burbujas se le asomaron a los ojos en sintonía con el padecer inocente.
Artemi era un hombre proclive a la justicia humana; en cuanto a la divina tenía serias objeciones que se encaminaban a encontrar una respuesta al sentido del sufrimiento en la vida. Le afectaba especialmente el dolor innecesario, involuntario, inútil.
Artemi entendía que el  devenir humano corría parejo al binomio dolor y placer. Esto no le inquietaba pues comprendía que al conocer y aceptar las reglas del juego  también había que dar por bueno el resultado de la partida, fuera el que fuere. Pero se enronchaba cuando el sufrimiento habitaba en la gente desamparada para quienes la Declaración Universal de los Derechos Humanos no era el paraguas del amparo que con sus 30 varillas guarecieran la dignidad humana, fin para el que fue diseñada.
Artemi era inteligente pero no había encontrado la respuesta para la sinrazón del siglo en el que vivía. Entendía que el ser humano puede ser el más sublime de cuantos habiten el planeta Tierra; pero también que, llegado el momento, podría ser la bestia más siniestra. Momentos, momentos.
Artemi pensaba en la paradoja de que tras tanto desarrollo de las nuevas tecnologías el ser humano terminaba por necesitar la prescripción médica que recetara vía urgente el caminar diario. Sonrió. En esto Lucy, el primer homínido bípedo, nos aventajaba. Se preguntaba entonces ¿progresamos?. Cuando los medios de comunicación le hacían presente, de forma explícita, la maldad humana, o la  experiencia cotidiana le exponía el power point explicativo, a la par que justificativo, del egoísmo finamente hilado con el estambre de las sesudas teorías reputadas, todo ello mezclado con  los minutos de publicidad obligatoria, institucional o privada, aumentaba su sospecha sobre  el progreso y lo que parecía ser su  dirección unívoca.
Le gustaba leer la historia en clave solidaria. Le resultaba agradable el agua fría con gas. En ambas ocasiones sus ojos trocaban en niebla y rocío. En el segundo caso tenía una explicación física. En el primero se debía a que , a ojo de buen cubero, la fraternidad ocupaba apenas veinte páginas en el libro de la humanidad. Buena semana.







domingo, 10 de julio de 2016

PERSIGUIENDO EL SOL LLEGAMOS HASTA …

Gara, como su homónima guanche amaba el agua; pero a diferencia del desdichado final de la princesa de sus ancestros, no hubo de luchar contra la oposición de sus progenitores para amar y ser amada. Aborrecía el drama a no ser que formara parte de una buena pieza literaria o teatral. Ella vivía su historia de amor con pasión y complicidad sin momentos culebrón. Entendía que estos tenían su espacio en el reino de las telenovelas, país que no estaba en su ruta de viajes por visitar.
Gara había salido a primera hora de la mañana del hogar para andar la ciudad, estrenando con su paso, las calles, aún mojadas por el riego temprano de los servicios municipales de limpieza. Se encontraba con otros senderistas urbanos que contemplaban las aceras y el asfalto de siempre, con los ojos curiosos de la primera vez. Este ritual era una buena forma de inaugurar el día pues tenía la frescura del agua mañanera.
Gara había cruzado la calzada hasta desembocar en la playa; la  arena mostraba surcos desiguales a la espera de que se plantaran y crecieran en ellos los deseos de disfrute y descanso de quienes optaban por hacer de la costa su lugar de asueto.
Gara sentía deleite cuando las olas venidas a espuma envolvían sus pies y por momentos hundían el suelo húmedo desapareciendo con él todo vestigio de su huella reciente.
Gara buscaba el sol para celebrar su aparición. Para ella era una manera de darse la bienvenida a un nuevo día. Mientras ambulaba acompañada de una ligera brisa, acariciada por el agua, sobre un terreno sólido y efímero, aguardaba el centelleo que presagiaba la presencia del astro rey o presidente de república.
Gara contemplaba, con silenciosa emoción, cómo el firmamento subía el telón de la oscuridad para dar comienzo a otra función matinal. En otros puntos del planeta habría por igual un  inicio, pero en dicha ocasión, sería nocturno.
Dispuesta a protagonizar la escena que pondría en marcha el primer acto de la jornada que representaría, tomó aire por la nariz, lo bajó al estómago  como si de un tamboril hinchado se tratara y lo retuvo el tiempo preciso apara oxigenar el interior. Después, exhaló despacio. Gara se sonreía virando hacia las horas por vivir. Y así prosiguió su paso, agradeciendo su participación, una vez más, en el elenco y guiada por la luz clara que deshilachaba cuanta nube encontraba.
Gara anduvo y anduvo adentrándose en las entrañas de la urbe. Pronto paseó por las ramblas de la zona comercial reconvertidas en un curioso estudio de arte al aire libre donde juventud y veteranía, por cuya sangre corría el color, apuraban la pincelada, el trazo y  el gesto en el manejo de la paleta.
Gara posó su mirada en las distintas propuestas creativas. Allí había luz, había belleza; y ella, consciente, se sintió luz y bella también. Buena semana.





domingo, 3 de julio de 2016

AUNQUE EL MAPA NO ES EL TERRITORIO

Aday vive en las afueras de la ciudad. Es un hombre de éxito. Forma parte del grupo de personas que tiene poder. Se dedica a la política con compromiso y honestidad. Estudió Economía y un tiempo después Geografía e Historia. Esta sugerente miscelánea intelectual le ha dotado de una forma de mirar inusual.
Aday está orgulloso de su nombre; pero no hace aspavientos. Significa “el que vive abajo” en alusión al guerrero más valiente, tal como era común entre sus antepasados, los guanches. La sana  distancia de la comunidad se contempla pues como un reconocimiento al coraje.
Aday toma una copa de vino blanco de aguja de la variedad verdejo mientras se entretiene pasando las páginas de una de las joyas familiares: el antiguo Atlas del abuelo. Le maravilla la maestría a la hora de plasmar en trazos cada recoveco del planeta Tierra. Le fascina el traslado de la esfera al plano. En su memoria acuden momentos en los que él se erigía como diseñador de la ruta a seguir por los vericuetos de los juegos infantiles; así se recuerda como capitán, sheriff, guía o jefe indio. Se sabe capaz de gobernar y disfruta al desenredar la madeja de las dificultades propias de la toma de decisión ejecutiva.
Aday saborea el vino frío, refrescante con un agradable toque cítrico que danza en la copa con un bamboleante vaivén. No es un hombre especialmente dado a la bebida; pero sí paladea el disfrute, de vez en vez, de la copa, en solitario o en buena compañía, que festeja la vida propia y ajena.
Aday se ha detenido ante el mapa de África. Su lugar de nacimiento le ha familiarizado con rostros y palabras del continente negro. Ha realizado varios viajes  a países que la moda turística publicitaba como aventuras exóticas y que le hicieron presente el respirar tórrido de aquel lugar. Otros han sido incitados por una curiosidad al margen de propuestas convencionales. En ambos, ha disfrutado: en los primeros de la confianza  en el “dejarse llevar”; en otros, de la confianza en el desarrollo de la habilidad de la escucha atenta de su corazón y de la destreza en el manejo de las nuevas tecnologías como profesionales ingenieros del camino.
Aday repasa la silueta de las naciones africanas y reflexiona sobre lo irreal de algunas lindes geográficas trazadas con escuadra y cartabón. Si bien la recta es la distancia menor entre dos puntos no es la que abarca toda la riqueza contenida en las entrañas de las curvas entre la partida y la llegada.
Aday está a punto de acabar su vino, esta vez en grata soledad, cuando cavila sobre las diferencias entre lo escrito y lo vivido, entre el pensar y el sentir, entre el mapa y el territorio. Intuye que en cada carta geográfica, por mucha diligencia que haya en su alumbramiento, no cabe amanecer ni ocaso ( incluido el  rayo verde o de otro color): que en su forma no se reconoce el mágico terreno de la posibilidad que, como terremoto, maremoto, tsunami o ciclogénesis explosiva late en toda piedra, agua, aire y fuego. Concluye que en la vida humana ocurre de forma semejante. No se puede encauzar rectamente el latir de una persona o de un pueblo, en los estrechos márgenes de la identificación nominal. Piensa que aunque la realidad también es palabra su profesión ha de ser la de comadrona de la biodiversidad.
Aday ama las visiones contrarias, la riqueza de la noria vital que gira con constancia, sin interrupción, elevando o descendiendo a quien ocupa el lugar de pasajero. Aprende a vivirse en varias dimensiones y este visionar lo aplica en su mirar al otro. Pone en valor la divergencia como germen de lo futurible. Sonríe al disenso  por ser el acicate para el boceto de una nueva ruta en el andar humano pergeñado a pie de vía. Es consciente de que aunque mapa y territorio no coincidan perfectamente cuando  este ambular es solidario e integrador es también  la perfección. Buena semana.