Angustias hacía cola ante el
mostrador de aquella academia en la que pensaba mejorar su formación
informática. Había tenido tiempo suficiente para escrutar los entresijos y algún
que otro descosido de la camiseta prieta que lucía el joven ocupante del puesto
delantero, en aquella alineación cuyo destino prometía la inclusión en
el vertiginoso paraíso de las oportunidades. A ritmo de tortuga llegó el
mancebo a su meta y dada la cercanía, resultó imposible no solo desoír, sino no
escuchar la conversación de la que Angustias fue espectadora preferente.
El efebo parecía tener claro la importancia del estudio en su vida dado que su cualificación distaba años luz de
las necesidades del mercado. Por tanto había decidido priorizar el tiempo para el cultivo de nuevas destrezas. Así lo
reiteraba al administrativo que le
ofreció el abanico de posibilidades temporales, recomendándole el horario
matutino, recalcando las ventajas que supone disponer de gran parte de la
jornada para destinarla a los menesteres que estimara oportuno. Y he aquí que
el pollillo, previo resoplido,
sentenció :” imposible, a esa hora aun estoy dormido”. Disfrazando su perplejidad
tras la máscara displicente de la profesionalidad, el oficiante de la
burocracia le ofertó el curso de las cuatro de la tarde, “al que estaba seguro –
manifestó - podría acudir bien despierto”. Nuevamente se decostruyó el plan
porque el muchacho debía dormir una siesta – eso sí, pequeña – tras el
almuerzo; “en caso contrario – precisó – no soy persona”. La mente del empleado
contemplando la organización de los horarios que mostraba el cuadrante se
resistía a la diáspora del sentido común y cuando a la postre presentó las 8 de
la tarde como feliz solución, el movimiento de ojos y cejas del contradictorio interesado hizo presagiar que probablemente la
narcolepsia había tomado feudo en aquel ser ansioso de formarse. Pero la
expresividad cejil y ocular se
correspondía con la programación de los eventos deportivos que eran
retrasmitidos en abierto o en bares que no cerraban, precisamente en la franja
horaria que engullía la del curso vespertino. La búsqueda del tiempo que ya no
era oro sino lo siguiente, derivó en la eterna procrastinación. Ante la
dificultad para encontrar lo deseado, renegando del tiempo perdido, del lugar
equivocado, a pesar de su predisposición, se fue el chico bostezando
estentóreamente.
Angustias solicitó los impresos y
creyó detectar un asomo de inquietud al otro lado del mostrador cuando una voz
agotada le preguntaba por su disponibilidad horaria. Su respuesta tranquilizó
al propietario de aquella boca reconvertida en mueca ante el espectáculo del
que había sido testigo y pensando en voz alta
murmuró:" menos mas que la mayor parte de la gente está despierta". Angustias
tras reservar su plaza en el curso mañanero se dijo que aquel joven tan
dispuesto no sería su compañero en el aprender porque estaría profundamente entregado
a su sueño. Buena semana.