domingo, 25 de diciembre de 2016

nº 180 AMALFITANO, AGRICULTOR

Amalfitano es un hombre que ocupa poco espacio físico. A pesar de su corpulencia, herencia materna, pasa de puntillas por las horas de sus días .Cuesta recordar el momento en el que abandona una estancia o llega a un lugar .No es amigo de estridencias.
Sin embargo, Amalfitano es feliz.
Ha acumulado más de medio siglo y ahora su andar es sigiloso. Otrora, inmerso en una suerte de montaña rusa vital, siempre estaba en el candelero: amplia sonrisa que devenía, frecuentemente, en carcajada; palabra altisonante, presencia constante, a la última en todo, el primero en ser nombrado… en fin, que vivía en modo foco.
Pero un día Amalfitano vira hacia su interior y comprende que tanta coreografía sobra. A partir de aquí se hace agricultor de sí mismo: rotura su suelo en barbecho, remueve lo que había sido terreno baldío, siembra silencio y consciencia, contempla los brotes de la calma que han crecido y pintan su estar con un esperanzador verdor.
Comparte con iguales y desiguales lo que su corazón considera oportuno. Respira, actúa, se compromete, en su medida.
Rechaza el protagonismo que no incluye la ternura.
Y al anochecer abraza el arte….con arte.
Buena semana…… la anterior y la próxima.


domingo, 11 de diciembre de 2016

nº 179 YOYMISCIRCUNSTANCIAS SALIÓ DEL GRUPO….

Demoró el momento de tocar justo en la flecha roja que le haría salir del grupo de whatsapp en el que se encontró dos meses atrás.
Al verse añadida por un número que para ella era totalmente desconocido sintió una gran curiosidad que fue satisfecha en pocos minutos. Con el reconocimiento del administrador del grupo llegaron los recuerdos de otra época en la que compartiera trabajo con diez personas en un recóndito lugar que favoreciera el establecimiento de vínculos afectivos. Rememoró aquella geografía agreste, las interminables charlas tras el horario laboral y cómo esos seres desconocidos pasaron a ser una parte importante de su paisaje humano. Tras los dos años compartidos, ella tomó un rumbo que la fue distanciando poco a poco de aquel familiar clan. Recordaba que las llamadas se fueron espaciando y aunque concluían con el  recurrente “tenemos que vernos” el caso es que  al tiempo que el tiempo pasaba se fue levantando una empalizada que trocó la vivencia en recuerdo.
Una vez incorporada al grupo se bañó en la catarata de mensajes con tanta información sobre esos extraños que volvían para revivir otro aire, otro estar, que empezó a vivir en una suerte de irrealidad a medio camino entre el pasado y el presente.
Y empezó el bucle en el que giraban una y otra vez los deseos de cercanía y los impedimentos para aglutinar presencias. Sesenta días estuvo pendiente de emoticonos y frases minimalistas, de videos de lugares comunes, de cadenas que la encadenaban ordenando a quiénes y a cuántos tenía que pasar el mensaje, supuestamente amigable, so pena de que las siete plagas arrasaran con ella. Era un no parar. Así estuvo casi toda la estación primaveral, intentando unir rostros recorridos por los años con las imágenes que su corazón y su mente arropaban desde décadas.
Y  un día decidió salir del grupo.
Pasó una semana  hasta que encontrara las palabras  que darían por finiquitado su estancia en aquella tertulia virtual. Y recién hubo abandonado ese resquicio del pasado , ritual de sabor agridulce, cuando sonó una señal que le avisaba de que había sido añadida a otro grupo…….

Buena semana

domingo, 4 de diciembre de 2016

Nº 178 SE VACIÓ EL ALGIBE

Representó  el futuro en su mejor versión.
El corazón, aunque valiente, castañeó
Respiró, agradeció y soltó
Su mente bailó la danza del abrazo al porvenir.
Se sintió quatum y galaxia.
Trocó certezas por posibilidades.
Se vació el algibe. 
Retornó al manantial.
Optó por vivir.
Buena semana



domingo, 27 de noviembre de 2016

Nº 177. CIERTO DÍA….CAMBIÓ.

De joven había prisa en su decir, en su hacer, en su pensar. Sentía pánico ante la ausencia de sonido cuando la abrasaba el silencio.
Su modo de estar era “oreja fuera”; no contemplaba , ni siquiera como remota posibilidad, practicar “ oreja dentro”.
En su paisaje humano brotaban la calamidad emocional, la precariedad económica y esporádicas patologías que amenazaban con hacerse crónicas; todas, malas hierbas que no lograba arrancar de cuajo.
Paradójicamente, su exterior lucía pulcramente cuidado hasta límites insospechados. Un impulso incontrolado generaba la confusión entre su Imagen expuesta y su ser preservado cuyo devenir maquillado con habilidad se inmortalizaba en instantáneas  de virtual presencia en el universo digital. Entre fotogramas estridentes y en  color su día a día era una película muda y en blanco y negro.
¿qué ocurrió para que el predecible destino abisal trocara en fructífero cruce de caminos conducentes a la autorrealización?
 Pues…..
Cierto día se cansó de estar cansada y de su andar cansino.
Cierto día cambió de gafas tras ajustar la graduación que le permitiera contemplar nuevos perfiles del paisaje.
Cierto día aprendió otra sintaxis del corazón, se instruyó en una nueva semántica del verbo amar, conocer y sentir  y a base de práctica se convirtió en perita (no necesariamente dulce).
Cierto día dijo basta.
Cierto día comprendió que tenía derecho a vivir en paz.
Cierto día el pasado se desintegró como el sueño al despertar.
Cierto día renació envuelta en la placenta de la comprensión, llorando al atreverse a respirar, abriendo los ojos a lo que quería ver y cerrando la mirada a lo que no.
Cierto día …..  cambió: se reinventó.
Ahora sabe que es posible; que es deseable; que es suficiente y necesario; que es la más válida de las premisas para partir rumbo al futuro.
Adelante y mucha suerte.

Buena   semana.

domingo, 20 de noviembre de 2016

nº 176. EDAD SIGUIENTE


Aganeye recibe la noticia con satisfacción. La fecha en la que podrá disponer de su brazo ortopédico queda fijada en el mensaje que recibiera minutos antes. Inauguraría, pues, la primavera con un estreno anatómico.
Aganeye siente miedo ante el horizonte que la ciencia le brinda. Está contento aunque un, ligero pero constante, reflujo de congoja le acompaña en su respirar desde que su sueño tomó trazas de realidad
Aganeye tiene una mirada donde el miedo anida. Y no sabe qué hacer para impedir que las crías del temor crezcan. Entiende como vital conocer lo que es real  y lo que no; lo verdadero y lo que no; lo bueno y lo que no; lo bello y lo que no.
Aganeye se sorprende porque a diario no necesita apegarse a certezas. Así lo había decidido en la infancia, a modo de coselete intelectual, para defenderse del interrogante que, desde que tuviera uso de razón, zumbara en su mente como enjambre de abejas “¿Por qué a mí?.
Aganeye nació con un brazo incompleto. Ahora es un adolescente que no quiere que su juventud quede también cortada. Es valiente y a pesar de los buitres carroñeros del pánico que habitan en sus pupilas, se muestra contenido aunque huye de mirarse en los ojos de otro ser humano. Sólo su perro, Bola de nieve, tiene visado para arribar a las costas de su paisaje interior.
Aganeye es muy activo en el ciberespacio. Ha creado un personaje en el que mora cada vez que se conecta a un mundo anónimo y donde  logra ser popular. Tiene muchos seguidores, anónimos también,   y toma rigurosamente , como si de una medicina imprescindible se tratara, su dosis diaria  de ”ME GUSTA” que acompaña a cuanta imagen o comentario hubiera subido al espacio digital.
Aganeye ha crecido en el mundo de las nuevas tecnologías. Tiene dificultad para comprender que sus progenitores rechacen frontalmente explorar las apasionantes rutas alcanzables a golpe de un  clic.; le resulta todo un enigma la desazón que observa en sus mayores cuando teclean o han de interpretar las instrucciones que muestran la pantalla para llegar a la página deseada. Le asombra la necesidad de encontrar la unidad en el tiempo, en el espacio, en la verdad…Bueno, le asombraba porque ahora ya no.
Aganeye va enfilando hacia la mayoría de edad .Pero le cuesta reconocerse en tiempo y espacio concreto: siente el vértigo al cabalgar en un mismo momento a   través de parajes contrapuestos: tan pronto se ve reflejado como un híbrido entre antiguo y medieval, como peregrino que abandona el feudo y arriba a las costas del heliocentrismo, o como el artesano que se atrinchera en las barricadas marginales ante el ejército implacable de la industrialización. Así está; a medio camino entre dos mundos, siendo el jueves de la semana, las seis en punto en la esfera del reloj.
Aganeye intuye que pasado, presente y futuro desdibujan sus límites, otrora tan precisos.; intuye que el aquí y el allí de sus antecesores han de ser reubicados; intuye, en fin, que la llamada realidad ya no se viste con los ropajes de la sólida presencia y lento ambular trocando en atuendos más  efímeros y raudos; intuye que la publicidad y la privacidad ha decidido replantearse su relación, para escándalo de los peritos en acotar umbrales.
Aganeye valora como obsoleto  la cantidad ingente de papel que reproduce conocimientos, recuerdos, rostros, lugares…. Y que ocupan tanto espacio. Y qué decir del correo postal, evocación de la eterna espera,  propias de otras épocas. Ininteligible en el ahora ,cuando la comunicación  vive en el ya mismo.
Aganeye habita el cosmos de la relatividad, la incertidumbre, lo cuántico, la fusión espacio-temporal que diseñan fronteras vitales en continuo movimiento, que sostienen redes de cuerdas cuya urdimbre está aún por descifrar. Para sus mayores este mundo es un caos. Para el joven es un aleteo de creatividad que con cada batir de alas hace brotar infinitas posibilidades.

Aganeye experimenta ese fluir de oportunidades cuando surca el espacio digital; pero sutilmente, poco ha,  se ha despertado en él una curiosa necesidad de pertrecharse con élitros eficaces para mantenerse en el aire que le indiquen  por qué y para qué volar o navegar. Buena   semana.



domingo, 13 de noviembre de 2016

nº 175. EL CHEEK BONE

Andamana vivía al final de una empinada cuesta en un populoso barrio portuario. Tenía una casa terrera que en sus orígenes  fue un solar y con el paso del tiempo devino en una suerte de mini urbanización donde cada descendiente fue levantando las paredes de pequeñas pero acogedoras viviendas.
Andamana era una mujer familiar, una auténtica matriarca. Había tenido nueve hijos, dos hembras y  siete machos, amén de dos abortos que se produjeron en los primeros meses de embarazo cuando ya pasaba los cuarenta.
Andamana era una auténtica madre coraje si bien su valentía y poder se reservaba para el ámbito privado. Era algo así como el pegamento que unía los trozos rotos del vínculo familiar cuando, según ella decía, la pasión venía antes que la razón.
Andamana era muy guapa; tanto que de joven en el barrio decían de ella que mandaba las coles a la plaza. Casó casi adolescente con un marino que le llevaba diez años y creció deprisa. Floreció pronto y fijos los pies en el suelo, la cabeza se dirigía hacia las estrellas que contemplaba primero, sentada en una silla cuando el piso era el polvoriento descampado y después, desde una cómoda terraza, arrullada por el balanceo de la mecedora que sus primeros nietos decidieron regalarle, en una de su numerosas onomásticas celebradas.
Andamana era coqueta pero no gastaba dinero en cosméticos ni pinturas. Tenía la habilidad de atusarse el pelo de tal forma que encuadraba su rostro de forma armoniosa confiriéndole un ligero aire de heroína romántica.
Andamana sentía especial predilección por los descendientes  que tanto hijos como hijas le habían dado a lo largo de varias décadas. Le gustaba especialmente hablar con quien, a su juicio,  tenía la llave del futuro, la juventud. Fue, precisamente,  en una conversación con dos de sus nietas en medio de la cual,  las chicas se empeñaron en maquillar a la anciana, cuya vitalidad desmentía su edad , que al escuchar a una de ellas explicarle con total naturalidad que la clave para realzar la belleza del rostro estaba en marcar bien el cheek bone ( o chicboun como ella escuchó) cuando la venerada dama  soltó una carcajada, dejando en shock a las chicas, al no entender el motivo de esa reacción sospechando que la viejilla empezaba a descontrolarse.
Andamana paró de reír, cuando pudo y tras comprender que los términos anglosajones se referían a lo que se llamaba pómulo, miró a las mujeres en ciernes que aún atónitas tenía delante,y les dijo

-“Ni chicboun ni porra…el mejor realce del rostro es entrenarse en extender los polvos de la felicidad, ser consciente de la sombra que reflejarán tus ojos y optar por el carmín de los que dejan  huellas hermosas en el cuerpo que besan.Da igual chicboun más o menos marcado. La cuestión es siempre contar con una buena mascarilla de alegría, aceptación y delicadeza para acariciar el órgano más extenso que posee el ser humano, la piel, tanto propia como ajena.”-  Buena semana.

domingo, 6 de noviembre de 2016

nº 174. EL PRESENTE ES EL DESTINO.

Zebenzui se dispuso a iniciar los trámites necesarios para solicitar el traslado de su lugar de trabajo. Cada dos años podía  optar a cambiar de municipio ciudad e incluso, en determinadas situaciones, de país.
Zebenzui, con un cortado largo, calentando su mano izquierda, inició el ordenador pertrechado de la documentación y paciencia necesarios para  navegar por las procelosas aguas de la burocracia digital.
Zebenzui fue siguiendo los pasos requeridos por la sucesión de pantallas que contenían enjambres de celdas por rellenar con datos personales y laborales. Así concluyó con éxito la diligencia administrativa en un tiempo record para lo que solía emplear en semejantes menesteres. Pero antes de clicar en la palabra enviar se detuvo pensativo.
Zebenzui estaba contento con su vida. En apariencia no era para tirar cohetes pero contaba con personas valiosas y cosas que él consideraba también de gran valor. En varias ocasiones había tenido que tomar decisiones que le habían hecho cambiar de ocupación. Algunas, voluntarias; otras por necesidad. A veces por amor; otras por los vaivenes de la economía.
Zebenzui sabía que tras un tiempo, otro viene. Por eso no era persona especialmente apegada a casas, montañas, cielos o mares. Otra cosa era la mochila en la que guardaba la ternura hecha miradas, la complicidad del amor, las manos pequeñas de sus retoños y un desayuno bien surtido. Entre sus preferencias estaba empezar el día con mucha fruta y un sabroso aguacate con sal que comía cucharadita a cucharadita o con  dos o tres aceitunas grandes y ligeramente amargas acompañadas con el  pan de leña recién hecho;y por supuesto…un buen café con leche.
Zebenzui daba vueltas al ratón informático con el dedo y se dijo que ojalá siempre estuviera a golpe de un clic crear el propio destino. Aunque bien mirado – se corregía en su argumentación- había más de creación propia de lo que se imaginaba. En última instancia se hace lo que se tiene que hacer porque, por paradójico que parezca, lo que se tiene que hacer,  es lo que se puede, realmente, no  de manera virtual. Esta reflexión  le aportaba tranquilidad aunque no consuelo. Comprendía que todo llega en su momento y se va cuando le llega la hora. Lo había vivido en carne propia y lo aceptaba .Sabía que era inútil bucear en las aguas de los “ y si….”.Aún así, a veces, el espejo le devolvía su rostro convertido en interrogante.

Zebenzui respiró hondo y con calculada lentitud pulsó el botón, tarjeta de embarque a una nueva vida, a un nuevo destino. Lo hizo con la convicción de que todo destino se gesta en el presente. De ahí la importancia de mantener la atención en el  aquí y ahora. Buena semana.


domingo, 30 de octubre de 2016

nº 173. El FIN NO ES EL NIF.

Tamogante se envolvía con el manto de la melancolía cada vez que llegaba noviembre. Tal vez fuera porque se acortaban los días merced a un ajuste horario que no terminaba de aceptar. Tal vez por ser la antesala del mes que finiquitaba el año. Tal vez porque noviembre principiaba con el recuerdo de los fallecidos, queridos u odiados. Tal vez porque para ella significaba pensar en el fin.
Tamogante tenía serias dificultades para concluir ya fueran tareas, obligaciones o devociones. Ella nadaba con más soltura en las aguas del inicio.
Tamogante tendía al momento en el que se prende la mecha. Después, poco le importaba cómo acabara de consumirse el pabilo. Le fascinaba el instante en el que la luz, aún diminuta, iluminaba la negrura. Si de ella dependiera, con cada día, nacería no solo cada jornada sino cada semana , cada mes, cada año, cada lustro, cada centuria, cada milenio ….. cada vida posible e imposible.
Tamogante no lograba encajar la última pieza del puzle vital que proporcionaría la visión panorámica de lo vivido. Al contrario, retrasaba, con premeditación y si se terciaba, alevosía,  la clausura.
Tamogante aprendió de pequeña a coser. Le enseñó su madre, veterana maestra en el ardilar aguja e hilo. Su progenitora perdía con frecuencia la paciencia ante la negativa de su retoño a remachar lo bordado. La hija esgrimía como justificación de su negativa su deseo de dejar la hebra a su aire, en libertad. La madre perpleja ante tales desvaríos se blindaba con el coselete del sentido común y la emprendía una y otra vez en vanos intentos por inculcar en aquella cabeza de rizos como caracolillos que toda tarea bien hecha había de lucir una buena conclusión.
Tamogante, ya ,mayor,  siguió sintiendo en lo más profundo de su corazón que en la vida el final es solo aparente; intuía que las personas somos quienes nos empeñamos en encorsetarnos en fechas de inicio y cese. Afirmaba que nuestros pasos no pueden estar enterrados en ataúdes virtuales y temporales.
Tamogante se guardaba para sí estos pensamientos y con el escepticismo que, fértil, había crecido en su interior asentía de forma automática a todo poner broches de oro de supuestas etapas vividas, echar el cierre a los afectos trocados en desafección, cerrar las heridas en tiempo y forma, experimentando una total indiferencia por todo atisbo de convencionalismo.
Tamogante se entrenó en el desapego inteligente de la exaltación del irremediable ocaso, tanto de las castañas regadas con anís e historias tradicionales, como de las calabazas carnavaleras que proponían disyuntivas donde el disenso condenaba a la trampa y el consenso se vestía de golosina infantil.

Tamogante comprendía que su identidad no requería de fin; que el fin no era el nif vital .No obstante, se envolvía con el manto de la melancolía cada vez que llegaba noviembre. Buena semana.



domingo, 23 de octubre de 2016

nº 172. EL VALOR Y EL BRÍO DAN AL AMOR SU PODERÍO.

Armiche tenía una relación de  fascinación con la imaginación. Donde otros veían rutina, él contemplaba brotes de fantasía que trocaban lo insulso en pasión.
Armiche ignoraba que vivir lo cotidiano como prodigio no era una apuesta popular y le costaba entender el pesar aceitoso del aburrimiento que impelía a gran parte de sus conocidos a buscar el entretenimiento en las costas escabrosas de la intimidad ajena.
Armiche a veces sonreía y a veces reía a mandíbula batiente. Entrenaba diariamente  para ser más diestro en el ardilar una ocurrencia con otra o en realizar un  particular y solitario crucero por las décadas vividas. Se sumergía en las profundidades oscuras, pertrechado con  linterna abisal para traer a la luz a aquellas criaturas que nadaban impasibles, en su interior, ajenas al sol que brillara en la superficie.
Armiche también se veía reflejado en aquellos freakers atemporales cuando el Polifemo de la desesperación le guiñaba, a lo grande, su único ojo; o cuando la  traición, el abandono y  la incomprensión salían de su cueva, , en modo cabello con peinado serpiente, adornando  el rostro paralizante de Medusa.
Armiche viajaba, de vez en vez, al continente donde las fronteras entre los países, Rabia, Miedo y Tristeza sufrían constantes cambios .A veces le costaba reconocer sus idiomas e incluso se desubicaba perdiéndose por los laberintos del dolor. Le resultaba especialmente gratificante realizar este tour en la época de lluvias, donde el llanto propio se confundía con el agua de las nubes.
Armiche aprendió de la anciana abuela que el verdadero poder lo otorgaba el amor quien la viejita entendía como valor y brío.
Armiche buscó el amor,  y lo encontró en unos labios que no buscaban ser entretenidos sino sostenidos.

Armiche cada día agradecía a su compañera, su compañía. Agradecía no tener que entretener, sino sostener. Agradecía tener …. amor propio y ajeno. Y así, cada día era un prodigio. Buena semana.



domingo, 16 de octubre de 2016

nº 171. ME HAGO BUDISTA O SURFISTA.


Nayra no podía dormir esa noche. La cama, en modo orquesta, ejecutaba un díscolo concierto guiada por la improvisada batuta en la que se había convertido su cuerpo insomne, cansado casi hasta la extenuación. Pero a pesar del agotamiento, el sueño huía, extraviado.
Nayra solo pensaba en las tareas que habría de realizar en breves horas. Necesitaría tener la  mente  despejada y por mucho que cerrara los ojos, respirara pausadamente y permaneciera inmóvil, párpados, nariz y cuerpo giraban en una danza desordenada que deshacía el orden de las sábanas y mantas, el orden de su descanso…el orden de su universo.
Nayra echó una ojeada al reloj digital que pautaba, segundo a segundo, el tiempo de su desosiego. Observó desde la trinchera casi al descubierto de su lecho, cómo los números aparecían y, tras una breve presencia, transmutar en el siguiente y así, sin prisas pero sin pausa.
Nayra pensó que solo le faltaba empezar a divagar sobre el fluir de la vida y otras zarandajas filosóficas, propias de quien no tiene otra cosa mejor que hacer ni una lista casi interminable de obligaciones que llevar a buen puerto. Y con este distanciamiento del inútil abismo metafísico, se levantó cuando la cifra que aparecía en la pequeña pantalla rectangular mostraba la inquietante combinación 01:23.
Nayra, sentada en la cama, sostenía sobre sus muslos la agenda de trabajo con la misma desolación que  la protagonista del lienzo, Habitación de hotel de Edward Hopper.Fuera, la noche habitaba. Dentro, la llama de la oscuridad se mantenía encendida. Y ocupando toda dimensión espacial el aire enrarecido  dificultaba la respiración. No tenía olor, no era visible, pero penetraba por los poros de la piel de esa mole de carne abatida que detestaba detestar lo que hacía.

Nayra volvió su vista hacia el cronómetro del devenir y espantada, se levantó, apartando su particular Biblia  de salmos y mantras laborales El número premiado en el sorteo de la fijación del instante era el 02:16. Se dirigió al armario y tras vestirse, en apariencia con lo  primero que encontrara, salió de la habitación, salió de la casa, salió de ese estar inconsciente; y llave en mano, puso en marcha el motor de su coche. Tras varias curvas cerradas que descendían hacia el agua con olor a sal, llegó a la playa mientras se decía “Somos el tiempo que nos queda”.
Nayra contempló el mar, su vaivén, Ansió ser ola que subiera y bajara. Deseó habitar en un mar de consciencia. Y así permaneció hasta el amanecer.

Nayra de vuelta a casa con una sonrisa que le recorría los entresijos de su corazón decidió que era el momento de revisar su relación con el trabajo y en un diálogo interno que se hizo sonido concluyó. “De esta  me hago budista o surfista”. Buena semana.

domingo, 9 de octubre de 2016

Nº 170. CONTRACORRIENTE ….. EN MODO SALMÓN

Adargoma se acomodaba en el sofá procurando no aumentar el dolor de su muslo con un movimiento brusco. Aunque le costaba reconocerlo se sentía derrotado en lo que parecía, por el momento, su última batalla. Lo más irritante era tener que aceptar  que la falta de atención lo confinaría en los próximos días  a la estrecha celda del sillón de tres plazas. Veinticuatro horas antes, absorto como estaba atendiendo al móvil, anduvo por la calle hasta que tropezó con un contenedor de basura, desplazado de su enganche por la fuerte ventolera que azotara la ciudad desde comienzos de la semana. Y ahí estaba él, en pleno sábado con el ánimo de lunes.
Adargoma se refugiaba, a menudo, en sus pensamientos para distraer su malestar. Pero esta vez no encontró el asilo ansiado en las imágenes hechas palabras que, a modo de película, se sucedían en su mente, fotograma a fotograma, con un triste adagio como banda sonora.
Adargoma era fuerte físicamente y se vanagloriaba de tener gran fortaleza mental. De hecho, manejaba el difícil arte de surfear por la nata de las emociones sin tocar nunca fondo. Pero esta vez la cosa pintaba diferente: el accidente, en apariencia sin importancia, se complicaría acabando en la amputación de una pierna. Su pensar hasta ese momento sereno recorrería los entresijos de la impotencia y la desesperación a la pata coja; su trabajo actual que implicaba visitar a las empresas que proveía, devino en tres líneas de un curriculum que poco tenía de vida. Y su relación con la mujer junto a la que arribara  día sí, día también,a las costas del placer, viajó hacia la zona polar sin billete de retorno.

Adargoma, por largo tiempo, vivió en shock, maldijo, se rompió y rompió cuanto y a cuanto osara cruzarse en su camino y  buceó ´en el más profundo de los pozos sin encontrar agua sino hiel; hasta que cierto día, pasadas muchas, muchas lunas, se observó delante del espejo comprobando que su pierna ortopédica quedaba bien sujeta, dispuesto a saborear lo que de dulce, amargo, agrio y picante trajera la jornada a punto de estrenar. Tardó tiempo, pero cierto amanecer, atrapado por el abrazo excitante que prometía una inauguración voluptuosa del amanecer, único por ser presente,  se sorprendió agradeciendo haber aprendido a nadar contracorriente. Y así, en modo salmón, se sumergió en la satisfacción de su deseo…. Buena semana.


domingo, 2 de octubre de 2016

UNA CARTOGRAFÍA MUY PERSONAL

Tibiabin se despertó cinco minutos antes de que sonara el despertador. Se encontraba, aún, a medio camino entre el sueño y la vigilia. Tardó varios minutos en incorporarse física y mentalmente al nuevo día.
Tibiabin sentía su cuerpo descansado a pesar de que el recuerdo de lo soñado le producía un gran agotamiento emocional. A veces, dudaba del grado de veracidad atribuido a lo cotidiano  pues, para ella, corría parejo a lo onírico. En su adolescencia llegó a desear no soñar, o al menos, no recuperar el más leve vestigio de lo soñado. Era tan intensa su desconcertante actividad mental mientras reposaba en la horizontal, que hubo de transcurrir mucho tiempo para reconocer el diamante en bruto que se le ofrecía al alcance de su mano cuando el día se marchaba; con la caída de párpado, se subía el telón de una nueva mirada.
Tibiabin coleccionaba alifafes. Su entorno  asumía este hobby con total naturalidad sin que los amagos diversos que padecía fueran motivos de alerta.: contracturas, esguinces, dolores musculares, leves o moderados que le hicieron recorrer sendas escarpadas en busca de la salud perdida. Cada sanación era interpretada por ella como una victoria en su particular sendero de gloria.   
Tibiabin, confundida a la hora de distinguir el territorio vital con su memoria, consideró llegado el momento, de retratarse en lo que denominó su cartografía personal. Consistía esta aventura en fijar, foto a foto su andar diurno y nocturno, y así apuntó con el objetivo al balcón de su dormitorio y en el momento de irse a dormir…disparó la cámara. A partir de este momento igual ritual celebró cuando estrenaba cada día. 
Tibiabin empezó, de esta forma, la colección protagonizada por un balcón observado a la luz de la luna, a la luz del sol, en la claridad, en la oscuridad, en el fin que genera un comienzo y en la apertura nacida de la clausura. Y si el  contemplar un objeto lo modifica, modificar la contemplación elevó a la enésima potencia dicha transformación.
Tibiabin, con el tiempo, imagen fija a imagen fija,  foto a foto, confeccionó un atlas del abrir y cerrar, de sus luces y sombras, que compartió  con el senderista que anduvo por su corazón y lejos de ser turista ocasional, resultó viajero y aventurero apasionado. 

Tibiabin comprendía el mundo sabiendo que aunque mostrara su rostro  transparente u opaco, existe también lo traslúcido Buena semana.


domingo, 25 de septiembre de 2016

¡VIVIR, MANDA NARICES!


Doramas sacudió su corto pelo que requería poco tiempo para lucir espléndido .Esa era una de las ventajas de ser un trasquilado. Sabía que lo que hoy es moda, mañana incomoda por lo que asistía paciente al cambio de costumbres y continuaba su hacer diario sin prisas pero sin pausas. De rostro sonriente había heredado por parte de padre una ancha nariz que le proporcionaba, generosa, el oxígeno necesario para mantener un talante afable. También  atribuía a la amplitud de sus narinas la presencia de la intuición en su hacer cotidiano. Pues si bien le gustaba la reflexión, descubrió, llegando al cuarto de siglo, que existía vida más allá de la razón. ¡Y qué vida!
Doramas se entrenó, desde entonces, en el arte de seguir a sus entrañas con la constancia que le caracterizaba. Especialmente se esmeraba en oir a sus vísceras cuando la decisión a tomar era de importancia. Paulatinamente, lo que empezó como una audición-escapada puntual, se convirtió en su segunda residencia. Profundizó en reconocer los rostros del enfado, el miedo y la tristeza y asistió a innumerables desfiles donde mostraban sus propuestas para cada temporada.
Doramas tomaba nota y así comprendió que las emociones en el verano lucían barnizadas por el supuesto tiempo libre que paradójicamente había de ser programado, en ocasiones, hasta el último segundo; en el otoño, la inspiración  frecuentemente diseñaba piezas de revoltura y nostalgia, con los atuendos de la huída hacia adelante; en el invierno las pasarelas se llenaban de trajes en modo pa’dentro, a menudo en un dos piezas (rutina y aislamiento); y la primavera solía presentar la colección desborde , con predominio de los tonos despertar.
Doramas  en su quehacer cotidiano, también percibía los hábitos emocionales que habían quedado demodé; y, como si de un coleccionista se tratara, disfrutaba con la presencia de los encajes de la ternura, el ala ancha del sombrero de la independencia solidaria o las alegres botas de aguas para traspasar los charcos del compromiso.

Doramas respiraba la vida gracias a su gran nariz, ese sutil instrumento de observación . ¡Y es que vivir, manda narices! Buena semana.


domingo, 18 de septiembre de 2016

CADÁVERES A MEDIO ENTERRAR

Ithaisa había quedado con sus amigas para charlar un rato y tomar algo. Decidieron encontrarse en la costa donde el sol parecía que había fijado residencia. El matutino cielo azul era el telón idóneo anticipando la festividad del día. La ligera brisa refrescaba el paseo playero y a quiénes por él transitaban.
Ithaisa y compañía encontraron una terraza apropiada para iniciar el encuentro periódico que tiempo atrás, el azar, propició; y que  después, la voluntad y el goce habían convertido en un espacio de calidad. Un hombre delgado vestido de melancolía se acercó, preguntando rutinariamente por la cantidad de personas dispuestas a ocupar las mesas. Estas empezaron a ser reubicadas por las chicas, a fin de que el grupo de féminas tuviera cabida. En respuesta al empleado contestaron que serían diez. Al oír esto, el camarero les informó de que eran demasiadas personas y que no podían ser atendidas. No hubo explicación a pesar de que se le solicitara y tras  cesar el movimiento de redistribución, las mujeres se marcharon, perplejas, dejando la terraza, vacía como cuando llegaron y rodeadas por el manto del  escepticismo en cuanto a la política de captación y fidelización de la clientela desarrollada por el establecimiento. Supusieron que habría alguna explicación coherente que dotara de sentido lo acontecido pero como no era una cuestión de vida o muerte  decidieron localizar otro punto de encuentro.
Ithaisa recuerda en su hogar, días más tarde, cómo finalmente hallaron el lugar deseado, previo peregrinar terrazil. Evoca la utilización de los hilos confianza, confidencia y humor a la hora de confeccionar una nueva prenda de afecto que llevaba puesta cuando se despidieron hacia el mediodía y cuyo calorcito ella aun percibía.  
Ithaisa, en un impulso que el recuerdo parió, se abrazó y sonrió. Después, su mente tomó protagonismo para zambullirla en las aguas de la reflexión.
Ithaisa pensó, entonces, en la duración de las sensaciones: de los aromas, de las miradas, de los sonidos, de los sabores, de los roces. Le fascinaba el senderismo por las rutas desbrozadas en el pasado. Con tanto andar había vuelto a caminos pretéritos, ahora intransitables ocupados por la  hierba salvaje o la edificación doméstica. También se regocijaba antes aquellos tramos que ella llamaban oscilobatientes porque o bien supusieron una apertura explícita a otra época o porque abrieron huecos que oxigenaron su corazón en la estación de la asfixiante apatía.
Ithaisa, asimismo, retornaba a los trechos, afortunadamente en peligro de extinción, de los que antaño huyera despavorida, dejando en espera una ceremonia del adiós que cual inerte foto fija pretendiera dotar de vida a lo irremediablemente inanimado. Con los años, para estas excursiones se pertrechaba con guantes, pala y flores, o lo que es lo mismo, con delicadeza, aceptación y gratitud. Era su manera de cerrar el rito inconcluso y permitir que, a su debido tiempo, con el abono adecuado, se proyectara otra historia.

Ithaisa era viajera. A veces sus destino le hacía saltar de continente en continente; otras le acercaba a la riqueza de lo cercano; pero  su itinerario preferido era el que le permitía vivir la aventura de pasar de un ciclo a otro, protagonizando la sugerente e intrincada  danza del soltar y el asir; tras tan exótico viaje interno retornaba a su cotidianidad, sabedora del protocolo vital que garantizaba que, al llegar la estación de las lluvias, no emergerían cadáveres a medio enterrar. Buena semana. Buena semana.

domingo, 11 de septiembre de 2016

TESELAS DE UN MISMO MOSAICO

Airam era alto, un tanto desgarbado y con una tendencia al aburrimiento que le ocasionó problemas cuando primero de pequeño, y luego, de adolescente era incapaz de fijar la atención en las explicaciones de los  docentes de toda condición a quienes debía su formación . A partir de los doce años su cuerpo empezó a crecer en modo desparrame y se salía, literalmente, de las sillas de diseño obsoleto para su edad. Su familia se quejó pero sin resultado. Airam se acostumbró a permanecer encorvado durante el horario escolar, levantando los hombros, en un intento de acomodarse al espacio académico; la cabeza terminó por estirarse ligeramente hacia delante y con el paso del tiempo adquirió el hábito de sostener sus mejillas con las manos.
Airam era de ese tipo de personas que florece a largo plazo. Tuvo pues, una juventud de retraimiento,. Aunque  ávido por anclar su mirada en puerto seguro, su mente, apenas avistaba una pupila cómplice, ponía rumbo a otros lares.
Airam no practicaba ningún deporte, a pesar de su altura. El caso es que  no era consciente de su altitud y huía de cualquier atisbo de encumbramiento. Para él, su cuerpo era un conjunto de miembros sin orden ni concierto que no parecía casar .
Airam habitó por larga temporada el imperio de la somatización. Primero, cada vez que tenía que exponer un trabajo en el cole; después, en las ocasiones que exigían hablar en público aunque fuera ante una sola persona. Así fue bajando el volumen de su voz hasta llegar a los monosílabos en un tono apenas audible. Recorrió el vasto abanico de los dolores de estómago especializándose en el retortijón que le retorcía las entrañas como si fuera una delicada pieza de ropa mareada en un centrifugado de 14000 revoluciones.
Airam no se entendía y por tanto, no comprendía.
Airam pasó cerca de una década viviendo en la contracción. Escudriñó todos los matices de la abreviatura vital, se reconocía en lo disminuido de tal manera que desarrolló una capacidad excepcional para reconocer a sus iguales; y del conocimiento llegó la aceptación que devino en amor. Así sus ojos identificaban, allí donde miraran, la disminución en todos sus ropajes. Familiarizado con lo menguante hubo de pasar mucho tiempo para que transitara por la fase creciente. 
 Airam, cuando su cuerpo se estiró, las extremidades le obedecieron y sus hombros reflejaban unas escápulas en el término medio entre lo arrogante y lo quasimodo, comprendió que así como su exterior estaba listo para la expansión, su interior había trocado en un pozo sin fondo de consciencia, valor y bondad.
Airam decidió trabajar con jóvenes y con  frecuencia se encontraba ante lo que fue su vivir pretérito. Cierto día, un chico le preguntó qué cómo era posible que le comprendiera tan bien y se sintiera respetado en su palabra y en su silencio. El joven tenía en gran consideración a Airam y con la fructífera miopía propia de la adolescencia idealizaba a aquel hombre exitoso en lo público y   en lo privado.

Airam sonrió. Hacía tiempo que se entendía y por tanto,  comprendía. Dirigió la atención del joven hacia los creativos azulejos del suelo  y se limitó a decir “Traspasa las apariencias. En definitiva, somos  teselas de un mismo mosaico”. Buena semana
.

domingo, 4 de septiembre de 2016

QUIERO SER ORIGINAL….Y UNA PORRA

Cathaysa daba vueltas al tenedor, distraída ante un plato de sabrosos macarrones que eran picoteados una y otra vez por el cubierto mareado. Se encontraba, desde tiempo atrás,  en lo que llamaba modo Vicente, esto es, iba a dónde iba la gente: si los vientos eran favorables, encaminaba su andar hacia la ilusión y el entusiasmo; en cambio si rolaban a tormenta, ahí estaba ella, sin paraguas ni chubasquero, empapándose de dolor y frustración. En cualquier caso, mostraba  conformidad con los demás. Sonreía al pensar que si el resto decidiera tirarse por una ventana, formaría parte, sin dudarlo, del escuadrón defenestrado.
Cathaysa dejó pasar el tiempo hasta que la comida se enfrió como sucede con las pasiones que acaban en el molino de la procrastinación. Decidió que, a pesar del verano con su manto de calor abrasador, en su interior no había hueco para lo gélido Se levantó y en su peregrinar hasta el fregadero recorrió el entorno de la cocina con un detenimiento inusual, modificando mentalmente el color, la textura y la disposición de los objetos que abarcaba su inusitada creativa mirada.
Cathaysa colocó el plato sobre su cabeza e inició una danza que tan pronto la llevó  al norte como al sur; al este como al oeste. Dejó que de su boca brotaran sonidos de distinto calibre sin más pretensión que la de jugar. Posicionó sus manos en gestos deslavazados y dirigió sus pies con pasos sin orden ni concierto. Con esta original coreografía danzó entre el mobiliario doméstico que asistió, espectador entregado, a la sonora caída de la troupe unipersonal, con todo su atrezzo.

Cathaysa comprobó que su estructura ósea seguía sin fracturas que pasaran facturas y con la inesperada mascarilla capilar hecha de canelones venidos a menos, nutriendo su melena, se levantó diciendo que había que dar la bienvenida a otro modo de licuar las horas. Sorteando los restos de la loza hecha añicos, se encaminó hacia  la despensa de la que extrajo una tableta de turrón que empezó a saborear a pesar de ser agosto, a pesar del calor, a pesar de que la cotidianidad oficial indicaría diciembre para su degustación. Con el paladar alquitranado por la masa dulzona de las almendras se dijo “Quiero ser original ….y una porra”. Buena semana.


domingo, 28 de agosto de 2016

CONSCIENCIA, VALOR Y BONDAD

 Echedey  escuchaba con atención cómo su compañero le comentaba el significado de los tatuajes que habitaban  una parte de su territorio epidérmico. Aprendió algo más sobre su colega, del que solo conocía su  carácter afable, y con el que coincidía en la pausa laboral para tomar café. Supo así que utilizaba una sugerente frase, escrita en francés para seducir, que  se enroscaba, sinuosa, en el antebrazo izquierdo y según  contaba, con bastante éxito. También conoció que para su compañero, la libertad tiene alas de ave y nombre de virtud en otro idioma. Pero lo que le llamó más la atención fue el pequeño barquito de papel que permanecía varado en la costa interior de su brazo derecho. Intrigado por la historia que a buen seguro custodiaba aquella cuartilla  devenida en navío, se aprestó a escuchar con atención. Supo así que sintetizaba  el odio de su amigo  a viajar en avión y su pasión por descubrir otros lugares. También que recordaba el paralelismo entre la vida y una travesía a bordo de un embarcación, en apariencia frágil pero capaz de mantenerse a flote. Esto era lo que mostraba al mundo su compinche cafetero, en un lenguaje por descifrar, a través de unos dibujos que podrían ser interpretados en base a los mandatos de la moda pero que, atesoraban una declaración de principios.
Echedey retornó al trabajo pensando en cuáles serían las imágenes que podrían reflejar su manera de andar en este mundo y se dijo que la cuestión no era  baladí tal como a primera vista pudiera parecer. Empezó por buscar frases célebres o desconocidas que tuvieran un mensaje impactante pero desistió de tal tarea pues entendía que las sentencias, lúcidas o torpes,  rara vez abarcan la realidad de manera definitiva. Después indagó por los reinos mineral, vegetal y animal sin encontrar figura en la que reconocerse;  continuó buscando en la reproducción de guías humanos o divinos pero se sentía extraño en modo altar.
Echedey,ante la mesa de trabajo,  mientras su mente vagaba, garabateaba con su mano diestra en una hoja de su agenda. Y fue  así cómo la pequeña libreta que ordenaba su quehacer  laboral, también puso concierto en su pesquisa del emblema, hipotética carta de presentación a base de tintes y diseños. Se detuvo ante lo escrito y lo  que en principio solo eran trazos inconexos, paulatinamente trocaron en palabras ininteligibles para finalmente, recalar en el puerto seguro del sentido, emergiendo tres vocablos que dibujaron en su rostro la plenitud vestida de sonrisa: Consciencia, Valor y Bondad; sintió que  podrían ser buenos grafitis dérmicos que mostraran su apuesta en las relaciones con él y con los demás; aunque  su pánico a las agujas  le impedía todo coqueteo con el fascinante arte de grabar en la piel humana;.

Echedey pensó que la palabra tatuaje en una de sus acepciones se  definía como  señal o cerco  que queda alrededor de una herida por arma de fuego disparada desde muy cerca. Y en ese sentido, cierto es que el batallar cotidiano deja cicatrices  (memoria de  defensas y de ataques)  por toda la orografía humana. Algunas en las profundidades. Otras afloran a la superficie. A veces talladas en pensamientos, emociones, deseos o comprensiones. Otras pintadas en dibujos a golpe de perforaciones y color. Buena semana.


domingo, 21 de agosto de 2016

EL JARDÍN DE LAS DELICIAS

Guayarmina contempló el árbol robusto que había crecido en el jardín sin que ella hubiera plantado semilla alguna. Bien es verdad que, ocupada como estaba en el trajín de la cotidianeidad acelerada, descuidó el crecimiento progresivo del  pequeño brote hasta que devino en un tronco lo suficientemente fornido como para  necesitar de la fuerza física que abriera un espacio de claridad en el ocupado por el incómodo intruso.
Guayarmina tenía previsto cultivar hortalizas y flores en los terrenos habilitados para las tareas agrícolas que ponían una nota de vida y esperanza en lo que en su hogar llamaban El jardín. Sonrió al recordar que así era conocida la escuela de Epicuro que articulaba su enseñanza en torno al placer, en un momento histórico de crisis, donde la esperanza visitaba sucesivos vestidores en busca del atuendo idóneo al momento; en su periplo recorrió los apretados diseños estoicos, los modelos casual de los escépticos,  las propuestas minimalistas de los cínicos e incluso recaló  en las voluptuosas costas de los hedonistas.
Guayarmina había disfrutado mucho de aquella antesala vegetal que acogía como buena anfitriona a cuanto visitaba su casa. Pero el devenir de los tiempos había ido trocando los metros cuadrados, hibridos entre ladrillo y vegetación, en un lugar de paso más que de estar.
Guayarmina dejó de posar su mirada en aquel amplio rectángulo que, imperceptiblemente quedó como fondo difuso cediendo el protagonismo  a las urgencias y obligaciones. La desatención trajo el abandono y con él el deterioro donde no reconocía su deseo de crear. Nacieron malas hierbas que no por dañinas fueron débiles y ante las que experimentaba un rechazo  torpe.
Guayarmina cuando tomó consciencia de que el crecimiento es inevitable pero que la elección de la semilla es opcional, inició  una inmersión en el  rico reino de las necesidades humanas y fue seleccionando con conocimiento, cuidado y dulzura, aquellas simientes que en su desarrollo, traerían los frutos con los que saciar sus anhelos.
Guayarmina decidió que estaría bien tener hierbas aromáticas disponibles, dado el deleite que le producía una taza de agua que le perfumaba las entrañas. De entre todas, la manzanilla era su Chanel nº 5 con el que, habitualmente compartía lecho, ya fuera en  solitario o acompañada.
Guayarmina inició el protocolo de poda y arranque de lo invasivo, dispuesta a dejar la tierra preparada para una nueva cosecha. Contemplando la frondosidad de aquel ´gigante vegetal, que como beneficio colateral le había proporcionado frescor, en especial,  durante varios estíos, agradeció la sombra que le brindara y se dispuso a buscar cobijo en otro reflejo más luminoso. .  Buena semana.







domingo, 14 de agosto de 2016

¡UNIVERSO PARALELO!

Bentejui patinaba entretenido mientras recorría las calles que separaban su casa del parque dedicado a la paz, auténtico pulmón de la ciudad. Le gustaba contemplar el paisaje urbano mientras a ritmo constante, sin prisas pero sin pausas, sus ojos se deslizaban por los rincones de la ciudad en una mirada efímera que apenas se posaba, levantaba el vuelo.
Bentejui era proclive a las causas perdidas que a menudo  encontraba  a su paso. No se rendía fácilmente y entendía que la caída era el indicio de que habría que levantarse. Esa era la vida para él. No la calibraba por el éxito o el fracaso, pues había aprendido que ambos son aparentes aunque a menudo se presenten con el envoltorio de la objetividad y los lazos del espurio dulzor o amargor.
Bentejui llevaba en su mochila un sabroso bocadillo de chorizo de Teror al que pensaba hincar el diente en cuanto llegara a su meta y se sentara a la sombra de su acebuche preferido. Y después unos buenos buches de Cliper de fresa.
Bentejui no entendía cómo los gestores de lo público y el público aunque no gestionara parecieran hacer oídos sordos a las barreras arquitectónicas que a cada paso se encontraba en las calles que frecuentaba. Desde que adquirió la costumbre de utilizar los patines como medio de transporte preferente tuvo consciencia de los desniveles que, como en otros ámbitos de la vida, se daban en el entramado de carreteras y aceras. Y entonces, observó.
Bentejui contempló un mundo de sillas de ruedas, cochitos de bebés, andadores, muletas cuyos usuarios parecían militar en una segunda o tercera división en cuanto a los derechos civiles se refiere. Hay que aclarar que algún que otro tropezón aceleró esta toma de consciencia. Así fue como accedió a un universo paralelo al considerado oficial. Comprendió que la legalidad, si bien reporta numerosas ventajas, no abarca la realidad en su totalidad y desde entonces mantuvo una duda razonable sobre toda justificación basada exclusivamente en lo legal. Pensaba también que se imponía una ampliación de los márgenes que delimitaban el terreno de la legislación y tras mucho cavilar concluyó que solo sería posible cuando quienes consensuaran la normativa a seguir por la ciudadanía, definieran como el bien común aquel que incluyera el bienestar de la población, en la práctica, invalidada políticamente; y que impidiera el auténtico patinazo que supondría habitar un hostil universo paralelo.  Buena semana.





domingo, 7 de agosto de 2016

¡ES QUE PIENSO TANTO!


Dácil colocó las chocolatinas junto a la caja registradora formando una  colina dulce. Llamó a una compañera para que le fuera a buscar un gel de baño solicitado por un cliente  que, tras replanteárselo unos minutos, había decidido cambiar el cogido inicialmente. No obstante, el ladeo de la cabeza, los labios ligeramente presionados y el ceño fruncido indicaban que la decisión navegaba por las costas pantanosas de la duda.
Dácil, pasado un tiempo prudencial, le propuso al mismo usuario del establecimiento que  fuera a buscar el producto, dado que era hora punta y las empleadas no daban abasto. El señor anduvo los pasillos laberínticos del hiper y regresó con la mercancía en la mano enarbolándola como bandera triunfal.
Dácil se dispuso a pasar por el lector digital el código de barras del artículo pero la etiqueta estaba estropeada, siendo imposible su lectura. Vuelta otra vez a buscar a la encargada para que le facilitara el código deseado. Y nuevamente el barullo impidió su localización.
Dácil miró las chocolatinas que se le antojaban como agua en el desierto. A continuación desvió la vista hacia la cola que se iba formando como oruga de segmentos desiguales aumentando en longitud e impaciencia. Por fin, el cliente, protagonista indeciso, suspiró aliviado cuando Dácil le indicó el precio total de la compra una vez que accediera a descifrar la enigmática combinación de cifras y letras gracias a la ayuda de la responsable del comercio. Mientras guardaba el preciado objeto de deseo junto con el resto de la compra y  entregaba el importe de la misma, el señor, rubio, de pelo lacio con los ojos ansiosos mirando a diestra y siniestra, murmuraba “Es que pienso tanto,…quiero estar seguro…..porque soy tan inseguro…..no quiero equivocarme…. ya me he equivocado tantas veces...”. Y con paso dubitativo pero manteniendo el equilibrio gracias a  las dos bolsas llenas que sostenían ambas manos, semejantes a los platillos de una balanza, salió del supermercado dejando tras de sí una estela  de interrogantes, una fila nerviosa presta al rápido avance que supondría su aniquilación y a Dácil que al tiempo que engullía una deliciosa barrita de chocolate negro, reiniciaba el trabajo maravillada ante el variopinto paisaje humano divisado diariamente desde su atalaya de cajera. Buena semana.