Doramas sacudió su corto
pelo que requería poco tiempo para lucir espléndido .Esa era una de las
ventajas de ser un trasquilado. Sabía que lo que hoy es moda, mañana incomoda por
lo que asistía paciente al cambio de costumbres y continuaba su hacer diario
sin prisas pero sin pausas. De rostro sonriente había heredado por parte de
padre una ancha nariz que le proporcionaba, generosa, el oxígeno necesario para
mantener un talante afable. También
atribuía a la amplitud de sus narinas la presencia de la intuición en su
hacer cotidiano. Pues si bien le gustaba la reflexión, descubrió, llegando al
cuarto de siglo, que existía vida más allá de la razón. ¡Y qué vida!
Doramas se entrenó, desde
entonces, en el arte de seguir a sus entrañas con la constancia que le
caracterizaba. Especialmente se esmeraba en oir a sus vísceras cuando la
decisión a tomar era de importancia. Paulatinamente, lo que empezó como una audición-escapada
puntual, se convirtió en su segunda residencia. Profundizó en reconocer los
rostros del enfado, el miedo y la tristeza y asistió a innumerables desfiles
donde mostraban sus propuestas para cada temporada.
Doramas tomaba nota y así
comprendió que las emociones en el verano lucían barnizadas por el supuesto
tiempo libre que paradójicamente había de ser programado, en ocasiones, hasta
el último segundo; en el otoño, la inspiración
frecuentemente diseñaba piezas de revoltura y nostalgia, con los
atuendos de la huída hacia adelante; en el invierno las pasarelas se llenaban
de trajes en modo pa’dentro, a menudo en un dos piezas (rutina y aislamiento);
y la primavera solía presentar la colección desborde , con predominio de los
tonos despertar.
Doramas en su quehacer cotidiano, también percibía
los hábitos emocionales que habían quedado demodé; y, como si de un
coleccionista se tratara, disfrutaba con la presencia de los encajes de la ternura,
el ala ancha del sombrero de la independencia solidaria o las alegres botas de
aguas para traspasar los charcos del compromiso.
Doramas respiraba la vida
gracias a su gran nariz, ese sutil
instrumento de observación . ¡Y es que vivir, manda narices! Buena semana.