domingo, 26 de abril de 2015

¡ES UNA SOBERANA TONTERÍA!

Angustias tomó su cuaderno, regalo entrañable y artesano, y escribió:
Cono anduvo hasta la administración de loterías y `pidió el número de una combinación de seis números para el sorteo que habría de celebrarse  esa misma tarde. Le indicó a la dependienta que le hiciera 14 copias del mismo boleto que solo se diferenciarían en  un número, el complementario.
Cono se disponía a abonar el importe cuando una voz envuelta en un aire de superioridad , disparó: “ es una soberana tontería”. Cono preguntó el porqué, sospechando que tal vez, no había escuchado bien. La mujer que regentaba el negocio de las apuestas explicó con todo lo aplastante que tiene la lógica de don Dinero, que si salía la apuesta sellada como ganadora, los beneficiarios no serían realmente  ricos porque habrían de compartir. Cono le explicó que precisamente ese era el objetivo: repartir las ganancias entre todas las personas convocadas a una celebración. Y que sería el dígito que les distinguía el que marcaría la diferencia de la cuantía. Serían todos agraciados y además alguien un poco mas. Lo valioso estribaba en que la fortuna se distribuiría.
La mujer arrugó el hocico mientras mascullaba que, en alguna ocasión,  ella había sellado boletos para la celebración de una boda, pero con una condición: que fueran todos distintos.


Cono dijo que era otro punto de vista y se despidió mientras escuchaba una voz que le deseaba suerte añadiendo que, en caso de que la cosa pintara bien, recordara que su establecimiento era el origen de la ganancia. A lo que Cono respondió un lacónico “Claro, somos quince los que tendríamos que acordarnos”.
A Cono se le vino a la cabeza un proverbio ruso que insta a no enseñar a un cerdo a cantar porque se pierde el tiempo y además se fastidia al animal. También recordó el lúcido comentario leído al respecto en el que  se sugería dar de comer bellotas al gorrino y comerse el jamón. Y con este pensamiento jocoso se dispuso a concluir la compra para la fiesta en la que no faltaría algún que otro embutido. Buena semana.







domingo, 19 de abril de 2015

¡CÓMO DUELEN LOS ÑOÑOS CON LOS TACONES!


Angustias tomó su cuaderno, regalo entrañable y artesano, y escribió:
Apenas faltaban  cinco minutos para que concluyera la actuación previa a la de Alberto que, junto al grupo de amigos con el que desgranaba las horas del ocio, sumaría un grano de arena en la recaudación de la gala benéfica. Impulsados por el amor, los padres de un pequeño de cuatro años, enfermo de una de las llamadas enfermedades raras, habían movido cielos y montañas para, apelando a la solidaridad de propios y extraños, sumar céntimo a céntimo el dinero necesario que emitiera la tarjeta de embarque al  quirófano de la esperanza.
Alberto calzaba un 42  y la coreografía a ejecutar requería  pasos ligeros, coordinados, lo cual no hubiese sido muy complicado de no ser porque tenía que moverse sobre unos tacones… de aguja. Solo el corazón tan grande de Alberto podía actuar de antídoto ante la presión que sufrió en los ensayos y en el estreno de una pieza musical en clave de ja.
Alberto era hombre de zapatos anchos, de clanclas; a decir verdad, siempre que podía andaba descalzo; por eso trataba de mantener el suelo de su casa libre de pelusas y polvo pues le gustaba la vida libre pero aseada.

Al término del número, henchido de satisfacción por no haber terminado cuerpo a tierra, Alberto dejó que los dedos de sus pies se estiraran a gusto después de habitar en el mas férreo coselete. Suspiró con gusto y se preguntó cómo era posible que las mujeres pudieran aguantar aquel insoportable sufrimiento y que toda una industria que se alimentaba del mismo no tuviera entre sus prioridades a la hora del diseño, el bienestar femenino. Se admiró de la fortaleza de quien suele adornarse con calificativos como el de bello pero débil sexo. Se dijo, una vez mas, que no todo lo decible, por ende , es real y abriendo el grifo de agua caliente, echando un puñado de sal gorda, sumergió sus pies doloridos, diciéndose que al menos, en esta ocasión, el sacrificio merecía la pena. Todo sea por intentar hacer el bien, bien. Buena semana.



domingo, 12 de abril de 2015

EL HOMBRE, EL AGUA Y EL PESCADO SALADO

Angustias tomó su cuaderno, regalo entrañable y artesano, y escribió:

Eufrasio se vanagloriaba de lo bien que le iban las cosas. Hombre dotado de un especial instinto para los negocios había cruzado allende los mares haciendo fortuna; lo que se conocía como hacer las Américas. Retornó a su patria chica tras media década de ausencia y vivía una existencia plácida dirigiendo sus asuntos  con acierto. Casó con la muchacha que su corazón decidió y fueron llegando los hijos siguiendo el ritmo de la naturaleza. Coincidiendo con las fiestas del Carmen, patrona de los marinos, se dio una vuelta por los ventorrillos donde gustaba tomar su ron que, según él, le asentaba el pomo. Fue cuando terminaba de tomarse la penúltima que se le acercó una zahorina empeñada en leerle la  mano. Y Eufrasio que se negaba y la vidente con una maldición al borde de la lengua echando fuego por los ojos. El caso es que cedió Eufrasio y toda su vida se acordó de aquella debilidad. La adivina le presagió una muerte por ahogamiento y he aquí que mi hombre anduvo unos días que no levantaba cabeza. Vecino de un barrio costero tomó tal aversión al mar que ni se rozaba con el líquido elemento.  Dejó sus negocios transoceánicos en manos de un apoderado pues la sola mención de embarcarse lo descomponía. Su familia mantenía un respetuoso silencio ante tal decisión hasta que fue asumida como parte de la rutina doméstica. Estuvo a punto de ser pasajero del Valbanera, navío de infausto final, lo que confirmó lo acertado de su prudencia. Pasaron años, quinquenios, décadas hasta que avanzados los 90 se encontraba comiendo un sancocho de cherne cuando, mira por dónde, un trozo de pescado salado se le fue por el camino viejo. Su sobrino Eliezer se encontraba a su lado y poco pudo hacer salvo salir gritando “El tío Eufrasio se ahoga”. Y así fue como acabó sus días aquel viejillo que dobló la esquina de tantos años huyendo del agua como gato escaldado. Su familia consternada sentenciaba que al fin se había cumplido la profecía de la bruja. Solo su mujer se atrevió a recordar que dado lo avanzado de la edad y la manía que había cogido su esposo de no ponerse la dentadura postiza para comer, mucho había tardado en pasar una desgracia. Y es que como afirma Henry Ford si piensas que puedes, es cierto y si piensas que no puedes, también. Buena semana.


domingo, 5 de abril de 2015

COSER CON EL HILO DE LA CONFIANZA

Angustias tomó su cuaderno, regalo entrañable y artesano, y escribió:
Eladio abrió la puerta de la habitación de tres dígitos y pisando una desgastada moqueta azulina avanzó hacia cuatro pares de ojos que acompañaron el silencio inagurado con su presencia. Tendió una mano cálida  pero firme mientras se presentaba hasta que se detuvo ante un cuerpo escuálido, lampiño, todo mirada, que respondía tímidamente al interrogatorio médico.
Eladio preguntó al doliente  quién era el doctor que le llevaba y ante la respuesta obtenida por el paciente señaló que había tenido suerte porque “era excelente profesional y mejor persona". Bromeó sobre la actitud del galeno que daba la circunstancia que era su jefe y por ende responsable de que el fin de semana anterior y el presente él estuviera pasando la visita; lo cual no tenía claro cómo interpretar
Eladio indagó sobre el grado de tolerancia de la dieta por parte del enfermo quien contestó que ya podía comer algo; añadió que el ahogo con el que había ingresado días antes iba remitiendo y por fin tenía ganas de comer.
Eladio auscultó el pecho convaleciente; tras repetir el ritual de la mano tendida, esta vez a modo de despedida, con un “ encantado” como mantra, desde la ternura buceó en las cuencas lúcidas que atentas escucharon “ la mirada que usted tiene, es la mirada de la fortaleza”. Se marchó, cerrando delicadamente la puerta y dejando tras de sí un rastro de esperanza que se hizo pronto un hueco en aquella alfombra a tramos horadada, por aquejados y acompañantes, embarcados en la lucha contra el siniestro cangrejo.

Se reanudó la conversación donde la confianza lució su mas hermoso ropaje. Eladio, una vez mas, había sido un satresillo humanamente valiente.  Buena semana.