Angustias tomó su cuaderno, regalo entrañable y artesano, y
escribió:
Cono anduvo hasta la administración de loterías y `pidió el número de una combinación de
seis números para el sorteo que habría de celebrarse esa misma tarde. Le
indicó a la dependienta que le hiciera 14 copias del mismo boleto que solo se
diferenciarían en un número, el complementario.
Cono se disponía a abonar el importe cuando una voz envuelta en un aire de
superioridad , disparó: “ es una soberana tontería”. Cono preguntó el porqué,
sospechando que tal vez, no había escuchado bien. La mujer que regentaba el
negocio de las apuestas explicó con todo lo aplastante que tiene la lógica de
don Dinero, que si salía la apuesta sellada como ganadora, los beneficiarios no
serían realmente ricos porque habrían de
compartir. Cono le explicó que precisamente ese era el objetivo: repartir las
ganancias entre todas las personas convocadas a una celebración. Y que sería el
dígito que les distinguía el que marcaría la diferencia de la cuantía. Serían
todos agraciados y además alguien un poco mas. Lo valioso estribaba en que la
fortuna se distribuiría.La mujer arrugó el hocico mientras mascullaba que, en alguna ocasión, ella había sellado boletos para la celebración de una boda, pero con una condición: que fueran todos distintos.
Cono dijo
que era otro punto de vista y se despidió mientras escuchaba una voz que le
deseaba suerte añadiendo que, en caso de que la cosa pintara bien, recordara que su establecimiento era el origen de la ganancia. A lo que Cono respondió un
lacónico “Claro, somos quince los que tendríamos que acordarnos”.
A Cono se
le vino a la cabeza un proverbio ruso que insta a no enseñar a un cerdo a cantar
porque se pierde el tiempo y además se fastidia al animal. También recordó el
lúcido comentario leído al respecto en el que se sugería dar de comer bellotas al gorrino y
comerse el jamón. Y con este pensamiento jocoso se dispuso a concluir la compra
para la fiesta en la que no faltaría algún que otro embutido. Buena semana.