Angustias despegó la vista
del libro gracias al cual se había trasladado, en la última hora, a la Italia
en los albores de la Segunda Guerra Mundial. Había quedado atrapada por la
descripción ágil del paisaje físico y emocional de Rosa quien fue abandonada recién nacida
en un convento y con el paso de los años, ante su visible falta de vocación
religiosa, es contratada como institutriz en la inquietante mansión de los Scarfiotti. La
protagonista de “Melodía en la Toscana” posee un don especial: ver el origen de
las cosas, las animadas y las inanimadas.
Angustias , disfrutando de la historia ardilada por Belinda Alexandra, calibraba si el poder otorgado a la huérfana, realmente se podría catalogar como tal o como maldición. Mientras saboreaba un zumo de apio y manzana, ligeramente picón, pensaba que el umbral del sentir no corre parejo al del pensar. Aspiraba el aroma de la mezcla de fruta y verdura intentando describir con palabras precisas el proceso de plantación, cultivo, recogida y transformación de los productos alimenticios que derivaron en un saludable brebaje blanquecino con puntitos verdes; a continuación pasó a imaginar las sensaciones de esa misma secuencia concluyendo que un abismo separaba ambos intentos. En cuanto a intensidad, la percepción era, claramente, la ganadora.
Angustias agradecía a las palabras que construyeran
puentes hacia la cordura. Pero defendía que un olor, un sonido, un color, un
sabor, un roce, podían crear un universo entero donde la voz solo atinara a
diseñar un torpe boceto. Compartía que el ansia humana por antonomasia se
asentaba en lograr sentir el comienzo de las cosas, la causa del presente, la
anticipación del futuro a la que solo de forma esporádica se accede. Porque la
fuerza de lo intenso habita, por definición, en lo efímero del mismo; y ahí
reside parte de su valor que se complementa con las expresiones que extraemos
de la caja de sastre que es el lenguaje para aproximarnos a ella; pero que si
no estamos ojo avizor, convierte los sentimientos en un auténtico desastre.Angustias , disfrutando de la historia ardilada por Belinda Alexandra, calibraba si el poder otorgado a la huérfana, realmente se podría catalogar como tal o como maldición. Mientras saboreaba un zumo de apio y manzana, ligeramente picón, pensaba que el umbral del sentir no corre parejo al del pensar. Aspiraba el aroma de la mezcla de fruta y verdura intentando describir con palabras precisas el proceso de plantación, cultivo, recogida y transformación de los productos alimenticios que derivaron en un saludable brebaje blanquecino con puntitos verdes; a continuación pasó a imaginar las sensaciones de esa misma secuencia concluyendo que un abismo separaba ambos intentos. En cuanto a intensidad, la percepción era, claramente, la ganadora.
Angustias adoraba sentir; también rendía pleitesía a la palabra; por eso aprendía a tejer impresiones con los hilos del mas potente de los léxicos: aquel que se origina en el corazón. Buena semana.
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