domingo, 28 de febrero de 2016

SOBRAN LAS PA……

Cleopatra y Mariana hicieron chocar sus copas de vino con  tanto ímpetu que el fino cristal se hizo añicos. No quedaba más que ir a por el recogedor y el cepillo y reunir los minúsculos pedazos de vidrio. Ambas mujeres celebraban el ascenso laboral de Cleopatra que le supondría cambiar de país, cambiar de vida. Era un sueño largamente acariciado que, finalmente, se hacía realidad
Mariana comentaba a su prima que en el ambulatorio donde atendía las llamadas telefónicas y las consultas de pacientes extraviados o sin extravíos,  pacientes con bastante paciencia, en su mayoría,  el lenguaje cada vez se volvía un galimatías especialmente en lo que a las nuevas generaciones se refería. Sin ir más lejos, la semana pasada un joven alto y moreno que no llegaría a los quince años, acompañado de su madre había ido al consultorio a pedir cita para una analítica y dada la dificultad para conciliar los intereses maternos filiales la controversia se zanjó cuando el adolescente emitió un rotundo “Lo que tu digas, mamá. Sobras las Pa” .La mujer no entendió aquella expresión y al interrogar a su vástago por el significado, aquél, además de repetirla varias veces, poniendo cara de asombrada condescendencia, explicó “sobras las palabras, las pa…¡es que hay que decírtelo todo!- remató a modo de sapiente colofón.
Cleopatra construía una pirámide cristalina con los desechos rotos, mientras Mariana le narraba  sus habituales anécdotas; aunque tenía la cabeza más en su futuro destino que en la crónica mundana de la cotidianeidad. Para ella se le había abierto una ventana al mundo que la transportaba a otra dimensión. Mirando el montón que otrora compusiera un par de copas, recordó lo impactaba que quedó cuando en su adolescencia un profesor de arte le explicaba cómo la aparición del cristal había supuesto una auténtica revolución en el Renacimiento. La posibilidad de  mirar desde el hogar a través de amplias  ventanas transformó la relación de la persona con su entorno, ampliando su horizonte tanto el interno como el exterior. Pensaba Cleopatra que el cristal fue algo así como el internet renacentista que, patrimonio de unos pocos en sus comienzos, con el tiempo se popularizó hasta llegar , no solo a reflejar la realidad sino a determinar cuál era el campo de visión en el que dicha realidad se consideraba como tal. Sonrió pensando en las extrañas veredas que tiene la mente para saltarse toda autopista espacio-temporal y crear conexiones paralelas en el trazado de la memoria.

Mariana le propuso a Cleopatra, una vez solventado el accidente, iniciar la consulta sobre el lejano y milenario país al que su pariente cercana se marcharía en breve. Conectadas a internet, Cleopatra sintonizó, nuevamente, para sus adentro, con la época que finiquitara  el geocentrismo y vislumbrara una nueva  vida con la transparencia vidriada .Imaginaba la fascinación de la humanidad ante tal descubrimiento, la reverencia ante semejante hallazgo y sus aplicaciones. Igualito que la irrupción de internet en  el siglo XX,; cavilaba sobre esto  cuando el servidor mostraba 2 780 000 000 páginas en 0’65 segundos como respuesta a la reciente petición de información. Sin poder reprimir su asombro, dijo en voz alta un certero “Sobras las pa” que su prima reafirmó con un “Sí, es alucinante”. Buena semana.


domingo, 21 de febrero de 2016

MARA UMBERTA, SORONDA


Mara Umberta encontró, por casualidad, la definición de la entrada sorondo, en el diccionario. Tras echar un vistazo, la leyó en voz alta casi deletreando cada palabra: “aplícase a los frutos tardíos” - recitó.
Mientras pronunciaba la s final su mirada parecía contemplarse en un espejo, no de cristal, sino en un azogue lingüístico; y con la emoción genuina que brota del encuentro con el descubrimiento largamente anhelado, expresó, también en voz alta, su particular Eureka:”Yo soy soronda”. Y lo que hasta ese momento solo había sido una intuición trocó en certeza.
Mara Umberta fue la última de una familia numerosa cuya llegada generó mas desconcierto que alegría pues su hermano más cercano le llevaba siete años. Desde pequeña había tenido la impresión de que necesitaba más tiempo para realizar cualquier tarea que el resto de sus iguales, familiares o amigos. Incluso su cuerpo tardó en desarrollar toda su voluptuosidad pasada la veintena, transitando la adolescencia en modo sempiterna seminiña.
Mara Umberta se acostumbró a ir a la zaga. Terminó por no preocuparse por llegar la primera, consciente de que su ritmo se regía por leyes ralentizadas .A base de repetición ella vivía en cámara lenta, llegando tarde a donde se suponía que debía arribar según la clasificación de las  , etapas evolutivas pergeñadas por las mentes entendidas.
Mara Umberta tardó en conocer su ritmo, aceptarlo, disfrutarlo y considerarlo como un aliado. En un mundo donde todo era para ayer, ella seleccionó, diseccionó y se posicionó a favor de lo que su lento ambular le indicaba como importante, fuera urente o no.
Mara Umberta de vuelta al vocablo que la definió, recordaba cuando de joven el cartero que la rondaba le trajo un telegrama citándola a la salida de la iglesia dos días más tarde. Con ternura rememoraba su ingenuidad cuando tras recibir la nota, su madre, analfabeta, le exigió que se la leyera; y ella, soronda total, leyó hilo por pabilo, sin creatividad alguna. Finalmente se acordaba de que dos días después, fue a misa en otra iglesia, distante de la habitual, acompañada de su avispada madre.

Mara Umberta acumulaba anécdotas de este tipo sin enojo, miedo o tristeza. Percibía que las cosas ocurrían con demasiada celeridad y ella no estaba por montarse en ninguna montaña rusa. Cuando conoció estas siete letras unidas encontró un traje a su medida y a partir de ahí saboreó el valor extraordinario que tiene ser una  fruta de fuera de temporada. Buena semana.

domingo, 14 de febrero de 2016

POST MERIDIEM

Elías hundió la cuchara  sobre la porción, más bien generosa, de esponjosa tarta, que sería el colofón adecuado a un almuerzo entrañable. Se trataba de un pastel de zanahoria bañado con dulce de leche. Dulzura que no empalagaba. Era artesano. Estaba delicioso.
Cuando el  camarero le trajo el postre, Elías lo tomó sigiloso y alzándolo ligeramente practicó un curioso ritual que un amigo de la infancia le contara en un encuentro reciente; consistía en abrazar, acariciar las cosas con las que entraba en contacto y sentir su efecto, agradable o no, en su cuerpo. Tras este acercamiento táctil Elías se entregaba con tan buena predisposición que la sonrisa saltaba en cada una de sus palabras.
Justo cuando quedaba un trozo pequeño se produjo una sucesión de movimientos torpes que acabaron con la cucharilla en el suelo. Despiste, falta de atención, el viento del comienzo de la tarde invernal….el caso es que en ese instante Elías recordó su quincuagésimo primer cumpleaños. Se disponía a encender las dos velas con forma de dígitos cuando de manera inesperada e incomprensible el cinco rodó por la tarta hasta acabar en un lateral de la festiva mesa. El primer impulso fue restituirlo a su lugar, supuestamente natural. Sin embargo, su mano se detuvo al tiempo que su mente establecía una curiosas conexión entre el número caído y el que mantenía su posición. Militante del optimismo heterodoxo - como él se definía – interpretó dicha  casualidad como señal de una nueva oportunidad para reinventarse; y optó por festejar, a partir de ese momento, cada onomástica como  si iniciara una nueva vida, empeñándose en disfrutar de cada año con los ojos  de la infancia. Se dijo que sería algo así como su post meridiem vital

Transcurridas once celebraciones desde entonces,  Elías se acercaba con temor y deseo a dar la bienvenida a su segunda pubertad. Sin rubor alguno, tomó con los dedos  el confite con sabor a ambrosía y después rebañó el plato sin más ayuda que un diligente, como siempre, dedo corazón. Buena semana
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domingo, 7 de febrero de 2016

¡QUÉ BELLEZA! ¡ERES LA PERFECCIÓN!

Asmara apretaba los puños y golpeaba la cama del paritorio. Chillaba incorporándose y después se desplomaba en un gemido que discurría hacia el mar del silencio de donde a modo de tornado renacía el grito del dolor desgarrador de una nueva contracción. Llevaba horas sin dilatar lo suficiente aunque a ella le parecía estar abierta de par en par. Sufría. Procuraba respirar acompasadamente pero de su boca salía el más variopinto catálogo de insultos y ordinarieces sin orden alfabético alguno. El lenguaje del instinto y su creatividad al límite. Sin embargo en aquella habitación, puerta de llegada de su hijo al mundo, nadie se preocupaba por la falta de decoro dialéctico de  la  parturienta. Y ella, venga a largar  y a largar hasta que llegó la criatura. Y la vida se hizo eterno silencio en un segundo para dar  paso a una cascada de agua salada que rodó por mejillas, pechos, brazos y goteó hacia el suelo. No podía parar. Y no quería. Cuando a través de  la cortina de lágrimas ,ya en modo chispi chispi, vislumbró el pequeño cuerpo aun con restos de placenta y mucosidades varias, su boca hizo el amago de emitir una palabra que buscó pero no encontró, esta vez, en otro catálogo, el de las maravillas. Miró la mirada de su hijo, Julio, y comprendió lo que era la belleza, lo que era la perfección. Entendió que la mirada del amor horada todo coselete de apariencias y máscaras. Y que por mirar  y ser mirada de esta forma bien vale la pena vivir. Ella veía lo hermoso que habitaba más allá del pliegue díscolo o la arruga arrogante; captaba la excelencia de lo que es único, irrepetible, valioso. Amaba el mundo porque se amaba a sí misma. Y aprendió que esto se aprende, no importa lo mayor que se fuera porque en  cualquier caso se puede actualizar lo sublime que nos define,  en cualquier momento se puede dar y recibir amor. Basta con saber enfocar.Buena semana.