Policarpo está otra
vez fuera del aula. Se apoya en la pared, el único sostén seguro en estos
momentos. Cuando se despertó, cuatro horas antes, ya barruntaba lo que una vez
más se había hecho realidad: la pérdida del autocontrol.
Desde que comenzó la clase, Poli, como era llamado, parecía gallina sin nidar.
Tenía ganas de moverse y no era su culpa si en el vaivén chocaba con el hombro
de su compañera que, harta, a la tercera
vez , le empujó. Y claro, él chilló. En defensa propia, naturalmente.
Poli no quería que le tocaran sin permiso pero no tenía dificultad para
propinar collejas al alumno más tranquilo del grupo. Aderezaba, además, el manotazo
con un sonoro “¿Qué pasa, tomatito? Lo que ocasionaba que el destinatario del mensaje
verbal y físico encendiera su rostro , hasta palpitar el fluir de la
sangre, en los cachetes de generosa
amplitud. En esos momentos, Poli se desconectaba del dolor ajeno centrado en
camuflar con bravatas y carcajadas el propio.
Y hoy volvió a pasar.
Y él, desde la mañana, lo presintió.
Masticó esta creencia de camino al centro escolar y después se la tragó;
si bien su digestión fue imposible. Al final terminó por vomitarla en forma de chillidos
contra el profesor que, cansado y perplejo ante tanta insolencia, optó por
expulsarle de clase.
Poli reconoce, ahora que pivota en uno y otro pie, de manera alterna,
que el profe tuvo aguante. Es más, él no habría soportado ni la mitad.
Lo peor era todo el rollo que vendría cuando volviera a casa. Bueno,
cuando su madre llegara a casa por la tarde. Estaría cansada y con pocas ganas
de enfrentarse a otro problema. Porque de fijo, que de esta, le caía la
expulsión. Tendría que arreglársela para convencerla de que él no era el único
que molestaba pero que como tenía mala fama…… Poli no estaba seguro de cómo
reaccionaría su madre, era una caja de sorpresas: ante la misma situación, a
veces parecía un demonio y otras lo achuchaba hasta casi dejarlo sin poder respirar, al tiempo que
muy digna, aseguraba que pediría permiso en el trabajo para hablar con el
profesor ése, que no sabía por qué le tenía tanta manía a su hijo. Su madre en estos momentos de explosión afectiva le decía que aunque él
era desinquieto, en el fondo no era mal chico. Ella podía ver cómo era por
dentro. Cuando se quedó embarazada, no tenía claro si tenerlo o no, hasta que
decidió tirar ella sola pa´’lante: si
había manzana para comer, eso se comía ; si pera, pera, pues..
Poli era la alegría de su mamá.aunque solo podía estar con él cuando volvía
del trabajo pues salía de casa muy temprano; el chico se había acostumbrado a
despertarse solo y medio dormido, desayunar y salir a la escuela.
Poli no pensaba contarle a su madre lo del sueño que había tenido la
noche antes ni que se comió una cuña de chocolate para desayunar. En realidad
ya se le había olvidado.
En el pasillo intenta respirar con la espalda contra la pared pero el
aire equivoca la ruta y troca en arcadas. Escupe en el suelo. Asqueado, se dice que no puede, que todo es una mierda y en estas
andaba cuando un chico de otro curso más pequeño pasa a su lado y mira con
desagrado el piso manchado. Poli sabe que no queda otra que soltar un afilado:
"¡Qué miras atontao! ¡Quieres que te parta la cara!"
A Poli le hubiera gustado sentirse deseado, poder expresarse, sentirse
seguro para explorar el mundo, poder fantasear sin miedo, sentirse único y
especial, sentir que nunca sería abandonado, saber distinguir entre lo que era
de él y lo ajeno, saber a qué atenerse…pero sobre todo, poder llorar las pesadillas ante unos oídos que le
despertaran enseñándole qué podía hacer y qué no.
Le hubiera gustado pero él sentía justo lo contrario…..una vez más .Buena
semana.