Luisa Enriqueta contempló el
mar, inquieta placenta turquesa que el viento cubría con una colcha de encajes
efímeros.
Tenía un cheque que daba
vueltas entre las manos con una danza incesante. La cantidad que indicaba el
papel le permitiría cambiar la nevera que debido a la obsolescencia programada,
agonizaba entre incómodos quejidos, dejando a sus pies, un día sí y otro
también, una estela fría y húmeda en el suelo de la cocina.
Luisa Enriqueta tenía una
pequeña libreta marrón donde anotaba las cantidades que periódicamente recibía
de su padre. El caso es que vivía en un sempiterno coqueteo con la precariedad.
A pesar de su titulación académica no lograba arraigar en trabajo alguno;
cuando iniciaba un empleo, no pasaba mucho tiempo sin que el desasosiego hiciera
mella en ella hasta que volaba a la búsqueda de otro cielo que surcar. Esta
inestabilidad le hizo maestra de la improvisación, doctora de lo fugaz, perita
de lo perecedero. Así era feliz. No encontraba regocijo en el acomodo, ni
pasión en la rutina, ni almíbar en lo predecible.
Por temporadas jugó a sentar la cabeza pero mas temprano que tarde, el espacio y el tiempo que habita la envolvían con tal presión que emprendía, rauda, la fuga..
Por temporadas jugó a sentar la cabeza pero mas temprano que tarde, el espacio y el tiempo que habita la envolvían con tal presión que emprendía, rauda, la fuga..
Hasta que un día en el
recién estrenado enero, su padre le propuso que tuviera libre acceso al dinero familiar cada vez que
lo necesitara mientras hubiera los cuartos que proporcionalmente le
corresponderían por herencia.
Luisa Enriqueta tenía una
relación de amor despechado con el dinero,. Al no valorar su precio, su
esfuerzo no se centraba en la acumulación de capital, rompiendo la tradición familiar,
generaciones atrás, Cuando las necesidades básicas se hacían presentes,
desplegaba un catálogo variopinto de estrategias eficaces gracias a las que
quedaban resueltas. Las estratagemas incluían trabajos ocasionales, por debajo
de su cualificación así como el altruismo de quienes la contemplaban con los
ojos de la incondicionalidad.
Luisa Enriqueta dominaba el
arte de la seducción , Pero a base de calcular – aunque fuera sobre mínimos- la
técnica de la fascinación cada vez le fascinaba menos. Por eso aceptó el arreglo
monetario que a su juicio solo le traía ventajas. Y de esta guisa, Luisa
Enriqueta vivía caminando sobre frágiles baldosas que para ella eran sólido pavimento.
En su cotidianeidad las pequeñas seguridades eran sólidos soportes, aunque se
le restaran de una herencia futura, que ella sí disfrutaba en el presente.
Maneras de vivir. Buena semana.