domingo, 31 de enero de 2016

TE LO RESTO DE LA HERENCIA

Luisa Enriqueta contempló el mar, inquieta placenta turquesa que el viento cubría con una colcha de encajes efímeros.
Tenía un cheque que daba vueltas entre las manos con una danza incesante. La cantidad que indicaba el papel le permitiría cambiar la nevera que debido a la obsolescencia programada, agonizaba entre incómodos quejidos, dejando a sus pies, un día sí y otro también, una estela fría y húmeda en el suelo de la cocina.
Luisa Enriqueta tenía una pequeña libreta marrón donde anotaba las cantidades que periódicamente recibía de su padre. El caso es que vivía en un sempiterno coqueteo con la precariedad. A pesar de su titulación académica no lograba arraigar en trabajo alguno; cuando iniciaba un empleo, no pasaba mucho tiempo sin que el desasosiego hiciera mella en ella hasta que volaba a la búsqueda de otro cielo que surcar. Esta inestabilidad le hizo maestra de la improvisación, doctora de lo fugaz, perita de lo perecedero. Así era feliz. No encontraba regocijo en el acomodo, ni pasión en la rutina, ni almíbar en lo predecible.
Por temporadas jugó a sentar la cabeza pero mas temprano que tarde, el espacio y el tiempo que habita la envolvían con tal presión que emprendía, rauda, la fuga..
Hasta que un día en el recién estrenado enero, su padre le propuso que tuviera  libre acceso al dinero familiar cada vez que lo necesitara mientras hubiera los cuartos que proporcionalmente le corresponderían por herencia.
Luisa Enriqueta tenía una relación de amor despechado con el dinero,. Al no valorar su precio, su esfuerzo no se centraba en la acumulación de capital, rompiendo la tradición familiar, generaciones atrás, Cuando las necesidades básicas se hacían presentes, desplegaba un catálogo variopinto de estrategias eficaces gracias a las que quedaban resueltas. Las estratagemas incluían trabajos ocasionales, por debajo de su cualificación así como el altruismo de quienes la contemplaban con los ojos de la incondicionalidad.
Luisa Enriqueta dominaba el arte de la seducción , Pero a base de calcular – aunque fuera sobre mínimos- la técnica de la fascinación cada vez le fascinaba menos. Por eso aceptó el arreglo monetario que a su juicio solo le traía ventajas. Y de esta guisa, Luisa Enriqueta vivía caminando sobre frágiles baldosas que para ella eran sólido pavimento. En su cotidianeidad las pequeñas seguridades eran sólidos soportes, aunque se le restaran de una herencia futura, que ella sí disfrutaba en el presente. Maneras de vivir. Buena semana.




domingo, 24 de enero de 2016

OTRA FORMA DE FELICIDAD: FINALES A LA CANELA

Basilio aspiraba con deleite el dulzón aroma del té verde. Para él era el hilo del que, tirando , hacía presente la forma adecuada de tratar un tema delicado. Se lo enseñó alguien noble, sabio y generoso. En su mente, con la canela, el trauma iba perdiendo su amargor.
Mientras paladeaba la característica y exótica fragancia de la bebida caliente, le dio por pensar en lo útil que sería, en términos emocionales, aprender a cerrar puertas, finiquitar ciclos, despedir las despedidas , de forma grata.
Observaba que la enseñanza de la ceremonia del adiós en sus múltiples versiones, dejaba tras de sí una estela de existencia con regusto a sal y pimienta que distaba de ser digestiva y además podría perjudicar seriamente la salud, sobre todo, el corazón. El continuo trasiego de principios y finales suponía, a menudo, trabajosos buceos por aguas oscuras y saladas que eternizaban el tránsito en cuestión.
Basilio se preguntaba si el diseño de los puntos y apartes vitales no se podría confeccionar con el buen hacer de sastres y costureras que introdujeran en sus telas la sedosa consciencia y la blonda de la aceptación.
Braulio practicaba el desapego inteligente para arroparse con la delicadeza cuando se presentaba el frágil momento sin vuelta atrás. Y a base de ejercitarse, iba dominando la técnica.
Había descubierto que hombres y mujeres, de cualquier edad y condición, disfrutaban de plenitud cuando optaban por desarrollar la inteligencia para tener una visión panorámica del momento, para comprender que cada paso acerca tanto como aleja ;y que para degustar el sabor de la ternura, nada mejor que sumergirse en el perfume especiado de la canela, ya sea molida o en rama. Buena semana.






domingo, 17 de enero de 2016

¿Y SI LE HA PASADO ALGO MALO, A LA POBRE?


Eloísa no estaba debajo de ningún almendro. Se encontraba en la pequeña, y fresca sala de espera de un centro sanitario. Tenía cita para la realización de una prueba de control rutinaria en la que, desde años atrás, se hacía un exhaustivo seguimiento de sus pechos para atajar cualquier formación maligna de bultos despechados.

Al llegar a la estancia aguardaba una joven que, como ella, portaba una bolsa con el testimonio de las placas de años anteriores. Eloísa estaba un poco cansada pues dada la hora de la cita médica y la lejanía del hospital había tenido que ingeniárselas para llegar con diez minutos de anticipación. La jornada laboral, la dinámica doméstica, la conducción y el calor del día que negaba, tozudo, la estación invernal a pesar de que  el calendario exhibía, un recién estrenado mes de enero.
Tres cuartos de hora más tarde, una muchacha oblonga, casi en un susurro, comunicó a Eloísa y a las seis mujeres más que allí se habían congregado que la especialista no había llegado y que no se garantizaba que pudiera llegar. Continuaba la chica señalando que había intentado contactar por diversos medios pero que no había obtenido ningún resultado. Les ofrecía un traslado de fecha como remedio al mal presente.
Eloísa masticó la saliva del enfado y todo el esfuerzo realizado en lo que iba del día formó un bolo emocional que se le atragantó en el esófago. .A punto de virarse hacía la orilla del victimismo, empezó a recitar el sinfín de contratiempos que la cancelación de la visita médica le suponía. Apareció el mismo discurso en los rostros, gestos y palabras de  las mujeres que junto a ella se acercaron a la secretaria  cuya cara expresaba la impotencia más genuina.
Solo una señora se quedó en su sitio y con una voz clara pero dulce interrogó –“¿No le habrá pasado nada malo, a la pobre?”.
Eloísa estaba a punto de naufragar en las procelosas aguas del más exacerbado individualismo. Pero la pregunta que flotó en el aire la envolvió con el aroma de la empatía, de la duda razonable, de la fraternidad, en definitiva del amor; y tras realizar el trámite burocrático que le haría volver al lugar una semana más tarde se marchó, sin una prueba física pero después de haber realizado un valioso ejercicio de toma de consciencia. Buena semana.





domingo, 10 de enero de 2016

PLANEABA NUEVOS CAMINOS Y LOS ANDABA

Priscila no era reina del desierto.  Más bien era un ser de agua. Una sirena urbana que al ambular parecía nadar entre los transeúntes. Tenía los ojos grandes, azules y una melena con reflejos rojizos como si estuviera afectada por un ligero rubor. En realidad Priscila no dejaba de sorprenderse ante lo que le rodeaba. Pensaba que las personas – ella la primera – se complicaban en exceso la vida apostando por permanecer en áridos paisajes a la espera de efímeros oasis.
Solía sentarse en un banco de la plaza que recordaba a una ilustre personalidad del siglo anterior por su buen hacer en la gestión de lo público. Allí dejaba que su mirada vagase por el paisaje humano que a media mañana formaba parte de una marea dinámica, circunspecta y con una dirección predeterminada. Observaba que en su ciudad, la mayoría de la población salía de casa por obligación, cuando había que ir a algún sitio. El placer del paseo había sido olvidado, como  los recuerdos  que no visitamos, en el desván de la nada. Solo la prescripción facultativa en su férrea lucha contra el colesterol revivía la rutina que empezaba y terminaba en un paso tras otro .Pero al convertirse en medicina, esta práctica carecía de la espontaneidad fresca del deseo.
Priscila se dijo lo bueno que es inventar itinerarios alternativos, rutas en las que contemplar la urbe desde perspectivas creativas. Pasaba tiempo de su ocio pergeñando trayectos  en los que  descubrir la terminación de casa y edificios. En su carrera hacia el cielo. Constataba que predominaban las formas cuadradas y rectangulares, de marcada e introvertida impronta  urbanística. Pocas construcciones  lucían azoteas o  jardines colgantes. Escaseaba el verde, destacaba el gris.
Priscila , otras veces, miraba el suelo, recorría calles, atenta a las siluetas de las aceras y no entendía la necesidad de escalones que para  el manejo de sillas de ruedas, cochecitos de bebé, muletas solitarias o emparejadas y piernas en dejación de su función motórica, suponían una aventura semejante  al París Dakar.
Priscila en ocasiones realizaba un pequeño tour por escaparates que aunaban arte y negocio y se decía que con frecuencia la imaginación parecía ignorada por la mediocridad creativa, miope , en beneficio del beneficio económico, que lejos de multiplicarse daba como resultado la ausencia total de chispa ingeniosa y la permanencia en las filas   de la vulgaridad.
En su catálogo para  los días que alargaban sus horas, contaba con recorridos en los que  saltaba de plaza en plaza como si del juego de la oca se tratara y en ellos se sentía feliz.
Construía guías invernales que le hacía descubrir el café más aromático, el té más  exquisito o dónde encontrar el licor adecuado a la ocasión extra seca, seca, dulce, fina o crema.
Y en su particular guía de trotaciudad incluía pequeños safaris  donde descubría una interesante  fauna urbanita  e invisible.
Priscila  planeaba nuevos caminos y los andaba. Buena semana.





domingo, 3 de enero de 2016

A PARTIR DE MAÑANA ME QUITO DE TOO


Gilda se quitó el guante y lo tiró indolente sobre el sofá.
De un puntapié lanzó los zapatos de tacón stiletto sobre los que había bailado durante las dos últimas horas. Suspiró aliviada.
Estaba eufórica y ya descalza continuó danzando por el salón, al ritmo de la música audible solo para  su corazón.
Le gustaba moverse a su aire. Y cantar. Especialmente cuando nadie podía oírla. Como en ese momento. Se sentía  creativa pergeñando pasos y letras de canciones. Vamos, ¡qué se las inventaba!. Cualquier parecido con la realidad era pura carambola;  pero a ella le gustaba.
Terminaba el invierno y los días se dilataban, perezosos. La luz prolongaba su existencia, retardando el inevitable encuentro con la noche en un dejarse atrapar, paso a paso, por el acogedor horizonte anaranjado.
Gilda adoraba la primavera. No traía consigo el calor asfixiante del estío que hastía.Y suponía el finiquito de prisas, gripes y aire helado,  propios del invierno.
Mientras improvisaba una coreografía alrededor de su sillón de lectura, encendió la radio cuyo murmullo inicial se convirtió en una tertulia con nombre horario donde se desbrozaba un sin fin de posibilidades para la edificación de un mundo mejor con los sólidos cimientos de la paz, la libertad y la justicia social. Centró su atención en la charla solidaria hasta que esta concluyó, final que Gilda rubricó con un zapateado de antología.
“Cada cuál escoge cómo poner punto  final” - se dijo, ligera.
Tras la sabrosa cena y la digestiva manzanilla, Gilda, mujer de contrastes, contempló los restos de comida y bebida ingeridos y  en un arrebato se dijo “¡ a partir de mañana me quito de too!”. Solo ella supo a qué se refería la enigmática sonrisa que dibujó efímeramente  su boca para dar paso a un sentido y divertido “ ¡pero hasta entonces, qué me quiten lo bailao!”.Buena semana.



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