domingo, 30 de noviembre de 2014

¿ANASTASIA LA DE LOS ROMANOV O LA DE CHRISTIAN GREY?


Angustias entró en la oficina de correos pues debía recoger una carta certificada cuyo  aviso encontró Marcelo el día anterior al regresar al hogar. Suponía que tenía que ver con algún trámite administrativo ya que  el remitente era el ayuntamiento de su localidad.
Angustias se situó en la cola esperando que esta avanzara rápidamente mientras notaba cómo sus escápulas  se resentían del esfuerzo físico realizado en la piscina esa misma mañana a primera hora. Centrando su fuerza en el ombligo, respirando pausadamente e intentando activar la zona dolorida adelantó espacio hasta que solo quedaba una persona delante de ella que, en ese momento estaba siendo atendida.
Angustias, fiel a sus paletillas doloridas, se planteaba si concertar un masaje que contribuyera a restituir el bienestar previo a la sesión matutina de natación. En estas estaba cuando se oyó un poco mas alto que el tono habitual de una conversación una interrogación emitida por parte de la empleada de correos. -¿Anastasia?- inquirió la trabajadora. A lo que le contestó una voz cantarina: - Sí, como la princesa perdida de los Romanov. La trabajadora rectificó la repuesta de la mujer que estaba a la espera de recoger una carta donde se le confirmaba su contratación laboral: -No, la de Christian Grey- manifestó la diligente funcionaria con una sonrisa cómplice que rebotó en unos ojos perplejos que anticipaban tormenta dialéctica: -¿La de cincuentas sombras de Grey? ¡Vamos, si  es la historia de la bella durmiente con látigos!¡No me diga que le gustó! Yo tuve que hacer un esfuerzo para leer el primer libro y me pareció que era un recorrido de lo mas conservador sobre todos los tópicos que cosifican a la mujer: la joven que no ha sido estrenada, que necesita de total supervisión sobre lo que come, el ejercicio que tiene que hacer para estar a la altura de los caprichos de él, la disponibilidad absoluta ante el deseo del hombre que por cierto es joven, desarraigado y sobre todo…..RICO. El príncipe azul versión capitalismo.
Angustias observaba cómo se despachaba a gusto aquella mujer de cutis terso (que según parece es síntoma de vida sexual placentera, operaciones estéticas aparte) ante una oficinista que veía caer en cascada los esquemas de su mundo y que, profesional como era, se limitó a entregar la carta demandada previa comprobación documentada de la identidad de quien la reclamaba.
Angustias, espectadora de tal escena, caviló sobre  el torrente que puede desencadenar la mención de un nombre y recordó la ingeniosa y sutilmente mordaz obra de Oscar Wilde, “La importancia de llamarse Ernesto”. También pensó que, a diferencia de las dos mujeres protagonistas del encuentro dialéctico, para ella, el nombre Anastasia le sugería el cuidado de unas manos cálidas que la arroparon desde la niñez, la ternura de su madre, que ni era princesa, ni ocupaba el papel de Bella ante Bestia alguna. Recogió el envío municipal  y constató que la citaban para una reunión informativa en calidad de vocal ante las próximas elecciones municipales, compromiso que aceptaba de buena gana, ante la expectativa de lo novedoso.

Angustias salió de la oficina de correos diciéndose que aunque aprendemos la misma lengua no siempre hablamos el mismo lenguaje. Buena semana.



domingo, 23 de noviembre de 2014

LA MEJOR INSPECCIÓN: LA QUE CADA CUÁL HACE DE SÍ

Angustias aguardaba en la sala de espera de la consulta para su revisión dental. Tras ser recibida por Eugenia, se acomodó en aquel espacio modernista donde los cristales traslúcidos eran los protagonistas. Para distraer el tiempo ojeó un suplemento cultural colocado sobre una mesilla granate ,donde se reseñaba como novedad editorial la publicación de Adiós Múñoz de la escritora María Teresa Henríquez quien novelaba  sobre la incomunicación humana.
Angustias repetía esta cita médica ,  desde hacía mas de dos décadas, dos veces al año: una cuando este principiaba y otra al inicio de julio. Mientras saludaba a la secretaria, intercambiaban ambas mujeres unos minutos de charla cordial donde cada una esbozaba lo mas destacado de los últimos seis meses. La afabilidad era el denominador común en esos momentos de acogida. Angustias recordaba que había entrado la primera vez por casualidad en la consulta de la dentista que desde entonces le transmitió la confianza imprescindible para permitir, desde el sosiego que  manipulara en su boca.
Angustias no se reconocía como hipocondríaca y la visita a la  odontóloga no estaba entre su catálogo de horrores; pero reconocía que era muy tranquilizador tener la certeza de que quien debía dar cuenta del estado de dientes y mandíbula sabía lo que se hacía y además sabía hacerlo con humanidad. Por eso la charla entrañable de apenas unos minutos ,con Cristina, profesional entrada en años , previa a la revisión, actuaba como el mejor tranquilizante. Y hacía del cuidado un placer.
Angustias sentada en la silla de la especialista, con la luz blanca de un potente foco sobre su cara y con un níveo babero a su cuello, cual torpe infante o anciana, escuchaba el monólogo de la sacamuelas sobre la cotidianeidad intercalado con instrucciones a su ayudante sobre el material que necesitaba para culminar con éxito el examen. Una vez repasadas las piezas y reparadas los desconchados dentales, se levantaba de aquel asiento metálico saboreando la frescura en la boca y la lisura de las piezas lijadas.
Angustias se reconocía feliz cuando disfrutaba de las rutinas que facilitaban su cuidado. Le proporcionaba una dulce sensación de bienestar. Le gustaba revisar sus controles y sus descontroles, sus atinos y sus desatinos, sus luces y sus sombras porque partían del genuino quererse y  superarse. Había aprendido que la vida era una continua comprobación de que se estaba en dónde y cómo se quería estar; para, en caso contrario, rectificar a tiempo sin que nadie saliera malparado. También había comprendido que la mejor ITV vital es la que implica el compromiso con el querer hacer lo que se hace, de la mejor manera posible. Por eso opinaba que no hay mejor repaso que el que cada persona hace de sí misma. Y ante esta inspección, Angustias se sentía segura . Buena semana.




domingo, 16 de noviembre de 2014

ME VUELVO AL BORDE

Angustias entró en la mercería y de inmediato quedó atrapada por un torrente de telas, hilos, botones, pedrerías que rivalizaban en color y prestancia. El local era una estancia amplia que incluía una mesa rectangular y cómodas sillas donde la clientela podía consultar dudas, pedir consejo o, en caso de ser acompañante, simplemente descansar.
Angustias necesitaba una cremallera que sustituyera a la que, dos días atrás había dejado de cumplir su función. Mientras esperaba el turno de ser atendida oteaba el maravilloso horizonte de filigranas que se exhibían en un expositor primorosamente decorado.
Angustias sintió la misma sensación (mezcla de reverencia y placer) que experimentaba cuando se internaba en determinados espacios; por ejemplo, las ferreterías despertaban en ella  un mar de posibilidades sugerentes a la hora de crear, hacer o construir, embarcándose en viajes por el infinito de su imaginación. Otro lugar que le producía algo cercano al sobrecogimiento era las bibliotecas. El laberinto de pasillos y estantes donde habitaban  principalmente libros en formato papel o digital tenía el efecto en Angustias del sosiego que otras personas encuentran en píldoras tranquilizantes.
Angustias recurría a estos balnearios cotidianos ( como así los llamaba) cada vez que la realidad se empeñaba en pisar el pedal del acelerador y su pensamiento, cual disco de vinilo de 45 revoluciones amagaba con girar a las 78  de los arcaicos tocadiscos
Angustias compró la cremallera al tiempo que se interesaba por la clase de bordado que un cartel a punto cruz ofertaba en el margen izquierdo del mostrador. El dependiente  desdecía la ecuación reductora entre mercería y fémina y era uno mas en aquel negocio familiar; de esta guisa   progenitores y prole arrimaban el hombro; el hombre cumpliendo con su trabajo  le informó del horario y precio de la actividad al tiempo que le presentaba a la persona encargada de la misma. Era una mujer de pelo plateado, mirada pícara y sonrisa afable.
Angustias respiró el aire del local y se vio envuelta por una nostalgia ocre como la que rezuman las páginas de En el café de la juventud perdida, de Patrick Modiano. Contempló algunas de las piezas que la maestra artesana le mostrara mientras le animaba a sumarse al grupo de mujeres que una vez a la semana, durante dos horas tejían un tiempo de serena complicidad. La augusta dama concluía afirmando que para sus alumnas aquella cita semanal les permitía alejarse de la cotidianeidad en modo lúgubre obligación y acercarse a la dulce rutina tipo compromiso. Por eso cuando llegaba el momento de acudir a la cita, repetían, cada cuál a su manera, a modo de mantra, me vuelvo al borde.
Angustias salió de la mercería cuando ya oscurecía. Pensaba en lo importante que es la constancia de personas y  ocupaciones a los que regresar pues hilan con su presencia el suelo de nuestra existencia. Y agradeció  besos, caricias, palabras, actividades e incluso los emoticonos aparentemente simplones que se colaban en su vida, día sí y día también ya que le posibilitaban el retorno a sus queridos bordes, pues adoquinaban, desde el placer, su ambular. Buena semana.





domingo, 9 de noviembre de 2014

CONFÍA EN MÍ ..... QUE YO TE LO RETROCEDO

                         
Angustias apresuró el paso hasta llegar a un cajero automático. El reloj marcaba las siete y media de la mañana y el sol ya anunciaba que se había despertado, juguetón, manchando con pinceladas sueltas un cielo otoñal.
Angustias estaba en el último paso antes de obtener el dinero del expendedor bancario cuando falló el mecanismo y se quedó sin el ansiado capital. En el interior de la sucursal, Paco, ultimaba la organización de la jornada y ante los toques en la ventana de Angustias, abrió la puerta tranquilizando a la conocida clienta explicándole que  el error de la máquina se autorregularía por el mismo artefacto.
Angustias, aliviada solo a medias, comprobó  en el cajero que no había constancia que reflejara la equivocación y con el resguardo en la mano esperó hasta la hora de apertura de la oficina bancaria.  Veinte minutos después, Paco le aseguraba nuevamente que, a lo largo del día, se subsanaría la falta, garantizando que él mismo, en nombre de la amistad que le unía a Angustias, se encargaría de que así fuera. Por eso, Paco le repetía “Confía en mí, que yo te retrocedo el dinero, yo te lo retrocedo. Parecía ser era una práctica común aunque Angustias fuera una novata en estas lides y el temor vistiera su expresión.
Angustias haciendo gala de su sentido práctico continuó con las actividades previstas para esa mañana con el propósito de verificar, al final del día, que la cantidad le había sido restituida. En este caso no se trataba de ninguna urgencia pero se preguntó qué hubiera pasado si hubiese necesitado disponer de esos billetes de manera imperiosa. También se planteó  por qué la conjugación innovadora del verbo retroceder no era patrimonio de los usuarios sino de los gestores bancarios: por qué, por ejemplo, la ciudadanía no podía retroceder el dinero de la hipoteca unas horas o días después de la fecha convenida o por qué no se compensaba económicamente al beneficiario de la cuenta cuando había fallos de esa índole por parte de la empresa financiera.
Angustias tan tozuda como Horacio Rejón, protagonista de El árbol del bien y del mal” de Juancho Armas Marcelo, (en el empeño de hacerse con la casa familiar, obviando leyendas siniestras  de Salbago) intentaba encontrar un responsable con presencia humana de aquel extravío; necesitaba hallar un chivo expiatorio sobre el que hacer recaer la impotencia ante la gestión mediocre. Le resultaba insultante que la tomaran por estúpida y hacía tiempo que había renunciado a la paz pánfila que deposita su seguridad en  gurús todopoderosos. Se encontraba capacitada para entender una explicación lógica, que a fin de cuentas era un derecho y  no una prebenda. Y como el coraje se fue apoderando de ella, una vez en el hogar, tomó varios envases de cristal que apartaba para el reciclaje, los metió en una bolsa de plástico, que cerró meticulosamente y acto seguido estampó contra el muro del jardín.

Angustias tenía sus medios para ajustar cuentas con la realidad sin que salpicara a quien no correspondía. En eso sí confiaba: en  ella que  ante cualquier torpe pifia, sabía qué tenía que  retroceder. Buena semana


domingo, 2 de noviembre de 2014

PERDER LOS PAPELES………..PERDER LA EXISTENCIA


Angustias rebuscaba entre los objetos de la gaveta. Había comprado una licuadora el día anterior y el pequeño electrodoméstico dejó de funcionar. Se dijo que una cosa era la  obsolescencia programada y  otra el fallo de fábrica que no resistía el contacto con la realidad. Recordaba haber puesto el ticket de la compra junto a las llaves del buzón, en espera de quedar archivado con otras facturas. Pero no estaba allí. Lo había extraviado.
Angustias revisó minuciosamente el cajón, escudriñó las cuatro esquinas del rectángulo sin encontrar rastro del documento. Se planteó que estaba ante una de las ocasiones en las que tenía que aceptar que había perdido. Y así se enfrentó a la ausencia de unos papeles que le acreditaban como compradora con el consiguiente derecho a la devolución del dinero o al cambio del producto en caso de estar defectuoso. Le pareció cuando menos curioso que  su identidad y la titularidad de sus acciones dependieran de unas hojas escritas; hilo por pabilo se dijo que la situación podría ser mas complicada si lo que hubiese perdido fuera la cartera con la documentación garante de que ella era  quien su presencia física afirmaba ser. No bastaba con ser, había que parecerlo burocráticamente.
Angustias se preguntó por qué cuando una persona no puede controlar una situación se dice “ha perdido los papeles” pues en este caso no hay legajos desaparecidos. Y su pensar desembocó, otra vez  en el mar de la nada, de la omisión..Concluyó que si no hay registro de la existencia, no hay existencia. Y recordaba los miles de meninos da rúa, de adultos sin techos que aunque su cuerpo reclaman presencia, solo se encarnan cuando se elabora el censo de la indigencia. Si  hasta para morir se requiere del acta de defunción.......

Angustias recuperando el verso “Un recuerdo es un nido de campanas” de Félix Casanova de Ayala  sintió tristeza al pensar que tal vez el recuerdo de nuestro paso sea una madriguera sin mas eco que el teclear, el clicar y el cada vez mas denostado escribir fríos datos que no tienen que ver con el sentir. Y mientras  se preparaba un té rojo, aliado incondicional que espoleaba su pensar y le dejaba un sabor a olor a tabaco en la boca, dio gracias por la existencia del arte, aun cuando nadie la certificara .A fin de cuentas, con los sentidos, basta. Buena semana.