Angustias entró en la oficina de
correos pues debía recoger una carta certificada cuyo aviso encontró Marcelo el día anterior al
regresar al hogar. Suponía que tenía que ver con algún trámite administrativo ya que el remitente era el ayuntamiento de su localidad.
Angustias se situó en la cola
esperando que esta avanzara rápidamente mientras notaba cómo sus escápulas se resentían del esfuerzo físico realizado en
la piscina esa misma mañana a primera hora. Centrando su fuerza en el ombligo,
respirando pausadamente e intentando activar la zona dolorida adelantó espacio
hasta que solo quedaba una persona delante de ella que, en ese momento estaba
siendo atendida.
Angustias, fiel a sus paletillas
doloridas, se planteaba si concertar un masaje que contribuyera a restituir el
bienestar previo a la sesión matutina de natación. En estas estaba cuando se
oyó un poco mas alto que el tono habitual de una conversación una interrogación
emitida por parte de la empleada de correos. -¿Anastasia?- inquirió la trabajadora. A lo que
le contestó una voz cantarina: - Sí, como la princesa perdida de los Romanov. La
trabajadora rectificó la repuesta de la mujer que estaba a la espera de recoger
una carta donde se le confirmaba su contratación laboral: -No, la de Christian
Grey- manifestó la diligente funcionaria con una sonrisa cómplice que rebotó en
unos ojos perplejos que anticipaban tormenta dialéctica: -¿La de cincuentas
sombras de Grey? ¡Vamos, si es la
historia de la bella durmiente con látigos!¡No me diga que le gustó! Yo tuve
que hacer un esfuerzo para leer el primer libro y me pareció que era un
recorrido de lo mas conservador sobre todos los tópicos que cosifican a la
mujer: la joven que no ha sido estrenada,
que necesita de total supervisión sobre lo que come, el ejercicio que tiene que
hacer para estar a la altura de los caprichos de él, la disponibilidad absoluta
ante el deseo del hombre que por cierto es joven, desarraigado y sobre todo…..RICO.
El príncipe azul versión capitalismo.
Angustias observaba cómo se
despachaba a gusto aquella mujer de cutis terso (que según parece es síntoma de
vida sexual placentera, operaciones estéticas aparte) ante una oficinista que
veía caer en cascada los esquemas de su mundo y que, profesional como era, se
limitó a entregar la carta demandada previa comprobación documentada de la
identidad de quien la reclamaba.
Angustias, espectadora de tal
escena, caviló sobre el torrente que
puede desencadenar la mención de un nombre y recordó la ingeniosa y sutilmente
mordaz obra de Oscar Wilde, “La importancia de llamarse Ernesto”. También pensó
que, a diferencia de las dos mujeres protagonistas del encuentro dialéctico,
para ella, el nombre Anastasia le sugería el cuidado de unas manos cálidas que
la arroparon desde la niñez, la ternura de su madre, que ni era princesa, ni
ocupaba el papel de Bella ante Bestia alguna. Recogió el envío municipal y constató que la citaban para una reunión
informativa en calidad de vocal ante las próximas elecciones municipales,
compromiso que aceptaba de buena gana, ante la expectativa de lo novedoso.
Angustias salió de la oficina de
correos diciéndose que aunque aprendemos la misma lengua no siempre hablamos el
mismo lenguaje. Buena semana.