domingo, 22 de febrero de 2015

VIVIR EN DIMINUTIVO


Angustias tomó su cuaderno, regalo entrañable y artesano, y escribió:
Pablito ya triplicaba la veintena pero seguía respondiendo, con una fidelidad inusitada en él, al diminutivo cariñoso puesto desde la infancia. Casado y con hijos no tenía oficio ni beneficio pues no lograba encajar en ninguna ocupación que demandara constancia, ilusión y sacrificio. No era el mas pequeño de la familia pero sí se le consideraba por sus progenitores y hermanos, como el mas desvalido, aunque no existiera certificación médica que acreditara deficiencia alguna.
Una madre y un padre,(como si del mismísimo James Matthew Barrie se tratara) ,excesivamente permisivos contribuyeron a situar, durante seis décadas, a Pablito en el reino de Nunca Jamás, donde la fantasía lograba justificar la irresponsabilidad y el egoísmo propios de las edades tempranas. Era una persona miedosa, insegura, que revestía su debilidad con la máscara de la arrogancia, la frialdad, el tono de voz alto y alguna adicción que, asociada a la supuesta masculinidad, le situaba en un constante tobogán emocional.
Desde que tuvo uso de razón aprendió a captar la atención a través de males físicos; el dinero le duraba un suspiro por lo que desarrolló estrategias eficaces para rodearse de quienes se lo pudieran proporcionar. En el afecto buscó la incondicionalidad unidireccional   que, cuando la intimidad reclamaba un salto cualitativo, le empujaba a la pirueta del abandono: en un eterno partir , marchaba físicamente; hasta que encontró esposa que, guardando las apariencias, le permitió vivir en el virtualismo, le proporcionó hijos que fueron su coartada durante varias décadas; relación que, al  profundizar solo en los encuentros sexuales, hacía que Pablito se sintiera a salvo, pues se manejaba a la perfección a nivel epidérmico. El precio era albergar por temporadas, cada vez mas largas, al perro que mordía el estómago, el insomnio y el desasosiego. Pero Pablito atribuía su estado de carencia  siempre ( en esto sí era perseverante) a la mala suerte, que siempre tenía el rostro de personas (a su juicio, siempre, poco comprensivas).

Eterno adolescente, sepultaba su miedo a la vida bajo el disfraz de la extroversión, la falta de compromiso y el histrionismo. Niño asustado por dentro; avestruz, por fuera. El reino de las mayúsculas le estuvo vedado y en su corazón sonaba, constante, el mantra “mi mamá me mima”; por lo que el  mundo no iba a ser menos; nunca aprendió la siguiente lección” yo amo a mi mamá; por lo que nunca supo de la existencia de un mundo que querer. Buena semana.


domingo, 15 de febrero de 2015

A CUALQUIER EDAD


Angustias tomó su cuaderno, regalo entrañable y artesano, y escribió:
Alberto no entendía cómo era posible la amistad entre un hombre y una mujer. Aun a sus 70 años el vínculo en el trato con las féminas se vestía irremediablemente con el atuendo de la seducción, dosificada según la posología que estimaba adecuada en cada situación. Era muy complicado para él abrir su corazón y entregarse a la sana confidencia con el conocido como bello sexo. Así lo había aprendido y su vida guardaba un cofre de relaciones a medio cocer sin haber saboreado el descanso que surge de la complicidad nutritiva de la escucha atenta: la que alienta en el desánimo y celebra el éxito.
Fue la vida, matusalénica maestra que nunca se jubila, quien le dio la oportunidad de ensayar otro modo de actuar y de tanto ensayar se produjo el estreno en el que acarició con el tacto que solo un tipo de dulzura puede masajear. Perplejo ante este descubrimiento, que le proporcionó un alivio insospechado descubrió La escala de los mapas de Belén Copegui donde entendió que en fondo todo se origina en el miedo a ser amado.
Desde entonces, Alberto habita otra estancia de la felicidad, consciente de que, con la brújula adecuada, se puede aprender a navegar por nuevas rutas en la corriente de la vida ..... a cualquier edad. Buena semana.




domingo, 8 de febrero de 2015

EL AFECTO EN EL GESTO DE LA PEQUEÑA GAMUZA


Angustias tomó su cuaderno, regalo entrañable y artesano, y escribió:
Pintaba una mañana en la que el cielo era una acuarela donde luchaban diversos matices del celeste. Hacía frío y el mar estaba revuelto. Dos amigos tomaban una café con humo que aromatizaba efímeramente la terraza. El mas moreno, Baudilio, se quejaba de que la vida parecía jugar en su contra y dudada de todos y de todo. El de la barba de dos día, Samuel, intentaba tejer con delicadeza una red sobre la que su colega pudiera caer y rebotar fortalecido. Eran casi hermanos; su amistad databa de varias décadas atrás; ambos consideraban la presencia del otro como un elemento imprescindible en su vida. Juntos habían compartido muchos momentos donde lo dulce y lo amargo se entremezclaban armoniosamente, como si de la famosa salsa china se tratara. Gustaban de compartir el hacer mas que el hablar; pero en este momento parecía que no había acción que remediara el padecer de Baudilio . Impotente ante la impotencia de su amigo, Samuel, recorrió los lugares comunes, los recuerdos entrañables, el listado de personas, situaciones y cosas que dotarían de motivación a Baudilio para reconducir su naufragio, pero no encontraba la palabra  balsámica que produjera el alivio demandado.
El tiempo anímico parecía haber secuestrado la estación estival como ocurriera en el índice del libro Tener y no tener de Heminway; y  Samuel hubiera pagado, gustoso el rescate para que volviera la luz a la mirada que al otro lado de la mesa desbordaba de tristeza.
Entre los diarios depositados por el camarero junto a las bebidas calientes, dos estuches de gafas  para leer de cerca, testificaban que el tiempo había pasado para aquellos hombres; Samuel tomó la gamuza de color naranja, limpió los cristales (recordó que de pequeño los llamaba espejitos) y paró el gesto higiénico para, acto seguido, intercambiar el pequeño tejido de microfibra con el de su compañero.
Baudilio, sorprendido, preguntó por la causa de tal acción a lo que contestó Samuel: “No te puedo dar mi forma de ver pero tal vez, mientras limpies tus  lentes con mi alfombrilla, recuerdes que aunque me sienta tan inútil como el verbo demediar, a punto de ingresar en el cementerio de las palabras moribundas, mí apuesta es porque borres de  tu vista  las telarañas que hoy te nublan; y sabes que siempre pujo por el ganador.
Cualquiera afirmaría que Baudilio parecía no oír esta muestra de afecto y no se percataría de la lágrima enjugada ante de que su presencia fuera notoria, mientras comentaba cómo el equipo de fútbol de sus amores había perdido por tercera vez en lo que iba de temporada. Y así continuaron hablando……… de fútbol.
Buena semana.




domingo, 1 de febrero de 2015

AQUELLAS TARDES EN LOS GRANDES ALMACENES DE RENOMBRE

Angustias tomó su cuaderno, regalo entrañable y artesano, y escribió:
Eliezer  de pequeño era un chico gordito, poco dado al ejercicio físico, apacible y con sentido del humor. Sabía lo que le gustaba y se relacionaba con el mundo sin que tuviera mayores pesares que los de otro chico cualquiera. Era hijo único y sus padres habían volcado en él el amor que se viste de presencia, atención y seguridad. Eliezer se sentía querido y no necesitaba atraer la atención de cuanto se movía tal como ocurría con frecuencia en los vástagos de familias numerosas sobre todo en los que ocupaban los últimos puestos de aparición en el teatro de la vida. Eliezer reconocía su originalidad que no precisaba  ser tildada de genialidad y que aceptaba con satisfacción.
Eliezer se quería. Pero sus progenitores estaban convencidos de que su cariño les legitimaba para decidir lo que era oportuno y lo que no. Así sin preguntar a su retoño que reía con mas frecuencia de lo que era habitual en sus iguales, optaron por apuntar al peque en artes marciales. Espantado ante la noticia que mamá y papá envolvieron con un agrandamiento de ojos y estiramiento de labios, el chico intentó disuadir a los gestores de su ocio argumentando que él ya tenía el tiempo ocupado en actividades placenteras que incluían el sano no hacer nada. Los adultos, sordos que no oyen ni escuchan, apenas corrigieron el rictus de sus bocas mientras le mostraban el equipaje de lo que se suponía que marcaría una nueva etapa en la vida de su adorado hijo.
Así cierta tarde, ventosa y fría, Eliezer   se encontró en medio de cuerpos sudados y malolientes, exhausto y a punto de rozar el mal humor hasta que su inteligencia le indicó, una vez mas, por dónde salir del entuerto.  
Cerca del gimnasio abrían sus puertas unos grandes almacenes de renombre que se convirtieron en la instalación favorita del niño donde, dos veces por semana, una hora y media cada vez, practicaba su deporte preferido: recorrer las distintas plantas de los dos edificios, escaleras mecánicas arriba, escaleras mecánicas abajo sin otro propósito que el averiguar para qué servía cada una de aquellas. Después tocaba ir al servicio, mojarse el pelo y esperar pacientemente la llegada, en el punto acordado, de sus queridos papás, que le interrogaban sobre la marcha de la iniciación del pequeño saltamontes urbano. Eliezer contestaba que era muy cansado y tras unas palabras de ánimo  se daba por concluida la conversación.

Duró la treta un mes porque el propietario del gimnasio se extrañó de que tras haber abonado la cuota solo hubiera aparecido una vez. Supuso que estaba enfermo y llamó a su casa cuando ya se acababa el mes en curso. Estupor, tristeza, preocupación y por último, sentido común fue la secuencia de escenas que conformaron la película de los instantes posteriores a la llamada telefónica que esparció la pintura de la realidad sobre la tan bien ardilada historia paralela de Eliezer. Aunque dijo lo que había hecho no estaba convencido de que sus padres le creyeran pero se limitó a seguir cultivando su tranquilidad y constatar lo que afirmara Luis Landero en EL balcón de invierno  que confesaba  la intuición que había tenido desde niño de que las verdades sencillas son poco creíbles. El traje de judo fue  utilizado varias semanas después en la cabalgata de carnaval de la ciudad   y, disfrazado, Eliezer siguió siendo ese chico feliz pero ahora bien documentado sobre las últimas tendencias de aquellos grandes almacenes de renombre. Buena semana.