domingo, 3 de septiembre de 2017

HASTA SIEMPRE

Gracias por haberme acompañado durante 210 semanas. Acaba un ciclo y comienza otro.
Para quien tenga interés en compartir esta nueva etapa  estaré en
pazorbe.blogspot.com
Hasta siempre. Buena semana.

domingo, 23 de julio de 2017

Nº 210 UNA JARCA DE RECUERDOS, ROSTROS, PAISAJES

La ventana lucía, orgullosa,  el colorado de la madera proveniente de la acacia que era material habitual para la construcción en aquel lugar. El sol recorría cada uno de los cuatro cristales que se despertaban diariamente con la calidez del astro monarca. Con independencia de la estación, aquella cristalera se despabilaba arropada por  reflejos tornasolados.
Él solía mirar a su través, agarrando una taza de café y escrutando los andurriales vividos. Cada inicio de jornada su mente ofrecía un recuerdo, un rostro, un paisaje que sería su fiel acompañante del día. No entendía qué mecanismo seleccionaba y descartaba experiencias trocadas en pasado. Pero aceptaba ese ritual con el que principiando la mañana, accedía a una segunda oportunidad para transitar por lo ya andado. Generalmente bastaba un amanecer con su crepúsculo adosado para revivir y enterrar "segundas partes". No obstante, en contadas ocasiones, el recuerdo, el rostro, el paisaje, se cosía a su pupila y demoraba un poco más la partida, pero solo un poco más.
El tiempo pasó. La silueta varonil continuó, al rayar el alba, tallando, puliendo y despidiendo una jarca de recuerdos, rostros, paisajes diamantinos que atesoraban su nacer, su sentir y su pensar.
Y llegó el día.
El hombre delante de una tibia ventana se aprestaba a dar la bienvenida, esta vez, al recuerdo de un hombre que miraba tras el vidrio pintado de aurora, esperando la visita de lo que una vez fue. Ese día el hombre se hizo pretérito. Buena semana.




domingo, 16 de julio de 2017

Nº 209. PULSACIÓN


Nº 209. PULSACIÓN
Bajo el cielo azul, pasa la vida. No busca asiento. Serena o turbulenta, discurre por las amplias estancias del pensar y por los recovecos del sentir.
Bajo el cielo gris, pasa la vida. Errante y perseguidora, no toma respiro pariendo el futuro de las huellas.
Bajo el cielo veraniego, pasa la vida. En un aparente desperezo interminable, se adereza con sal y arena.
Bajo el cielo invernal, pasa la vida. En el calor del hogar, crepita como troncos generosos y ardientes.
Bajo el cielo, uniforme o policromado, la vida alumbra latidos: sístole a sístole, diástole a diástole. La existencia palpita.
Abrazar esta pulsasión es el buen hacer del arte. De ahí su necesidad. Buena semana.


domingo, 9 de julio de 2017

Nº 208 EL CUARTO DE ATRÁS


El cuarto de atrás, en el comienzo del invierno, se vio invadido por goteras que hicieron imposible su habitabilidad. Sin calor humano más allá del que desprendiera como efímero lugar de paso entre la cocina y el patio, se volvió húmedo y frío. Los muebles fueron sustituidos por palanganas y cubos donde quedó recluida la lluvia filtrada. Las paredes lucían desconchados tristes y amorfos. El cuarto de atrás olía a derrumbe.
El cuarto de atrás en el comienzo de la primavera se vio invadido por la llegada de un mobiliario, acogedor rolando a austero. Reparados los destrozos ocasionados por la pasadas tormentas, la pintura apacible que lo envolvió , contemplaba respetuosa, la entrada, el recorrido y la salida del laberinto vital o la gymkhna de turno a la búsqueda de un orden que remodelara el barro del acierto y del desacierto. Cada noche, se acumulaban en los rincones, como peces en la pecera, pensamientos y sentires de quienes deseaban la reconfortante compañía de la hermandad. El cuarto de atrás olía a complicidad.
El cuarto de atrás, en el comienzo del verano, se vio invadido por la cercanía de las vacaciones. El aire acondicionado esparcía por la habitación un frescor que la estación desmentía. Llegó el momento de echar el cierre temporal y quedó, entonces, habitado por el silencio y la penumbra, en una hibernación atípica. El cuarto de atrás olía a viraje.
El cuarto de atrás, en el comienzo del otoño, se vio invadido por la expansión de sus fronteras. Una escalera de caracol, eficaz y de diseño, comunicaba las estancias en las que se había duplicado el lugar. La luz del día menguante buscaba la inmortalidad en artificiales lámparas brillantes. Las alfombras trocaban en surcos, testigos mudo del andar que atesoraban huellas tatuadas. El cuarto de atrás olía a comienzo.
El cuarto de atrás, ese espacio imprescindible que se recorre, de vez en vez. Buena semana.



domingo, 2 de julio de 2017

ANº 207 CERRAR LA HERIDA…NO CERRAR LOS OJOS



Aurora concentró su atención en la respiración. No resultaba sencillo pues el calor que exhalaba la luz de las lámparas del techo iluminando el quirófano, distraía su intento de fijar la mente en la inspiración prolongada que la cirujana le aconsejara, a fin de que el pinchazo de anestesia fuera lo menos doloroso posible.
Aurora recurrió a la disciplina interiorizada en la práctica deportiva y sincronizó la entrada del aire con la del líquido adormecedor. Se iniciaba la operación de párpados. Mantuvo en las dos horas siguientes, la posición decúbito supino, agudizados el oído y el olfato, para descifrar cuanto acontecía en aquel espacio transformador.
Aurora comprendía las indicaciones del personal sanitario mientras el dedo corazón quedaba atrapado en una pinza, el brazo derecho era engullido y regurgitado por una especie de oruga acolchada de respiración compulsiva y la pierna izquierda alojaba una banda gélida y gelatinosa. Así eran controladas sus constantes y sus variables.
Aurora se repuso de la intervención quirúrgica según el plazo previsto y, semanas después, se encontraba en un entorno rural, plácido, rodeado de montañas, disfrutando de unos días de asueto.
Aurora parpadeó regocijándose de que la reciente operación no dejara huella externa. Sonrió al recordar la letra de una canción, popular décadas atrás, en la que el lúcido autor proponía “ cerrar la herida y no cerrar los ojos”. Jugó con la ortografía y trocando la consonante inicial del verbo, abrazó la creatividad diciéndose que en la vida hay experiencias que, al devenir en heridas, era saludable cerrar y otras, serrar (fueran o no, maderitas de san Juan) y confeccionó una improvisada lista de ambas. Tenía constancia de que en caso contrario, el desenlace no guardaría misterio alguno: infección y extensión de la misma.
Aurora respiraba el aire fresco de la tarde que junto al cielo azul anunciaban un crepúsculo remolón y maquillado con tonalidades púrpura y anaranjada. Se dijo que, herida más o herida menos, lo importante era no cerrar los ojos, los del rostro y los de la comprensión, que permiten reconocer tanto en la cicatriz casi imperceptible como en la visible a simple vista, el vestigio de un aprendizaje importante; algo así como la certificación rigurosa de la competencia esencial.
Aurora se experimentó como microscopio potente y se empeñó en descifrar muescas y costurones otrora momentos dolorosos que con el tiempo, alumbraron momentos gozosos. Y lo hizo de cerca y con los ojos abiertos. Satisfecha, sonrió. Buena semana.

AGGNNN

domingo, 25 de junio de 2017

Nº 206 .METAMORFOSIS

Daniel  descansó lo que la ola de calor permitía. A su lado, dormía, plácida, la mujer de sus sueños y de sus despertares.
Daniel transitó el día como si el mundo hubiera quedado mudo. Era una sensación que, de vez en vez, le acontecía. Entraba en una especie de trance aunque no pusiera los ojos en blanco, ni tuviera convulsiones, ni levitara. Simplemente no tenía ganas de oír.
Daniel realizó con eficacia sus obligaciones y disfrutó de sus devociones .Como hacía normalmente. Al menos en apariencia.
Daniel sabía que había llegado el momento que, recurrente, le indicaba un giro copernicano en su devenir.
Daniel recorrió los sitios habituales, pero sus pies andaban sin que él tuviera opción de mando. Conversó con quienes solía charlar aunque su voz le era ajena. Comió su comida favorita y el gusto harto familiar se le antojaba exótico.
Daniel se fue adormilando con la llegada del crepúsculo junto al cuerpo tantas veces recorrido y saboreado.
Daniel soñó esa noche con hilos de seda que le enrollaban hasta la momificación. Podía sentir de manera vívida cómo le atenaza la venda envolvente.
Daniel, paradójicamente estaba tranquilo. Experimentó la soportable levedad de su ser y supo que principiaba de otra forma.

Daniel descansó lo que la ola de calor permitía. A su lado, dormía plácida una hermosa mariposa. Al alba el sol de la mañana refulgió en las alas escamosas de dos lepidópteros  entrelazados. Buena semana. 

domingo, 18 de junio de 2017

205 INNECESARIO REGOMEYO: NO ES UN FAVOR, ES UN DERECHO.

Soraya vuelve a medir el largo de la estancia en la que permanece una hora sin que tenga noticias de lo que ocurre al otro lado de la puerta, cuyo acceso está restringido a todo personal ajeno al servicio. En su cabeza bulle un sinfín de pensamientos caóticos semejantes a ollas a presión a punto de estallar.
Soraya ha llevado a su padre al servicio de urgencias. El anciano no respira bien. El anciano no sabe que no respira bien. En los últimos tiempos ella ha sido su puente con el mundo aprendiendo a comprender lo que en los ajados labios sonaba de manera ininteligible y lo que expresaba con gestos y miradas Y ahora, el hombre no la tiene junto a él.
Soraya habla con la enfermera y le explica la situación del viejillo. La sanitaria, con el corazón en la mano, le permite permanecer junto al hombre, dejándole claro que se trata de un favor.
Soraya no está para discusiones y menos con una persona tan amable. Ella quiere tomar la mano delgada y arrugada y darle tres pequeños golpitos en la palma rememorando un lejano juego infantil que esconde entrañables complicidades.
Soraya necesita esforzarse en guardar silencio pues no ha hecho de la contención una seña de identidad. Se coloca junto a la camilla y, ajena al trasiego que pretende mitigar dolores, se enfoca en acompañar a su padre manteniendo el contacto visual, cuando los párpados se levantan, a modo de telón, y dejan ver un ver huidizo que desaparece en breves segundos, oculto tras un grueso cortinaje de piel.
Soraya pasa día y medio en aquel lugar de apremios. El oxígeno y la medicación han hecho su efecto positivo refrendado por placas y análisis. Se despide con agradecimiento del personal sanitario, feliz en el retorno a la rutina doméstica. Se siente afortunada por haber conseguido estar aquella interminable y prolongada jornada junto a su ser querido. ¡Qué gran favor le ha hecho la vida!- se dice agradecida a todo cuanto le rodea.
Soraya ignora que tiene derecho a asistir a su progenitor. Ignora que más allá de la buena voluntad, existe el artículo 9 de la Ley de Ordenación Sanitaria de su Comunidad Autónoma que le ampara.
Soraya, si desconoce una ley que contraviniera, habría de asumir que el desconocimiento de la ley no le exime de su cumplimiento. Y así, se le recordaría desde instancias varias. En cambio, si desconoce un derecho que le protege, no hay posibilidad de ejercerlo. Y, no hay una categoría laboral cuya función estribe en detectar dicha ignorancia, informar y facilitar su cumplimiento.
Soraya ignora la legalidad de lo que su sentido común sabe. De no ser así se hubiera evitado el regomeyo innecesario padecido, pues ya tenía bastante con digerir el imprevisto. Probablemente no es la única de todas las personas con las que se ha relacionado este día, incluida la de corazón generoso, que desconoce que no se trata de un favor, sino de un derecho.

 Enseñar esta distinción constituye la grandeza de la democracia. Buena semana.



domingo, 11 de junio de 2017

Nº 204 UN HOMBRE SENCILLO

Amancio es un hombre sencillo. Está parado ante una pantalla de considerable dimensión. Pertenece a una tienda que oferta atractivas novedades en las nuevas tecnologías. El macro televisor transmite un debate que enmudece al traspasar el cristal del expositor.
Amancio reconoce en la tertulia televisiva y mañanera el rostro de políticos nacionales; divertido, se entretiene anticipando sus gestos, adivinando su discurso, leyendo unos labios que se mueven entre el arrebato y la mal llevada contención. Parece un espectáculo de ventrílocuos.
Amancio no ha tenido nunca inclinación por la gestión pública. Pero admira a quienes se comprometen en hacer del bien común su objetivo laboral.
Amancio es portero de un bloque de viviendas. Heredó el puesto de su padre y sabe que con él acabará la tradición; sus hijos se han situado en otras ocupaciones lejanas de las de la atención constante a la comunidad que puebla el edificio , lugar de juegos de su infancia.
Amancio es un hombre sensato. Le gusta charlar con los inquilinos de los pisos de su vecindario. Se ha convertido en alguien entrañable para las distintas familias que día a día le encuentran en el rellano o por otros andurriales de las zonas comunes.Cuentan además con su eficacia para los espacios privados, con tan solo ir al portal y tocar en la puerta situada a la izquierda.
Amancio, esta mañana, se distrae del motivo que le ha llevado al centro comercial. No ha podido impedir picar en la carnada digital. Su mente, sabia tras haber resistido los vaivenes venidos a tsunamis, que la vida le brindó en dosis generosa, se pone a maquinar. Y a poco, aparecen algunas ideas que no son políticamente correctas pero que él siente que de aplicarse, otro gallo cantaría; y no desafinaría.
Amancio se viene arriba e imagina un pliegue de condiciones necesarias para que una persona ejerciera toda tarea política. Un documento en el que se estableciera el protocolo para representantes de distintos rangos en situaciones comunes al resto de la sociedad civil.
Amancio aprieta los labios, se rasca la frente con el dedo corazón e inicia la lectura virtual de aquel escrito. Según éste, la persona vinculada a la gestión pública se compromete a ser usuaria en urgencias, centros de salud y hospitales públicos, si enfermara, guardando el orden en la lista de espera requerida. Asimismo, ha de haber estudiado en colegios, institutos y universidades del Estado; en caso de tener descendencia el requisito se amplía a la prole. Y …….
Amancio interrumpe su creatividad humanista cuando recibe una llamada de su mujer, que se interesa por el recado que se suponía estaba realizando su esposo.
Amancio, tras el momento de euforia colectiva, retorna a su quehacer privado; regresa a su portal dispuesto a revisar las tuberías del 3º derecha. Hoy tendrá mucho que hacer para que la normalidad sea la norma en su lugar de trabajo. Sin estridencias, sin prisas pero sin pausas..Así contempla la vida, con la caja de herramientas en la mano y su saber estar. 
Amancio comprende que hay que saber y hay que estar. Buena semana.




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domingo, 4 de junio de 2017

Nº 203. ALEGRÍA … SERENIDAD

Elisa entra en el bingo. Se hace con cuatro cartones. Los despliega en la mesa que, generosa, los acoge.
Elisa centra su atención en los rectángulos con dígitos que, en modo Guadiana, aparecen y desaparecen a lo largo de los polígonos trocados en lotería.
Elisa nunca había estado en un lugar de esas características. No es una mujer de azares; más bien es de causas.
Elisa, hoy al pisar la calle, se dijo que haría algo nuevo. Algo que no concordara con su forma de ser. Algo que le enseñara otro modo de estar en la vida.
Elisa es una mujer de ciencias. Ha recibido premios a su labor investigadora. Es una mujer cuyo trabajo es reconocido. Pero hoy Elisa viste otra piel.
Elisa escudriña el local, el paisaje humano.Se siente parte de un ecosistema donde la sostenibilidad se redefine.
Elisa echará un par de horas en aquel gran salón sin ventanas. Con paredes que albergan grandes pantallas y una voz en off, femenina, que , cual sacerdotisa Hipatía, , desentraña los designios de la diosa Fortuna.
Elisa concluye su aventura. Ganó. Invirtió el premio .Perdió. Pero ella se siente triunfante. Ha sido otra, que también es ella. Sin algarabía ni desasosiego. Solo con alegría y serenidad. Buena semana.


domingo, 28 de mayo de 2017

Nº 202. LA TERTULIA

Pablo entró en la cafetería que tenía el clásico nombre de un lugar de encuentro, ÁGORA; bien es verdad que para una parte de la clientela, el local era un quitapenas, sin pretensión intelectual o literaria más allá de la que inspirara el exceso de alcohol.
Pablo se reunía allí, una vez a la semana, con tres colegas que el tiempo y el compromiso trocaron en amigos.
Pablo disfrutaba de la charla inteligente e ingeniosa semanal. Hablaban de los temas más variados, serios o baladíes, según soplara el viento de la inspiración.
Pablo se acercó al lugar justo cuando en la barra un cliente se quejaba “¡Esto es un atraco!” Por lo visto le habían cobrado un recibo de la luz desorbitado. Con los ojos como platos continuaba “¡Así, sin más!” para concluir ahogando la rabia en un buen trago de ron Arehucas.
Pablo saludó a los tertulianos y se sentó al lado del más joven de los participantes que, al tiempo que murmuraba “pues no sé si te valdrá”, pasaba el cargador a un conocido cuyo móvil se había quedado sin batería. Incorporado a la charla escuchó con atención al que llamaban pinturero; le pusieron este mote porque alardeaba afectada y ridículamente de ser bien parecido, fino y elegante.”Creo que condiciona mucho” sentenciaba, refiriéndose a la importancia del interés privado en la gestión pública.
Pablo pidió al camarero el cortado de siempre. Este tranquilizaba como podía al desdichado usuario de la empresa eléctrica. Le consolaba como podía” Me refiero a lo de la anestesia y el atraco” le decía, explicándole que por igual con aviso o sin él, la estafa era la misma. Respondía el otro “Podría ser” con la convicción mermada por los efectos de la bebida.
Pablo vio al empleado guiñarle un ojo que parecía querer decir “era para ver si colaba” Acto seguido se dispuso a ejecutar el pedido. En la barra, el hombre que había entrado como vendaval murmuraba palabras, frases, sonidos, apenas ininteligibles “Bueno, déjame pensar” “uff” “el azar y yo no congeniamos demasiado” “ a ver..”
Pablo saboreó el café y leche, versión miniatura. El mayor de la mesa preguntaba “Qué juego es?” pues el pinturero le habló de lo que se llamaba la pirámide y que consistía en invertir y lograr inversores en cascada, augurando pingües beneficios. Prudente, con la sabiduría que otorga la edad, se mantuvo escéptico y socarrón, se desmarcó del tema apuntando “en la quiniela del instituto me van a echar” con lo que dejaba claro su poca fortuna y que no tenía intención alguna de participar en aquel embrollo."Qué sí", susurraba la tentación, perdiendo fuelle.
Pablo dijo en voz alta “A ver que me centre”. Le parecía que no era de fiar el juego que ofrecía mucho con poca inversión. El pinturero, empeñado en convencer chocó con la oposición frontal del grupo. El más joven musitó “Ummmm, el azar y la ciencia no son compatibles” y pasó a pedir la segunda ronda que modificaría la anterior con la incorporación del coñac .Llegaba el momento carajillo. Quedaron las palabras flotando como si fueran puntos suspensivos.
Pablo, después de los puntos suspensivos se dirigió al pinturero, sabedor de que lo que no podía resistir su engreído, aunque apreciado amigo, era un reto. Ante su “¿A ver cómo tejes esta historia? el aludido iba a contestar cuando se oyó un estruendo junto a la caja registradora. Un hombre yacía en el suelo. Tenía en su mano una servilleta en la que había garabateada una ecuación Azar= Dios.
Los tertulianos se apresuraron a socorrerle pero el beodo insistía “no hace falta”. El propietario del establecimiento, amigo del borracho, con la calma que da la experiencia, le agarró por un sobaco mientras concluía “Creo que ya lo tienes todo pensado”. Sabía que no quedaba otra para el perjudicado que se fuera a dormir la mona. También tenía claro que tal como era, le costaría un triunfo conciliar el sueño. Y en un arrebato de ternura inusual en él, proclamó “Esa cabecita no para”. Habló por teléfono con un familiar del accidentado y continuó su tarea tras dejar a buen recaudo al hombre maltrecho en una discreta mesa.
Pablo y compañía iniciaban la ceremonia del adiós con el pedido final, el coñac de la arrancadilla. Ya hacía rato que había anochecido fuera. Dentro la luz alumbraba y se cobraba de manera desigual. Buena semana.


domingo, 21 de mayo de 2017

Nº 201 ME HAN BORRADO LAS HUELLAS DACTILARES


Maríya no podía creer lo que tenía ante sus ojos. El documento oficial de identidad parecía, a todas luces, correcto. Pero su mente tenía la certeza de lo contrario. Su boca, a modo de mantra, repetía una y otra vez “Me han estafado, me han estafado”. 
Maríya contemplaba, perpleja, el ir y venir de aquella gente de uniforme que se empeñaba en mostrar como real lo que ella sabía perfectamente que era ficción.
 Maríya se mareaba intentando fijar la pupila en el pequeño rectángulo móvil que una mujer alta, morena y con la nariz respingona enarbolaba como prueba irrefutable que sostuviera sus palabras.
Maríya estaba acostada en una cama y, a pesar de que intentaba levantarse, su cuerpo no obedecía los dictados de su voluntad.
Maríya sentía la boca como árido desierto. Tenía la impresión de ser una aulaga merced a la voluntad de vete tú a saber qué viento. Y sentía frío.
Maríya intentaba hacer razonar a aquellas personas atareadas, hacerles partícipes de su tragedia. Pero las palabras se adherían a su lengua y colgaban de su intención como inútiles tirabuzones de muñecas.
Maríya abrazó el sinsentido, nebulosa muda. Con un esfuerzo titánico logró esculpir seis vocablos en su cabeza que escupió con la fuerza de un disparo a boca jarro.
Maríya gritó “Me han borrado las huellas dactilares” a un polígono de papel que con su foto era sostenido por la mano férrea de la enfermera del turno de noche en el servicio de urgencias de un hospital atestado. Después calló. El calmante por goteo empezaba a desdibujar su dolor hasta convertirlo en una silueta, sin dedos que certificaran su existencia. Buena semana.

domingo, 14 de mayo de 2017

Nº 200 MÁS DURO VERSUS MADURO

Bernardo tenía el ojo izquierdo enrojecido. No sabía a qué se debía y para simplificar preguntas y respuestas hizo responsable de su malestar al clima. El calendario indicaba que estaba a punto de concluir el invierno pero la calima lo desmentía con su abrazo que abrasa y además, deja sin aliento.
Bernardo tiró de farmacia e inició el protocolo “gota va, gota viene”. Alternaba el cambio de las lentes de contacto por las gafas, relegadas últimamente al ostracismo doméstico, con el uso de la lentilla en el ojo derecho; se figuraba como un pirata virtual. Verdad era que nadie parecía percatarse del filibustero que llevaba dentro y ahora quedaba al descubierto. Pero este detalle no le desanimaba para vivir su día a día como si de una aventura en el Mar del Caribe se tratara.
Bernardo se acostumbró a parpadear más y empezó a secuenciar su visión ralentizando la imagen que fijaba en su retina. Seducido por los detalles, abandonó la óptica panorámica que tan útil le fuera en otros momentos y se propuso centrar su atención en los matices.
Bernardo seguía con el ojo sanguinolento pero se volvió más cercano a las cercanías que otrora se le antojaban microscópicas, en caso de que hubiese reparado en ellas.
Bernardo optó por cortar algunas pestañas que aumentaban el escozor ocular en su caída habitual. En principio, la visión sin la protección que filtrara, se tornó más clara, abandonando la fina cortina acuosa que a modo de niebla matutina se había vuelto asidua compañera. El bálsamo fue efectivo solo al principio; después, volvió la confusión visual. Aliviado momentáneamente siguió en su entrenamiento para abarcar y dotar de sentido lo minúsculo, lo secundario, lo que renuncia al protagonismo fundiéndose con el paraje, natural o artificial, que habitara.
Bernardo se entusiasmó con este nuevo ángulo de visión. Vecero de la farmacia, adquiría el líquido que con paciencia y pericia depositaba, gota a gota, en su mirar.
Bernardo, cuando la Semana Santa, clausuró las salidas de tronos con tronío, en medio de un aguacero que frustró un nuevo conato invasivo de arena flotante, se dijo que habría de encontrar otra coartada para aquel daño que había terminado por considerar natural.
Bernardo se hizo las pruebas médicas que anteriormente había desechado pues era de los que pensaban que mejor no ir al hospital por si te fueran a encontrar algo. Reconocía que este pensar, en modo machirringo, aunque no se sustentara en una base científica le calmaba más que las toallitas que varias veces al día enjugaban lágrimas y rojeces.
Bernardo visitó al especialista quien le derivó a la cirujana tras explicarle que el origen de la molestia estaba en el exceso de piel por el pasar de los años. La solución apuntaba a cortar lo que sobraba; la doctora le informó que la operación no sería tan dolorosa como para requerir de la inconsciencia; solo sería necesario el uso de la anestesia local para impedir que el dolor propio de toda intervención reparadora se convirtiera en sufrimiento, esto es, en dolor innecesario.
Bernardo decidió prepararse para la cirugía organizando un ritual en el que, agradeciendo la protección brindada por el párpado en su trabajo a destajo desde su nacimiento, y aún antes de él, pudiera abrirse a otra manera de contemplar la vida. 
Bernardo buscó la complicidad de lo cercano dando la bienvenida a ese nuevo enfoque. Organización, cuidado, confianza y humor tendrían protagonismo en esta ceremonia que marcaría el nacimiento a una mentalidad donde la madurez no estribaría en la apariencia de dureza sino en aceptar que la flacidez de la piel guarda secretas y entrañables tersuras añejas, cuya vivencia era hora de acomodar en el tierno álbum de los recuerdos ; unas en blanco y negro; otras en color. Buena semana.



domingo, 7 de mayo de 2017

nº 199 VECERA

Olivia se fue a vivir a otra ciudad por una de las dos razones que, habitualmente, propician el cambio de residencia: por amor o por trabajo; a veces ambas coinciden.
Olivia estaba enamorada hasta la médula y no dudó en dejar atrás abrigos y bufandas para derretirse bajo un sol de justicia; del cielo protector blanquecino y escaso pasó a cobijarse bajo una bóveda azul celeste que aumentaba su intensidad cuando principiaba julio.
Olivia aprendió otro idioma y su mirada descubrió la belleza de un lugar que con el pasar del tiempo llegó a conocer en cada recoveco. Y con el conocimiento vino el amor a la tierra, otrora extranjera, a sus tradiciones, a su manera de decir con piedra, flora y fauna… aquí hay vida.
Olivia empezó con lo de la fotografía de forma casual. En una tienda a la que se había habituado, pues rara era la semana que no acudía, fue obsequiada por su compra en el periodo navideño, con unos números que de coincidir con un sorteo tradicional otorgarían premios varios a los agraciados.
Olivia tenía treinta papeletas pues era una auténtica vecera. De hecho el personal del establecimiento la saludaba con afecto e intercambiaba con ella comentarios que a veces iban más allá del tiempo o del último vaivén político.
Olivia ganó una cámara fotográfica quince años atrás y a partir de ahí empezó a contemplar la vida con otros encuadres. Primero le atrajo las sonrisas y durante varias estaciones construyó un mundo de labios con tendencia ascendente y cachetes que apetecían pellizcar.
Oliva pasó una época en la que su pupila en el objetivo fijó el iris de los seres vivos que la rodeaban. Aprendía mirando el mirar ajeno.
Olivia se aventuró, más tarde, por el espacio urbano escudriñando esquina, portal, alféizar, rincón o detalle que le brindara un ángulo sugerente. Y así empezó su romance con el entorno del que poco a poco se sintió parte.
Olivia sabía que no se es solo del lugar en el que se nace sino del que te quiere. Y ella se sentía querida, cada noche y cada mañana por la ternura o la pasión de su amado. Pero también por el arrope de una tierra que retrataba en sus más genuinas manifestaciones. 
Olivia no solo era vecera de aquel comercio que estaba cerca de su hogar, al doblar la esquina. También era asidua del paraje que trayendo el aroma salado marino daba sostén a sus pies y alas a su imaginación con solo pulsar un click. Buena semana.


domingo, 30 de abril de 2017

nº 198 MINUTEROS

Simón paseaba por la calle peatonal en el casco histórico de su ciudad. El asfalto brillaba por su ausencia; en su lugar, unos adoquines resultones pero que no dejaban de ser una barrera arquitectónica más para personas con necesidades motóricas especiales, contribuían al baño de nostalgia que todo centro urbano que se precie ha de ofertar en su propuesta de turismo cultural. Afortunadamente, él caminaba con normalidad.
Simón deambulaba por callejuelas que a modo de laberinto rotaban alrededor de un tiempo pasado, mejor o peor según opiniones varias, pero que impregnaba el aire con un inquietante aroma a cilantro, comino y ajo.
Simón no era hombre de añoranzas. Para él, el pasado, pasado estaba .No albergaba rencor alguno por los sucesos pretéritos que poblaban su biografía pero tampoco hubiera deseado revivir lo que una vez fue pero que ya había finiquitado.
Simón se encontraba en el momento vital que denominaba zona cero. Leyó en cierta ocasión que así se llamaba a “la zona de mayor alcance o máxima devastación en tragedias, accidentes y ataques de casi cualquier tipo como podrían ser el epicentro de un terremoto, la zona de impacto de un maremoto en la costa, etc”. Recordaba que le gustó encontrar una expresión que reflejara tan acertadamente su pensar y su sentir de entonces.
Simón ha ido experimentado en varias épocas de su vida el derrumbe de su mundo. También la reconstrucción que levantó otro universo como si de una sucesión de imperios se tratara. Una mañana escuchó en una tertulia radiofónica que la media de traumas devastadores que acontece a cada persona es de dos. En esto, como en otras cosas, él estaba por encima de la media. Aunque de haber podido elegir, hubiese optado por diluirse en el discreto término medio estadístico.
Simón detuvo su andar ante lo que, a primera vista, parecía una representación teatral. Se paró junto a un nutrido grupo que alegre, comentaba y negociaba el precio de una compra.
Simón prestó atención y se dio cuenta de que los protagonistas de aquella escena eran unos minuteros que parecían haber traspasado el umbral del tiempo .Aprendió que “los fotógrafos minuteros se han caracterizado por revelar y entregar imágenes en apenas diez minutos. Las instantáneas recuerdan a la época de abuelos y bisabuelos. La peculiar cámara es una caja hermética de madera que contiene en su interior un objetivo, papeles de impresión y líquidos químicos para revelados”. Disciplinado como era ocupó su lugar en la dicharachera cola, aguardando el turno para inmortalizar el pasado futuro. La imagen sería el testimonio gráfico de cómo una vez más, haciendo trizas  los pronósticos, había descendido a los infiernos.
Simón se aprestó a calarse el gorro que a modo de atrezzo le proporcionó el  minutero mientras introducía la mano en una misteriosa  manga negra.
Simón, de pronto, sintió que en ese momento empezaba la reconstrucción. Y sonrió  … en blanco y negro. Buena semana.




domingo, 23 de abril de 2017

nº 197 ALHARACA

nº 197 ALHARACA
Susana sumergió el cuchillo en la salsa a la pimienta que cubría un filete de ternera. Desde la templanza, como abordaba cada una de las cosas. Y hacía mucho cada día.
Susana engulló un pequeño bocado y se entretuvo masticando. Pronto el picante cobró protagonismo enrojeciendo ligeramente sus ojos.
Susana tomó un trozo de pan para contrarrestar el ardor ignorando  la tentación inicial de beber un sorbo de agua; pulso ante el impulso.
Susana contempló el local donde se daban cita informal , en mesas separadas, hombres y mujeres que, tras la pausa del almuerzo, retornaban a su quehacer laboral o de otra índole. El espacio era acogedor.
Susana era una mujer de poca alharaca; se incluía en el grupo de quienes interpretan de mal gusto " la extraordinaria demostración o expresión con que por ligero motivo se manifiesta la vehemencia de algún afecto, como de ira, queja, admiración, alegría".
Susana era más bien para dentro: se identificaba con gavetas y armarios más que con puertas y ventanas. Si no fuera porque su tez morena lo contradecía sería una perfecta japonesa en cuanto al distanciamiento físico se refiere. Dar la mano era suficiente, y a veces estimaba que excesivo, cuando le presentaban a alguien. No encontraba placer en besar la mejilla desconocida. Al contrario, se le antojaba como un peligroso ataque cercano a la yugular.
Susana, tras almorzar, entró en la oficina municipal a fin de realizar una gestión rutinaria cuando se paró ante una pintada abandonada en la penúltima letra
 LUCHA POR TUS SUEÑOS
TRANSFORMA TU VI
Susana reanudó su paso mientras el graffiti se mezclaba con el regusto sabroso de la comida que el dentífrico mentolado no logró desterrar. Hacía mucho tiempo que no construía sueños y no recordaba cuándo fue la última vez que su ropa, interior o exterior, se adornara con los encajes del entusiasmo. La vida que ella transitaba se había convertido en un uniforme gris, aún en verano. Y en ese instante fue consciente de que necesitaba color.
Susana se sorprendió repitiendo en voz baja primero y luego entre risas, una locución latina aprendida años ha y hasta ese momento, olvidada. "Carpe diem" resonaba en su cabeza y en cada poro de su piel. Nueve letras que a modo de callejero eficaz le orientarían en su andar.
Susana ahora no solo camina; corre, salta, vuela, se sumerge, se cae, se levanta …. continúa. Y combina la seducción de la sabrosa pimienta con la dulce fragancia de la canela. Buena semana.







domingo, 16 de abril de 2017

nº 196 BUEN OLFATO


Pablo sale a la calle una mañana de abril. Hace bueno. El sol tibio besa su rostro con dulzura. La plaza por la que pasea está recién limpia. En el aire trota y después cabalga un penetrante y sabroso  olor a café.
Pablo persigue el aroma que le hace salivar como si de un perro de laboratorio se tratara, anticipando el alimento placentero.
Pablo pide un café expreso  y continúa la lectura que le acompaña desde ayer. Lee sobre la imposibilidad  de ocultar por mucho tiempo lo que te roza el alma. Saborea las palabras con la boca húmeda  y fiel al metodismo caótico, como llamaría en cierta ocasión su mujer a esa manera suya  tan peculiar de coser palabra a recuerdo, inicia el recuento de las muescas que le legaron los últimos roces de su alma.
Pablo no necesita batiscafo para ser consciente de la profundidad de sus abismos. Se percibe trajinado por la vida; por momentos, enroscado en alguna caricia prudente o temeraria; por momentos, margullando en el mar del sinsentido que le ha llevado a descubrir la belleza oculta en tantas grutas profundas; por momentos, rebozado en la eficacia, el éxito, el reconocimiento, que en más de una ocasión le han dejado crudo por dentro.
Pablo  recuerda la mirada agonizante del moribundo al que asistió en la última noche de guardia. Sintió, una vez más,  en la pupila que se despedía ,el proyectil que se clavaría en un hueco de su ser donde hallaría asilo temporal o eterno, a saber.
Pablo recibe con deleite el café humeante que tomará como si participara del más sagrado de los rituales. Y lo hará solo, que no en soledad. Es la ocasión para la  que  reserva  su silencio, la sabiduría ajena en forma de escritura y la mirada clarificadora de la introspección más intuitiva. En estos momentos es todo nariz. El mundo, externo e interno, troca en fragancias que, pasado el instante, encajarán en palabras de manera más o menos ajustada. Pero ahora, al rozar su lengua ese amargo y oscuro deleite, la vida es efluvio intenso.
Pablo  avanza por  ”El cáliz de Corinto” de  Domingo Fernández Agis y el vaho se va vistiendo con vocablos que serán los cimientos de recuerdos  futuros. El café deja paso al agua fresca con una rodaja de limón en la que lo agrio mengua. Hace rato que la vista ha recuperado su pedestal y desde la atalaya observa en la lejanía cómo el olfato  principia la hibernación.

Pablo en apariencia, claudica, pero solo es una rendición temporal. Reproduce en voz alta las líneas que en el libro que le acompaña concluyen un diálogo de lúcidos  amantes y donde se otorga  categoría de identidad a la palabra. No puede evitar cerrar los ojos, y mudo,  inspirar profundamente. Buena semana.



domingo, 9 de abril de 2017

nº 195 PAVISOSO

Encarnación entreabrió los ojos, dudando si empezar el día o prolongar, aunque fuera cinco minutos más, el tiempo del sueño. Sin esforzarse en la decisión permaneció en un duermevela que para ella duró segundos pero que, según atestiguó el reloj de la mesilla de noche, se extendió por dos horas.
Encarnación con el cuerpo a su favor y la mente en la barrera se desperezó deshaciéndose como si de piezas de puzzle en modo diáspora se tratara. Vuelta a sí misma  en el posterior movimiento de reconstrucción anatómica se sintió, ahora sí, en condiciones favorables para bajarse al mundo.
Encarnación se encontraría al abrigo del atardecer con  Antonio, su amor.
Encarnación tenía un carácter alegre que minimizaba todo lo que  podía abocarla al menoscabo y realzaba aquello que, pese a las apariencias, la reconciliaba con el mundo zanjando derrotas pretéritas. Como le decía su abuela :“La sal no la dejaste en la pila, chiquilla”. El recuerdo de la anciana intentando poner límites a alguna travesura suya con seriedad histriónica que, más temprano que tarde, terminaba por desembocar en catarata de risa, la envolvía cada día y a su amparo se sentía un brillante granito de sal.
Encarnación amaba a Antonio. Se había enamorado de él y después aprendió a amarlo. Hablaban el mismo lenguaje aunque utilizaran lenguas diferentes. Ocurrió que  con el tiempo construyeron una gramática y una semántica común.
Encarnación agradecía a Antonio que no tuviera la necesidad de hacerse el gracioso en su presencia, cuando su natural era pavisoso. Ambos habían comprendido que la gracia o desgracia que aporta cada cual a este mundo no era una cuestión de objetividad sino que nadaba en la trocantes aguas de la subjetividad más cristalina.
Encarnación aceptaba que Antonio era patoso. Pero no tenía intención de instruirle en  destreza alguna. Se limitaba a no dejar a su alcance un objeto de valor  cuya manipulación supusiera  peligro .Y cuando no había tenido en cuenta esta precaución  y el resultado final había sido un conglomerado de cristales, pedacitos, otrora figura con identidad, se decía  que tal vez era el momento de aceptar que todo tiene un fin. Porque Antonio no era descuidado; era patoso. Como cadena de una condena arrastró los sambenitos de bobo, tonto, ñoño, desangelado en su infancia y a base de escucharlo de forma tan insistente, las palabras le golpearon en el cerebro y en el corazón y  de ser solo vocablos, para él,pasaron a ser él.
Encarnación recuerda que Antonio le contó el calvario padecido en su juventud; el fracaso había sido su segunda piel .Adherido a esta epidermis necesitó años de desuelle consciente que empezaron  por desoír los mensajes que enjuiciaban su ubicación creativa en el mundo. Y así, soltando, soltando, mudó de piel.
Encarnación y Antonio se conocieron un día de primavera con el cielo pintado de celeste. Y como era de esperar, el encuentro fue un tropiezo; Antonio andaba mientras  tarareaba la letra de una canción que tenía algo de pegajoso pues volvía una y otra vez a su mente .Encarnación andaba en dirección contraria tomando un café capuchino en un envase de plástico. Tres calles después se produjo el choque resultado del cuál  su camisa blanca quedó decorada con vetas marrón y beige así como el impacto sobre su pecho de un libro , hermoso y contundente ,Las mujeres que leen son peligrosas que Antonio había adquirido minutos antes en una librería cercana.
Encarnación aún disfrutaba de los efectos colaterales de aquella colisión : no solo la camisa blanca había abandonado su armario sino que había accedido a un tesoro del que no sabía, siquiera que existiera. La presencia de Antonio en su vida fue una de sus mejores coartadas vitales.

Encarnación y Antonio, a  su juicio, desde el comienzo de los tiempos,  se buscan  para perderse por las sendas del placer en su más variado espectro Y cuando no logran hallar el sendero, tranquilos, esperan con deleite el momento en el  que tanto una pero sobre todo otro, escenificarán, una vez más,  que en el dar y recibir placer nunca meten……la pata. Buena semana.




domingo, 2 de abril de 2017

nº 194 VETE DE PASEO

Gilberto regresa renqueando de la partida diaria en el bar.  La edad parece  pasarle factura con generosa propina. El trayecto que anda y desanda, al tumbar la sombrita, no parece compensar las tres horas que pasa sentado en la mesa sin más movimiento que el de la lengua para comentar ,sarcástico y a gritos, la jugada de algún compañero.
Gilberto apenas oye. Hace años que chilla, a él y al mundo. Y tanto uno como otro están acostumbrados a relacionarse con un volumen alto debido a la intensidad de sus decibelios.
Gilberto, una noche, le da vueltas al tema de mejorar su caminar hasta que llega a una satisfactoria solución que pondrá en marcha la tarde siguiente. Y así entusiasmado, descansa sintiéndose Arquímedes en momento Eureka.
Gilberto termina la primera ronda de las cinco que suele jugar; está alegre por haber ganado y esta contentura le impulsa para salir del local e iniciar un pequeño paseo alrededor de un parque cercano. Lo recorre con parsimonia deteniéndose en detalles de la flora y la diminuta fauna que pueblan el lugar.
Gilberto regresa con las extremidades inferiores ágiles y el rostro pintado con el color del bienestar. Sus amigos le interrogan por su ausencia y él contesta que ha decidido que tras cada partida, se va a dar un paseo para estirar las piernas. El plan se ejecuta tal como estaba previsto y caminatas y asientos se persiguen como el sol y la luna.
Gilberto ha mejorado su tono vital con el cambio que estaba en sus manos – mejor dicho en sus pies – y una semana después, se encuentra a punto de entrar en el parque cuando se percata de que detrás de él, se ha formado una fila india cuyos miembros son los compañeros de la timba.
Gilberto se ríe mientras piensa que hasta ese momento nunca se había sentido líder y menos sin ordenar o adoctrinar a  rebeldes o crédulos acólitos. Avanza la marcha serpenteante de ancianos por aquel reducto verde urbano, sin comentar nada, pendiente cada uno de continuar el paso del que le precede, atento a sí mismo y contemplando lo que le rodea con otro sentido si bien los sentidos siguen siendo los mismos.

Gilberto se siente  ligero. Gilberto se sienta. La siguiente partida está por empezar. Buena semana..



domingo, 26 de marzo de 2017

nº 193 ETIQUETAS

Nayara mueve el pie  izquierdo mientras su bolígrafo realiza un viaje continuo de la boca al pupitre  y viceversa. El trayecto de esta mini montaña rusa  se inicia con el despegue en la pista húmeda de los labios, prosigue con la sujeción a unos dedos inquietos entre los que el objeto volador identificado baila una danza asimétrica y finaliza con el aterrizaje más o menos accidentado en la superficie, otrora lisa y ahora devenida en paisaje con cráteres de distintas dimensiones. Y después, el viaje de regreso.Y vuelta a empezar.
Nayara extiende su visión panorámica, como águila en busca de presa,  sin detenerse en punto alguno. Oye las explicaciones del profesor que,  desde el otro lado de su mundo, llegan fragmentadas, ralentizadas, inconexas. Y más tardan en llegar que en irse.
Nayara resopla ante tanto vocablo ininteligible, ante tanto calor que ronda el agobio, ante tan poco espacio en un mobiliario escolar donde su cuerpo adolescente se desparrama  con difícil encaje.
Nayara quiere estar entretenida. La voz monótona del maestro la coloca en una suerte de sopor del que despierta bruscamente, bufando.  Le cuesta centrar la atención en algo que permanezca fijo. Por eso le gusta ver el ordenador o la tele o el móvil. Si por ella fuera estaría todo el tiempo pasando de una serie a otra, de un video a otro.
Nayara cree que ir al instituto es un rollo. Siempre hay muchas cosas que hacer durante mucho tiempo. Y  tiene que estar callada. ¡Con lo que le gusta hablar! A veces contesta a alguna parida de sus compañeros solo por oírse, que no escucharse.
Nayara no se lleva bien  con la atención, la memoria, la imaginación ni con el pensamiento. Su vida es un torbellino efímero. De hecho esa ventolera interna es lo único que experimenta como constante. Por eso se aburre tanto. Por eso olvida tanto.
Nayara podría ir ordenando el caos interno, especialmente,  si fuera acompañada, dentro y fuera del ámbito escolar,  en su aprendizaje del respirar la vida, la paciencia, la tranquilidad. Si pudiera volver a copiar letras organizadas en un ejercicio no solo mental sino corporal, como si de un monje medieval se tratara. Si fuera instruida  en  la repetición de un cuento, poesía o narración, patrimonio de la humanidad. Si le guiaran en el arte de leer en voz alta historias animadas de ayer y hoy y por qué no, de mañana.
Nayara sin embargo, será etiquetada con unas siglas que para ella serán su definición; quedará la solución depositada  en la medicación y en el tratamiento escolar diferenciado; que se traduce, en la mayoría de las veces,  en informes de seguimiento que tienen poca probabilidades de sobrevivir pues nadan en medio de un mar de informes similares y no hay tabla para tanto náufrago.
Nayara carece de rituales que le permitan representarse como algo constante en el fluir del  devenir. Ignora aún que el orden que ansia y necesita para desplegar sus mejores cualidades tiene que ver con el silencio, la repetición, la escucha atenta a la voz propia y ajena y con el percibir algo estable fuera de su cuerpo ,que le permita comprender cuándo acaba la ficción y cuándo empieza la realidad.

Nayara, mientras, ha provocado lo que a todas luces era inevitable: el bolígrafo se ha estrellado contra el hombro de su compañera de la mesa de delante; en el choque los restos han quedado dispersos…. Tal como está Nayara. Buena semana.


domingo, 19 de marzo de 2017

nº 192 MORISQUETA


Adán era una persona seria. Para él la vida exigía tener un plan que enmarcara la acción, ya fuera pasada, presente o futura. Era un hombre de cifras que no desdeñaba las letras; en su justa medida, naturalmente.
Adán no soportaba el histrionismo. Le gustaba que su rostro reflejara la simetría que consideraba natural. Admiraba el orden de la naturaleza; para él era la perfección.
Adán se recreaba en la visión geométrica de la realidad: el punto, la línea, el volumen. Investigaba a su alrededor descubriendo polígonos en dondequiera que posaba sus ojos; pensaba que encontrarlos era cuestión de tiempo, empeño y atención; formas y fórmulas regían su vida.
Adán, en caso de trocar en objeto, hubiese deseado convertirse en cubo de Rubik. Cada cara en un caos inicial que poco a poco se diluiría en la uniformidad monocolor: azul, blanco, rojo, verde, amarillo y naranja.
Adán catalogaba la contradicción como el obstáculo a derribar. Experimentaba el día como día y la noche como noche. El año tenía cuatro estaciones. Agosto era el mes de vacaciones. Y el 31 de diciembre, fin de año.
Pero Adán cambió. La vida le hizo una morisqueta , carantoña ,cuya incógnita no pudo despejar con fórmula alguna; después, aunque tuviera ese poder, no deseó su resolución matemática.
Adán se enamoró y amó. Cuando divisó, en la cuadrícula que era su paisaje vital, aquella sonrisa, franca, sin expectativa, que encajaba armoniosamente en un rostro asimétrico, se sintió perdido y encontrado. Como castillo de naipes en equilibrio precario, su vida se vino abajo.
Adán, hombre disciplinado, de espíritu espartano, resistió y se resistió al embate de lo que por primera vez se salía de su marco de referencia. Consultó analíticas y el estado de los neurotransmisores, ávido por encontrar una explicación para el arrebato que cada vez le preocupaba menos y le ocupaba más.
Adán, tras perder el tiempo necesario para comprender que no había tiempo que perder, reconoció que “se había definido con la lentitud del sol atravesando el cielo”, tal como escribiera Joyce Carol Oates en La hija del sepulturero.
Adán reconoció que Lilith y Eva eran las dos caras de una misma persona con la que tejió un hermoso vínculo; y aceptó que en él también estaba el bufón, el polichinela que llevaba dentro, tan escondido, que ni en carnavales  dejaba asomarse a la ventana.
Adán dejó de averiguar la forma de su corazón más allá del constante bombeo de sangre. Y a partir de entonces fluye con dicho torrente. 
Adán es feliz, aunque no siempre esté feliz. Buena semana.


domingo, 12 de marzo de 2017

nº 191 REBATIÑA


Amelia  se apartó del enjambre de niños y  niñas que se disputaba las guirnaldas de la cabalgata anunciadora del carnaval de la ciudad. Las serpentinas quedaban sepultadas por una lluvia de confeti que pronto extendió un manto multicolor en la calle principal, otrora centro económico y financiero trocado,  por arte de la imaginación, en el punto neurálgico de la fantasía.
Amelia y su familia  vestían un disfraz en cuyo diseño, confección y acabado había puesto todo el clan, ilusión, dinero y pericia. Representaba a un grupo de roedores atrapados en una trampa metálica mientras abrazaba una porción de queso amarillo, con agujeros incluidos.
Amelia disfrutaba con las carnestolendas, gusto que en su infancia le fue inoculado como las vacunas que dosis a dosis la protegían de las plagas infantiles Recordaba que cuando salía de cada visita al centro médico, le esperaba la naranjada en vaso grande y el sandwich mixto en la churrería  junto al ambulatorio  que ponía fin a la ceremonia en la  que aprendió a hacerse grande  haciéndose fuerte.
Amelia y su familia, en modo  nómadas, bailaban en la comitiva que acompañaba a una carroza que había optado por recuperar la estética bucanera .Transcurrieron varios kilómetros donde los encuentros efímeros, alegres, triviales poblaron de anécdotas, miradas, gestos y abrazos, el aire que de normal lucía enrarecido y serio.
Amelia saboreaba los rituales; con el pasar de los años  reconoció que gran parte de sus buenos recuerdos estaba vinculada  a pasarelas de diversa índole donde a veces era público y otras,  protagonista. Le embriagaba  la esencia de la ilusión en la cabalgata de Reyes cuando con avidez  se apoderaba de los caramelos que un ejército indisciplinado  de peques pretendía disputarle. Sonreía con el olor de las barras de pinturas de maquillaje que con el carnaval volvían su rostro del revés y le permitían asomarse a ser con otras posibilidades .. Se emocionaba con los efluvios del incienso que en Semana Santa  ambientaban la ciudad, esparcidos con generosidad por unos capuchinos púrpuras de ojos inquietantes. Disfrutaba del olor a sal mezclado con protector solar y after sun en los paseos marítimos cada verano….
Amelia en medio de la marea festiva de gente de ingenioso y  alegre vestir comprendió que su vida bien podría ser como una peculiar rebatiña en la que cada momento, dentro o fuera del desfile de turno, la situaba en pugna feroz por hacerse con la satisfacción  de exprimir hasta la última gota del jugo de la vida. Y así le va. Buena semana.