domingo, 29 de noviembre de 2015

EXTRAVAGANTE HERENCIA

Claudia constató   que la luz de ese día llegaba envuelta, una vez más, en el chal de la fatalidad. Notaba pesado, pétreo, plomizo, el aire que  respiraba. Claro que se guardó de expresar sus pensamientos por la misma razón que lo venía haciendo desde años atrás: pura pereza. Paulatinamente dejó de comunicarse con el resto de la humanidad; no hablaba con nadie; llegó hasta el punto de  no necesitar palabra alguna ni ser humano que la acompañara. Para eso tenía su espléndido terrario con cuatro serpientes magníficas.  Construyó un muro en su corazón y se hizo amante de la imaginación. A veces la sensibilidad a flor de piel le hacía percibir el más mínimo  aleteo de una mariposa en las antípodas , metida a persistente monitora de aerobic; otras, por el contrario,  encontraba serias dificultades para distinguir la línea que separa el sueño de la vigilia y deambulaba ajena a todo lo que respirara cotidianeidad. Y así día tras día.
Como cada jornada se deslizó cabizbaja y anónima por la calle mayor de la ciudad, en puro centro histórico, flanqueada por el constante fluir de la gente que, ajena, iba y venía.
No supo muy bien cómo fue que reparó en aquella figura; y aunque desvió, precavida y rauda, la vista cuando la mirada masculina apenas rozó su silueta, una vez más llegó tarde. El joven terminó convertido en una hermosa y esbelta estatua de piedra.

-¡Otra más para la colección!- suspiraba una resignada Claudia mientras increpaba por enésima vez a su abuela Medusa por tan extravagante herencia. Y así le iba, sin hacer nada echándole la culpa a la genética.Buena semana.


domingo, 22 de noviembre de 2015

DESMENUZO UNAS SÍLABAS PARA EL SOL EN MI BOCA

Raquel cerró la puerta y se vio envuelta en el inconfundible abrazo del hogar. El día llevaba un par de horas despierto y , a pesar de ser otoño, se vestía con el modelo cielo azul verano.
Raquel preparó café y pintó en el almanaque un punto verde en el día que se correspondía con la jornada recién estrenada. Sonrió y tomó un sorbo del sabroso y humeante café negro. Sonrió como lo hacía cada vez que lograba vencer un miedo o cuando reconocía un temor o espantaba un sufrimiento. En estas ocasiones sonreía con el corazón. Como ahora.
Raquel le planteó a su hijo Esteban de 12 años, quince días atrás si quería ir solo al instituto que distaba ocho calles de la casa familiar. Había estado hablando con otras madres y estas la animaron a tomar tal decisión. Hasta ese momento, ella le dejaba en la puerta del centro, cada mañana, ejerciendo de abnegada guardiana de la integridad física de su descendiente. Pero Esteban había empezado en el instituto y los temores de Raquel, lejos de disolverse se expandieron como mancha de aceite. El chico le contestó que claro que sí, que se lo llevaba pidiendo desde que empezaron las clases.
Raquel, ese día, sacando fuerzas de flaquezas dejó que Esteban fuese solo, por primera vez el trayecto en el que se encontraría con sus iguales, camino del centro escolar. Recuerda ella que esa mañana no hubo café sabroso y humeante sino infusión de valeriana amarga y gélida. No hubo labios que sonrieran sino estómago que encogiera y corazón que galopara; y así esperando hasta que un mensaje del hijo notificaba que había arribado a costas seguras.
Raquel llevaba anotados los días transcurridos desde aquel primer intento de vencer al férreo coselete del miedo. Paradójicamente, dos días atrás, esteban, que era adolescente pero inteligente, le planteó a su madre que si le podía alcanzar al instituto dado que se había acostado muy tarde la noche anterior y estaba muerto de cansancio. La buena mujer contuvo los deseo de situarse en modo chófer y se inventó con una naturalidad pasmosa una excusa de tal creatividad que ella misma  no salía de su asombro.
Raquel, ahora contemplaba el día que se desplegaba ante su vista reparando en el periódico que le dejaba cada mañana el panadero; estaba abierto por la página en la que había una reseña literaria, con motivo de la presentación de su último libro, Un sudario del poeta Rafael José Díaz. Las palabras ardiladas con un sentido lirismo por el orfebre de la palabra llegaron a lo mas profundo de Raquel quien de forma emocionada e inconsciente leyó en voz alta:
“Desmenuzo unas sílabas
Para el sol en mi boca”
Sonrió, una vez más y salió a la calle de un pueblo en la volcánica, de casas blancas, azules y verdes isla de Lanzarote. Buena semana


 

domingo, 15 de noviembre de 2015

ADENTRO, BAJO LA DIVERSIDAD CROMÁTICA, NACE LA DULZURA.



Estefanía se aproximaba a la puerta de su casa en aquel atardece otoñal que tras el cambio horario anticipaba la llegada de la oscuridad. Vislumbró la figura de su vecino en amena charla con dos niños de poco más de diez años. En la acera de enfrente, la madre de los peques, observaba atenta la marcha de la conversación, junto al coche con el maletero abierto en el que se acomodaban dulces, prendas deportivas, toallas y otros envoltorios de formas insospechadas.
Estefanía anduvo el trecho que le separaba de su hogar; tras saludar se integró en la conversación en la que los chiquillos explicaban que estaban vendiendo diversos productos para financiarse en parte o en su totalidad el viaje de fin de curso que marcaría la despedida del colegio y la tarjeta de embarque al instituto.
Estefanía conocía este ritual que se iniciaba en noviembre, año a año y solía colaborar encargando un elemento lo más original y caprichoso posible. Para ella era el disfrute de la solidaridad. Así pues solicitó el catálogo a unos muchachos con mas buena intención que organización y alumbrada con la intermitencia de una farola dubitativa rebuscó entre páginas alegres.
El mayor de los vendedores, en un impulso acompañado de gestos nerviosos y circulares de las manos soltó un consejo no pedido con tal  vehemencia que  Estefanía se vio abocada a seguirlo a pie juntillas.
-“El que más me ha gustado es una bola del mundo que tiene dentro unos chocolates pequeños con lakasitos por fuera. ¡Están tan buenos! ”- masticó las palabras mientras se relamía.
Estefanía preguntó detalles sobre el precio y el tamaño del producto mientras el chico, ajeno al interrogante, hablaba desde su paraíso edulcorado hasta que cambió el rictus de su boca al concluir “¡La pena es que se hayan acabado! “. Como despedida tiró de recuerdos placenteros y se desparramó en un  “¡Pero los lakasitos….,mi madre, cómo estaban los lakasitos!.
No había mejor argumento que convenciera a Estefanía a inclinarse en la decisión final por un planeta Tierra habitado por confites del país de los lakasitos . Sonrió ante la pasión con la que aquel muchachote regordete hizo visible el volcán del deseo en un torrente dialéctico dulzón.
Acordaron la fecha de entrega del pedido y aun después de que el coche se alejara con los satisfechos vendedores, flotó  durante unos minutos, la estela de tiernos queques bañados en un mar de colores en el magma de un globo terráqueo. Y es que adentro, bajo la diversidad cromática, nace la dulzura. Buena semana.





domingo, 8 de noviembre de 2015

ABSURDO Y ASTIGMATISMO

El paseo marítimo era dominado por una construcción resultado del sueño del arquitecto que la diseñó; anhelaba convertir el monumento cultural en el faro de la playa, de la ciudad costera, de la isla con nombre de grandeza; llevaba el nombre de un ilustre nativo,de fama mundial, que había destacado en el delicado y entrañable campo de la ópera.
En la acera que se desplegaba a su pies, una pareja daba vueltas en torno a la taquilla herméticamente cerrada y completamente a oscuras.
El fluir habitual de transeúntes  mantenía su ritmo ajeno a la desorientación del matrimonio entrado en años.
Él sujetaba un papel en la mano al que giraba con tal expresión de confusión como si una repentina amnesia le hubiera borrado cualquier vestigio de su lengua materna. Ella hablaba en modo eco, repitiendo la última sílaba dicha por él; a lo sumo su creatividad se expresaba en alguna que otra muletilla desgastada que en ocasiones quedaba a medio nacer.
El espectáculo cómico al que esperaban asistir amenazaba con convertirse en un drama absurdo; o bien ellos estaban en el lugar equivocado, o bien la representación se había fugado de la cita prevista.
Desde una vista panorámica parecían dos trompos girando sobre sí mismos sin orden ni concierto.
Volvieron a la taquilla y confirmaron en un cartel que se produciría la apertura dos horas antes del inicio de toda representación. Pero solo quedaban diez minutos para que se alzara el telón y no había ningún indicio, por leve que fuera, de que esto fuera a tener lugar.
Perplejos, se sentaron en un banco frente a la imponente construcción mientras la noche brillaba, indiferente a su situación.
Más que tristeza era desconcierto lo que se pintaba e su rostro; la incomprensión les maquillaba agrandando sus ojos, perfilando sus cejas alzadas y marcando un apretado trazo descendente en la línea de sus bocas.
Él seguía  a su papel pegado; ella seguía a su lado, en su decir y en su callar.
Se levantaron y se fueron, llevándose con ellos los plomíferos pasos de la decepción para, sin norte ni cualquier otro punto cardinal como guía,ser engullidos por la multitud de paseantes.
Él sentía que algo se le había pasado por alto y en un último intento por reconquistar la cordura desanduvo las huellas de sus zapatos acompañado por el deshacer del andar de ella.
Retornaron al espectacular teatro y contemplaron casi con reverencia la ventanilla abierta de la taquilla como si de una luz salvadora se tratara.
Raudos, fueron a dar con la empleada que, tras leer el papel casi devenido en papiro, les aclaró, diligente, que la fecha  impresa era para el día siguiente.
Ni él ni ella habían revisado la reserva digital porque no veían de cerca y habían dejado las gafas en casa.
Se fueron carcajeándose a modo de aperitivo de lo que anticipaban sería las risas de la representación futura. Con alivio y alegría pensaron que con frecuencia la comprensión del absurdo cotidiano suele pasar por la ATENCIÓN a lo que se tiene delante. Buena semana.




domingo, 1 de noviembre de 2015

MARIQUILLA MARILYN

Mariquilla, con el pelo sujeto con un coletero, tenía los ojos bañados por la rabia apunto de rebosar. Sabía que era cuestión de minutos que empezara a moquear; y, aunque se resistía no conocía otra forma de dar rienda suelta al enfado que día sí y noche también, había sembrado pequeños surcos en su frente. Pronto cumpliría los veinte pero lejos de celebrar la juventud se sentía una anciana.
Mariquilla durante años dejó de soñar  con ser popular o destacar por encima de las demás chicas. Se limitaba a cultivar la semilla del árbol de la amargura plantada tiempo ha cuyas desabridas flores daban paso a los frutos agrios, único plato de su triste dieta emocional.
Mariquilla no tenía el dedo anular de la mano derecha. Un desgraciado accidente hizo que se lo amputaran cuando estaba a punto de cumplir doce años. Tras el impacto inicial, familiares y amistades se volcaron en agasajar a la pobre niña que, abrumada por tantas atenciones, tardó en tomar consciencia de las consecuencias de la pérdida. Al ser diestra hubo de entrenarse en el nuevo manejo de su mano para escribir. A veces se le cae algún objeto pues no calculaba su capacidad de sujeción porque no estaba familiarizada con la vacuidad. Aun así Mariquilla había ido llenando los distintos huecos físicos y emocionales que la ausencia del miembro le suponía con mas o menos fortuna. Hasta ayer.
Mariquilla palideció  cuando su mejor amiga le enseñó su anillo de compromiso. Entonces surgió en su corazón un agujero negro que se tragó su esperanza. Ella nunca podría lucir un anillo en ese dedo. Otra cosa es que quisiese o no. Porque lo que a ella le importaba era que poder, no podía.
Mariquilla margulló durante varias estaciones por los profundos parajes del dolor: a veces se hacía la triste, a veces se hacía la loba. Y tras su paso quedaba flotando el aroma de la asfixiante desazón.
Mariquilla contaba entre sus aficiones con el seguimiento televisivo de cualquier competición ciclista de renombre : la Vuelta, el Tour o el Giro quedaban registrados en el calendario como fechas en rojo en las que en la franja horaria del mediodía no estaba disponible. Y fue precisamente en la competición cuyo recorrido incluía la subida a los lagos de Covadonga, cuando un primer plano, en apariencia insustancial, se le quedó grabado en la retina: un corredor asía el manillar de la bicicleta con unas manos protegidas por unos extraños guantes con tachuelas.
Mariquilla no supo qué pasó por su cabeza pero lo cierto es que dos meses mas tarde lucía en su mano derecha una suerte capucha sólida en el lugar en el que debía morar el dedo segado, graciosamente ajustada a la muñeca con pequeñas cadenitas que formaban la labra Marilyn. Anillos, alguno que otro de compromiso, se ajustaron, de forma temporal a lo largo de los  tiempos venideros,  en torno a aquel dedo reconstruido.
Mariquilla, ahora en su taller de joyas, recuerda la primera vez que le preguntaron por el significado de su diseño con tan cinematográfico nombre. Ante la expectante mirada del periodista se limitó a explicar desde la mas absoluta neutralidad:
"Pensé que si Mary se podría traducir en español por María, Marilyn podría significar Mariquilla."
 Y así era cómo se sentía cada vez que contemplaba su creación, como Mariquilla Marilyn. Buena semana.