domingo, 28 de diciembre de 2014

LO HARÍA EX TOTO CORDE ( DE TODO CORAZÓN)

 Angustias salió de la tienda cuyo cartel anunciador garantizaba la venta directa de frutas frescas. Llevaba en una bolsa un melón, kiwis, naranjas, plátanos, manzanas y peras, alimentos  que formaban una parte importante de su dieta. Apenas anduvo tres pasos cuando casi tropieza con un señor mayor, erguido, sonriente, pelo cano y vestido con traje color salmón. El hombre, aparecido de la nada, desplegó una sonrisa amplia dentro de una dentadura postiza de dientes perfectamente alineados; a continuación soltó a la cara de Angustias  “Jesucristo la quiere con un amor eterno.”
Angustias  sintió como si una garza parlante la envolviera trasladándola a un mundo tan inquietante como el que dibujara Lewis Carol para Alicia. Con la perplejidad pintada en el rostro musitó un “gracias, caballero, bastante que me alegro” que quedó flotando en el aire pues el hombre-cigüeña había volado calle arriba; tal vez en busca de otro destinatario de tal extraño mensaje.
Angustias recuperó su andar sosegado mientras su pensamiento se entretuvo en buscar las motivaciones que habrían llevado a aquel ser excéntrico a erigirse en Hermes del cristianismo con una estética draqueeniana. Pensaba Angustias que cada cual otorga sentido a sus horas como quiere y puede o viceversa (no tenía claro qué verbo ocupaba el primer puesto); también cavilaba que probablemente el interfecto nunca llegaría a conocer la imagen con la que quedó asociado su gesto en su memoria y que, probablemente, no le importaría lo mas mínimo. En estas estaba cuando recordó a Miguel Hernández  en sus versos
¿Para qué quiero la luz
 si tropiezo con las tinieblas?
Y así, se dijo que la verdad se dice de múltiples maneras y escoge vestuario variopinto. Como invento humano que es, dependerá de la subjetividad, de la narración que hagan los demás y de la propia interpretación y mutatis mutandis ,de la subjetividad surge la objetividad.
Decidió que emplearía sus energía inmediata en ardilar la manera mas apetitosa de preparar, los manjares que se acomodaban en las bolsas de la compra; lo haría  ex toto corde (de todo corazón), pues para ella,  ese órgano, era el que producía el latido mas genuino,  la claridad que vence a las nieblas siniestras, la verdad que no necesita de ropajes. Buena semana.




domingo, 21 de diciembre de 2014

REORGANIZAR EL ESPACIO INTERNO



Angustias  se dispuso a modificar el orden de los muebles de su salón. Fiel a un lejano ritual, había  cambiado las cortinas, la alfombra y el forro de un sillón de dos plazas. Mantenían su posición vigente un amplio sillón cama con la chaise longe adosada y  la estantería móvil donde reinaban las nuevas tecnologías. Del verde y rojo navideños, el espacio iba  pintándose con el azul cielo y el marrón tierra, colores que encontraban su lugar en aquella zona destinada, en principio, para la reunión y el ocio . Diciembre  preparaba sus maletas para irse.
Angustias recordaba que, años atrás, llegado el mes postrero y con él, el ajetreo de las fiestas que celebraban la paz (en un mundo en guerra) y el fin de año (en  un tiempo de andar cíclico), su hogar se llenaba de adornos, figuras de un belén que se ampliaba con la incorporación de   juguetes infantiles de sus, entonces,  peques y el árbol  propio de otras latitudes que cargaba, estoico con bolas, guirnaldas y  ornatos propios de las fechas y la moda imperante.
Angustias, mientras rediseñaba el sitio, pensaba en los escenarios mudos de la vida; en cómo se convierten en andamios discretos , testigos de la risa y el llanto, de tantas obras (a veces cómicas, otras dramáticas) que jalonan el transcurrir vital.
Angustias recordó las frases de Hölderling “No tengo nada de lo que pueda decir: esto es mío” y sonrió pues el matiz con el que arropaba su pensamiento distaba del utilizado por el protagonista de Hiperión. Lejos de la nostalgia pantanosa, ella celebraba el retorno al pasado como una fugaz  escapada de fin de semana, en la que disfrutaba la intensidad del momento en gran medida por su carácter efímero.
Angustias había aprendido a reubicar los elementos que serían el atrezzo de las jornadas venideras. Había sido uno de los aprendizajes mas significativos de su vida: reorganizar su espacio, especialmente el interno. Y así había aprendido a ser feliz. Buena semana.



domingo, 14 de diciembre de 2014

DORMIR, SOÑAR…….VIVIR

Angustias se despertó descansada y tranquila. Se levantó sonriente, no sin antes recorrer entre las sábanas,  el espacio- no breve-  que aun guardaba cálido, la ausente silueta de Marcelo. Se reencontrarían al final de la tarde y este era uno de los pensamientos constructores de la felicidad de ese día, cuyo amanecer pintaba vetas color melocotón en el cielo.
Angustias había aprendido la importancia que tenía dormir bien, después de que esa acción rutinaria, durante gran parte de su vida  hubiera sido un mero trámite indispensable para continuar el ajetreo cotidiano, es decir, un lapsus entre períodos pletóricos de haceres ( a veces gratos, otras ingratos). Llevaba mas de una década en la que el momento del reposo nocturno se había convertido para ella en un rito tan  imprescindible  como lo fuera para Yasunari Kawataba a la hora de escribir   Mil grullas,  el de la ceremonia del té.
Angustias recordaba cuándo la frontera que se cruza con la caída de párpados solo suponía  embarcarse rumbo a una aventura  inquietante a través de las tierras de lo incomprensible, lo ilógico que le dejaba, al llegar  la vigilia, el incómodo sabor del desconcierto. También le venía a su mente cuándo sosegó su paso, midió su ritmo, reconoció el límite hasta dónde quería llegar y sintió, en lo mas profundo de su ser, un genuino agradecimiento por estar viva.  Este momento  serendipia hizo que sus horas de descanso, otrora ajenas (pues se sentía mas objeto que sujeto de su existencia) trocaran en un tiempo reparador en el que se sumergía, entregada, como si de un seductor baño de sales y espuma se tratara.
Angustias elaboró un glosario personalizado, pictograma onírico que le revelaba por dónde crecía la raíz de su ser y estar  (en ocasiones generadora de brotes verdes, en otras de malas hierbas). Descubrió que en la tercera parte de su vida soñaba lo que hacía realidad en los dos tercios restantes. Se divertía explorando tal  sugerente isomorfismo (entre el sueño con los ojos cerrados y su actualización con la mirada abierta), que cada noche, tras el placer o el dolor ( ya fueran en solitario o en compañía) la decostruía para renacer, ave fénix sin rastro de chamusquina, a otra jornada, de la que había tomado conciencia, siempre sería particular.

Angustias desde entonces descansaba mientras  el sueño remaba a su favor cada vez que la luna ( visible o invisible) arribaba fiel y con nocturnidad a sus costas. Buena semana.




domingo, 7 de diciembre de 2014

SEGUIR ADELANTE: COMPRENDER Y RITUALIZAR

Angustias disfrutaba de un exquisito plato de falafel en compañía de Marcelo en un pequeño establecimiento de la zona comercial mas populosa de su ciudad. Se tomaban un respiro en medio de una jornada de compras. Tenían que realizar obras en el cuarto de baño y aprovechaban la ocasión para renovar  piezas y accesorios del aseo que había permanecido sin alteraciones dignas de mención durante varias décadas..De hecho el deterioro irremediable del ya obsoleto sistema de cañerías propiciado por el trabajo continuo fue el detonante para que el higiénico escenario cambiara por completo de atrezzo.
Angustias deseaba incorporar algunas pinturas al lugar pero no incluía en su deseo cuadros de marinas que rara vez lograban emocionarla si bien el mar era una de sus públicas pasiones. Se decantaba por los desnudos (masculinos y femeninos) que estimaba resultaban mas acorde al santuario del cuerpo. Junto a Marcelo contemplaba el abanico de catálogos e imágenes que habían recopilado en la peregrinación gozosa por los establecimientos abiertos del lugar que esa mañana, a pesar de ser día festivo, invitaban al alegre consumo. Angustias coincidió con Marcelo en la elección de unas pequeñas láminas  de Toulouse Lautrec, Sorolla, y Degas expuestas  en una tienda de antigüedades así como en unas reproducciones hermosas de Eivar Moya.
Angustias sentía cierto pesar a la hora de transformar aquella estancia de su hogar pues formaba parte de su memoria afectiva. Pero también entendía que para construir nuevas realidades es necesario la utilización de materiales diferentes a los hasta el momento  empleados. La casa que habitaba fue una inesperada herencia que le permitió vincularse a sus raíces; en ella había gestado su creación mas valiosa, su familia,. Pero el devenir del la vida,  con su imprescindible anexo de ausencias temporales o fijas, reclamaba un asumido borrón y cuenta nueva.
Angustias era mujer de asomarse a la rutina diaria con expectación e ilusión: era su rutina favorita; en materia de cálculo se entretenía en diseñar sumas de paraísos y restar infiernos (propios y ajenos). Pensaba que  su  reciente gran descubrimiento había sido entender que ante la dificultad no basta la comprensión sino que era necesario ritualizar lo aprendido.
Retuvo el sabor a cayena de la pasta de garbanzo  especiada y se dijo que en su corazón ese momento de reorganización vital tendría para ella el aroma donde se mezclan cilantro, perejil, ajo, comino, pimienta negra y la nombrada pimienta roja o cayena. No supo si en un momento dado, el gusto excesivamente salado del trozo que masticaba se debía a un exceso de sal o al hermanamiento de la saliva con las lágrimas que celebraban una íntima ceremonia del adiós. Unos segundos mas tarde arregló el rímel que había dibujado burbujitas ennegrecidas en torno a sus ojos y con la carta de postres en las manos eligió uno que era tan refrescante, oscuro y delicioso como los ojos que desde la silla contigua le envolvían con su mirada. Buena semana


domingo, 30 de noviembre de 2014

¿ANASTASIA LA DE LOS ROMANOV O LA DE CHRISTIAN GREY?


Angustias entró en la oficina de correos pues debía recoger una carta certificada cuyo  aviso encontró Marcelo el día anterior al regresar al hogar. Suponía que tenía que ver con algún trámite administrativo ya que  el remitente era el ayuntamiento de su localidad.
Angustias se situó en la cola esperando que esta avanzara rápidamente mientras notaba cómo sus escápulas  se resentían del esfuerzo físico realizado en la piscina esa misma mañana a primera hora. Centrando su fuerza en el ombligo, respirando pausadamente e intentando activar la zona dolorida adelantó espacio hasta que solo quedaba una persona delante de ella que, en ese momento estaba siendo atendida.
Angustias, fiel a sus paletillas doloridas, se planteaba si concertar un masaje que contribuyera a restituir el bienestar previo a la sesión matutina de natación. En estas estaba cuando se oyó un poco mas alto que el tono habitual de una conversación una interrogación emitida por parte de la empleada de correos. -¿Anastasia?- inquirió la trabajadora. A lo que le contestó una voz cantarina: - Sí, como la princesa perdida de los Romanov. La trabajadora rectificó la repuesta de la mujer que estaba a la espera de recoger una carta donde se le confirmaba su contratación laboral: -No, la de Christian Grey- manifestó la diligente funcionaria con una sonrisa cómplice que rebotó en unos ojos perplejos que anticipaban tormenta dialéctica: -¿La de cincuentas sombras de Grey? ¡Vamos, si  es la historia de la bella durmiente con látigos!¡No me diga que le gustó! Yo tuve que hacer un esfuerzo para leer el primer libro y me pareció que era un recorrido de lo mas conservador sobre todos los tópicos que cosifican a la mujer: la joven que no ha sido estrenada, que necesita de total supervisión sobre lo que come, el ejercicio que tiene que hacer para estar a la altura de los caprichos de él, la disponibilidad absoluta ante el deseo del hombre que por cierto es joven, desarraigado y sobre todo…..RICO. El príncipe azul versión capitalismo.
Angustias observaba cómo se despachaba a gusto aquella mujer de cutis terso (que según parece es síntoma de vida sexual placentera, operaciones estéticas aparte) ante una oficinista que veía caer en cascada los esquemas de su mundo y que, profesional como era, se limitó a entregar la carta demandada previa comprobación documentada de la identidad de quien la reclamaba.
Angustias, espectadora de tal escena, caviló sobre  el torrente que puede desencadenar la mención de un nombre y recordó la ingeniosa y sutilmente mordaz obra de Oscar Wilde, “La importancia de llamarse Ernesto”. También pensó que, a diferencia de las dos mujeres protagonistas del encuentro dialéctico, para ella, el nombre Anastasia le sugería el cuidado de unas manos cálidas que la arroparon desde la niñez, la ternura de su madre, que ni era princesa, ni ocupaba el papel de Bella ante Bestia alguna. Recogió el envío municipal  y constató que la citaban para una reunión informativa en calidad de vocal ante las próximas elecciones municipales, compromiso que aceptaba de buena gana, ante la expectativa de lo novedoso.

Angustias salió de la oficina de correos diciéndose que aunque aprendemos la misma lengua no siempre hablamos el mismo lenguaje. Buena semana.



domingo, 23 de noviembre de 2014

LA MEJOR INSPECCIÓN: LA QUE CADA CUÁL HACE DE SÍ

Angustias aguardaba en la sala de espera de la consulta para su revisión dental. Tras ser recibida por Eugenia, se acomodó en aquel espacio modernista donde los cristales traslúcidos eran los protagonistas. Para distraer el tiempo ojeó un suplemento cultural colocado sobre una mesilla granate ,donde se reseñaba como novedad editorial la publicación de Adiós Múñoz de la escritora María Teresa Henríquez quien novelaba  sobre la incomunicación humana.
Angustias repetía esta cita médica ,  desde hacía mas de dos décadas, dos veces al año: una cuando este principiaba y otra al inicio de julio. Mientras saludaba a la secretaria, intercambiaban ambas mujeres unos minutos de charla cordial donde cada una esbozaba lo mas destacado de los últimos seis meses. La afabilidad era el denominador común en esos momentos de acogida. Angustias recordaba que había entrado la primera vez por casualidad en la consulta de la dentista que desde entonces le transmitió la confianza imprescindible para permitir, desde el sosiego que  manipulara en su boca.
Angustias no se reconocía como hipocondríaca y la visita a la  odontóloga no estaba entre su catálogo de horrores; pero reconocía que era muy tranquilizador tener la certeza de que quien debía dar cuenta del estado de dientes y mandíbula sabía lo que se hacía y además sabía hacerlo con humanidad. Por eso la charla entrañable de apenas unos minutos ,con Cristina, profesional entrada en años , previa a la revisión, actuaba como el mejor tranquilizante. Y hacía del cuidado un placer.
Angustias sentada en la silla de la especialista, con la luz blanca de un potente foco sobre su cara y con un níveo babero a su cuello, cual torpe infante o anciana, escuchaba el monólogo de la sacamuelas sobre la cotidianeidad intercalado con instrucciones a su ayudante sobre el material que necesitaba para culminar con éxito el examen. Una vez repasadas las piezas y reparadas los desconchados dentales, se levantaba de aquel asiento metálico saboreando la frescura en la boca y la lisura de las piezas lijadas.
Angustias se reconocía feliz cuando disfrutaba de las rutinas que facilitaban su cuidado. Le proporcionaba una dulce sensación de bienestar. Le gustaba revisar sus controles y sus descontroles, sus atinos y sus desatinos, sus luces y sus sombras porque partían del genuino quererse y  superarse. Había aprendido que la vida era una continua comprobación de que se estaba en dónde y cómo se quería estar; para, en caso contrario, rectificar a tiempo sin que nadie saliera malparado. También había comprendido que la mejor ITV vital es la que implica el compromiso con el querer hacer lo que se hace, de la mejor manera posible. Por eso opinaba que no hay mejor repaso que el que cada persona hace de sí misma. Y ante esta inspección, Angustias se sentía segura . Buena semana.




domingo, 16 de noviembre de 2014

ME VUELVO AL BORDE

Angustias entró en la mercería y de inmediato quedó atrapada por un torrente de telas, hilos, botones, pedrerías que rivalizaban en color y prestancia. El local era una estancia amplia que incluía una mesa rectangular y cómodas sillas donde la clientela podía consultar dudas, pedir consejo o, en caso de ser acompañante, simplemente descansar.
Angustias necesitaba una cremallera que sustituyera a la que, dos días atrás había dejado de cumplir su función. Mientras esperaba el turno de ser atendida oteaba el maravilloso horizonte de filigranas que se exhibían en un expositor primorosamente decorado.
Angustias sintió la misma sensación (mezcla de reverencia y placer) que experimentaba cuando se internaba en determinados espacios; por ejemplo, las ferreterías despertaban en ella  un mar de posibilidades sugerentes a la hora de crear, hacer o construir, embarcándose en viajes por el infinito de su imaginación. Otro lugar que le producía algo cercano al sobrecogimiento era las bibliotecas. El laberinto de pasillos y estantes donde habitaban  principalmente libros en formato papel o digital tenía el efecto en Angustias del sosiego que otras personas encuentran en píldoras tranquilizantes.
Angustias recurría a estos balnearios cotidianos ( como así los llamaba) cada vez que la realidad se empeñaba en pisar el pedal del acelerador y su pensamiento, cual disco de vinilo de 45 revoluciones amagaba con girar a las 78  de los arcaicos tocadiscos
Angustias compró la cremallera al tiempo que se interesaba por la clase de bordado que un cartel a punto cruz ofertaba en el margen izquierdo del mostrador. El dependiente  desdecía la ecuación reductora entre mercería y fémina y era uno mas en aquel negocio familiar; de esta guisa   progenitores y prole arrimaban el hombro; el hombre cumpliendo con su trabajo  le informó del horario y precio de la actividad al tiempo que le presentaba a la persona encargada de la misma. Era una mujer de pelo plateado, mirada pícara y sonrisa afable.
Angustias respiró el aire del local y se vio envuelta por una nostalgia ocre como la que rezuman las páginas de En el café de la juventud perdida, de Patrick Modiano. Contempló algunas de las piezas que la maestra artesana le mostrara mientras le animaba a sumarse al grupo de mujeres que una vez a la semana, durante dos horas tejían un tiempo de serena complicidad. La augusta dama concluía afirmando que para sus alumnas aquella cita semanal les permitía alejarse de la cotidianeidad en modo lúgubre obligación y acercarse a la dulce rutina tipo compromiso. Por eso cuando llegaba el momento de acudir a la cita, repetían, cada cuál a su manera, a modo de mantra, me vuelvo al borde.
Angustias salió de la mercería cuando ya oscurecía. Pensaba en lo importante que es la constancia de personas y  ocupaciones a los que regresar pues hilan con su presencia el suelo de nuestra existencia. Y agradeció  besos, caricias, palabras, actividades e incluso los emoticonos aparentemente simplones que se colaban en su vida, día sí y día también ya que le posibilitaban el retorno a sus queridos bordes, pues adoquinaban, desde el placer, su ambular. Buena semana.





domingo, 9 de noviembre de 2014

CONFÍA EN MÍ ..... QUE YO TE LO RETROCEDO

                         
Angustias apresuró el paso hasta llegar a un cajero automático. El reloj marcaba las siete y media de la mañana y el sol ya anunciaba que se había despertado, juguetón, manchando con pinceladas sueltas un cielo otoñal.
Angustias estaba en el último paso antes de obtener el dinero del expendedor bancario cuando falló el mecanismo y se quedó sin el ansiado capital. En el interior de la sucursal, Paco, ultimaba la organización de la jornada y ante los toques en la ventana de Angustias, abrió la puerta tranquilizando a la conocida clienta explicándole que  el error de la máquina se autorregularía por el mismo artefacto.
Angustias, aliviada solo a medias, comprobó  en el cajero que no había constancia que reflejara la equivocación y con el resguardo en la mano esperó hasta la hora de apertura de la oficina bancaria.  Veinte minutos después, Paco le aseguraba nuevamente que, a lo largo del día, se subsanaría la falta, garantizando que él mismo, en nombre de la amistad que le unía a Angustias, se encargaría de que así fuera. Por eso, Paco le repetía “Confía en mí, que yo te retrocedo el dinero, yo te lo retrocedo. Parecía ser era una práctica común aunque Angustias fuera una novata en estas lides y el temor vistiera su expresión.
Angustias haciendo gala de su sentido práctico continuó con las actividades previstas para esa mañana con el propósito de verificar, al final del día, que la cantidad le había sido restituida. En este caso no se trataba de ninguna urgencia pero se preguntó qué hubiera pasado si hubiese necesitado disponer de esos billetes de manera imperiosa. También se planteó  por qué la conjugación innovadora del verbo retroceder no era patrimonio de los usuarios sino de los gestores bancarios: por qué, por ejemplo, la ciudadanía no podía retroceder el dinero de la hipoteca unas horas o días después de la fecha convenida o por qué no se compensaba económicamente al beneficiario de la cuenta cuando había fallos de esa índole por parte de la empresa financiera.
Angustias tan tozuda como Horacio Rejón, protagonista de El árbol del bien y del mal” de Juancho Armas Marcelo, (en el empeño de hacerse con la casa familiar, obviando leyendas siniestras  de Salbago) intentaba encontrar un responsable con presencia humana de aquel extravío; necesitaba hallar un chivo expiatorio sobre el que hacer recaer la impotencia ante la gestión mediocre. Le resultaba insultante que la tomaran por estúpida y hacía tiempo que había renunciado a la paz pánfila que deposita su seguridad en  gurús todopoderosos. Se encontraba capacitada para entender una explicación lógica, que a fin de cuentas era un derecho y  no una prebenda. Y como el coraje se fue apoderando de ella, una vez en el hogar, tomó varios envases de cristal que apartaba para el reciclaje, los metió en una bolsa de plástico, que cerró meticulosamente y acto seguido estampó contra el muro del jardín.

Angustias tenía sus medios para ajustar cuentas con la realidad sin que salpicara a quien no correspondía. En eso sí confiaba: en  ella que  ante cualquier torpe pifia, sabía qué tenía que  retroceder. Buena semana


domingo, 2 de noviembre de 2014

PERDER LOS PAPELES………..PERDER LA EXISTENCIA


Angustias rebuscaba entre los objetos de la gaveta. Había comprado una licuadora el día anterior y el pequeño electrodoméstico dejó de funcionar. Se dijo que una cosa era la  obsolescencia programada y  otra el fallo de fábrica que no resistía el contacto con la realidad. Recordaba haber puesto el ticket de la compra junto a las llaves del buzón, en espera de quedar archivado con otras facturas. Pero no estaba allí. Lo había extraviado.
Angustias revisó minuciosamente el cajón, escudriñó las cuatro esquinas del rectángulo sin encontrar rastro del documento. Se planteó que estaba ante una de las ocasiones en las que tenía que aceptar que había perdido. Y así se enfrentó a la ausencia de unos papeles que le acreditaban como compradora con el consiguiente derecho a la devolución del dinero o al cambio del producto en caso de estar defectuoso. Le pareció cuando menos curioso que  su identidad y la titularidad de sus acciones dependieran de unas hojas escritas; hilo por pabilo se dijo que la situación podría ser mas complicada si lo que hubiese perdido fuera la cartera con la documentación garante de que ella era  quien su presencia física afirmaba ser. No bastaba con ser, había que parecerlo burocráticamente.
Angustias se preguntó por qué cuando una persona no puede controlar una situación se dice “ha perdido los papeles” pues en este caso no hay legajos desaparecidos. Y su pensar desembocó, otra vez  en el mar de la nada, de la omisión..Concluyó que si no hay registro de la existencia, no hay existencia. Y recordaba los miles de meninos da rúa, de adultos sin techos que aunque su cuerpo reclaman presencia, solo se encarnan cuando se elabora el censo de la indigencia. Si  hasta para morir se requiere del acta de defunción.......

Angustias recuperando el verso “Un recuerdo es un nido de campanas” de Félix Casanova de Ayala  sintió tristeza al pensar que tal vez el recuerdo de nuestro paso sea una madriguera sin mas eco que el teclear, el clicar y el cada vez mas denostado escribir fríos datos que no tienen que ver con el sentir. Y mientras  se preparaba un té rojo, aliado incondicional que espoleaba su pensar y le dejaba un sabor a olor a tabaco en la boca, dio gracias por la existencia del arte, aun cuando nadie la certificara .A fin de cuentas, con los sentidos, basta. Buena semana. 








domingo, 26 de octubre de 2014

EL EGOCÉNTRICO USO DEL REFLEXIVO Y LA PREPOSICIÓN EQUIVOCADA

Angustias saboreaba un trozo de aguacate con una pizca de sal mientras su hermana Leticia tomaba una tostada con aceite de oliva y tomate. Desayunaban juntas y Leticia comentaba que en la analítica rutinaria que se hacía cada año, el colesterol se había salido del redil; por esta razón había hecho acopio de lentejas, almendras, nueces, peras y té (rojo y negro) además de aguacates, tomates y aceite de oliva que tenían en ese momento en la mesa. Según se había informado eran los alimentos que contribuían a reducir el colesterol poco ético y Leticia, se dispuso a darles cobijo en su morada, alojándoles en la cocina.
Angustias se sentía cómoda en casa de su hermana .Era un espacio acogedor, luminoso y las flores ocupaban gran parte de un amplio balcón siempre engalanado. Compartir la primera comida del día era un ritual mensual. Ambas disfrutaban de esa hora en la que hacían una puesta a punto de lo que vivían.
Angustias cortó un aguacate cuyo tacto se le antojó excesivamente blando a pesar de que lucía una piel dura. Al abrir la fruta observó que estaba podrida. Solo esperaba que no se hubieran contagiado de la putrefacción el resto de sus compañeros que reposaban en una coqueta cesta de mimbre anaranjada. Mostró la carne flácida y marrón a Leticia quien, práctica como era, pensó en colocar el alimento inservible en un recodo del balcón donde solían posarse pájaros cantarines.-Si no vale para una cosa, servirá para otra- se dijo la mujer alegremente.
Angustias se maravillaba del sentido común de su hermana que le llevaba a contemplar la corriente de la vida con la pericia necesaria tanto para bañarse con sosiego, cuando el mar estaba echado, como para visualizar, desde puerto seguro,  el mar de fondo cuando había revoltura.
Angustias se quedó pensando en los verbos utilizados por Leticia en su solución ecológica ante la descomposición no deseada: VALER y SERVIR. Le resultó fácil establecer la conexión con el libro que últimamente acompañaba el parpadeo de sus pestañas, El Contrato Social de Jean Jacques Rousseau Se acordó del capítulo dedicado a la democracia donde el autor suizo del siglo XVIII afirmaba “Nada es tan peligroso como la influencia de los intereses privados en los negocios públicos. Pues hasta el abuso de las leyes por parte del gobierno es menos nocivo que la corrupción del legislador, consecuencia fatal de intereses particulares, pues estando el Estado alterado en su sustancia, toda reforma resulta imposible.”
Angustias repasando la actualidad política de su país deseó que el uso de aquellos verbos fuera acompañado de la preposición adecuada que favoreciera el bien común, esto es valer y servir a  lo público y no del triste y egoísta reflexivo valerse para servirse de lo público.
Angustias se preguntaba qué se podría hacer con los corruptos en la gestión política; se interrogaba si era posible prevenir la espuria apariencia que escondiera una moral muelle; si habría un espacio útil para la sociedad en el que tales cachanchanes dieran con sus huesos; y por último cómo era posible sacar provecho colectivo de todo este hedor inmoral.
Angustias tuvo mucho cuidado a la hora de elegir otro aguacate; sabía que siempre estaba la posibilidad de desayunar nueces, almendras, peras e incluso las denostadas lentejas; era cuestión de optar por lo sano; era  cuestión de elección. Buena semana.








domingo, 19 de octubre de 2014

TENER O NO TENER PERO SIEMPRE SER

Angustias regresaba a su casa cuando se percató de una mujer que, sentada en la escalera que daba a un edificio público, formaba un círculo protector con sus míseras pertenencias. Tenía un cuerpo fornido, la tez blanca y el pelo, lacio, caía, sin brillo, tristemente por sus hombros. Junto a ella había otra mujer, de mediana edad que se interesaba por el presente de aquella muchacha y por los vientos que la habían empujado hacia aquellas escalinatas.
Angustias observó cómo ambas se levantaron y caminaron,  suponía, hacía  un futuro mas acogedor. Ella tenía un lugar al que volver, un plato caliente en aquel día de fría ventolera y una caricia tierna en la que enredarse. Sintió que era una persona afortunada al tiempo que constataba la fragilidad de la ventura humana. Era consciente de que en cualquier momento cambian las tornas y la vida puede volverse un escenario desconocido por el que habitar, ambular, estar y en el mejor de los casos, otra vez resurgir. El origen de tal radical mutación vital a veces estaba en una política que olvidaba la justicia social, otras en la pérdida de un afecto que prometía llegar hasta el infinito y mas allá y en ocasiones  en la enfermedad, tejedora de soledades con los hilos del dolor.
Angustias también sabía que en el vaivén de la vida, a veces vivimos en el tener y otras moramos en el no tener; pero que, aunque tendamos a olvidarlo, lo que se mantenía siempre era el ser; por eso admiraba a las personas que, solidarias, cuando pululaban por el reino de la suma, eran capaces de multiplicar complicidad con los que sufrían las resta de  oportunidades y la división de posibilidades a la hora de cubrirse con el manto de la dignidad. Por eso la imagen de las figuras femeninas enlazadas con las cuerdas del buen sentir le acompañó en aquella tarde de vigorosa energía eólica. Y por eso lo cuenta. Buena semana.



domingo, 12 de octubre de 2014

Y YA SE SABE QUE LO QUE SE OLVIDA … SE REPITE

    
Angustias pasaba las páginas de un libro cuyo título “Arte de la A a la Z” anunciaba la presentación de los mejores y mas famosos artistas del mundo. Era una obra de un valor entrañable pues había sido  regalo de un artista, con quien había compartido unos meses de trabajo y una relación de amistad.
Angustias leyó la dedicatoria que el estimado pintor  le escribiera en la primera página de la pietra enciclopedia y como siempre se  emocionó; no solo  por las frases hermosas sino por el hecho de que aquel ejemplar perteneciera a la biblioteca de su amigo, quien, generoso, se lo brindara como obsequio.  Ante tanta creatividad entre sus dedos, sintió el placer que trasciende el momento actual y transporta hacia el reino de la plenitud donde la única dimensión reconocida es la del sentir, ausente de espacio y tiempo.
Angustias desarrolló desde pequeña una especial sensibilidad hacia todo lo que otorgara la posibilidad de abrir un postigo de salida a la rutina gris o a la realidad en versión siniestra. Por eso amaba el arte. Simbolizaba para ella la divinidad, entendida como creación, de la que nacían universos complejos. En su Olimpo artístico tenía cabida cualquiera que se empeñase en construir, inventar un mundo mejor con los materiales de la imaginación. Cuando leía un texto y su corazón quedaba atenazado por la dolorosa belleza de sus imágenes, tal como ocurriera con Memoria de una isla sin memoria de Agustín Carlos Barruz, entendía que solo el arte nos salva de la mezquindad humana: aquella que lleva a la autodestrucción o al aniquilamiento del otro.
Angustias opinaba que el pugilato entre Eros y Tánatos (Vida y Muerte) era la letra reincidente encarcelada en las celdas de las canciones, cuadros, esculturas, edificios, novelas, poesía, estilismos; en definitiva, en el ardiente tálamo compartido de  placeres y  dolores.
Angustias contempló el cielo otoñal, masticó una castaña tempranera, sorbió un buche de mosto fresco y siguió contemplando el recuento estético, ordenado alfabéticamente., mientras  la radio transmitía cómo se hacía visible varios casos de una epidemia que hasta el momento se vestían con el ropaje  fantasmal de la trransparencia perversa, la invisibilidad,  al afectar solo al continente color ala de cuervo; también se actualizaba el número de víctimas civiles ( las otras ya no eran noticias, gajes del oficio) de contiendas lejanas cuyos orígenes se perdían en la pesadilla de los tiempos.; asimismo se cuestionaba el éxito de la reinserción social de los violadores, aportándose cifras y letras como argumentos válidos para sostener una duda razonable.
Angustias detuvo su mirada ante La corriente en el golfo de Homer Winslow y sintió como si estuviera inmersa, en férrea pugna, ocupando el espacio de la frágil barca, en ese mar embravecido y aturquesado, rodeada de tiburones hambrientos. Experimentó, como el autor del óleo, la lucha del hombre contra las fuerzas oscuras de la naturaleza.- Y contra las fuerzas tenebrosas humanas –se dijo. Las noticias continuaban en su retahíla desbrozando el agreste campo de la utilización fraudulenta de tarjetas de crédito por parte de cargos político.

Angustias se dijo que sin el arte que enuncia y denuncia nuestro tiempo quedaría sin memoria. Y ya se sabe que lo que se olvida ….. se repite. Buena semana.



domingo, 5 de octubre de 2014

EL ENTENDIMIENTO QUE ARDILA ANVERSO Y REVERSO, CONSENSO Y DISENSO, AYER Y MAÑANA EN UN LÚCIDO PRESENTE.

Angustias compraba en un mercado colorido y multicultural. El reclamo cromático de frutas, verduras, flores  la envolvía en un cálido manto entrañable. Era otoño pero la estación andaba extraviada y no había viso de que arribara en breve; por lo que aun era posible disfrutar del nutritivo calorcillo. Tras concluir el recorrido previsto, decidió tomar algo en uno de las pequeñas terrazas que bordeaban el lugar.
Angustias escuchó una sintonía  originada en un sencillo puesto donde discos de vinilo y  casetes convivían con otras criaturas  propias del antiguo régimen tecnológico. Era el reino de lo desfasado pero paradójicamente, también el de la nostalgia. Gestionaba el evocador negocio un DJ atemporal que combinaba canciones actuales con melodías de ayer y de siempre. En el momento en que Angustias disfrutaba de un vino tinto acompañado de aceitunas aliñadas, el aire reprodujo la poesía sonora de un grupo con nombre de calle maldita que había popularizado aquello de
“ ya nadie sabe ser feliz
 a costa del despojo
gracias  a ti y a tus ojos”
Angustias, embelesada, notó que la pierna derecha se le había dormido, debido a que, distraída, la había cruzado en una  singular posición. Pasaron unos minutos hasta que pudo recuperar su movilidad natural que bastaron para que Angustias reconociera la importancia que tiene el buen funcionamiento del cuerpo, de normal automático y anónimo. Y cómo , a veces, la inconsciencia que a veces acarrea el bienestar hace pasar desapercibida la grandeza del servicio que nos presta de forma tan discreta y humilde. Como ocurre con el trabajo bien hecho pero no reconocido.

Angustias masticó un trozo  de ajo adherido a una sabrosa aceituna, al tiempo que el tono del hilo musical variaba contando a ritmo de bachata la historia de dos amigas aventureras que iniciaban la ruta hacia Doñana y acababan en Itálica por la SE30. Ante la ligereza de los sonidos, Angustias sonrió. Una vez recuperado el dominio de la ahora en vigilia y a temperatura normal, extremidad inferior, recapacitó sobre la inmensa fortuna con la que contaba pues desconocía el frío paralizante de la hipotensión (física o emocional), cotidiana y siniestra realidad para millones de personas y que era  consecuencia directa del mal pensar, peor hacer y pésimo sentir de algunos de sus poderosos congéneres. También festejaba la posesión de otro tipo de calor, esta vez luminoso, que le proporcionaba entendimiento para ardilar anverso y reverso, consenso y disenso, ayer y mañana, en un lúcido presente. En estas estaba cuando llegó Marcelo y  la doble calidez fue compartida, envuelta, en esta ocasión, en exóticas notas allende los mares. Buena semana.


domingo, 28 de septiembre de 2014

EL MAS POTENTE DE LOS LÉXICOS: EL QUE SE ORIGINA EN EL CORAZÓN.

Angustias despegó la vista del libro gracias al cual se había trasladado, en la última hora, a la Italia en los albores de la Segunda Guerra Mundial. Había quedado atrapada por la descripción ágil del paisaje físico y emocional de Rosa quien fue  abandonada recién nacida en un convento y con el paso de los años, ante su visible falta de vocación religiosa,  es contratada como institutriz en la inquietante mansión de los Scarfiotti. La protagonista de “Melodía en la Toscana” posee un don especial: ver el origen de las cosas, las animadas y las inanimadas.
Angustias , disfrutando de la historia ardilada por Belinda Alexandra, calibraba si el poder otorgado a la huérfana, realmente se podría catalogar como tal o como maldición. Mientras saboreaba un zumo de apio y manzana, ligeramente picón, pensaba que el umbral del sentir no corre parejo al del pensar. Aspiraba el aroma de la mezcla de fruta y verdura intentando describir con palabras precisas el proceso de plantación, cultivo, recogida y transformación de los productos alimenticios que derivaron en un saludable brebaje blanquecino con puntitos verdes; a continuación pasó a  imaginar las sensaciones de esa misma secuencia concluyendo que un abismo separaba ambos intentos. En cuanto a intensidad, la percepción era, claramente, la ganadora.
Angustias agradecía a las palabras que construyeran puentes hacia la cordura. Pero defendía que un olor, un sonido, un color, un sabor, un roce, podían crear un universo entero donde la voz solo atinara a diseñar un torpe boceto. Compartía que el ansia humana por antonomasia se asentaba en lograr sentir el comienzo de las cosas, la causa del presente, la anticipación del futuro a la que solo de forma esporádica se accede. Porque la fuerza de lo intenso habita, por definición, en lo efímero del mismo; y ahí reside parte de su valor que se complementa con las expresiones que extraemos de la caja de sastre que es el lenguaje para aproximarnos a ella; pero que si no estamos ojo avizor, convierte los sentimientos en un auténtico desastre.
Angustias adoraba sentir; también rendía pleitesía a la palabra; por eso aprendía a tejer impresiones con los hilos del mas potente de los léxicos: aquel que se origina en el corazón. Buena semana.


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domingo, 21 de septiembre de 2014

LA MÚSICA DE LA VIDA: HECHIZO DE PLACER Y ANTÍDOTO CONTRA EL DOLOR

Angustias dudaba entre dos fragancias pues ambas le resultaban atractivas si bien por razones diferentes. Una era fresca con un ligero matiz a lavanda; la otra derivaba hacia las costas de lo exótico, mezcla dulzona-picante con un tono ajazminado. Olía las tiras de papel a modo de probador así como el anverso de sus muñecas, prueba definitiva del efecto del elixir en su piel. Estaba en una farmacia que, como muchos otros establecimientos había diversificado su oferta de la que los medicamentos ocupaban solo la cuarta parte.
Angustias entretenida en el expositor de las esencias, situado junto al mostrador,  dejó espacio a un señor que, ojos enrojecidos semiabiertos, nariz pelada con restos de minúsculos cuerillos y voz que no estaba para cantar ópera, pedía un antigripal eficaz sin preferencia de marca alguna. Se imponía la diligencia ante la estética.
Angustias, envuelta en los bálsamos olorosos, cayó en la cuenta de que la época de los resfriados y gripes se había inagurado. Mientras sus retoños fueron pequeños, esta etapa del año suponía participar en el circuito de las visitas al centro médico, las noches sin dormir el agua caliente con eucalipto, la cebolla partida en la mesa de noche y los pañuelos que cedían su trono a los rollos de papel higiénico que rebosaban las papeleras con inusitada rapidez.
Angustias recordaba cómo en esos días la esperanza era un cielo azul estival, un sueño conciliado prolongadamente y la vuelta a la rutina donde comer no fuera una proeza y la fiebre fuera desterrada. Cuando se iniciaban los días del dolor y se imponía la visita al médico, en casa de Angustias se actualizaba la partitura que ayudaría a pasar el inevitable encuentro.
Angustias conoció a Serafín simultáneamente a la llegada de la enfermedad de su prole. Era el pediatra que se convirtió en un allegado de la familia. De pelo canoso, mostacho desparejo, andar encorvado y palabra seca, en un principio, apareció ante sus peques como el brujo malvado que ponía inyecciones hasta que el maléfico personaje trocó en aliado. Ocurrió cuando Angustias y Luis (su primer marido) lograron unir melodía y palabras mágicas y compusieron una canción que sería el antídoto para jornadas en las que imperaban los cambios de paños húmedos en las frentes, la lucha para la toma de la medicación y el aguante de las perretas. Aún recordaba esos versos que decían así
Serafín, fin, fin
Serafín, fin, fin,
Me mira la garganta.
Serafín, fin, fin
Serafín, fin, fin,
La barriga y la espalda.
Y yo le digo
¡Serafín, ya está!
Angustias rememoraba la entrada  en el ambulatorio de su familia al estilo de la cinematográfica Von Trapp y evocaba el rostro del maduro galeno cuando sus hijos le dedicaron su actuación en directo en la consulta sanitaria: la mueca que no pudo ocultar la sonrisa satisfecha y el brillo de los ojos azulados que se abrió paso entre las pobladas cejas grises. A partir de ahí Serafín dejó de ser demonio y pasó a convertirse en un ser mas acorde con su nombre.

Angustias volviendo a sus perfumes deseó que su vecino de mostrador encontrara la nana que le acunara en las siguientes horas con un reparador sueño. Ella optó por el efluvio contradictorio, el ácido azucarado, que esa noche flotaría en el aire del dormitorio en el que junto a Marcelo interpretaría su música preferida: la de una banda sonora húmeda y jadeante. Buena semana.

domingo, 14 de septiembre de 2014

MI DESEO, EN VERDAD, NO ES EL DE DESCUBRIR NOVEDADES

Angustias escuchó el informativo radiofónico que presentaba la campaña para el uso correcto del cinturón de seguridad en el tráfico rodado. Se explicaba que se haría controles intensivos a fin de concienciar a los usuarios del automóvil de las ventajas que suponía la utilización de la especial correa de sujeción. Se cifraba la de vidas que se salvarían en caso de siniestro, no solo en los asientos delanteros sino, principalmente, en los traseros.
Angustias era muy estricta en materia de seguridad automovilística y se negaba a iniciar la marcha hasta verificar que las bandas de retención se encontraban en la ubicación adecuada. Con el aumento de la flota móvil era una rutina que consideraba mas que justificaba y se alegraba de que la humanidad hubiera progresado, en cuanto a los desplazamientos se refiere, en velocidad tanto como en protección.
Angustias estaba familiarizada, desde pequeña, con el transporte que la acercaba a la escuela tras una hora de viaje. Don Miguel era el chofer que formaría parte del paisaje humano de su mas tierna infancia. Este hombre de campo, venido a la ciudad en busca de un porvenir venturoso conducía, primero un micro y después una guagua, conocida popularmente como La Cafetera por el ruido estridente con el que despertaba, durante el curso escolar, a los habitante del barrio de la zona alta de la ciudad.
Angustias recordaba cómo se optimizaba el espacio en aquel carricoche y especialmente le producía estupor la visión de los mas pequeños sentados en la parte superior del portabultos, sobre una alfombrilla, con la mirada en la luna trasera que, a contracorriente, recorría la ciudad; no había pretina, cincha ni siquiera un endeble andamiaje protector en el trayecto donde curvas y baches encontraban el eco gestual en las sacudidas sonoras  de los peques. Lo curioso es que no recordaba ningún percance (propio o ajeno) digno de mención  durante el tiempo que duró su estancia en tal oscilante dependencia. El bueno de don Miguel trocó el micro por guagua en el plazo de dos años y cada ocupante pudo por fin hacer coincidir la dirección del trayecto con la posición de los, ora adormecidos, ora inquietos, cuerpos infantiles.
Angustias pensaba en aquella época en la que se metía en cintura a todo aquel que obstaculizara el desarrollo ordenado de lo que los regidores del país tenían a bien dictar. Pero como aprendió con el devenir del tiempo, no existe faja que sujete con éxito total el variopinto hacer humano que hace crecer brotes creativos a impulsos de la necesidad.
Angustias evocaba la forma de motivación ideada por su familia para que fuera al colegio conforme y alegre, cuando aun reinaba la noche. La fórmula consistía en componer una canción donde letra y música neutralizaban el rechazo, en este caso, al extraño comienzo de la jornada escolar. Esta tradición cantautora fue transmitida por Angustias a su prole cuando el miedo y el dolor dibujaban una situación ante la que había que ardilar una respuesta sanadora. Eran versos libres o pareados que compusieron una particular banda sonora como ritual de transición hacia una nueva etapa de crecimiento: la caída de un diente, el fin de la chupa, el comienzo del cole, la visita al médico….

Angustias veía lo que le rodeaba y se sentía atraída irremediablemente por lo cotidiano; entendía que en ello residía lo valioso del vivir. Por esto sintió una profunda emoción al leer a Kierkegaard, autor danés considerado el padre del existencialismo, que afirmaba “Mi deseo, en verdad, no es el descubrir novedades; al revés, mi mejor alegría y ocupación favorita siempre será la de meditar sobre aquellas cosas que parecen completamente sencillas”. Buena semana.

domingo, 7 de septiembre de 2014

EL TRUCO ES QUERERSE Y PARA QUERERSE HAY QUE APRENDER A CUIDARSE, POR DENTRO Y POR FUERA.

Angustias se ajustaba el gorro de piscina cuyo diseño le trasladaba a un balneario de mitad del siglo pasado. La prenda, de marcado estilo vintage, le atrajo desde que entró en la tienda de deportes a fin de renovar su indumentaria natatoria; por lo que la lucía con gracia y desparpajo. Desde hacía mas de una década, asistía puntualmente al menos dos veces por semana al complejo deportivo, donde en consonancia con la variación de estación y horario, nadaba cuarenta y cinco minutos. Era una de sus queridas rutinas en la que coincidía con otras personas que, a fuerza de compartir calles y corcheras, habían pasado a formar parte de su habitual paisaje acuático; al igual que perlas de lenta gestación, aquellos seres se iniciaban con parsimonia en el reconfortante arte del diálogo, cada cincuenta metros.
Angustias, envuelta en agua y cloro, participaba en las micro tertulias cuyo repertorio temático abarcaba la salud (propia y ajena), los avatares familiares, el clima (con sus variaciones extremas) los sucesos cotidianos (locales y foráneos), el calendario de impuestos así como las últimas disposiciones de los gestores de la política (municipales, nacionales e internacionales).
Angustias  sentía admiración especialmente por los usuarios de la tercera edad que con cada brazada, fortalecían su cuerpo y con cada retazo de conversación, tonificaban su mente. Se congratulaba del progreso que en 20 años había observado en el perfil de sus colegas de entrenamiento. Afortunadamente, era cada vez mas un lugar común  que el cuidado (físico y emocional) se entendiera como responsabilidad propia, la prioritaria que habría que aprender a regular toda persona que se preciase de ejercer como tal. Por eso se deleitaba, especialmente,  ante la visión de esos cuerpos maduros, sabios por el tiempo vivido, flexibles por la disciplina del ejercicio y activos por el adiestramiento en la experimentación de la vida como vivencia y no mera supervivencia.
Angustias sabía que en el punto de partida para este vivir adulto y pleno estaba el compromiso y la decisión. A partir de ese momento, las acciones se encadenarían, como las cuentas de un collar hasta devenir en una joya única; para Angustias esa presea de oro era la autoconstrucción de la felicidad, tal como recordaba haber leído en La vida después,  donde se explicitaba que la felicidad también era una cuestión de voluntad, de perseverancia, contando con la capacidad de olvidar como ingrediente estrella. La escritora, Marta Rivero de la Cruz, en su novela sobre la amistad y otras formas de amar, cuya protagonista tenía nombre de triunfo, afirmaba, asimismo, que la felicidad era un derecho y una obligación con la que se nace.
Angustias nadaba contemplando las gotas de agua que  la luz de los focos, nocturnos e invernales, convertía en  una estela brillante, pareja a  sus brazos, giratorios como aspas de molinos mientras su cuerpo, boca arriba, avanzaba a fuerza de patadas. Al salir del recinto deportivo, doblemente desahogada, se sentía feliz, pisando con firmeza la tierra que la sostenía; fluyendo, como el agua por la que recién se deslizara; inspirando el aire que le hacía volar hasta lo imposible y mas allá; y sobre todo, apasionada, con el fuego que logra encender lo muerto.

Angustias sabía cómo era posible convertir en milagro el barro. El truco era quererse; y para quererse lo primero que hay que hacer es cuidarse por dentro y por fuera. Buena semana.

domingo, 31 de agosto de 2014

A VECES TOCA SER PASAJERA (RECTA U OBTUSA) Y OTRAS CONDUCTORA (LLANA O AGUDA)

Angustias aguardaba junto a su maleta, la llegada de la guagua que le llevaría desde el sur de aquella isla alargada hasta el aeropuerto. Le acompañaba Guacimara con quien había pasado unos días  entrañables; su amistad se había forjado  a base de  compartir años de luz (con sus alegrías) y de sal (con sus tristezas)  y esa relación  se había convertido en un tesoro valioso  por el que sentía agradecida.
Angustias había hablado con Marcelo para que, a su regreso, fueran a pasear a la playa de arena negra que cuando llegaba la bajamar lucía impresionante. Anticipaba ese momento cuando miró el reloj y sintió un pinchazo de inquietud pues el tiempo avanzaba raudo y no había viso del ansiado transporte público. Tras comentar la situación con su anfitriona, optaron por tomar un taxi experimentando el alivio que supone resolver un imprevisto que deja de serlo gracias al todopoderoso don dinero. Por eso hay  una pequeña parte de la población mundial que si bien no es feliz, sí se encuentra calmada. Llegó el servicio solicitado y en menos de cinco minutos se encontraban Angustias en el asiento del copiloto, Guacimara acomodándose en el de atrás izquierdo y  firme al volante la  mujer madura de jovial conducir que tenía a gala ser la primera fémina taxista de la ínsula cuyo nombre auguraba una gran ventura.
Angustias escuchaba fascinada las historias que salían de una  Sherezade timonel que borraba con su narración los kilómetros que le separaban del aeródromo y le sumían  en una suerte de encantamiento en el que se contemplaba a sí misma duplicaba, al estilo del Millás de acá  y el  Millás de allá en la sorprendente “La mujer loca” de Juan José Millás (¿el de acá o el de allá?). Pero a diferencia de la tormentosa copia del célebre escritor, la de ella era serena.
Angustias atesoró las palabras que la profesional del volante desgranaba con naturalidad. Así nacieron personajes variopintos como el moroso huidizo que se introdujo subrepticiamente en la parte de atrás del vehículo, el sicario confeso que le perdonó la vida a la mujer chofer porque le había caído simpática o el pasajero que tras dar una dirección remota, salió del coche, pegó dos tiros al aire y retornó con absoluta tranquilidad tras ejercer de verdugo del aire.
Angustias pensaba en la gran cantidad de cuerpos que habían ocupado el lugar en el que ella ahora estaba; intuía que serían personas catalogadas como normales, con sus alegrías y sus pesares y que los protagonistas de las historias recién escuchadas eran la minoría que posibilita el anecdotario y la reflexión (solitaria o compartida) por su coqueteo y algo mas con el lado cóncavo del andar humano que es el que tiene la superficie mas deprimida en el centro que por las orillas.
Angustias al tiempo que llegaba a su destino, tras despedirse de tan animada compañía corría hacia la puerta de embarque, mientras Guacimara pagaba el importe del trayecto ; tras despedirse de su amiga, se dijo que hay personas que permanecen  de forma paralela a nuestro devenir creciendo y haciéndonos crecer, sin grandes algarabías mientras que hay otras personas  con quienes coincidimos  de forma tangencial  y a pesar de lo espectacular  de su presencia, solo quedan en el remoto desván de las hablillas.
Angustias, segura en el interior del avión, sospechaba que en el viaje vital a veces toca el papel de pasajera (recta u obtusa) y otras el de conductora (llana o aguda). Buena semana.





domingo, 24 de agosto de 2014

SENTIR EL MIEDO Y CONQUISTARLO………. HE AHÍ LA VALENTÍA

Angustias agradecía que la temperatura fuera agradable en ese estío que, desmarcándose de la tendencia de años anteriores, había desterrado las olas de calor como parte de su programa .El cielo estaba azul, el mar guardaba  simetría cromática con él, solo interrumpida por un encaje espumoso, regocijo de quienes habían optado por pasar el día a lomos del olor a sal.
Angustias amaba el entorno playero y mientras saboreaba un atún fresco a la plancha, papas arrugadas con mojo rojo y ensalada, mantenía una entrañable conversación con un amigo que le nutría tanto como el plato que degustaba.
Angustias observó un puesto ambulante de figuras talladas en madera que se acomodaban en una tela oscura junto a diversas piezas de bisutería de procedencia africana. El gestor del puesto sonreía ante una turista nórdica que se interesaba por unas esculturas femeninas alargadas. Aunque en la transacción predominaba la comunicación gestual dado que ambos hablaban lenguas diferentes, tras unos breves instantes, quedó cerrada la operación comercial y empresario nómada y clienta viajera se despidieron, satisfechos, esta vez con una mirada cómplice.
Angustias trabajaba por aquella época en el área de Recursos Humanos y admiraba la disposición, que parecía innata, de algunas personas, a la hora de especular o negociar. En cierta ocasión coincidió con Cayetana que era conocida entre sus iguales como la fenicia y que desde pequeña, según  ella misma contaba, apuntaba maneras en el sutil arte del comercio. No llegaba a los doce años cuando en el portal de su casa, colocados en un orden impecable  se alineaban dos tongas de cuentos y tebeos. Los que se amontonaban en el margen superior de la manta, suelo del escaparate horizontal, estaban destinados a la venta. En cambio, los que se encontraban en el margen inferior y que gozaban de su predilección, se ofertaban para un alquiler por el cual se podían leer durante el tiempo y en el lugar que Cayetana habilitaba en su particular abacería de las letras. Con el tiempo, Cayetana cosechó éxitos profesionales y se trasladó de la ciudad de Angustias con vistas a promocionarse laboralmente.
Angustias no tenía una vocación desde su infancia y sospechaba que la vida le ofrecía posibilidades tan dispares que a veces se enrabietaba por no poder abarcarlas todas. Sabía que si  optaba por una, habría de renunciar a las demás y que con cada decisión dejaba una estela de posibilidades en el limbo de lo latente. Sin embargo, con el tiempo se había reconciliado con el dilema de la decisión y se entregaba con pasión a su apuesta obviando lo que podría haber sido y no fue. A fin de cuentas, en cierta medida, ella siempre elegía. Para llegar a ese punto de aceptación en el que la persona se reconoce como valiosa, independiente de los consensos o disensos con el resto de la humanidad, hubo de dar Angustias muchas vueltas a su cabeza y corazón, (emparejados de por vida) ; como siempre se tiene que contar con  ayuda, que a veces llega por los caminos mas insospechados, ella se tropezó con unas frases de Nelson Mandela que además de reconfortarla momentáneamente, se convirtieron en referentes de su vida; el líder libertario afirmaba que no es mas valiente el que no tiene miedo sino el que sabe conquistarlo. Y a partir de ahí, Angustias pudo disfrutar de las ventajas presentes a cada paso que daba, fuera en tierra firme o pantanosa. En la vida de Angustias moraban muchas conquistas logradas, que es lo mismo que decir muchos miedos vencidos pero sobre todo, experimentados. La dificultad como aprendizaje, era la interpretación que hacía Angustias de las palabras de aquel hombre de piel oscura y corazón de arco iris. Buena semana.







domingo, 17 de agosto de 2014

EL DIOGÉNES QUE LLEVAMOS DENTRO: GUARDAR EN EL TRASTERO LO QUE TIRAREMOS MAS ADELANTE.

Angustias tomó un refrescante gazpacho mientras hacía un alto en las horas que cada seis meses dedicaba a la revisión de los objetos de su plantilla vital, para determinar quién renovaba por un semestre mas, quién pasaría a integrar otro paisaje humano o al banquillo del desván, en espera de volver a ser titular.
Angustias llamaba a esta operación limpieza “Sacar el Diógenes  que llevamos dentro” . A veces era una tarea compartida con Marcelo; otras era un acto  individual que se convertía en un auténtico viaje interior. Al tomar en sus manos un libro, un elemento decorativo, una pieza de ropa o cualquier pedazo de su entorno familiar, iniciaba el recorrido por la ruta de la nostalgia, con paradas a veces cómicas, algunas bulliciosas, otras apartadas y algún que otro túnel del terror. Conocía lo que encontraría en cada estación: una foto fija en el abismo de los tiempos, un paraje en el que no era posible habitar salvo a través del ímpetu de la evocación; siempre, un lugar de paso: el pasado, placenta del presente que tras producido el nacimiento, se desprendía de su piel.
Angustias se vestía con alguna prenda significativa de lo que había sido los últimos meses; una vez implantado el nuevo orden, pasaba a depositarse en el trastero donde se guardaba junto a otros enseres descatalogados.
Angustias había aprendido que este rito simplificaba su vida; era una  brújula que le orientaba, que le  hacía experimentar la fortaleza al tiempo que le reconciliaba con su vulnerabilidad; y a ella le gustaba sentirse animosa, segura e independiente. Por eso se nutría de todo lo que, de la mano del sentido común, contribuía a sembrar campos de bienestar en su vida; y esta puesta a punto hogareña era parte de esa alimentación; igual ocurría con la lectura; en este proceso catártico ,estaba ojeando la obra de Elizabeth Gilbert cuya versión cinematográfica tuvo un éxito discreto protagonizada por  estrellas fulgurantes del mundo del celuloide. El libro, cuyo título era un triple  imperativo, “Come, Reza, Ama” había sido subrayado, como todos,  por Angustias; las líneas resaltadas  reflejaban los pensamientos de la protagonista que en primera persona narraba “Si quiero ser una mujer autónoma de verdad, tengo que saber protegerme. La célebre feminista Gloria Steinem aconsejó a las mujeres que procurasen ser iguales  a los hombres con quienes quisieran casarse. Me acabo de dar cuenta de que no solo tengo que convertirme en mi propio marido sino también en mi propio padre”.  Angustias compartía estas ideas y entendía que eran parte de la base de su valiosa relación con Marcelo: la igualdad de base que permitía el cultivo de las diferencias enriquecedoras.

Angustias finalizaba la misión reubicadora tras unos días en los que  había echado un vistazo a los acontecimientos recientes y los  sucesos añejos, pensamientos y sentimientos que se presentaban como souvernirs emocionales, interlocutores ora locuaces, ora mudos, pero siempre testigos de los pasos andados. Tras decidir qué regalaría, situaba  un par de cajas en tránsito en los dominios del altillo. Ella sabía que también era  cuestión de tiempo su partida a un nuevo destino. Ella sabía que también era  cuestión de tiempo. Ella sabía . Buena semana.