Echedey escuchaba con atención cómo su compañero le
comentaba el significado de los tatuajes que habitaban una parte de su territorio
epidérmico. Aprendió algo más sobre su colega, del que solo conocía su carácter afable, y con el que coincidía en la
pausa laboral para tomar café. Supo así que utilizaba una sugerente frase, escrita
en francés para seducir, que se
enroscaba, sinuosa, en el antebrazo izquierdo y según contaba, con bastante éxito. También conoció
que para su compañero, la libertad tiene alas de ave y nombre de virtud en otro
idioma. Pero lo que le llamó más la atención fue el pequeño barquito de papel que
permanecía varado en la costa interior de su brazo derecho. Intrigado por la
historia que a buen seguro custodiaba aquella cuartilla devenida en navío, se aprestó a escuchar con
atención. Supo así que sintetizaba el odio
de su amigo a viajar en avión y su
pasión por descubrir otros lugares. También que recordaba el paralelismo entre
la vida y una travesía a bordo de un embarcación, en apariencia frágil pero
capaz de mantenerse a flote. Esto era lo que mostraba al mundo su compinche cafetero,
en un lenguaje por descifrar, a través de unos dibujos que podrían ser
interpretados en base a los mandatos de la moda pero que, atesoraban una
declaración de principios.
Echedey retornó al trabajo
pensando en cuáles serían las imágenes que podrían reflejar su manera de andar
en este mundo y se dijo que la cuestión no era baladí tal como a primera vista pudiera
parecer. Empezó por buscar frases célebres o desconocidas que tuvieran un
mensaje impactante pero desistió de tal tarea pues entendía que las sentencias,
lúcidas o torpes, rara vez abarcan la
realidad de manera definitiva. Después indagó por los reinos mineral, vegetal y
animal sin encontrar figura en la que reconocerse; continuó buscando en la reproducción de guías
humanos o divinos pero se sentía extraño en modo altar.
Echedey,ante la mesa de trabajo, mientras su mente
vagaba, garabateaba con su mano diestra en una hoja de su agenda. Y fue así
cómo la pequeña libreta que ordenaba su quehacer laboral, también puso concierto en su pesquisa
del emblema, hipotética carta de presentación a base de tintes y diseños. Se
detuvo ante lo escrito y lo que en
principio solo eran trazos inconexos, paulatinamente trocaron en palabras ininteligibles
para finalmente, recalar en el puerto seguro del sentido, emergiendo tres
vocablos que dibujaron en su rostro la plenitud vestida de sonrisa:
Consciencia, Valor y Bondad; sintió que podrían ser buenos grafitis dérmicos que mostraran
su apuesta en las relaciones con él y con los demás; aunque su pánico a las agujas le impedía todo coqueteo con el fascinante arte
de grabar en la piel humana;.
Echedey pensó que la palabra
tatuaje en una de sus acepciones se definía como señal o cerco que queda alrededor de una herida por arma de
fuego disparada desde muy cerca. Y en ese sentido, cierto es que el batallar
cotidiano deja cicatrices (memoria de defensas y de ataques) por toda la orografía humana. Algunas en
las profundidades. Otras afloran a la superficie. A veces talladas en
pensamientos, emociones, deseos o comprensiones. Otras pintadas en dibujos a
golpe de perforaciones y color. Buena semana.