domingo, 28 de agosto de 2016

CONSCIENCIA, VALOR Y BONDAD

 Echedey  escuchaba con atención cómo su compañero le comentaba el significado de los tatuajes que habitaban  una parte de su territorio epidérmico. Aprendió algo más sobre su colega, del que solo conocía su  carácter afable, y con el que coincidía en la pausa laboral para tomar café. Supo así que utilizaba una sugerente frase, escrita en francés para seducir, que  se enroscaba, sinuosa, en el antebrazo izquierdo y según  contaba, con bastante éxito. También conoció que para su compañero, la libertad tiene alas de ave y nombre de virtud en otro idioma. Pero lo que le llamó más la atención fue el pequeño barquito de papel que permanecía varado en la costa interior de su brazo derecho. Intrigado por la historia que a buen seguro custodiaba aquella cuartilla  devenida en navío, se aprestó a escuchar con atención. Supo así que sintetizaba  el odio de su amigo  a viajar en avión y su pasión por descubrir otros lugares. También que recordaba el paralelismo entre la vida y una travesía a bordo de un embarcación, en apariencia frágil pero capaz de mantenerse a flote. Esto era lo que mostraba al mundo su compinche cafetero, en un lenguaje por descifrar, a través de unos dibujos que podrían ser interpretados en base a los mandatos de la moda pero que, atesoraban una declaración de principios.
Echedey retornó al trabajo pensando en cuáles serían las imágenes que podrían reflejar su manera de andar en este mundo y se dijo que la cuestión no era  baladí tal como a primera vista pudiera parecer. Empezó por buscar frases célebres o desconocidas que tuvieran un mensaje impactante pero desistió de tal tarea pues entendía que las sentencias, lúcidas o torpes,  rara vez abarcan la realidad de manera definitiva. Después indagó por los reinos mineral, vegetal y animal sin encontrar figura en la que reconocerse;  continuó buscando en la reproducción de guías humanos o divinos pero se sentía extraño en modo altar.
Echedey,ante la mesa de trabajo,  mientras su mente vagaba, garabateaba con su mano diestra en una hoja de su agenda. Y fue  así cómo la pequeña libreta que ordenaba su quehacer  laboral, también puso concierto en su pesquisa del emblema, hipotética carta de presentación a base de tintes y diseños. Se detuvo ante lo escrito y lo  que en principio solo eran trazos inconexos, paulatinamente trocaron en palabras ininteligibles para finalmente, recalar en el puerto seguro del sentido, emergiendo tres vocablos que dibujaron en su rostro la plenitud vestida de sonrisa: Consciencia, Valor y Bondad; sintió que  podrían ser buenos grafitis dérmicos que mostraran su apuesta en las relaciones con él y con los demás; aunque  su pánico a las agujas  le impedía todo coqueteo con el fascinante arte de grabar en la piel humana;.

Echedey pensó que la palabra tatuaje en una de sus acepciones se  definía como  señal o cerco  que queda alrededor de una herida por arma de fuego disparada desde muy cerca. Y en ese sentido, cierto es que el batallar cotidiano deja cicatrices  (memoria de  defensas y de ataques)  por toda la orografía humana. Algunas en las profundidades. Otras afloran a la superficie. A veces talladas en pensamientos, emociones, deseos o comprensiones. Otras pintadas en dibujos a golpe de perforaciones y color. Buena semana.


domingo, 21 de agosto de 2016

EL JARDÍN DE LAS DELICIAS

Guayarmina contempló el árbol robusto que había crecido en el jardín sin que ella hubiera plantado semilla alguna. Bien es verdad que, ocupada como estaba en el trajín de la cotidianeidad acelerada, descuidó el crecimiento progresivo del  pequeño brote hasta que devino en un tronco lo suficientemente fornido como para  necesitar de la fuerza física que abriera un espacio de claridad en el ocupado por el incómodo intruso.
Guayarmina tenía previsto cultivar hortalizas y flores en los terrenos habilitados para las tareas agrícolas que ponían una nota de vida y esperanza en lo que en su hogar llamaban El jardín. Sonrió al recordar que así era conocida la escuela de Epicuro que articulaba su enseñanza en torno al placer, en un momento histórico de crisis, donde la esperanza visitaba sucesivos vestidores en busca del atuendo idóneo al momento; en su periplo recorrió los apretados diseños estoicos, los modelos casual de los escépticos,  las propuestas minimalistas de los cínicos e incluso recaló  en las voluptuosas costas de los hedonistas.
Guayarmina había disfrutado mucho de aquella antesala vegetal que acogía como buena anfitriona a cuanto visitaba su casa. Pero el devenir de los tiempos había ido trocando los metros cuadrados, hibridos entre ladrillo y vegetación, en un lugar de paso más que de estar.
Guayarmina dejó de posar su mirada en aquel amplio rectángulo que, imperceptiblemente quedó como fondo difuso cediendo el protagonismo  a las urgencias y obligaciones. La desatención trajo el abandono y con él el deterioro donde no reconocía su deseo de crear. Nacieron malas hierbas que no por dañinas fueron débiles y ante las que experimentaba un rechazo  torpe.
Guayarmina cuando tomó consciencia de que el crecimiento es inevitable pero que la elección de la semilla es opcional, inició  una inmersión en el  rico reino de las necesidades humanas y fue seleccionando con conocimiento, cuidado y dulzura, aquellas simientes que en su desarrollo, traerían los frutos con los que saciar sus anhelos.
Guayarmina decidió que estaría bien tener hierbas aromáticas disponibles, dado el deleite que le producía una taza de agua que le perfumaba las entrañas. De entre todas, la manzanilla era su Chanel nº 5 con el que, habitualmente compartía lecho, ya fuera en  solitario o acompañada.
Guayarmina inició el protocolo de poda y arranque de lo invasivo, dispuesta a dejar la tierra preparada para una nueva cosecha. Contemplando la frondosidad de aquel ´gigante vegetal, que como beneficio colateral le había proporcionado frescor, en especial,  durante varios estíos, agradeció la sombra que le brindara y se dispuso a buscar cobijo en otro reflejo más luminoso. .  Buena semana.







domingo, 14 de agosto de 2016

¡UNIVERSO PARALELO!

Bentejui patinaba entretenido mientras recorría las calles que separaban su casa del parque dedicado a la paz, auténtico pulmón de la ciudad. Le gustaba contemplar el paisaje urbano mientras a ritmo constante, sin prisas pero sin pausas, sus ojos se deslizaban por los rincones de la ciudad en una mirada efímera que apenas se posaba, levantaba el vuelo.
Bentejui era proclive a las causas perdidas que a menudo  encontraba  a su paso. No se rendía fácilmente y entendía que la caída era el indicio de que habría que levantarse. Esa era la vida para él. No la calibraba por el éxito o el fracaso, pues había aprendido que ambos son aparentes aunque a menudo se presenten con el envoltorio de la objetividad y los lazos del espurio dulzor o amargor.
Bentejui llevaba en su mochila un sabroso bocadillo de chorizo de Teror al que pensaba hincar el diente en cuanto llegara a su meta y se sentara a la sombra de su acebuche preferido. Y después unos buenos buches de Cliper de fresa.
Bentejui no entendía cómo los gestores de lo público y el público aunque no gestionara parecieran hacer oídos sordos a las barreras arquitectónicas que a cada paso se encontraba en las calles que frecuentaba. Desde que adquirió la costumbre de utilizar los patines como medio de transporte preferente tuvo consciencia de los desniveles que, como en otros ámbitos de la vida, se daban en el entramado de carreteras y aceras. Y entonces, observó.
Bentejui contempló un mundo de sillas de ruedas, cochitos de bebés, andadores, muletas cuyos usuarios parecían militar en una segunda o tercera división en cuanto a los derechos civiles se refiere. Hay que aclarar que algún que otro tropezón aceleró esta toma de consciencia. Así fue como accedió a un universo paralelo al considerado oficial. Comprendió que la legalidad, si bien reporta numerosas ventajas, no abarca la realidad en su totalidad y desde entonces mantuvo una duda razonable sobre toda justificación basada exclusivamente en lo legal. Pensaba también que se imponía una ampliación de los márgenes que delimitaban el terreno de la legislación y tras mucho cavilar concluyó que solo sería posible cuando quienes consensuaran la normativa a seguir por la ciudadanía, definieran como el bien común aquel que incluyera el bienestar de la población, en la práctica, invalidada políticamente; y que impidiera el auténtico patinazo que supondría habitar un hostil universo paralelo.  Buena semana.





domingo, 7 de agosto de 2016

¡ES QUE PIENSO TANTO!


Dácil colocó las chocolatinas junto a la caja registradora formando una  colina dulce. Llamó a una compañera para que le fuera a buscar un gel de baño solicitado por un cliente  que, tras replanteárselo unos minutos, había decidido cambiar el cogido inicialmente. No obstante, el ladeo de la cabeza, los labios ligeramente presionados y el ceño fruncido indicaban que la decisión navegaba por las costas pantanosas de la duda.
Dácil, pasado un tiempo prudencial, le propuso al mismo usuario del establecimiento que  fuera a buscar el producto, dado que era hora punta y las empleadas no daban abasto. El señor anduvo los pasillos laberínticos del hiper y regresó con la mercancía en la mano enarbolándola como bandera triunfal.
Dácil se dispuso a pasar por el lector digital el código de barras del artículo pero la etiqueta estaba estropeada, siendo imposible su lectura. Vuelta otra vez a buscar a la encargada para que le facilitara el código deseado. Y nuevamente el barullo impidió su localización.
Dácil miró las chocolatinas que se le antojaban como agua en el desierto. A continuación desvió la vista hacia la cola que se iba formando como oruga de segmentos desiguales aumentando en longitud e impaciencia. Por fin, el cliente, protagonista indeciso, suspiró aliviado cuando Dácil le indicó el precio total de la compra una vez que accediera a descifrar la enigmática combinación de cifras y letras gracias a la ayuda de la responsable del comercio. Mientras guardaba el preciado objeto de deseo junto con el resto de la compra y  entregaba el importe de la misma, el señor, rubio, de pelo lacio con los ojos ansiosos mirando a diestra y siniestra, murmuraba “Es que pienso tanto,…quiero estar seguro…..porque soy tan inseguro…..no quiero equivocarme…. ya me he equivocado tantas veces...”. Y con paso dubitativo pero manteniendo el equilibrio gracias a  las dos bolsas llenas que sostenían ambas manos, semejantes a los platillos de una balanza, salió del supermercado dejando tras de sí una estela  de interrogantes, una fila nerviosa presta al rápido avance que supondría su aniquilación y a Dácil que al tiempo que engullía una deliciosa barrita de chocolate negro, reiniciaba el trabajo maravillada ante el variopinto paisaje humano divisado diariamente desde su atalaya de cajera. Buena semana.