Angustias condujo mientras cantaba y gesticulaba amparada en la intimidad
sonora que proporciona tener las ventanas del vehículo subidas. Una divertida
música sonaba y solo en algunos momentos
Angustias y melodía coincidían. Pero a ella le daba igual. Estaba sola y en
el asiento contiguo se acomodaba su bolso azul
y un alegre foulard que reinaban en el confortable espacio. Ante la
parada impuesta por el semáforo en rojo, Angustias echó una mirada a su derecha y los sonidos
de la canción se mezclaron con pensamientos sobre la importancia que tiene el puesto del copiloto. Su ocupación implica delegar
en el otro el poder en la dirección de la ruta, la asunción del papel de
ayudante que tan pronto lee carteles de la carretera, prende un cigarro, sintoniza la emisora requerida o gestiona cualquier otra tarea subalterna. Cuando hay varios ocupantes, esta posición
establece una prioridad en relación a los
de la parte trasera y un vínculo especial con el protagonista de la conducción,
que de eternizarse a veces es de
dependencia, otras de marcada superioridad. En fin, la jerarquía que siempre que puede, se
muestra.
Angustias recogió a Marcelo a la
salida de su trabajo y le comentaba lo que
se le había ocurrido mientras venía a buscarle. Él la miraba atento con
sus ojos oscuros riéndole y a modo de conclusión le dijo que afortunadamente
ellos practicaban una relación horizontal y lo mismo daba que condujera una u otro
pues el criterio para hacerlo era el gozar del deleite o evitar el cansancio.
Angustias le sonrió y agradeció
aquel momento en el que al doblar la esquina, Marcelo, con su piel color ala de
cuervo, entró en su vida. Con él volvió a conjugar los verbos que designan el
querer y se felicitaba estar con él, en él, sobre él, bajo de él, delante de
él, detrás de él y sobre todo….junto a él. Volvió a coleccionar amaneceres que la bajaban al mundo
vestida con un traje de besos, coselete con el que repeler las adversidades
cotidianas y retornó a cerrar los días envuelta en los abrazos ( a veces
tiernos, otras feroces) que la desvestían para,
finalmente, adentrarla , recorridas las sendas del placer, en el mundo
del descanso. Compartía Angustias aquella frase leída en “La elegancia del
erizo” donde se afirmaba que “Todo llega cuando tiene que llegar para quien
sabe esperar…” porque ella de paciencia sabía un rato.
Marcelo y ella intercambiaban los papeles de conductor y
copiloto y así trazaban un nuevo camino a partir de aquella tarde invernal en
la que sus pasos coincidieron al doblar la esquina. Buena semana.
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