domingo, 18 de mayo de 2014

CUANDO OPTAMOS POR UNA BUENA ALIMENTACIÓN, EL BRILLO DE LA MENTIRA TIENE LAS TONALIDADES DE LA AUSENCIA

Angustias revisaba los periódicos del día, intercambiando con Marcelo algún comentario sobre los acontecimientos mas destacados; desayunaban en una cafetería con vistas al mar; era festivo y ambos compartían este ritual en el que alimentaban estómago y cerebro.
Angustias saboreaba una “tostada dulce de naranja amarga”, como diría Andrés Aberasturi y comparaba el tratamiento informativo desigual de la mayor parte de la actualidad, dependiendo de la ideología rectora del noticiario escrito.
Angustias pensaba en la verdad y en la mentira; en su presencia en la Historia; en si cumplían una función biológica y de ser así, de qué tipo. En coincidencia con el nombre del local en el que ella y Marcelo daban la bienvenida al día de descanso, rememoró a Tibiabin,  la hechicera majorera del siglo XV que convenció a su pueblo  de la rendición argumentando que la invasión les traería bienestar; resultó mentira y los habitantes del lugar fueron esclavizados. Retrocedió mas de un milenio  y acudió a su recuerdo la adivina helena, Casandra, que si bien una y otra vez anticipaba el futuro de manera certera, no había oídos que le otorgaran credibilidad y así, tal como relata con maestría Marion  Zimmer Bradley en “La antorcha”, la ninguneada catástrofe pronosticada, se convirtió en evidencia.
Angustias recapacitando, sentía que la guerra -  individual o colectiva, civil, internacional o mundial -  daba a luz, en un parto con dolor, al siniestro engendro de la mentira; alumbramiento que quedaba registrado en el aire o en el papel (ora virtual, ora material), fechando a partir de ese momento, el comienzo de la realidad oficial y por tanto la verdadera.
Angustias también pensó que a poco que nos descuidemos nos vemos luciendo la colección “Verdad de una mentira, mentira de una verdad” que, progresivamente gana espacio en nuestro fondo de armario, hasta que no nos reconocemos con otros ropajes.
Angustias sorbió el último trago de su aromático café mientras contemplaba cómo Marcelo desparramaba una líquida y anaranjada yema sobre una sólida y blanca clara. Porque ella prefería los matices del dulzor y su compañero era mas de huevos fritos para empezar el día: dos maneras diversas de afirmar la autenticidad de un buen desayuno. Claro que entre ellos, no había guerra (mas allá del voluntario  simulacro de sus prácticas eróticas). Y es que cuando optamos por una buena alimentación, el brillo de la mentira tiene las tonalidades de la ausencia. Buena semana.









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