Angustias revisaba los periódicos
del día, intercambiando con Marcelo algún comentario sobre los acontecimientos
mas destacados; desayunaban en una cafetería con vistas al mar; era festivo y
ambos compartían este ritual en el que alimentaban estómago y cerebro.
Angustias saboreaba una “tostada
dulce de naranja amarga”, como diría Andrés Aberasturi y comparaba el
tratamiento informativo desigual de la mayor parte de la actualidad, dependiendo de la
ideología rectora del noticiario escrito.
Angustias pensaba en la verdad y en
la mentira; en su presencia en la Historia; en si cumplían una función
biológica y de ser así, de qué tipo. En coincidencia con el nombre del local en el que ella y Marcelo daban la bienvenida al día de descanso, rememoró a Tibiabin, la hechicera majorera del
siglo XV que convenció a su pueblo de
la rendición argumentando que la invasión les traería bienestar; resultó
mentira y los habitantes del lugar fueron esclavizados. Retrocedió mas de un milenio y
acudió a su recuerdo la adivina helena, Casandra, que si bien una y otra vez anticipaba el futuro
de manera certera, no había oídos que le otorgaran credibilidad y así, tal como
relata con maestría Marion Zimmer
Bradley en “La antorcha”, la ninguneada catástrofe pronosticada, se convirtió
en evidencia.
Angustias recapacitando, sentía
que la guerra - individual o colectiva, civil, internacional o mundial - daba a luz,
en un parto con dolor, al siniestro engendro de la mentira; alumbramiento que
quedaba registrado en el aire o en el papel (ora virtual, ora material), fechando a partir de ese momento, el comienzo de la realidad oficial y por tanto la verdadera.
Angustias también pensó que a
poco que nos descuidemos nos vemos luciendo la colección “Verdad de una
mentira, mentira de una verdad” que, progresivamente gana espacio en nuestro
fondo de armario, hasta que no nos reconocemos con otros ropajes.
Angustias sorbió el último trago
de su aromático café mientras contemplaba cómo Marcelo desparramaba una líquida
y anaranjada yema sobre una sólida y blanca clara. Porque ella prefería los
matices del dulzor y su compañero era mas de huevos fritos para empezar el día: dos
maneras diversas de afirmar la autenticidad de un buen desayuno. Claro que
entre ellos, no había guerra (mas allá del voluntario simulacro de sus prácticas eróticas). Y es que
cuando optamos por una buena alimentación, el brillo de la mentira tiene las
tonalidades de la ausencia. Buena semana.
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