Angustias pegó el
ombligo a la espalda e instintivamente, colocó las escápulas y se palpó las crestas ilíacas para ver si
miraban en la dirección correcta. Dicho en cristiano, Angustias se sentó bien,
erguida, mientras daba la bienvenida a un atardecer cálido, en la terraza de su
casa; era el momento antesala de la oscuridad deseada, tanto el anticipo de la noche como de la piel de Marcelo; cada vez que recolocaba
su cuerpo, Angustias se acordaba del inicio de sus clases de Pilates, acaecida
en otra década en la que ser consciente del poder umbilical se convirtió en
oferta deportiva de moda con el
consabido emerger de los gurús del apretón de vientre que hicieron su agosto,
de enero a diciembre.
Angustias disfrutaba
practicando Pilates y aun utilizaba unas pequeñas pelotas de arroz cubierto por
varias sopladeras ( globos, para entendernos, pues se sabe que en materia
comunicativa, hay que adaptarse al nivel
de quien escucha) que construyó ella
misma a instancia de su monitora de entonces; bien es verdad que cada cierto
tiempo reemplazaba el envoltorio; pues aunque el buen vino mejora con el
tiempo, el plástico, independiente de su calidad, con el tic tac del reloj,
padece una decadencia decrépita.
Angustias recordó esas
historias traídas de la infancia donde una figura arcana (con frecuencia pero
no en exclusiva, femenina) a base de masajes y de “rezaos” en torno al centro
del estómago, colocaba “la madre” en las mujeres y “el pomo” en los hombres” ;
cuya desviación, según la sabiduría popular, era la causa de los conocidos “nervios”.
Angustias comparó las
dos formas de buscar el bienestar
emocional (antes y ahora) llamándole la
atención que tanto en el pasado como en el presente, el protocolo consistía en:
moverse con control, acariciar o ser acariciado con habilidad y tener
conciencia del propio poder; entendía que cuando la vida cuesta ser digerida,
para facilitar la asimilación del bolo alimenticio, hay que prestar atención no
solo al estómago sino también al cerebro
y al corazón; y que la tan traída y llevada felicidad, habita en el saber
manejar el programa adecuado de lavado de las prendas vitales; ese que contemple el
centrifugado con las revoluciones justas para el enjuague de las experiencias mas
delicadas; ese que permita la acción del tiempo necesario para que la calma sea la
norma y los rayos de sol realicen la ansiada fotosíntesis emocional, evaporando
lo estéril.
Angustias defendía la
enseñanza, en el seno de la familia y de la escuela, de una saludable
disciplina, física y mental que facilitara el autocontrol de aquello que sí podemos controlar; disciplina que sería un buen navío para navegar por las costas de la irracionalidad; sería un buen cimiento para la
construcción de la ventura propia y ajena; y seguía soñando con ese hermoso
arrope, ese bello acompañamiento que disolviera la cada vez mas habitual, soledad de tantas personas en medio de ltanta gente. Buena semana.
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