Angustias se detuvo a repostar
ante el surtidor de la estación de servicio. Hacía calor y algo mas que una
ligera brisa .En el paisaje sureño destacaban molinos de vientos en plena
actividad. Angustias pensó en lo difícil
que era compatibilizar el bienestar humano y la protección del medio ambiente.
Y meditaba sobre el tema en aquel oasis
de oro negro a donde acudía regularmente una o dos veces a la semana. Y
cavilaba de esta forma mientras recibía los rayos del sol cálidamente potentes
y sentía la vehemencia de lo que iba camino de convertirse en una ventolera. ¡Cuánta
energía! Angustias opinaba que cualquier precio no es válido para justificar el
progreso y que todo avance tecnológico habría de ir acompañado de un adelanto
ético; en caso contrario, la mejoría no haría de la Historia algo creíble. Pero
ya se sabe que los acontecimientos que forman parte de lo historiable desde la
oficialidad, no siempre abarcan la ecuación entre artificio útil y comportamiento humano.
Angustias daba vueltas a este
asunto cuando oyó una voz que recorrió su cuerpo a lomos de un escalofrío
desbocado: “¡AC!- fueron las letras que provocaron en Angustias la repuesta inmediata:
¿MC?. Los propietarios de estas iniciales se fundieron en un abrazo torpe que no tardó en volverse inteligente
gracias a la memoria sensitiva que de forma espontánea guió sus cuerpos.Tras la eternidad efímera del dulce arrope, Angustias se deshizo de la envoltura de las
manos de Matías Calvario, aquel otrora joven con quien no solo compartiera
coincidencia en la inicial del apellido treinta años atrás. El lugar, trasiego de prisas,
distaba mucho del romanticismo compartido en espacio y horas lejanas. Pero tal como
suele la subjetividad armar toda vivencia, la pareja de antiguos
amantes, por unos breves minutos, recuperó el tiempo en el que perdieron el
contacto (que no el tiempo perdido) e hicieron real aquello de “la vida es eterna
en cinco minutos”. No hubo palabras, no podía haberlas y ellos lo sabían. (Pero esa es otra historia).Así que,fieles a una promesa arcana, se separaron una vez mas y cada cuál se fue por su lado.
Angustias, inmersa en el torrente
de tórridas sensaciones, al alejarse del paraje, devolvió con delicadeza aquel pedacito de su
pasado al cofre de los tesoros en el museo de sus recuerdos preciados; tal vez
lo visitara en otra ocasión, con la dulce distancia de lo que, aunque hermoso,
ya no es y la firme apuesta por un presente de complicidad solidaria. Sonrió. Había optado hacía mucho tiempo por buscar en cada momento del día, motivos para lucir una sonrisa. Y
ahora tenía uno para hacerlo cada vez que pasara por aquella gasolinera con
nombre de pueblo mexicano del segundo milenio. Buena semana.
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