domingo, 13 de julio de 2014

PROCURAR EL BIENESTAR PROPIO Y AJENO ES EL GPS QUE ORIENTA SU RUTA

Angustias entró en el pequeño recinto rectangular cuyo corazón era un mostrador con compartimentos de diferentes medidas a través de los que realizar  los trueques económicos; mientras era verano fuera, en el interior el aire acondicionado racheado trasladaba la estancia a  un otoño tirando a invierno; un dispensador  de números rojo le ofreció el 49 como indicador del momento en el que acercarse a una de las ranuras gigantes y realizar la transacción.
Angustias esperaba custodiando en sus manos  un jarrón, mediano, decorado con motivos orientales; estaba sentada junto a otras personas que, con envoltorios opacos en mano o aferradas a sus bolsos, aguardaban y calculaban.
Angustias se fijó en que el protocolo era el siguiente: una vez que  tocaba la vez, mostrabas lo que ibas a vender y el precio que estimabas oportuno; el empleado, amable, informaba que tal objeto tenía un público muy restringido y ofrecía el cuarto de su valor en el mercado de primera mano; si había regateo con final feliz se podía llegar hasta el doble del precio inicial que aun así, sería la mitad de su valía original; en última instancia el acuerdo habría de  llevarse a cabo por unanimidad; tras esta peculiar operación financiera,  al abrirse la puerta, salían rostros basculando entre la tristeza y el alivio, gestos que negaban la justicia del valor de cambio del objeto cuyo propietario no había accedido al trato y alguna que otra expresión de asombro divertido pues la casualidad había guiado sus pasos en una parada previa al destino final, el contenedor de reciclaje.
Angustias celebró el ritual comercial, requisito legal incluido y abandonó el local con un billete encarnado y sin el jarrón japonés que, por catorce años habitó en un ángulo, no oscuro,  de su salón; tocaba mudanza y era la oportunidad ideal para dejar atrás lo que no tenía lugar en el nuevo hábitat.
Angustias anduvo hasta la cafetería que hacía esquina y que ostentaba un nombre tan delicioso como el de las exquisiteces expuestas en sus sugerentes vitrinas; eligió una mesa junto a la ventana mientras esperaba a Marcelo para compartir ese sin sin, cortado vespertino que, sin cafeína y sin azúcar, evocaba un coctel mas alegre que su contenido real; eufonía juguetona como ella lo llamaba; abrió el libro que le acompañaba por la página 118 y leyó “Te lo dije, joven. Que el amor es el soldado que sobrevive a cualquier batalla”; y aunque la historia escrita terminaba ocho páginas mas adelante, se demoró en descubrir la resolución de la trama ideada por la escritora Elizabeth López Caballero, bajo el inquietante título “En tierra de demonios”.

Angustias se dijo que por mal que vinieran las cosas, afortunadamente cuando se trata del  amor (en todo su despliegue de matices) no hay acuerdo crematístico que pueda calcular su valor; ni requiere  de la casualidad ni de la necesidad para su alumbramiento; porque procurar el bienestar propio y ajeno es el GPS que orienta su ruta; y en esta empresa siempre todo el mundo sale ganando. Buena semana.


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