Angustias removía la tierra del
parterre cuadrado; a su lado reposaba un envoltorio de papel, hecho con
creatividad y acierto, que contenía las minúsculas y oscuras semillas que, en
el futuro cercano, trocarían en flores azules, anglosajonas, llegadas a sus
manos gracias al afecto de un querido amigo.
Angustias liberó estas diminutas
homeomerías vegetales, de un refugio forzoso de meses, cuando Febrero se hizo
presente y con ello llegó el momento idóneo para la siembra; en semanas su
jardín vería aumentado su censo con aquella
pequeña comunidad irlandesa; habría pues que hacer un seguimiento de su
integración en el país donde habían echado raíces un laurel de Indias, una
yuca, dos plantas de aloe, un exótico verode, varias matas de hierbahuerto,
caña limón, perejil, cilantro y albahaca, así como una hilera de vincas
rosadas.
Angustias, años atrás, plantó papas
con mas ilusión que pericia; cuando , a
base de agua, abono, cuidado y paciencia, logró recoger la cosecha, saboreó aquel manjar guisado con el mismo deleite con el
que se recibe una mención especial ante una creación hecha con pasión.
Angustias, tras la faena agrícola,
preparó una tila- naranjo y recordó el espacio que le rodeaba, en otro tiempo
yermo, ahora florido con tendencia al alza; pensó en el paisaje después de
una batalla en el Oriente Próximo o en el cielo que, a modo de siniestro triángulo
de las Bermudas trasladado a las lindes euroasiáticas, engulle vidas “sin distinción alguna de raza, color,
sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen
nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición”.
Angustias
sintió el pesar por el penar anónimo , lejano, sepultado en la losa fría
de la cifra con tres dígitos y una vez mas, recuperó el archivo “Tirar pa’lante”
y se dijo que, al igual que ahora contemplaba un pequeño vergel fruto de su
empeño constante y aunque la sal no
fuera el aroma agradable con que el mar perfumara,
generoso, sus días sino una Punta vestida
de un venenoso, vomitivo y vil vertido ennegrecido,
habría que ponerse mano a la obra y codo con codo, recordar la frase del lúcido pensador del siglo I “ sembramos aun
después de una mala cosecha”. Buena semana.
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