domingo, 14 de septiembre de 2014

MI DESEO, EN VERDAD, NO ES EL DE DESCUBRIR NOVEDADES

Angustias escuchó el informativo radiofónico que presentaba la campaña para el uso correcto del cinturón de seguridad en el tráfico rodado. Se explicaba que se haría controles intensivos a fin de concienciar a los usuarios del automóvil de las ventajas que suponía la utilización de la especial correa de sujeción. Se cifraba la de vidas que se salvarían en caso de siniestro, no solo en los asientos delanteros sino, principalmente, en los traseros.
Angustias era muy estricta en materia de seguridad automovilística y se negaba a iniciar la marcha hasta verificar que las bandas de retención se encontraban en la ubicación adecuada. Con el aumento de la flota móvil era una rutina que consideraba mas que justificaba y se alegraba de que la humanidad hubiera progresado, en cuanto a los desplazamientos se refiere, en velocidad tanto como en protección.
Angustias estaba familiarizada, desde pequeña, con el transporte que la acercaba a la escuela tras una hora de viaje. Don Miguel era el chofer que formaría parte del paisaje humano de su mas tierna infancia. Este hombre de campo, venido a la ciudad en busca de un porvenir venturoso conducía, primero un micro y después una guagua, conocida popularmente como La Cafetera por el ruido estridente con el que despertaba, durante el curso escolar, a los habitante del barrio de la zona alta de la ciudad.
Angustias recordaba cómo se optimizaba el espacio en aquel carricoche y especialmente le producía estupor la visión de los mas pequeños sentados en la parte superior del portabultos, sobre una alfombrilla, con la mirada en la luna trasera que, a contracorriente, recorría la ciudad; no había pretina, cincha ni siquiera un endeble andamiaje protector en el trayecto donde curvas y baches encontraban el eco gestual en las sacudidas sonoras  de los peques. Lo curioso es que no recordaba ningún percance (propio o ajeno) digno de mención  durante el tiempo que duró su estancia en tal oscilante dependencia. El bueno de don Miguel trocó el micro por guagua en el plazo de dos años y cada ocupante pudo por fin hacer coincidir la dirección del trayecto con la posición de los, ora adormecidos, ora inquietos, cuerpos infantiles.
Angustias pensaba en aquella época en la que se metía en cintura a todo aquel que obstaculizara el desarrollo ordenado de lo que los regidores del país tenían a bien dictar. Pero como aprendió con el devenir del tiempo, no existe faja que sujete con éxito total el variopinto hacer humano que hace crecer brotes creativos a impulsos de la necesidad.
Angustias evocaba la forma de motivación ideada por su familia para que fuera al colegio conforme y alegre, cuando aun reinaba la noche. La fórmula consistía en componer una canción donde letra y música neutralizaban el rechazo, en este caso, al extraño comienzo de la jornada escolar. Esta tradición cantautora fue transmitida por Angustias a su prole cuando el miedo y el dolor dibujaban una situación ante la que había que ardilar una respuesta sanadora. Eran versos libres o pareados que compusieron una particular banda sonora como ritual de transición hacia una nueva etapa de crecimiento: la caída de un diente, el fin de la chupa, el comienzo del cole, la visita al médico….

Angustias veía lo que le rodeaba y se sentía atraída irremediablemente por lo cotidiano; entendía que en ello residía lo valioso del vivir. Por esto sintió una profunda emoción al leer a Kierkegaard, autor danés considerado el padre del existencialismo, que afirmaba “Mi deseo, en verdad, no es el descubrir novedades; al revés, mi mejor alegría y ocupación favorita siempre será la de meditar sobre aquellas cosas que parecen completamente sencillas”. Buena semana.

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