domingo, 7 de septiembre de 2014

EL TRUCO ES QUERERSE Y PARA QUERERSE HAY QUE APRENDER A CUIDARSE, POR DENTRO Y POR FUERA.

Angustias se ajustaba el gorro de piscina cuyo diseño le trasladaba a un balneario de mitad del siglo pasado. La prenda, de marcado estilo vintage, le atrajo desde que entró en la tienda de deportes a fin de renovar su indumentaria natatoria; por lo que la lucía con gracia y desparpajo. Desde hacía mas de una década, asistía puntualmente al menos dos veces por semana al complejo deportivo, donde en consonancia con la variación de estación y horario, nadaba cuarenta y cinco minutos. Era una de sus queridas rutinas en la que coincidía con otras personas que, a fuerza de compartir calles y corcheras, habían pasado a formar parte de su habitual paisaje acuático; al igual que perlas de lenta gestación, aquellos seres se iniciaban con parsimonia en el reconfortante arte del diálogo, cada cincuenta metros.
Angustias, envuelta en agua y cloro, participaba en las micro tertulias cuyo repertorio temático abarcaba la salud (propia y ajena), los avatares familiares, el clima (con sus variaciones extremas) los sucesos cotidianos (locales y foráneos), el calendario de impuestos así como las últimas disposiciones de los gestores de la política (municipales, nacionales e internacionales).
Angustias  sentía admiración especialmente por los usuarios de la tercera edad que con cada brazada, fortalecían su cuerpo y con cada retazo de conversación, tonificaban su mente. Se congratulaba del progreso que en 20 años había observado en el perfil de sus colegas de entrenamiento. Afortunadamente, era cada vez mas un lugar común  que el cuidado (físico y emocional) se entendiera como responsabilidad propia, la prioritaria que habría que aprender a regular toda persona que se preciase de ejercer como tal. Por eso se deleitaba, especialmente,  ante la visión de esos cuerpos maduros, sabios por el tiempo vivido, flexibles por la disciplina del ejercicio y activos por el adiestramiento en la experimentación de la vida como vivencia y no mera supervivencia.
Angustias sabía que en el punto de partida para este vivir adulto y pleno estaba el compromiso y la decisión. A partir de ese momento, las acciones se encadenarían, como las cuentas de un collar hasta devenir en una joya única; para Angustias esa presea de oro era la autoconstrucción de la felicidad, tal como recordaba haber leído en La vida después,  donde se explicitaba que la felicidad también era una cuestión de voluntad, de perseverancia, contando con la capacidad de olvidar como ingrediente estrella. La escritora, Marta Rivero de la Cruz, en su novela sobre la amistad y otras formas de amar, cuya protagonista tenía nombre de triunfo, afirmaba, asimismo, que la felicidad era un derecho y una obligación con la que se nace.
Angustias nadaba contemplando las gotas de agua que  la luz de los focos, nocturnos e invernales, convertía en  una estela brillante, pareja a  sus brazos, giratorios como aspas de molinos mientras su cuerpo, boca arriba, avanzaba a fuerza de patadas. Al salir del recinto deportivo, doblemente desahogada, se sentía feliz, pisando con firmeza la tierra que la sostenía; fluyendo, como el agua por la que recién se deslizara; inspirando el aire que le hacía volar hasta lo imposible y mas allá; y sobre todo, apasionada, con el fuego que logra encender lo muerto.

Angustias sabía cómo era posible convertir en milagro el barro. El truco era quererse; y para quererse lo primero que hay que hacer es cuidarse por dentro y por fuera. Buena semana.

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