Angustias se despertó descansada
y tranquila. Se levantó sonriente, no sin antes recorrer entre las sábanas, el espacio- no
breve- que aun guardaba cálido, la
ausente silueta de Marcelo. Se reencontrarían al final de la tarde y este era
uno de los pensamientos constructores de la felicidad de ese día, cuyo amanecer
pintaba vetas color melocotón en el cielo.
Angustias había aprendido la
importancia que tenía dormir bien, después de que esa acción rutinaria, durante
gran parte de su vida hubiera sido un
mero trámite indispensable para continuar el ajetreo cotidiano, es decir, un
lapsus entre períodos pletóricos de haceres ( a veces gratos, otras ingratos). Llevaba
mas de una década en la que el momento del reposo nocturno se había convertido
para ella en un rito tan imprescindible como lo fuera para Yasunari Kawataba a la hora de escribir Mil grullas, el de la ceremonia del té.
Angustias recordaba cuándo la
frontera que se cruza con la caída de párpados solo suponía embarcarse rumbo a una aventura inquietante a través de las tierras de lo incomprensible,
lo ilógico que le dejaba, al llegar la vigilia, el incómodo sabor del
desconcierto. También le venía a su mente cuándo sosegó su paso, midió su
ritmo, reconoció el límite hasta dónde quería llegar y sintió, en lo mas
profundo de su ser, un genuino agradecimiento por estar viva. Este momento
serendipia hizo que sus horas de descanso, otrora ajenas (pues se sentía
mas objeto que sujeto de su existencia) trocaran en un tiempo reparador en el
que se sumergía, entregada, como si de un seductor baño de sales y espuma se
tratara.
Angustias elaboró un glosario
personalizado, pictograma onírico que le revelaba por dónde crecía la raíz de
su ser y estar (en ocasiones generadora
de brotes verdes, en otras de malas hierbas). Descubrió que en la tercera parte
de su vida soñaba lo que hacía realidad en los dos tercios restantes. Se
divertía explorando tal sugerente isomorfismo
(entre el sueño con los ojos cerrados y su actualización con la mirada abierta),
que cada noche, tras el placer o el dolor ( ya fueran en solitario o en compañía) la
decostruía para renacer, ave fénix sin rastro de chamusquina, a otra jornada, de
la que había tomado conciencia, siempre sería particular.
Angustias desde entonces
descansaba mientras el sueño remaba a su
favor cada vez que la luna ( visible o invisible) arribaba fiel y con
nocturnidad a sus costas. Buena semana.
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