Angustias disfrutaba de un
exquisito plato de falafel en compañía de Marcelo en un pequeño establecimiento
de la zona comercial mas populosa de su ciudad. Se tomaban un respiro en medio
de una jornada de compras. Tenían que realizar obras en el cuarto de baño y
aprovechaban la ocasión para renovar
piezas y accesorios del aseo que había permanecido sin alteraciones
dignas de mención durante varias décadas..De hecho el deterioro irremediable
del ya obsoleto sistema de cañerías propiciado por el trabajo continuo fue el
detonante para que el higiénico escenario cambiara por completo de atrezzo.
Angustias deseaba incorporar
algunas pinturas al lugar pero no incluía en su deseo cuadros de marinas que
rara vez lograban emocionarla si bien el mar era una de sus públicas pasiones.
Se decantaba por los desnudos (masculinos y femeninos) que estimaba resultaban
mas acorde al santuario del cuerpo. Junto a Marcelo contemplaba el abanico de
catálogos e imágenes que habían recopilado en la peregrinación gozosa por los
establecimientos abiertos del lugar que esa mañana, a pesar de ser día festivo,
invitaban al alegre consumo. Angustias coincidió con Marcelo en la elección de
unas pequeñas láminas de Toulouse
Lautrec, Sorolla, y Degas expuestas en
una tienda de antigüedades así como en unas reproducciones hermosas de Eivar
Moya.
Angustias sentía cierto pesar a la
hora de transformar aquella estancia de su hogar pues formaba parte de su
memoria afectiva. Pero también entendía que para construir nuevas realidades es
necesario la utilización de materiales diferentes a los hasta el momento empleados. La casa que habitaba fue una
inesperada herencia que le permitió vincularse a sus raíces; en ella había gestado su creación mas valiosa, su familia,. Pero el devenir del la vida, con su imprescindible anexo de
ausencias temporales o fijas, reclamaba un asumido borrón y cuenta nueva.
Angustias era mujer de asomarse a
la rutina diaria con expectación e ilusión: era su rutina favorita; en materia
de cálculo se entretenía en diseñar sumas de paraísos y restar infiernos
(propios y ajenos). Pensaba que su reciente gran descubrimiento había
sido entender que ante la dificultad no basta la comprensión sino que era
necesario ritualizar lo aprendido.
Retuvo el sabor a cayena de la pasta de garbanzo especiada y se dijo que en su corazón ese
momento de reorganización vital tendría para ella el aroma donde se mezclan
cilantro, perejil, ajo, comino, pimienta negra y la nombrada pimienta roja o
cayena. No supo si en un momento dado, el gusto excesivamente salado del trozo
que masticaba se debía a un exceso de sal o al hermanamiento de la saliva con
las lágrimas que celebraban una íntima ceremonia del adiós. Unos segundos mas
tarde arregló el rímel que había dibujado burbujitas ennegrecidas en torno a
sus ojos y con la carta de postres en las manos eligió uno que era tan refrescante,
oscuro y delicioso como los ojos que desde la silla contigua le envolvían con
su mirada. Buena semana
No hay comentarios:
Publicar un comentario