Angustias se dispuso a modificar el orden de los
muebles de su salón. Fiel a un lejano ritual, había cambiado las cortinas, la alfombra y el forro
de un sillón de dos plazas. Mantenían su posición vigente un amplio sillón cama
con la chaise longe adosada y la estantería
móvil donde reinaban las nuevas tecnologías. Del verde y rojo navideños, el
espacio iba pintándose con el azul cielo
y el marrón tierra, colores que encontraban su lugar en aquella zona destinada,
en principio, para la reunión y el ocio . Diciembre preparaba sus maletas para irse.
Angustias recordaba que, años
atrás, llegado el mes postrero y con él, el ajetreo de las fiestas que
celebraban la paz (en un mundo en guerra) y el fin de año (en un tiempo de andar cíclico), su hogar se
llenaba de adornos, figuras de un belén que se ampliaba con la incorporación de
juguetes infantiles de sus, entonces, peques y el árbol propio de otras latitudes que cargaba, estoico
con bolas, guirnaldas y ornatos propios
de las fechas y la moda imperante.
Angustias, mientras rediseñaba el
sitio, pensaba en los escenarios mudos de la vida; en cómo se convierten en
andamios discretos , testigos de la risa y el llanto, de tantas obras (a veces
cómicas, otras dramáticas) que jalonan el transcurrir vital.
Angustias recordó las frases de
Hölderling “No tengo nada de lo que pueda decir: esto es mío” y sonrió pues el
matiz con el que arropaba su pensamiento distaba del utilizado por el
protagonista de Hiperión. Lejos de la nostalgia pantanosa, ella celebraba el
retorno al pasado como una fugaz escapada de fin de semana, en la que
disfrutaba la intensidad del momento en gran medida por su carácter efímero.
Angustias había aprendido a reubicar
los elementos que serían el atrezzo de las jornadas venideras. Había sido uno
de los aprendizajes mas significativos de su vida: reorganizar su espacio,
especialmente el interno. Y así había aprendido a ser feliz. Buena semana.
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