domingo, 18 de enero de 2015

DE RESECA TASTANA A LODO MOLDEABLE

Angustias notó la garganta reseca. Desde cuatro días atrás llovía tierra, se respiraba tierra, el paisaje era tierra. Así como el polvo en suspensión se fue acumulando en su tráquea, su voz perdió el timbre que la caracterizaba y se mudó al reino del silencio, de la nota cascada, de la vida, como jirón, desgarrada.
Angustias decidió que en las próximas veinticuatro hora cuidaría su afonía y se convertiría en muda espectadora de cuanto aconteciera a su alrededor. Y fue así como se percató de la rapidez  con que se desliza el tiempo entre los dedos, momento a momento. Abrió al azar un enorme libro azul y blanco que recogía Cartas Memorables recopiladas por Shaun Usher y que mostraba al ser humano confrontado con todo un bien ardilado catálogo de  situaciones  posibles ( comunes o extraordinarias). Leyó una carta de Dostoiiesvki a su hermano escrita  mientras estaba preso  en la fortaleza de San Pedro y San Pablo el 22 de diciembre de 1949; aun tardaría cinco años para recuperar la libertad; aun  estaban por escribir los clásicos Crimen y castigo o Los hermanos Karamázov.
Angustias lloró mientras recorría esas palabras en las que su autor imploraba al destinatario que no se apenara por él. Sus lágrimas le aliviaron de la opresión que secuestraba su decir y se sintió como si de tastana reseca se transformara en lodo moldeable. Tomó una de sus infusiones favoritas, la olorosa manzanilla y le añadió unas gotitas de whisky en homenaje al escritor que durante tanto tiempo le había deleitado desde el Savoy y que se había ido, dejándole un sabor a  orfandad.
Angustias dejó pasar el tiempo necesario para que el agua salada cumpliera se función. En pocas horas la rutina le pasaría a buscar. Pero ahora era el momento del callar, del observar, del nostalgiar, como si de una tarde de domingo frío y lluvioso en el que se nos ha quedado algo pendiente se tratara. Era el sabor del paso de la vida contemplado bajo el balcón de la melancolía.

Angustias suspiró y disfrutó de lo que sabía sería un momento etéreo y gris. Lentamente cerró el día con el mejor broche que conocía, el de la complicidad de Marcelo, ante quien no le importaba que por sus ojos discurrieran ríos de sal. Después llegaría la pasión. Buena semana.

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