domingo, 11 de enero de 2015

¿QUÉ TAL, CHOCHO LOCO?

Angustias, una vez sentada, extendió el brazo sobre la mesa rectangular. Al otro lado, una sonrisa inquieta le daba la bienvenida envuelta en diminutivos almibarados.. La propietaria de la mueca risueña tomó las manos de Angustias y las escrutó con pericia profesional. Una vez concluida la inspección, determinó que lo mejor era hacer una manicura francesa  en las uñas de porcelana que se disponía a componer.
Angustias aceptó la sugerencia y observó la destreza de quien manipulaba la lima con atención plena en su hacer. Era primera hora y se encontraba junto a la joven manicurista en un local decorado a medio camino entre el dálmata y el leopardo. El lugar era espacioso y reinaba el silencio solo roto por indicaciones de la profesional sobre la posición del brazo, a las que se adosaban expresiones empalagosas que se repetían como mantra.
Angustias notó que el aire se iba enrareciendo segundos después de quedar abierto un bote de un líquido transparente. Una alfombra blanquecina flanqueaba la silueta que las manos recortaban sobre la superficie de la mesa. Eran los restos del limado convertidos en copos casi etéreos. Todo era tranquilo y en tres cuartos de hora se acabaría la renovación de sus extremidades superiores.
Angustias escuchó un “Qué tal, chocho” que la sacó del duermevelas en el que se había sumergido acunada por el olor soporífero y el relax al que se había abandonado. La contestación a este saludo interrogativo fue “Cansada, chocho tonto”. A partir de ahí se fue llenando el establecimiento de empleadas y clientas que desterraron al ostracismo la paz anterior y con la alegría por bandera, flotaron los calificativos mas variopintos con las que reconocer estados de ánimo de las protagonistas reconvertidas en altramuces a lo basto.
Angustias se reía con los ojos y el labio superior iniciaba la curva que reflejaba la diversión y la perplejidad. Pensaba que aquel universo femenino trasgredía la corrección del lenguaje y con humor establecía una radiografía certera sobre el estar y sentir de aquellas mujeres.
Angustias quedó satisfecha con el resultado final del trabajo demandado y salió a la calle pensando en lo importante que es saber reírse de la vida, en lo sano que es la tolerancia con la creatividad. Agradeció el ratito echado en aquel refugio de la desinhibición lingüística y se dirigió a su café favorito, aquel que tenía nombre de conversación inteligente, y mientras tomaba un leche y leche,  retomó la lectura del misterio que envolvía la muerte de Rosendo Franco en la obra de Jorge Zepeda Patterson, cuyo título igualaba un nombre propio con el fémur mas bello del mundo.
Angustias agradecía el humor en sus diversas vertientes. Entendía que era un ejercicio de creatividad que servía de piedra de toque para la sociedad que indicaba lo que cuestionaba, incomodaba o no estaba asumido por el ser humano. Comprendía que era necesario y que si bien podría caer en ocasiones en  la zafiedad, era imprescindible para evaluar el rumbo de la historia humana. Se encontraba  en ese momento en lo que llamó “Chocho reflexivo” y con humor  y uñas de porcelana recién estrenadas, anduvo la mañana. Buena semana.





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