Angustias tomó su cuaderno,
regalo entrañable y artesano, y escribió:
Pintaba una mañana en la que el
cielo era una acuarela donde luchaban diversos matices del celeste. Hacía frío
y el mar estaba revuelto. Dos amigos tomaban una café con humo que aromatizaba
efímeramente la terraza. El mas moreno, Baudilio, se quejaba de que la vida
parecía jugar en su contra y dudada de todos y de todo. El de la barba de dos
día, Samuel, intentaba tejer con delicadeza una red sobre la que su colega
pudiera caer y rebotar fortalecido. Eran casi hermanos; su amistad databa de
varias décadas atrás; ambos consideraban la presencia del otro como un elemento
imprescindible en su vida. Juntos habían compartido muchos momentos donde lo
dulce y lo amargo se entremezclaban armoniosamente, como si de la famosa salsa
china se tratara. Gustaban de compartir el hacer mas que el hablar; pero en
este momento parecía que no había acción que remediara el padecer de Baudilio .
Impotente ante la impotencia de su amigo, Samuel, recorrió los lugares comunes,
los recuerdos entrañables, el listado de personas, situaciones y cosas que
dotarían de motivación a Baudilio para reconducir su naufragio, pero no
encontraba la palabra balsámica que
produjera el alivio demandado.
El tiempo anímico parecía haber
secuestrado la estación estival como ocurriera en el índice del libro Tener y
no tener de Heminway; y Samuel hubiera
pagado, gustoso el rescate para que volviera la luz a la mirada que al otro
lado de la mesa desbordaba de tristeza.
Entre los diarios depositados por
el camarero junto a las bebidas calientes, dos estuches de gafas para leer de cerca, testificaban que el
tiempo había pasado para aquellos hombres; Samuel tomó la gamuza de color
naranja, limpió los cristales (recordó que de pequeño los llamaba espejitos) y
paró el gesto higiénico para, acto seguido, intercambiar el pequeño tejido de
microfibra con el de su compañero.
Baudilio, sorprendido, preguntó
por la causa de tal acción a lo que contestó Samuel: “No te puedo dar mi forma
de ver pero tal vez, mientras limpies tus lentes con mi alfombrilla, recuerdes que aunque
me sienta tan inútil como el verbo demediar, a punto de ingresar en el
cementerio de las palabras moribundas, mí apuesta es porque borres de tu vista
las telarañas que hoy te nublan; y sabes que siempre pujo por el ganador.
Cualquiera afirmaría que Baudilio
parecía no oír esta muestra de afecto y no se percataría de la lágrima enjugada ante de que su presencia fuera notoria, mientras comentaba cómo el
equipo de fútbol de sus amores había perdido por tercera vez en lo que iba de
temporada. Y así continuaron hablando……… de fútbol.
Buena semana.
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